Pánico en EEUU tras la cumbre de Trump y Putin

A Donald Trump le gusta decir que es un tipo imprevisible que sorprende a sus adversarios, lo que le da ventaja en cualquier negociación. No con Vladímir Putin. El presidente de EEUU se presentó en Helsinki para su primera gran cumbre con el hombre que ya era presidente de Rusia cuando él hizo un breve y rápidamente frustrado intento de ser el candidato del partido que había montado años antes el millonario Ross Perot. La diferencia de experiencia entre ambos es notoria, pero ese no es el tema.

Después de la primera cumbre de Kennedy y Jruschov, el primero reconoció después, no en público, que se había dejado dominar por el líder soviético. Alguien que había sobrevivido a Stalin tenía a buen seguro muchos recursos para manejarse en cualquier situación. En la cumbre de Reikiavik de Reagan y Gorbachov, los asesores del primero llegaron a temer que su jefe pudiera verse arrastrado a un acuerdo en favor de la eliminación de las armas nucleares que a EEUU no le convenía.

Nunca se debe subestimar el factor personal en este tipo de encuentros, aunque está claro que cada parte defiende sus intereses. Sólo en las películas se descubre que alguien muy cercano al presidente es un agente doble que trabaja para el enemigo (bueno, con la excepción de lo que ocurrió a Willy Brandt).

Trump se presentó en Helsinki unos días después del procesamiento de doce miembros del servicio de inteligencia ruso por la acusación de haber hackeado al Partido Demócrata y a la campaña de Hillary Clinton. Es una acusación aprobada por un gran jurado a instancias del fiscal especial Mueller en la investigación que Trump ha calificado de «caza de brujas» en repetidas ocasiones. Y es también una investigación promovida por el Departamento de Justicia de EEUU.

Nada de eso afectó lo más mínimo a Trump. Cualquier reconocimiento de la intervención rusa en la campaña restaría brillo a su victoria en las urnas en 2016, y eso es algo que no está dispuesto a tolerar. Si para conseguir eso tiene que quitar credibilidad al Departamento de Justicia, el FBI y los servicios de inteligencia, lo hará sin ningún pudor en su país y en el extranjero. Incluso delante de Putin, o quizá precisamente por eso.

No hay más doctrina de seguridad nacional para Trump que la defensa de sus intereses personales. En la Estrategia de Seguridad Nacional que el mismo Trump firmó en diciembre, la parte dedicada a Rusia era muy clara: «Rusia intenta debilitar la influencia de EEUU en el mundo y separarnos de nuestros aliados y socios. Rusia considera que la OTAN y la UE son amenazas. Rusia está invirtiendo en nuevas capacidades militares, incluidos sistemas nucleares que continúan siendo la amenaza existencial más significativa para EEUU; y en su capacidad de ciberdesestabilización, formas modernizadas de tácticas subversivas, Rusia interfiere en los asuntos políticos internos de países del mundo».

¿Cómo ve Trump esa amenaza potencial? En la rueda de prensa con Putin, reiteró que la relación entre ambos países no ha sido nunca peor que ahora –porque la culpa es de anteriores gobiernos de EEUU–, «pero eso ha cambiado hace cuatro horas», el momento exacto en que se inició la reunión con el presidente ruso.

La reacción de políticos, analistas y medios de comunicación fue inmediata. Indignación. Rabia. Pánico. «La cumbre en la que Putin soñó durante 18 años», en el NYT. Trump prefirió inclinarse ante el ruso cuando debía haberse levantado en favor de EEUU, en The Washington Post. «Una vergüenza nacional», en el editorial del WSJ. Hasta en Fox News no daban crédito.

En su partido, Trump no tuvo mucho apoyo o casi ninguno. «Nunca pensé que el presidente de EEUU se convertiría en una de esas personas que son engañadas por los antiguos expertos del KGB», dijo el congresista republicano de Texas Will Hurd, que fue agente de la CIA. El senador McCain fue evidentemente el más duro. El senador Lindsey Graham, mucho más cercano al presidente, afirmó que Rusia verá la actitud de Trump como una muestra de «debilidad», el peor pecado para un republicano en política exterior. Newt Gingrich, siempre dispuesto a inclinarse ante Trump, llamó a la rueda de prensa «el error más grave» de su presidencia, uno que debería corregir inmediatamente.

¿Balón de fútbol? Sí, Putin entregó un balón a Trump por el Mundial de fútbol de 2026 que albergará EEUU junto a Canadá y México. ¿Un gesto cortés? «Si fuera yo, comprobaría el balón de fútbol por si tiene un mecanismo de escucha y no permitiría que entrara en la Casa Blanca». No parecía que Graham pretendiera hacer una broma. El NYT dedicó un artículo al balón por considerarlo una especie de metáfora de la relación entre ambos políticos. O eso decía un profesor de Ciencia Política citado en el artículo.

Aparentemente, el balón es otra forma de control mental por parte de Putin. Un truco visual con el que demostrar que está al mando. Lo cierto es que las sospechas sobre el comportamiento de Trump han llegado en muchos medios norteamericanos hasta niveles difíciles de entender. Desde luego, nada puede superar a la idea de que Trump sea un «activo» de la inteligencia rusa, el término con el que se identifica a un espía o un confidente a sueldo. La revista New York acaba de publicar un larguísimo artículo a partir de esa hipótesis titulado con una pregunta, un truco habitual en periodismo cuando se quiere contar algo de lo que no se tienen pruebas, pero sí indicios, pistas y fechas, no necesariamente sólidos: Will Trump Be Meeting With His Counterpart — Or His Handler?

Hay una visita de Trump a Moscú en fecha muy lejana, 1987, pero la más reciente permite lanzar la caña: «En julio de 2013, Trump visitó Moscú otra vez. Si los rusos no tenían una relación secreta (con él) o documentos comprometedores sobre Trump treinta años atrás, muy probablemente la consiguieron entonces», dice el artículo.

El periodismo de lo plausible no goza de una excelente reputación, pero en la era de las redes sociales no necesitas mucho para captar la atención de los que están ansiosos por creer todo lo que confirme sus prejuicios. Incluidas novelas de espías.

En un análisis, un reportero del NYT recorrió un camino parecido sin llegar hasta el final: «Sus declaraciones estaban tan divorciadas de los objetivos de la política norteamericana, así como del resto de la Administración, y son tan inexplicables en varios niveles que eso plantea una pregunta que ha perseguido desde hace tiempo a Trump: ¿tiene Rusia algo sobre él?» (otra vez la pregunta porque el periodista tampoco tiene nada que sostenga una respuesta claramente afirmativa).

Se refiere a algo comprometedor, o por utilizar el término ruso procedente de la época del KGB que tanto ha aparecido en medios norteamericanos en los últimos meses, ‘kompromat’.

En términos cinematográficos, es como coger la trama de ‘The Manchurian Candidate’ y elevarla a la máxima expresión. Lo cierto es que hay gente inteligente, no de la escuela Alex Jones, que está dispuesta a aceptarla como al menos una posibilidad (esta pequeña viñeta en el FT tiene una referencia a la película). Y al igual que con ‘kompromat’, se ha hablado mucho de este filme desde hace algún tiempo.

En el debate político norteamericano, se ha abandonado la idea de que ante una revelación extraordinaria es perfectamente legítimo exigir pruebas extraordinarias. No vale con indicios, sospechas o inconsistencias de la versión más comúnmente extendida sobre esos hechos.

Eso no resta gravedad a la intervención de Trump en la rueda de prensa, en especial dar más valor a la palabra del presidente ruso que al trabajo de sus propios servicios de inteligencia. Ni tampoco a las sospechas muy fundadas que han causado los primeros procesamientos por el ataque a los servidores de los demócratas y de la campaña de Clinton.

Aun así, Trump decidió celebrar la cumbre, no ya porque crea que puede beneficiar a su país un periodo de distensión con Rusia (Bush y Obama también lo intentaron en el inicio de sus mandatos), sino porque además admira a Putin, al igual que a otros líderes de sistemas políticos autoritarios (Xi, Erdogan, Orbán, Duterte…). El mismo político que ha insultado o menospreciado a Merkel, Trudeau y May, es decir, sus aliados más cercanos.

Trump ha ido más lejos con esta cumbre de Helsinki. Algunos altos cargos y funcionarios de la Administración en Washington apagaron la televisión durante la rueda de prensa. Lo que habían visto ya les dejó bastante perplejos. La reacción en EEUU ha sido en general tan virulenta que las autoridades rusas, que salieron inicialmente muy satisfechas de la cumbre, vieron después que tenían que bajar las expectativas. Ese optimismo inicial no tiene muchas posibilidades de cumplirse. Y con el progreso de las investigaciones de Mueller, con o sin ‘Manchurian Candidate’, las relaciones entre ambos países no cuentan con un gran futuro en el hiperbólico debate político de Estados Unidos.

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Trump se quedó tanto solo que a su vuelta a Washington se vio obligado a rectificar, algo poco frecuente en él. Con un texto preparado, afirmó que se equivocó porque debía haber utilizado una doble negación. «La frase debería haber sido ‘no veo ninguna razón para que no fuera Rusia’, una especie de doble negación. Así que pueden escribir eso y creo que probablemente queda ya bastante claro. He dicho en numerosas ocasiones que nuestros servicios de inteligencia descubrieron que los rusos interfirieron en nuestras elecciones».

Lo que no es exactamente cierto, pero tampoco sorprendente dada la singular relación de Trump con los hechos.

Hay más, siempre hay más con Trump. Un reportero de CNN descubrió que el texto que el presidente tenía delante incluía una frase escrita con rotulador (Trump usa rotuladores cuando tiene que corregir un texto). Decía «no hubo colusión» (pacto entre dos personas para perjudicar a otra), un desmentido que ha empleado con frecuencia en Twitter. Estaba escrito, pero esta vez decidió no pronunciar esas palabras.

Y ahora con sus propias palabras.

En la rueda de prensa de Moscú no estaba leyendo un texto, sino hablando. En definitiva, diciendo lo que realmente piensa. El problema no era una frase concreta o una doble negación desaparecida, sino que en el contexto de toda su intervención Trump restó validez a las acusaciones contra Rusia y dio credibilidad al desmentido de Putin.

Hubo una reunión antes de esta última comparecencia de los principales miembros del Gabinete de Trump (Defensa, Estado, Tesoro, CIA, Inteligencia y otros) para analizar la tormenta provocada por la visita a Rusia. Según Bloomberg, fueron el vicepresidente y el secretario de Estado los que le convencieron en privado de que debía rectificar.

Si Trump quería inaugurar una nueva etapa de distensión con Rusia, parece que ese impulso ha muerto antes de poder despegar. Aunque para estar seguros, habrá que revisar su cuenta de Twitter en los próximos días.

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