Osama bin Laden y sus lecturas

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El NYT ha tenido la curiosa idea de encargar una reseña a su principal crítica literaria, Michiko Kakutani, sobre los libros y documentos encontrados en la casa de Abbottabad donde Osama bin Laden estuvo escondido durante varios años. Una persona queda definida por sus lecturas, tanto por los conocimientos que aspira a conseguir con los libros, como el placer o entretenimiento que encuentra en ellos. Por tanto, ¿qué nos dicen de Bin Laden los libros que leyó?

La respuesta más rápida es que no mucho si el titular del NYT se refiere a «su fijación con Occidente». Ante eso, tenemos la tentación de responder: No shit Sherlock. El líder yihadista que declaró la guerra a EEUU a finales de los 90 cuando casi nadie le conocía, el que pensaba que su país había traicionado su cultura y religión con la alianza estratégica con Washington, el que ordenó un ataque masivo contra los centros del poder militar (el Pentágono) y financiero (el World Trade Center) de EEUU… ¿estaba obsesionado con EEUU? Claro, como Hitler estaba obsesionado con Rusia, EEUU con la URSS, la URSS con EEUU, y todos aquellos que creen tener una némesis con la que la coexistencia es imposible.

Algunos análisis rápidos denotan una torpeza notoria: la de los periodistas norteamericanos que creen que cualquier líder del Tercer Mundo es un conspirador nato, adicto a locas teorías despegadas de la realidad.

Entre las lecturas, hay muchos libros en árabe lógicos en alguien que ha dedicado su vida a la yihad contra los gobiernos no islámicos. Obras de sus mentores ideológicos o de pensadores como Sayid Qutb aparecen en la lista. Son las obras de autores occidentales las que arrojan un balance más variado.

Como gran rival de un imperio, Bin Laden tenía que estar muy interesado en la capacidad de estos de subsistir en el tiempo (‘Auge y caída de las grandes potencias’, de Paul Kennedy, estaba entre los libros). Le gustaría ver los antecedentes de la presencia de EEUU en Vietnam («The United States and Vietnam 1787-1941»). No podría despreciar la actualidad (‘Obama’s Wars’, de Bob Woodward).

Resulta curioso que leyera a Noam Chomsky. Algunos dirán con mala intención que sería su autor favorito, pero en realidad tendría que estar intrigado por el debate interno en EEUU sobre sus intervenciones militares en el exterior y las contradicciones internas que pudieran surgir.

Más intrigantes resulta saber que también había libros de tono conspiratorio, algunos sobre el 11S y la guerra contra Al Qaeda. Por ejemplo, ‘The New Pearl Harbor’, de David Ray Griffin. Otro libro, ‘Bloodlines of the Illuminati’, lo dice todo con el título. The Guardian se ha puesto en contacto con algunos autores de estas teorías para conocer su opinión. Jim Fetzer dice que no tiene sentido opinar, porque Bin Laden murió en diciembre de 2001. La mejor respuesta es la de Griffin que, aunque se queda muy sorprendido de que leyera su libro, como todo buen autor siempre quiere más, y comenta que está «decepcionado de que sólo leyera uno de sus libros».

Aislado para garantizar su seguridad, sin teléfono o Internet para impedir ser localizado, limitado a los mensajes que recibía y entregaba a sus correos, tenía la necesidad de estar informado de lo que pasaba en el mundo si quería continuar dirigiendo la organización. De ahí que leyera artículos de Foreign Policy (había seis ejemplares de esa revista), ensayos de la fundación RAND y todo tipo de informes sobre terrorismo de fuentes públicas norteamericanas. Conoce a tu enemigo es un concepto clave en tiempos de guerra (y si es posible, conocer lo que el enemigo sabe de ti es aún más importante).

Sus mensajes difundidos revelan una constante bien conocida en su estrategia: el enemigo era sobre todo EEUU, no los gobiernos árabes, por mucho que los despreciara. Consideraba a Washington la piedra angular que sostenía una arquitectura de poder que impedía la victoria de sus ideas. Por eso, dice a sus partidarios que el objetivo no es ocupar un territorio con el que «declarar un Estado islámico (…) por el momento, sino trabajar en acabar con el poder de nuestro mayor enemigo atacando las embajadas norteamericanas y las empresas petrolíferas». 

A la vista están las diferencias con la organización que ha proclamado un califato bajo el nombre de Estado Islámico.

La única conclusión que saca Kakutani:

«La naturaleza ecléctica de la lista habla tanto del alcance de Bin Laden como líder de Al Qaeda como de sus limitaciones como fugitivo internacional; sus ambiciones para pensar de forma global y su atracción ingenua por los teóricos que explican la maldad de Occidente con conspiraciones; su fascinación con América y su voluntad de encontrar nuevas formas de atacarla intentando comprender la dinámica de sus sistemas políticos y económicos».

Al final, la fascinación que Bin Laden sentía por EEUU no es muy distinta en el sentido contrario.

Es probable que el contenido de los documentos internos de Al Qaeda sea mucho más interesante que la lista de libros. Como mínimo, hay algunos llamativos.

Un formulario en el que se pregunta al solicitante si está dispuesto a morir. No es lo mismo que preguntar en una oferta de trabajo si tienes coche propio o si estás dispuesto a cambiar de lugar de residencia. Pero toda gran organización tiende a convertirse en una burocracia si su jefe quiere que así sea.

Ha habido muchísimos artículos que años atrás describieron a Bin Laden con algo de exageración como el CEO (consejero delegado) de Al Qaeda. Algo de verdad había en eso. Algunos detalles confirman que contaba con una de las virtudes necesarias en un líder empresarial, la capacidad de delegar. Si bien siempre se le describe como el responsable del 11S, es muy probable que esos atentados habrían fracasado si las decisiones más importantes hubieran dependido sólo de él. En un momento dado, Bin Laden pretendía que la operación se ejecutara de forma inmediata, porque quería que coincidiera con algún aniversario de tinte religioso. Fue el auténtico arquitecto del 11S, Khalid Sheikh Mohamed, el que le convenció de que los que iban a pilotar los aviones no estaban aún preparados.

Y en vez de imponer su voluntad, Bin Laden aceptó seguir el consejo de su especialista.

Habría sido más interesante si entre los papeles encontrados en el escondite de Abbottabad se hubiera encontrado un manual de administración de empresas.

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