¡Que vienen los rusos! (una historia de hackers y candidatos)

que vienen los rusos

El último campo de batalla entre EEUU y Rusia es el ciberespacio y el escenario, las elecciones presidenciales norteamericanas. Lo primero no es sorprendente. Lo segundo no estaba en el manual de las relaciones, ya completamente rotas, entre ambos países. ¿Puede Rusia condicionar el resultado de las elecciones de noviembre? ¿Está en condiciones de hacer algo que, a partir de cierto punto, está incluso fuera del alcance de la Casa Blanca?

Las filtraciones hechas públicas por Wikileaks han sacado a la luz las comunicaciones internas de la dirección del Partido Demócrata y los emails de John Podesta, jefe de la campaña de Hillary Clinton. Si sus autores pretendían propinar un golpe decisivo a la campaña de Clinton, no lo han conseguido, pero es obvio que han servido para cuestionar la reputación de la candidata y su mensaje sobre ciertos temas. Como mínimo, ella ha quedado en evidencia al conocerse fragmentos de los discursos que dio, contratada por bancos como Goldman Sachs, y que ella se había negado a hacer públicos.

Parece claro que Putin desea una victoria de Trump sobre Clinton. Al igual que no es extraño que otros países europeos o de Oriente Medio tengan sus propias preferencias, en este caso, de Clinton sobre Trump. Por más que Trump haya hecho las acostumbradas promesas de amistad eterna con Israel en un candidato republicano, el Gobierno de Netanyahu puede estar más seguro con Clinton. Alemania pensará lo mismo después de escuchar a Trump decir que los aliados de EEUU en la OTAN deberían destinar más fondos a su presupuesto de defensa. Wolfgang Schäuble nunca ha estado muy interesado en aumentarlos.

Desear algo no es lo mismo que presionar para que ese hecho se produzca y, aún más, tener éxito en esa misión. En relación a Putin, es más relevante saber lo que está haciendo en Siria con vistas a una posible llegada de Clinton a la Casa Blanca. En su etapa de secretaria de Estado, se mostró favorable a aumentar la ayuda militar a los insurgentes sirios para que derrocaran a Asad, al menos mucho más que Obama. Pero si cuando llegue ella al poder el 20 de enero, Damasco controla todo Alepo y el desenlace de la guerra está decidido, en ese caso sus opciones se reducen. La ofensiva del Gobierno sirio con el apoyo de la Fuerza Aérea rusa sobre Alepo busca precisamente eso. No ya ganar la guerra, sino además impedir una futura respuesta norteamericana.

Washington ha acusado a Moscú de ser el responsable del hackeo sufrido por el Partido Demócrata. Afirmó que el ataque pretendía «interferir en el proceso electoral de EEUU». Como es habitual en los asuntos de espionaje, a día de hoy no ha presentado pruebas irrefutables al respecto. Según NBC News, la CIA prepara un ciberataque de respuesta contra Rusia, y específicamente contra Putin, lo que resulta extraño, ya que este tipo de operaciones no se suelen difundir ni filtrar a los medios.

El vicepresidente Biden casi ha confirmado esa información, pero sin concretar nada. Puede ser una amenaza real, una operación de guerra psicológica o un intento de aparentar ante los medios que los rusos se llevarán su merecido.

Es sabido que Wikileaks cuenta con un sistema preparado para no conocer el origen del material que le llega. También es cierto que la cuenta de Wikileaks en Twitter no ha distribuido esa información como si fuera una filtración más. Está bastante claro que Julian Assange está haciendo todo lo posible para que Clinton no sea elegida. La animadversión personal entre ambos no es una noticia que pueda sorprender a nadie. Wikileaks distribuyó 250.000 telegramas diplomáticos del Departamento de Estado, cuando Clinton dirigía la diplomacia norteamericana y le obligó a un intenso ejercicio de control de daños. Assange acusa desde entonces a EEUU de intentar detenerle y encarcelarle, y de ser en última instancia responsable de que lleve varios años recluido en la embajada ecuatoriana en Londres por una acusación de violación y abusos sexuales en Suecia.

Quizá Assange piense que tendría más fácil algún tipo de indulto con Trump como presidente (lo que es dudoso). Quizá el hackeo de los demócratas haya sido realizado por los servicios de inteligencia rusos y hayan conseguido entregar la información a Wikileaks sin dejar rastro. Imposible saberlo ahora mismo.

Varios medios norteamericanos acusan a Assange de haberse convertido en una herramienta de los servicios de inteligencia rusos. El NYT dedicó un largo reportaje a esa conexión. Empezaba reconociendo que no hay pruebas de «una relación directa» entre Wikileaks y Moscú, pero que Rusia se había visto beneficiada «a menudo» por las revelaciones hechas públicas por la organización dirigida por Assange, mientras que Occidente se ha visto perjudicada.

Habría que añadir ahí que entre los grupos favorecidos por Wikileaks ha estado The New York Times, que colaboró con Wikileaks en la difusión de material secreto o confidencial en el pasado. Ya sin ninguna relación con Assange, el NYT también ha publicado artículos sobre los emails del Partido Demócrata y de la campaña de Clinton sin preocuparle demasiado esa ‘conexión’ rusa.

Es una paradoja que no es la primera vez que sucede. Algunos medios atacan a Wikileaks, pero no tienen inconveniente en utilizar el material que difunde cuando cuenta con interés informativo, lo que ocurre con frecuencia. Y como decían en este debate en CNN, es muy interesante leer sobre las deliberaciones internas de una campaña cuando aún no ha terminado.

La campaña de Clinton sostiene que los medios no deberían publicar los emails conseguidos por el hackeo de la cuenta de Podesta al tratarse de material obtenido de forma ilegal. Glenn Greenwald explica en detalle por qué es legítimo informar de su contenido para un medio de comunicación. Hay que considerar antes si esos datos son auténticos y después si es de interés público informar sobre ellos. Si es así en ambos casos (en el caso de los emails de Podesta parece claro que se cumplen las dos condiciones), el periodista no sólo tiene el derecho de utilizarlos, sino incluso la obligación.

Cita también lo que dijo unos días atrás el periodista del NYT que dio la exclusiva sobre la declaración de la renta de Trump en 1995. David Brastow comentó que le daba igual cuál fuera la intencionalidad de la fuente que le pasó el documento de forma anónima. El papel daba pistas sobre lo poco o nada que ha podido pagar en impuestos directos Trump desde entonces. Es una información de interés para el votante sobre un asunto que el candidato se ha negado a informar, a pesar de que es tradición hacerlo en las campañas presidenciales de EEUU.

Pero si la intencionalidad de la fuente nos lleva a Rusia, parece que estas ideas saltan por la ventana y dejan paso a las viejas sospechas sobre el enemigo exterior y sus cómplices internos en un remedo maccarthysta del peligro rojo del pasado. Algunas de las imputaciones son además difíciles de creer. El congresista demócrata Adam Schiff, miembro del Comité de Inteligencia de la Cámara, expresó en público su temor de que los hackers rusos puedan borrar o manipular los listados de votantes provocando confusión y retrasos el día de votación. Su opinión aparece reflejada en este artículo del NYT, cuyo autor se ve obligado a apuntar entre paréntesis que las máquinas de votación en EEUU no están conectadas en Internet, lo que hace imposible que sean hackeadas desde fuera.

Uno pensaría que un congresista norteamericano sabe cómo funciona el sistema electoral de su país, pero en la situación actual se diría que eso es pedir demasiado.

Hace unos días, el principal portavoz de la campaña de Clinton se lanzó en una serie de tuits a atacar a Wikileaks («brazo de propaganda del Gobierno ruso») y los medios de comunicación («los medios deben de dejar de tratar a Wikileaks como si fuera FOIA (por la ley que permite a los ciudadanos tener acceso a documentos de la Administración). Assange está colaborando con el Gobierno ruso para ayudar a Trump».

Se puede entender que John Podesta esté enfurecido por la filtración de sus mensajes y se dedique a burlarse de Assange en Twitter, pero el portavoz debería saber que no es muy inteligente pretender dar órdenes a los medios por creer que perjudican a su campaña. Es lo que también ha intentado Trump sin mucho éxito.

Esta loca y delirante campaña electoral ha parecido por momentos una versión política de la comedia ‘¡Que vienen los rusos!’. La confrontación entre EEUU y Rusia es muy real en varios frentes estratégicos y especialmente importante en relación a la guerra de Siria. Pero en términos de interferencia en procesos electorales ajenos, es imposible superar la reputación de EEUU en ese campo. La lista de elecciones en Europa, Latinoamérica, África o Asia en la que Washington ha intervenido desde 1945 para favorecer a un partido político o perjudicar a otro es demasiado larga como para detenerse ahora en ella. Que ahora algunos crean que un país de menor desarrollo tecnológico y militar que EEUU como Rusia pueda influir en la campaña norteamericana es una especie de muerte de la ironía.

James Banford recuerda el caso reciente, conocido gracias a Edward Snowden, del espionaje a la campaña del actual presidente mexicano Peña Nieto. Hay algunas cosas más interesantes en el artículo de este experto en la NSA, sobre la que ha escrito varios libros, como que el país con el mayor poder para emprender una ciberguerra es indudablemente EEUU. La NSA ha sumado sus activos para la ciberguerra con los de las Fuerzas Armadas para crear un gran centro, ahora en construcción, que tendrá 14 edificios y un presupuesto de 3.200 millones de dólares. Snowden le contó que las capacidades de la NSA no son simplemente de vigilancia, sino sobre todo de ataque, como ha demostrado en más de una ocasión.

 

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