A Biden y los demócratas les espera un año de sufrimiento

Joe Biden no ha necesitado un año de presidencia para meterse en problemas. Es cierto que le sacó siete millones de votos de diferencia a Donald Trump y que el empate en el Senado le dio en teoría mayoría en ambas cámaras, pero la política norteamericana es una guerra de guerrillas permanente en la que es difícil gestionar las frustraciones. El nivel de escepticismo de los ciudadanos sobre los políticos es alto. En la carrera para mantener motivados a sus votantes, da la impresión de que los demócratas lo tienen más difícil que los republicanos.

Este noviembre de 2021 ha sido la estación intermedia entre las elecciones presidenciales de 2020 y las elecciones legislativas de mitad de mandato del próximo año. La cita electoral de este martes contenía una serie de duelos de menor importancia, pero que los medios de comunicación, ávidos siempre de emociones fuertes, examinarían para comprobar la fortaleza de los demócratas. Los comicios se han celebrado en paralelo a las negociaciones en el Congreso, donde se está dilucidando el éxito o fracaso de la política económica de Biden en forma de un multimillonario paquete de estímulos.

Y por encima de todo esto, estaba la duda de si la popularidad de Biden en los sondeos, que inició en verano una caída sostenida, tendría algún efecto en ls urnas.

Como no había muchas grandes contiendas, los medios eligieron con buen criterio las elecciones a gobernador de Virginia como termómetro de la jornada. Las noticias fueron malas para los demócratas. En el Estado en que Biden ganó por diez puntos de diferencia hace un año, el vencedor fue Glenn Youngkin, un republicano que aparentaba ser trumpista, aunque sin pasarse, con un estilo menos descarnado que el del patriarca del partido. Fue lo bastante hábil como para recabar los votos de los trumpistas más radicales y conseguir al mismo tiempo reducir la ventaja que en principio tenía el demócrata Terry McAuliffe en los suburbios de las zonas urbanas.

Youngkin obtuvo un 50,9% de los votos. McAuliffe, un 48,4%.

La campaña de Youngkin tuvo unas características que dicen mucho sobre qué significa ser republicano en EEUU en estos momentos. Se presentó como un admirador de Trump al principio y mostró un cierto escepticismo sobre la limpieza de las elecciones que concluyeron con la derrota de Trump. Eso le permitía dejar claro a los trumpistas que era uno de ellos. Sin alardes. Youngkin no insistió para que Trump hiciera una visita a Virginia para echarle una mano. No le hubiera beneficiado.

En una campaña bastante igualada, Youngkin encontró la tecla que terminó dándole la ventaja que necesitaba. Empezó a insistir en el peligro que suponía una amenaza inexistente. Se refería a la teoría crítica de la raza, uno de esos campos de batalla adoptados por la derecha de EEUU en las guerras culturales. En los últimos meses, ha formado parte de la dieta habitual de Fox News.

La teoría crítica de la raza es una corriente de pensamiento legal, poco conocida hasta hace unos meses, que procede de los años 70 y que hace hincapié en el racismo estructural en EEUU. Trump dictó un decreto para prohibir que se utilizara en los materiales escolares. Biden la anuló con el argumento de que suponía un ataque a la libertad de expresión.

Más de veinte estados norteamericanos han aprobado leyes para vetar cualquier intento de incluir esas ideas en el currículum escolar. Youngkin prometió que en Virginia nunca se enseñaría si era elegido. Era una apuesta fácil porque en ningún centro escolar de ese Estado se imparten ahora contenidos que tengan que ver con esa teoría.

En realidad, es lo mismo que ofrecer una solución para un problema que no existe, algo que siempre les funciona a los republicanos y que deja a los demócratas sin saber qué responder. En este caso, el objetivo es intimidar a los profesores de historia para que se lo piensen dos veces antes de hablar en sus clases sobre la esclavitud y el racismo en la sociedad norteamericana desde su fundación.

Lo interesante para los republicanos es que con Youngkin tienen un posible manual de campaña que les podría ser muy útil en las elecciones de 2022. Situarse lo bastante cerca de Trump para conservar el apoyo de los adictos a las locuras del expresidente y al mismo tiempo lo bastante lejos como para atraer votantes moderados decepcionados con Biden.

Estos últimos han aumentado de forma significativa en los últimos tres meses. En el comienzo del verano, el nivel de popularidad del presidente comenzó a bajar con la nueva oleada causada por la variante delta. La persistencia de la pandemia pasaba a ser una carga responsabilidad de los demócratas. Afganistán fue el siguiente obstáculo que se le atragantó a Biden, no tanto por la decisión de la retirada, sino por la caótica forma en que se produjo finalmente. La complicada negociación en el Congreso de los grandes estímulos en infraestructuras y otros ámbitos económicos y sociales ha terminado por minar la posición de la Casa Blanca.

El aumento del precio de los combustibles –un asunto siempre sensible en EEUU–, los problemas de suministro de bienes de consumo y el repunte de los precios son otros factores que aumentan el pesimismo en la opinión pública. Más de la mitad de los encuestados temen que la eocnomía empeorará en los próximos doce meses. También culpan a Biden del aumento de la inflación, un asunto que está fuera del control de las medidas políticas a corto plazo.

Gallup da a Biden un 42% de apoyo, la cifra más baja para cualquier presidente en su primer año de mandato desde 1953 con la excepción de Trump (37%). Otras encuestas se mueven en números similares e indican que ha perdido siete u ocho puntos desde agosto. Una mayoría, 52% según Gallup, cree que el Gobierno está intentando hacer demasiadas cosas, es decir, prometiendo gastar demasiados fondos públicos. Quizá sea un reflejo de que la opinión pública vuelve antes del fin de la pandemia a una posición más habitual en el país. O quizá es la consecuencia de una cobertura periodística que incide en la dificultad de que salga adelante un proyecto tan ambicioso con la oposición frontal de los republicanos y la oposición más matizada, pero igualmente firme, de dos senadores demócratas, Manchin y Sinema.

Lo que ha quedado fuera del primer plano han sido algunas de las medidas pendientes de ser aprobadas y que son muy o bastante populares. La Casa Blanca no ha conseguido que el debate se haya centrado en esos puntos.

En los tiempos de la polarización, es muy difícil que los presidentes disfruten de porcentajes muy buenos. La encuesta de Gallup indica que el apoyo a Biden entre los votantes demócratas sigue siendo muy alto (92%) y que es casi nulo entre los republicanos (4%). Lo que ocurre es que es bajo (34%) entre los votantes independientes, prematuramente decepcionados con el presidente. Esos son el tipo de votantes que dieron la victoria al republicano Youngkin en Virginia.

Por todo ello, Biden necesita que el Congreso apruebe cuanto antes esa importante inyección de fondos públicos en la economía, casi con independencia de la cantidad que Manchin y Sinema acepten, y ofrecer así un logro específico y claro de su gestión. Hubo un tiempo en que sólo el hecho de que Trump no estuviera en el Despacho Oval ya era un motivo de inmensa relajación para muchos votantes de EEUU. Evidentemente, tenía que llegar el momento en que Biden demostrara por qué es el presidente, y eso es algo que aún no ha ocurrido.

Porque además lo que no haga en los próximos doce meses, quizá incluso la mitad de ese tiempo, podría quedarse fuera de sus posibilidades después de las elecciones legislativas de noviembre de 2022. Biden debe empezar a correr.

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Teo, no estás invitado a la fiesta de Lady Macbeth

Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida ya no van por la vida sonriendo o hablando en plan cheli a los periodistas para demostrar que todo les resbala cuando les atacan y que están condenados a ganar en todos los frentes. Toca disimular o caer en eso que denota que un político está aterrorizado, es decir, negarse a responder a una pregunta. Ha sido un Halloween brutal para el PP madrileño, sin disfraces ni caretas porque en realidad ya nadie disimula. Esos ‘amigos para siempre’ que eran Pablo Casado y Díaz Ayuso han comprobado que su relación es sólo un triste reflejo del pasado. Ahora se comunican a través de sus padrinos –Teodoro García Egea y Miguel Ángel Rodríguez–, que ya están sacando brillo a las pistolas del duelo inminente. Podrían parar, pero ya no es posible.

El cisma ha alcanzado a las portadas de la prensa conservadora, atónita ante el nivel de las cuchilladas. Ya se quedaron un tanto perplejos con la guerra de los whatsapps. Lady Macbeth, presa del despecho, decidió convertirse en un personaje de ‘Al salir de clase’ y bloqueó los números de varios dirigentes del partido, entre ellos García Egea. No quiero salir contigo y no quiero saber nada más de ti. Eres historia, Teodoro.

Luego salió ella para arreglarlo y casi fue peor. Anunció que tiene dos móviles, uno para la gente importante de verdad, con la que debe estar en contacto de forma permanente para lo esencial, y otro para los conocidos, esos que no pintan mucho a la hora de la verdad. Y de ese segundo teléfono se ocupa alguno de los asistentes de Ayuso. Teo, no tienes línea directa con la jefa. Sigue leyendo

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Todo lo que espías y periodistas tuvieron que hacer para ocultar la vida secreta de Juan Carlos

En julio de 1997, Emilio Alonso Manglano tiene una reunión con Felipe González. La fecha es importante, porque en esas fechas Manglano ya no es director de los servicios de inteligencia, el Cesid, y González ya no es presidente del Gobierno. No son dos jubilados matando el tiempo para contarse viejas batallitas. Ambos tienen un problema. La artista televisiva Bárbara Rey está chantajeando al rey Juan Carlos con las pruebas de su relación sentimental –un concepto discutible en este caso porque resulta más conveniente citar el título de la película ‘¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?’–. Es necesario hacer algo al respecto. Es decir, hay que ocultarlo. «La prensa sensata está controlada, aunque en los ambientes la relación se da por segura. También existe el apoyo de la élite, banqueros, empresarios…», dice González.

La descripción de la reunión aparece en el libro ‘El jefe de los espías’, escrito por los periodistas de ABC Juan Fernández-Miranda y Javier Chicote, que se han basado en los documentos personales en los que Manglano resumió su trayectoria como director del Cesid entre 1981 y 1995. La presentación del libro en Madrid este martes contó con la presencia de tres de los periodistas más influyentes de esa época –Juan Luis Cebrián, Pedro J. Ramírez y Luis María Anson–, por lo que era interesante saber hasta qué punto estaban todos metidos en esa historia: cómo los medios de comunicación jugaron un papel clave en la Transición y años posteriores no sólo para contar lo que estaba pasando, sino para ocultar todo aquello que podía perjudicar a las altas instituciones del Estado. Lo que en el caso de Juan Carlos I era prácticamente todo.

Cebrián, director de El País durante doce años y luego consejero delegado de Prisa hasta 2018, dio un ejemplo perfecto del cinismo con el que se manejan las élites en Europa. Cuando surge una revelación vergonzosa sobre el pasado y le preguntan qué hizo él en esos momentos, responde que esas cosas pasan en todos los países y no hay que escandalizarse. «Todos los estados tienen cloacas», dijo. Ramírez lanzó una catarata de acusaciones contra Manglano por haber cometido delitos para proteger al rey y a Felipe González, pero ignoró su propia relación con Mario Conde cuando este chantajeó al Gobierno para que le librara de sus problemas con la justicia tras hundir Banesto. Anson, director de ABC entre 1983 y 1997, no contó nada relevante, porque a estas alturas de su vida no va a salirse del personaje que creó hace tiempo. Como tiene 88 años, nadie se lo va a reprochar en voz alta. Sigue leyendo

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Pasarela mediática en Francia para la última estrella de la extrema derecha

«Hemos creado un monstruo», dicen varios periodistas franceses en reportajes publicados sobre el ascenso del ultraderechista Éric Zemmour en los sondeos de cara a las elecciones presidenciales de abril de 2022. Sin ningún partido detrás, sin haberse presentado aún como candidato, armado con un libro de gran éxito y una incesante presencia en los medios de comunicación, este periodista de 63 años disputa a Marine Le Pen el segundo puesto en las urnas que le daría el paso a la segunda vuelta frente al actual presidente, Emmanuel Macron. La visión alternativa se resume en afirmar que ese «monstruo» está en la calle y que los periodistas no pueden ignorarlo.

El debate supera los límites de la política francesa. Ocurrió lo mismo cuando Donald Trump venció en las primarias republicanas y luego en las elecciones de EEUU. Demostró que la cobertura negativa no tiene por qué perjudicar a algunos políticos o partidos. Es más, les hace más conocidos y refuerza su atractivo entre sus bases. Lo mismo en el caso de Vox en España y otros partidos de extrema derecha en Europa. El cóctel parece imbatible: máxima hostilidad contra los periodistas y máxima rentabilidad por la cobertura que reciben. Vox los llama activistas o incluso terroristas, a pesar de que se ha beneficiado del espacio privilegiado que le dieron algunos medios antes de convertirse en la tercera fuerza política del país.

Al final, las encuestas terminan cerrando la discusión. La táctica de la avestruz nunca ha sido algo que un periodista pueda defender. El precio es que ideas que hace unos años se consideraban aborrecibles por su contenido xenófobo y racista terminan ocupando la primera línea del debate político. Y a partir de ahí, ya no hay vuelta atrás.

En una visita el 20 de octubre a la feria de armamento y seguridad Milipol, Zemmour se hizo fotos cogiendo sin mucha maña un fusil de francotirador. No se le ocurrió otra cosa que levantarlo para apuntar a un reportero. Entre risas, dijo: «Ya no se ríe, ¿eh? Retroceda». Sabe que no cuenta con muchos partidarios entre los periodistas y lo utiliza en su favor. Le encanta escandalizarlos, porque es consciente de que recogerán y amplificarán cada una de sus frases. Sabe que sus seguidores celebran esos gestos, porque consideran a los medios de comunicación parte de esa ‘Francia oficial’ que ha arrastrado al país a la decadencia.

No hay castigo para tal actitud. Zemmour ha absorbido casi todo el oxígeno existente en el espacio mediático en los últimos meses. El observatorio de medios Acrimed contabilizó en septiembre 4.167 apariciones suyas en titulares, es decir, 139 al día, a lo que había que sumar su continua aparición en las portadas. En los programas matutinos de France Inter de ese mes, no se le entrevistó pero dio igual. A los invitados, se les preguntó sobre Zemmour en doce de las 35 entrevistas, tanto sobre sus posibilidades de ser elegido como sobre sus opiniones. Él no estaba presente en el plató, pero sí sus ideas.

Las encuestas han sido el instrumento con el que los medios justifican la dieta Zemmour. En las últimas, recibe entre el 15% y el 17%, un porcentaje similar al de Marine Le Pen, que hasta el final del verano creía tener asegurado como mínimo el segundo puesto por detrás de Macron. Pero hay momentos en que la excusa pierde valor. «Su subida del 10% al 11% fue objeto de numerosos debates y comentarios en los canales de noticias de 24 horas. Teniendo en cuenta que no es un candidato y que los márgenes de error en este tipo de ejercicios son grandes, resulta desconcertante el sentido de informar de tal ‘avance'», ha escrito Lucie Delaporte en Mediapart.

Zemmour trabajó durante décadas en el diario conservador Le Figaro. En términos televisivos, se empezó a labrar un nombre hace quince años cuando aparecía cada semana en un programa de France 2. Su salto a la fama se produjo con sus intervenciones regulares en programas de CNews, una cadena de televisión de noticias que malvivía con otro nombre hasta que hace dos años decidió adoptar el estilo de la norteamericana Fox News y centrarse en los programas de opinión. El cambio le permitió doblar sus resultados de audiencia y hacerse especialmente influyente en la derecha francesa.

La resurrección de CNews fue obra de Vincent Bolloré, el empresario que controla el gigante audiovisual Vivendi. Bolloré siempre ha creído que los medios franceses están demasiado escorados a la izquierda y tiene fama de intervenir en los contenidos de las publicaciones de las que es propietario. Se ha hecho con el control del grupo Lagardère y aplicado los primeros cambios. La influyente revista Paris Match es uno de esos medios. Su director fue destituido recientemente y en la redacción muchos lo achacan a un artículo que calificaba a Zemmour de «profeta del desastre» y a la decisión en septiembre de poner en portada una foto del periodista, que está casado, abrazado en una playa a su directora de campaña, Sarah Knafo.

Zemmour está tan obsesionado por la inmigración como Marine Le Pen, Donald Trump o Santiago Abascal. Está firmemente convencido de que Francia ha perdido su espíritu por culpa de una «invasión» musulmana y una élite política que sólo se preocupa por su bienestar material. Le indigna que tantos franceses pongan a sus hijos el nombre de Mohamed y pretende recuperar una ley del siglo XIX que obligaba a elegir nombres de pila franceses. Su penúltimo libro se titulaba ‘El suicidio francés’. El último, que le sirve de plataforma para su candidatura presidencial y que por ello debía tener una intención menos agorera, se llama ‘Francia no ha dicho su última palabra’. Ha vendido cerca de 150.000 ejemplares en unos meses y ocupa el segundo puesto en la lista de este año en el Amazon francés.

Al igual que Vox, suscribe en su libro la teoría de la conspiración del «gran reemplazo» –también extendida en la ultraderecha de EEUU– por la que los europeos blancos están siendo sustituidos por individuos de otras razas con la intención de poner fin a la civilización cristiana. Afirma que el departamento de Sena-Saint Denis, vecino del de París, que fue «el corazón histórico de Francia y donde se encuentran las tumbas de sus reyes» ha pasado a ser «un enclave sometido a las normas de Alá».

Es un mensaje similar al de Santiago Abascal, que ha hablado en mítines de la «agenda de sustitución poblacional», un concepto similar al de Zemmour. «Quieren que entren anualmente en España entre 190.000 y 250.000 inmigrantes hasta 2050. Hasta ocho millones de personas», dijo el líder de Vox en mayo en un mitin en Sevilla. Ambos acusan a las «élites globalistas» de ser responsables de esta traición.

«No he olvidado a Napoleón», ha dicho Zemmour, siempre dispuesto a recuperar el pasado imperial de Francia. Si Vox inicia una campaña electoral en Covadonga para recordar a Pelayo, el francés viaja a Rouen, la ciudad donde Juana de Arco fue quemada en la hoguera, para glosar a la heroína de la guerra contra Inglaterra, aunque en realidad pretende echar la culpa a otros franceses seis siglos después: «Las élites estaban a favor de los ingleses porque pensaban que era la mejor forma de conseguir el poder en Europa».

Se trata de una versión francesa de la ‘Dolchstosslegende’, la leyenda de la puñalada por la espalda con la que la derecha alemana y luego los nazis achacaron la derrota en la Primera Guerra Mundial a una supuesta traición interna protagonizada por socialistas y judíos. Zemmour, que es judío de una familia procedente de Argelia, es capaz de negar la realidad histórica y afirmar que la Francia de Vichy ayudó a salvar a judíos de los nazis, cuando el régimen colaboracionista de Petain deportó a 75.000 refugiados judíos y ciudadanos franceses a los campos de exterminio de Alemania. Menos de 2.000 sobrevivieron. Eso supone alcanzar un nivel de revisionismo que la mayoría de partidos y medios han rechazado por considerarlo detestable. Sin embargo, su discurso entra en todos los medios, bien para informar de ello o para refutarlo, y algunos políticos no tienen inconveniente en participar en esa ceremonia mediática.

Jean-Luc Mélenchon, de la izquierdista Francia Insumisa, aceptó participar en un debate televisivo retransmitido por la cadena BFMTV en septiembre, una cita a la que se han negado otros dirigentes. No es que el encuentro le fuera de mucha utilidad –sigue anclado en los sondeos entre el 8% y el 11% que no le da ninguna posibilidad de pasar a la segunda vuelta–, pero a la cadena le fue muy bien. Consiguió la segunda mayor audiencia de su historia desde su fundación en 2005.

Ya lo dijo en abril de 2016 Leslie Moonves, presidente de CBS, en relación al ascenso de Trump y su efecto en las audiencias y los ingresos en anuncios para su cadena: «Puede que no sea bueno para Estados Unidos, pero es muy bueno para CBS».

Pocos políticos quieren ahora compartir escenario con Zemmour. Ese debate fue una excepción. «Ni su misoginia, ni su homofobia, ni su islamofobia, ni su revisionismo impiden que un canal de noticias como BFMTV lo invite y a Mélenchon debatir con él. El candidato racista Zemmour, legitimado», denunció el periodista Jalal Kahlioui.

En una campaña que parecía condenada a la repetición del duelo Macron-Le Pen, la irrupción de Zemmour ha cambiado los planes de los actores políticos. De entrada, sus declaraciones explosivas, como las de Trump en EEUU en 2016, están en todos los sitios. La pasión por buscar el clickbait en los medios digitales, siempre correspondido por la audiencia, y el miedo a ocultar las nuevas tendencias políticas han convertido a los periodistas en inevitables cómplices de su estrellato. Marine Le Pen debe de estar pensando que, a pesar de su intención de moderar los mensajes, nunca tuvo las puertas tan abiertas en los medios de comunicación. Zemmour lo ha conseguido y lo ha hecho llevando el mensaje reaccionario hasta las posiciones más extremistas.

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Portugal envía un mensaje claro y diáfano a la izquierda española

En España pocas veces se mira hacia el oeste, es decir hacia Portugal. En los últimos años, la izquierda ha encontrado motivos para hacerlo. Antes de que la moción de censura llevara a Pedro Sánchez al poder en 2018, en ese país se había marcado el camino con un pacto de los socialistas portugueses con los dos partidos que están a su izquierda. Uno de ellos, el partido comunista, nunca se sintió muy cercano a los socialdemócratas. Pero al final se consiguió un acuerdo parlamentario en el que ambas partes dieron un ejemplo de pragmatismo. El primer ministro, António Costa, intentaría reducir el déficit presupuestario, mientras que los socios lo apoyarían en la Asamblea a cambio de medidas que mitigaran el coste social.

El modelo portugués ha durado casi seis años. El Bloque de Izquierda (BE), con 19 escaños, y el Partido Comunista (PCP), con doce, votaron el miércoles en contra de los presupuestos presentados por Costa, lo que supone el fin del Gobierno. El presidente de Portugal, el conservador Marcelo Rebelo de Sousa, ya había anunciado que convocaría elecciones anticipadas en los próximos meses si las cuentas no salían adelante. Es muy posible que las urnas no ofrezcan un veredicto muy diferente al actual y que el PS –ahora con 108 escaños sobre 230– continúe como partido más votado, pero con una salvedad. La extrema derecha se convertirá en uno de los principales grupos de la Cámara.

Da la impresión de que España y Portugal transitan por rumbos similares. La duda ahora es si se repetirá aquí lo que acaba de suceder allí. El Gobierno de Pedro Sánchez se encuentra en la misma tesitura. Ofrece unos presupuestos expansivos gracias a la previsión de la llegada de los fondos europeos, pero sus socios le piden más y que cumpla las promesas sobre varias reformas legislativas. Para sumar otro tema común de debate, el BE y el PCP también exigían una reforma laboral y el PS prefería dejar las cosas como están por temor a la reacción en Bruselas. Sigue leyendo

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Yolanda Díaz saca el extintor para apagar varios incendios, incluidos los de Calviño

Isa Serra con la antorcha en la mano y Yolanda Díaz, detrás preparando el extintor y con el botiquín a la vista. Unidas Podemos ha conseguido que la crisis causada por la condena al diputado Alberto Rodríguez haya puesto de manifiesto el estilo muy diferente de la vicepresidenta comparado con el de la dirección del partido al que ella no pertenece, pero que ya la eligió como candidata a la presidencia para las próximas elecciones. El mismo día en que Serra reclamó la dimisión de la presidenta del Congreso, la socialista Meritxell Batet, por haber dejado a Rodríguez sin su escaño en lo que definió como «un ataque a la democracia», Díaz tuvo la oportunidad de unirse a esa exigencia. Decidió que no era conveniente alimentar las llamas.

En una entrevista en La Sexta, le preguntaron si estaba de acuerdo con la petición de Podemos sobre Batet. La respuesta consistió en recordar su amistad con el diputado canario y la injusticia cometida contra él. Le insistieron con la pregunta. Esta vez, no se escapó: «Debemos bajar la tensión en el país y en el Gobierno». Una segunda frase incidió en lo mismo: «Dejemos de generar más ruido en este país». Lo importante es ocuparse de lo que preocupa a la gente, por la situación económica, dijo. Todo lo demás sería secundario, incluidas las crisis que se desencadenan con estrépito un viernes por la tarde, luego pierden fuerza el sábado y finalmente vuelven a tomar fuerza el lunes.

Yolanda Díaz no se deja impresionar por la política de declaraciones dramáticas y órdagos a la grande, pequeña, pares y juego que abundan en España. Y no es que le dé igual todo. La ministra de Trabajo también está inmersa en un duelo con los socialistas a cuenta de la reforma laboral. De repente, el PSOE ha descubierto que está muy interesado en poner fin a la reforma aprobada por el Gobierno de Rajoy. Hasta ahora se dedicaba a arrastrar los pies mientras decía que sí, algún día se ocuparía de ello, mientras miraba de reojo a Nadia Calviño, que nunca ha ocultado que su interés por el tema es muy escaso. Sigue leyendo

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Israel tacha de «terroristas» a seis grupos de derechos humanos palestinos

El Ministerio israelí de Defensa ha encontrado la forma perfecta para impedir que las asociaciones de derechos humanos vigilen o denuncien el trato que recibe la población palestina de los territorios ocupados: considerar a seis de ellas como «organizaciones terroristas». Es una medida habitual en dictaduras o regímenes autoritarios que nunca tardan mucho en intentar desacreditar a las voces de oposición. El segundo paso suele consistir en enviarlos a prisión.

Israel continúa así con su política habitual de tachar de terrorista cualquier gesto de oposición a la ocupación. Cuando no se trata de una acción violenta, la acusación es de complicidad con los terroristas.

«Durante décadas, las autoridades israelíes han intentado de forma sistemática bloquear la vigilancia de los derechos humanos y castigar a aquellos que critican su gobierno represivo sobre los palestinos», dicen Amnistía Internacional y Human Rights Watch en un comunicado conjunto. «Mientras el personal de nuestras organizaciones se enfrenta a la deportación y a la prohibición de viajar, los defensores palestinos de los derechos humanos siempre han soportado la parte más dura de la represión. Esta decisión supone una alarmante escalada que amenaza con clausurar la actividad de las asociaciones civiles más importantes».

El Ministerio se ha negado a mostrar las pruebas que justifican la medida, sustentada en una ley aprobada en 2016. Lo hacen así porque esas pruebas son «secretas». Cuenta con el aval del fiscal general israelí. A las organizaciones se les acusa de estar relacionadas con el Frente Popular de Liberación de Palestina, integrado desde hace décadas en la OLP, y de facilitarle parte de sus fondos.

Si algunos de los responsables de estos grupos trabajan para el FPLP, el Ejército israelí no se ha molestado en detenerlos y ha ido directamente contra las organizaciones.

Ni el primer ministro ni el resto del Gabinete habían sido informados previamente. El ministro de Defensa, Benny Gantz, se ha negado a presentar las pruebas a todo el Gobierno de coalición, formado por varios partidos. Sólo está dispuesto a ofrecerlas al más restringido Gabinete de Seguridad, en el que están el jefe del Gobierno y varios ministros. Pero este Gabinete se reúne con frecuencia y en su última reunión Gantz no informó de lo que iba a hacer.

Quienes sí podrán verlas serán los altos cargos del Departamento de Estado de EEUU. Una delegación del Ministerio de Exteriores y del Shin Bet viajará en los próximos días para mostrarlas. El Gobierno norteamericano es la única instancia que preocupa en la política israelí.

Varias de esas organizaciones reciben subvenciones de la Unión Europea y de países europeas.

Las organizaciones son Addameer (dedicada a los derechos de los presos), Al-Haq, Defensa de los Niños Internacional-Palestina, el Centro Bisan de Investigación y Desarrollo, la Unión de Comités de Mujeres Palestinas y la Unión de Comités de Trabajo Agrícola. Todas ellas denuncian habitualmente violaciones de derechos cometidas por las autoridades israelíes o los colonos de los asentamientos en sus respectivas áreas de actuación.

«Criminalizar su trabajo es un acto de cobardía característico de regímenes autoritarios y represivos», ha dicho la organización israelí de derechos humanos B’Tselem.

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Iván Redondo ha leído las entrañas de un ave y se prepara para contarnos el futuro

En un país tan polarizado como España, se ha extendido una idea que supera todas las divisiones políticas y que comparten incluso familias rotas por el eje de la crispación. Iván Redondo vende tanto humo que debería estar regulado con las normativas de medio ambiente en la mano. En algún momento, la industria protestará por el hecho de que se le exija cumplir los límites de emisiones mientras el ex jefe de gabinete de Moncloa continúa dando entrevistas y poniendo en peligro los compromisos sobre el cambio climático.

Redondo, de 40 años, está en los primeros meses de su vida después de Pedro Sánchez. A esta etapa la llama «año sabático» a la que seguro que pondría fin de inmediato si recibiera una buena oferta de una gran empresa. Ha coincidido con la publicación de un libro sobre su figura escrito por el consultor y tertuliano Toni Bolaño, que fue durante muchos años el ivanredondo de José Montilla en el Gobierno y la Generalitat. Eso ha propiciado la participación de Redondo en la presentación del libro y en algunas entrevistas, como la de este jueves en el programa de Carlos Alsina en Onda Cero.

Él no es el primer consultor que asesora a un político sin llevar el carné de militante entre los dientes. No se puede negar que es el que ha alcanzado más notoriedad al pasar de trabajar para dirigentes del PP como José Antonio Monago y Xavier García Albiol a hacerlo para Sánchez en los últimos tres años. En Extremadura, terminó siendo elegido consejero del Gobierno de Monago, lo que permitía sospechar que estaba perdiendo el contacto con la realidad, y empezó a poner a su ego en la cinta de correr para que desarrollara musculación. Los resultados fueron óptimos. Un día se presentó en una comisión parlamentaria para responder a las preguntas de los diputados de PSOE y de IU y les soltó lo siguiente: «Estoy preparado para sus preguntas. Lo que no sé es si ustedes están preparados para mis respuestas». Sigue leyendo

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Villarejo nos tira unos cacahuetes y todos nos apresuramos a cogerlos

José Manuel Villarejo llevaba casi dos horas de su comparecencia en la comisión de investigación de la Operación Kitchen y decidió que tenía que presumir de su experiencia de agente secreto. «Yo me he reunido en el desierto con gente muy próxima al ISIS comiendo dátiles y esperando que me corten la cabeza, y yo me tuve que pagar los gastos», dijo orgulloso dejando para los restos a James Bond. A 007 no solo le pagaban los gastos, sino que destrozaba los coches que le entregaban y luego nunca le obligaban a abonar los desperfectos. En España, somos unos ingratos. Es lo mismo que les ocurría a Mortadelo y Filemón, a los que el superintendente Vicente les prometía un viaje con todos los lujos y acababan en un carro tirado por un burro.

Villarejo apareció por segunda vez ante esta comisión. La primera fue en mayo, cuando el comisario jubilado dio un gran espectáculo. Los diputados se debieron de quedar con ganas de más, a pesar de que no aportó ninguna prueba sobre sus acusaciones, y volvieron a convocarlo. Ahora acaba de comenzar el juicio en el que la Fiscalía le pide 105 años de cárcel por delitos cometidos en sus negocios privados para distintas empresas. Lógicamente, no iba a autoincriminarse en su comparecencia del miércoles. Lo que sí podía hacer y además con mucho gusto era lanzar todo tipo de insinuaciones y denuncias de las que te dejan con la boca abierta, siempre que no seas muy exigente con la verosimilitud.

Al igual que en mayo, el Partido Popular salió muy contento de la sesión. Aquí todo el mundo utiliza a Villarejo para lo que le interesa. En el caso del PP, para afirmar que la investigación judicial del caso Gürtel fue un montaje del Ministerio de Interior de un Gobierno socialista, y eso a pesar de que ya hay sentencias judiciales al respecto. En ese sentido, Villarejo sería una víctima. «Pretenden meterle en la cárcel para que no hable», dijo el diputado Luis Santamaría, que debe de creer que la Audiencia Nacional está metida en el barullo. Santamaría sacó a colación una supuesta operación contra un alcalde de Burgos en los años noventa con la intención de acabar después con José María Aznar. Ese alcalde, José María Peña, fue condenado en 1992 a doce años de inhabilitación por un delito de prevaricación continuada. Años después, fue indultado por el Gobierno de Aznar. Sigue leyendo

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Cómo se fabricó el discurso de Colin Powell en la ONU sobre el arsenal iraquí que no existía

Colin Powell, que ha fallecido esta semana a los 84 años, fue el mejor vendedor de una guerra en la que en el fondo no terminaba de creer. Es lo que lleva a Spencer Ackerman a escribir que Powell fue «el único hombre que pudo haber parado la guerra de Irak». Es una observación algo arriesgada, aunque sólo sea por el hecho de que la decisión de invadir Irak y derrocar a Sadam Hussein estaba tomada desde muchos meses atrás en la Casa Blanca de George Bush. Sin embargo, la cobertura política de la campaña militar dependía de otros muchos factores que podían hacerla descarrilar o quizá retrasar (el apoyo en Estados Unidos o en la comunidad internacional), y ahí es donde la intervención del secretario de Estado y antes jefe de las Fuerzas Armadas en la Guerra del Golfo resultó decisiva.

En los ambientes políticos y periodísticos de EEUU, el discurso de Powell en el Consejo de Seguridad de la ONU cimentó la idea de que la guerra era necesaria por la magnitud de la amenaza que suponía Irak y por la claridad de las pruebas obtenidas. Así era más fácil desdeñar el deseo del secretario general de la ONU de que continuaran las inspecciones y el rechazo de Francia, Alemania, Rusia y China a la vía militar.

Powell era la herramienta de propaganda más efectiva al alcance de la Casa Blanca y de los neoconservadores. Precisamente, porque no era como estos últimos, no era un ideólogo que creyera que el mantenimiento de la hegemonía norteamericana en el mundo, y en concreto en Oriente Medio, requería eliminar a Sadam. Los medios lo consideraban un intervencionista reticente que había combatido en Vietnam, muy consciente de la necesidad de que una guerra sólo podía entablarse con un claro apoyo de la opinión pública y el despliegue masivo de medios militares.

Cómo se llevó a cabo el proceso de elaboración del discurso ayuda a entender las prioridades de los gobernantes de EEUU y hasta qué punto estaban dispuestos a hacer lo que fuera para conseguir la guerra que deseaban.

A finales de enero de 2003, Bush encarga a Powell que sea él quien pronuncie un discurso en la ONU para explicar al mundo los argumentos de EEUU contra Irak. Los índices de apoyo al secretario de Estado en las encuestas superan el 70%, muy superiores a los de los demás miembros del Gabinete. «Te puedes permitir perder algunos puntos», le dice el vicepresidente, Dick Cheney. La Casa Blanca va a ordeñar su credibilidad para convencer a los gobiernos más escépticos de la solidez de las acusaciones norteamericanas.

El paso siguiente es preparar el discurso de Powell. La Casa Blanca recibe el material solicitado a la CIA, pero no le parece lo bastante contundente, así que encarga la tarea a dos convencidos de la causa, Stephen Hadley, número dos del Consejo de Seguridad Nacional, y Scotter Libby, jefe de gabinete de Cheney. En el texto estánn todos los asuntos empleados por las autoridades en sus declaraciones públicas, así como las informaciones filtradas a los grandes medios de comunicación, incluida la alegación (falsa) sobre los contactos entre Irak y Al Qaeda. Ese informe, o borrador de discurso, tiene 48 páginas.

Powell ya había garantizado a Bush que lo apoyaría en la decisión de ir a la guerra. Encarga a su jefe de gabinete, el coronel Larry Wilkerson, que revise cada uno de sus puntos. En los medios, ya se lee que puede ser un discurso con tanto impacto como el que tuvo en 1962 el de Adlai Stevenson en la crisis de los misiles de Cuba. Powell y Wilkerson examinan grabaciones de ese discurso.

Condoleezza Rice, Colin Powell y George Bush en 2003.

Cuando Wilkerson pide saber cuáles son las pruebas que sostienen cada acusación, empieza a detectar inconsistencias. Recibe el informe de inteligencia que sustenta una determinada alegación y ve que no dice exactamente lo que le han contado. Hay artículos de periódicos que emplean información filtrada por altos cargos del Pentágono o de la oficina de Cheney ansiosos por promover la invasión. Buena parte de la información, comprueba Wilkerson, procede del Congreso Nacional Iraquí, el grupo de exiliados iraquíes dirigido por Ahmed Chalabi al que los neoconservadores pretenden poner en el poder en Bagdad.

Las objeciones de Wilkerson hacen que se decida utilizar como materia prima del discurso el último informe consensuado por todos los servicios de inteligencia sobre la amenaza iraquí, el llamado National Intelligence Estimate. Ahí están los principales argumentos que Powell presentará en la ONU: los laboratorios móviles donde se producían armas biológicas o los tubos de aluminio con una serie de especificaciones técnicas que los hacían útiles para un programa de armas nucleares. Sobre este último punto, un informe de la IAEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) ya los había descartado como prueba por creer que se habían utilizado en la producción de cohetes de artillería, no en las centrifugadoras de una planta nuclear.

En las reuniones, se sugiere que Powell enseñe un tubo similar de forma dramática en su discurso. Finalmente, se decide que muestre un pequeño vial que podría contener una cantidad similar de ántrax en polvo a la empleada en un ataque contra el Congreso de EEUU ocurrido en 2001. Esa será la imagen que aparecerá al día siguiente en las portadas de muchos periódicos del mundo.

El 1 de febrero, el equipo de altos cargos que prepara el discurso recibe del Pentágono un informe de 25 páginas con los supuestos contactos de Sadam con grupos terroristas. Buena parte de la información no contiene ninguna prueba consistente. La relación en el pasado del Gobierno iraquí con terroristas de Oriente Medio era conocida, pero lo que de verdad interesa a la Casa Blanca es la conexión con Al Qaeda. En la versión final, se incluye con el consentimiento de la CIA referencias a un terrorista jordano llamado Abú Al Zarqaui, del que se dice que ha encontrado refugio en una zona del norte de Irak.

Powell se refiere en 21 ocasiones en el discurso a Zarqaui, que años después dirigiría el grupo Al Qaeda en Irak. Sólo eso ya le convirtió en una celebridad. Antes no era muy conocido en círculos yihadistas. Según una investigación del programa ‘Frontline’ de la cadena pública PBS, su aparición estelar en el discurso le dio un perfil público que no tenía y le permitió conseguir más partidarios y fondos.

«Las autoridades iraquíes niegan las acusaciones de tener relaciones con Al Qaeda. Sus desmentidos simplemente no son creíbles», dice Powell. Zarqaui nunca tuvo contactos con altos cargos del Gobierno o la inteligencia iraquíes. Huido de Jordania, donde fue condenado a muerte en ausencia, se estableció en una zona del norte de Irak controlada por el grupo yihadista Ansar el Islam, opuesto al régimen de Sadam.

Ilustración con los laboratorios móviles presentada por Powell en su discurso de la ONU.

Otro de los momentos dramáticos del discurso es la referencia a los laboratorios móviles de armas biológicas, fundamentalmente porque además se ofrecen unas ilustraciones que reflejan su interior. Demuestra un elevado nivel de conocimiento sobre esos vehículos al incluir una descripción de su interior. George Bush lo había citado en su discurso del Estado de la Unión unas semanas antes. Lo que no se dijo entonces es que había un fuerte debate dentro de la CIA sobre la fiabilidad de esas pruebas.

En su mayor parte, la revelación procede de una sola fuente a la que han puesto el sobrenombre de Curveball. Había sido captado por los servicios secretos alemanes. Un informe de la estación de la CIA en Berlín informó a finales de enero de que los alemanes no habían podido verificar los datos aportados por esa fuente a la que consideraban «problemática». Después de la invasión, quedó confirmado que Curveball era un ingeniero de bajo nivel que había sido despedido de un centro de investigación militar en una fecha tan lejana como 1995 y que había terminado trabajando como taxista en Bagdad.

El día del discurso, 5 de febrero de 2003, George Tenet, director de la CIA, está sentado detrás de Powell. El secretario de Estado le ha pedido que esté en la ONU con la intención de que dé más fuerza a sus alegaciones. Que se vea que el mayor servicio de inteligencia de EEUU ha suscrito las acusaciones que se presentan a la opinión pública internacional.

«We know» son dos palabras que usa con frecuencia. No hay margen para la incertidumbre. No hay podrías ni quizás. «Sabemos que…» es el comienzo de varias frases. Muestra fotografías obtenidas vía satélite que dan a todo un aire de precisión. Aparecen zonas que EEUU está vigilando de forma estrecha con sus avanzadas técnicas de espionaje. Se ofrecen fragmentos de conversaciones entre responsables iraquíes de las que se deduce que estaban ocultando algo.

El gran ejemplo del secretismo con el que Irak oculta su programa de armas de destrucción masiva son los laboratorios móviles para la fabricación de armas biológicas en forma de camiones o vagones. «La descripción que nuestras fuentes nos facilitaron, sobre las condiciones técnicas requeridas en estas instalaciones, es muy detallada y extremadamente precisa», dice. Su carácter móvil hacía que fuera sencillo que se ocultaran a las inspecciones de Naciones Unidas. Esos laboratorios «podían producir una cantidad de veneno biológico similar a todo lo que Irak dijo haber producido en los años anteriores a la Guerra del Golfo» en 1991, sostiene Powell.

Powell afirma que un dirigente de Al Qaeda había confirmado que «Irak había facilitado entrenamiento en el uso de estas armas (químicas) a Al Qaeda». La fuente es Ibn Al-Shaykh al-Libi, que había sido detenido e interrogado en Egipto. Además del hecho de que probablemente había sido torturado, un informe interno de la CIA de enero había llegado a la conclusión de que no estaba en la posición de «poder saber si ese entrenamiento se había llegado a producir».

El discurso dura 67 minutos. «Cada declaración que he hecho hoy está apoyada por fuentes, fuentes sólidas. No son aseveraciones. Lo que les estamos ofreciendo son hechos y conclusiones basados en inteligencia sólida».

Powell habla en la ONU con una decisión y claridad que nunca ha tenido en privado en las semanas de deliberación sobre el contenido del discurso.

Las dudas de Wilkerson son aún mayores. El jefe de gabinete de Powell dijo después que ese discurso fue «el punto más bajo de mi carrera profesional». Powell tuvo que reconocer la evidencia años después y su incomodidad cuando le preguntaban por su intervención. En algunas ocasiones, lamentó que no le llegaran las dudas que había dentro de los servicios de inteligencia sobre la entidad de las pruebas. En otras, culpó de todo a la CIA.

Casi todas las acusaciones presentadas por Powell resultaron ser falsas. El ejemplo más evidente son los laboratorios móviles tan bien dibujados en las ilustraciones. Fue después de la caída del régimen de Sadam cuando las tropas de EEUU descubren unos camiones que podían parecerse a la descripción hecha de los laboratorios (lo que no era complicado). A finales de mayo, la CIA toma la poco habitual decisión de hacer público un informe en el que se identifica estos camiones como centros móviles para la producción de armas biológicas. Durante una visita a Polonia y al saber la noticia, un entusiasmado Bush llega a decir que ya se han encontrado las armas de destrucción masiva.

David Kay, que había dirigido el equipo de inspectores de la ONU en 1991 y al que Tenet encarga que viaje a Irak después de la invasión de 2003 para encontrar pruebas del arsenal, dice posteriormente que la difusión de ese informe fue un error. En junio, la DIA (Agencia de Inteligencia de la Defensa) y la sección de inteligencia del Departamento de Estado llegan a la conclusión de que el uso más probable de estos camiones encontrados era la producción de hidrógeno para su uso en globos meteorológicos.

La recepción del discurso de Powell en los medios de comunicación de EEUU y Europa es incluso mejor de lo que esperaba la Casa Blanca. En la CNN, preguntan a Bob Woodward qué podría pasar si EEUU va a la guerra y no se encuentran después las armas de destrucción masiva, como así ocurrió: «Creo que las posibilidades de que eso ocurra son cercanas a cero», dice el célebre periodista de The Washington Post. «Irrefutable», titula el Post. Las pruebas son «abrumadoras», dice el editorial del diario. El columnista Roger Cohen escribe que es obvio que Sadam conserva el arsenal prohibido: «Sólo un idiota, o posiblemente un francés, podría pensar distinto».

El discurso es «impresionante en su amplitud y elocuencia», señala The San Francisco Chronicle. El Denver Post compara a Powell con «el marshall Dillon enfrentándose a un pistolero en Dodge City» (Dillon es el marshall de la ciudad en el western ‘Gunsmoke’).

La magia de Colin Powell ha funcionado. George Bush tendrá su guerra.

Texto íntegro del discurso de Colin Powell en la ONU.

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