La última victoria de Sanders es una buena noticia para Clinton

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Gran victoria de Bernie Sanders en las primarias de Wisconsin, 57%-43% sobre Hillary Clinton. ¿Cuál es la parte negativa? Según la estimación de CNN, ese triunfo le concedió 48 delegados para la convención, diez más que a su rival. Eso hace que el marcador hasta estas fechas conceda a Clinton 1.280 delegados, frente a los 1.030 del senador de Vermont (sin contar los superdelegados). Una diferencia de 14 puntos en un Estado importante le da sólo un puñado de delegados a su favor. A este ritmo, no llega.

Las siguientes citas relevantes son en Nueva York y Pennsylvania, donde de momento los sondeos dan a Clinton ventajas muy claras.

Sanders ha conseguido inspirar a la base más progresista del Partido Demócrata (y ahí hay que recordar el dato de que Sanders es un senador independiente, no forma parte del grupo de los demócratas en el Senado), y por eso en las encuestas nacionales está muy cerca de Clinton (49,7%-43,8%, según la media de RCP). Pero las primarias se ganan en el recuento de delegados, y ahí Clinton ha aprendido las lecciones de su catastrófica derrota ante Obama en 2008. Una campaña se hace maximizando tus recursos, apostando por los Estados más importantes en los que puedes ser fuerte, gastando sólo el dinero imprescindible en aquellos donde tienes pocas posibilidades, y acariciando la oreja de los sectores más propicios para tu mensaje (minorías, sindicatos, lobbies…).

Las primarias norteamericanas no son una campaña nacional, sino una contienda que se juega paso a paso, Estado a Estado, sumando apoyos, reduciendo el margen de error. A veces, gana el político más brillante; a veces, el político que menos se arriesga (y estos luego lo pasan muy mal cuando se enfrentan al elegido por el otro partido). Como es obvio, no siempre produce el mejor candidato para ganar unas elecciones presidenciales.

Una vez más, en Wisconsin se repitieron las tendencias que han caracterizado el duelo demócrata desde el principio. El apoyo a Sanders fue arrollador entre los votantes de menos de 45 años (73%). Su rival recibió el 62% de los votos de los jubilados. Clinton pasó la mayor parte de su tiempo de campaña en Milwaukee, donde está el 70% de la población negra de Wisconsin. Siete de cada diez votantes afroamericanos votaron a la exsecretaria de Estado. Sanders recibió un apoyo masivo entre las personas más preocupadas por la situación económica y la desigualdad. La población de Wisconsin es de raza blanca en un 88%, lo que daba ventaja a Sanders (no ocurrirá lo mismo en Nueva York y Pennsylvania).

Sanders sabía que tenía que ganar en Wisconsin y gastó el dinero necesario: 3,3 millones de dólares en anuncios televisivos, un millón más que Clinton. Los números que destaca el NYT revelan a las claras que son dos campañas que se dirigen a personas muy diferentes: «En marzo, Sanders recaudó 44 millones, la mayoría en pequeñas donaciones recibidas vía Internet, comparados con los 29,5 millones conseguidos por Clinton, que ha interrumpido la campaña con frecuencia para asistir a actos de recaudación, incluido uno el martes por la noche en el Bronx (Nueva York), en el que se pedía a los donantes que aportaran el máximo de 2.700 dólares por persona».

Sanders no es Obama. Esta vez, Clinton ha conseguido mantener entre la gente que puede dar dinero a su candidatura la idea de que es la candidata inevitable. Las aportaciones económicas en las campañas de EEUU son una mezcla de idealismo y pragmatismo. A nadie le gusta tirar el dinero y, como comprobó Clinton hace ocho años, pocos aflojan la cartera para sostener una candidatura que hace aguas.

Siendo Clinton como es, su capacidad para decepcionar a sus seguidores es notoria. Esta semana ha dicho que desde luego que es compatible ser feminista con estar en contra del aborto legal. Es una afirmación que tiene que dejar con la boca abierta a muchas de las votantes demócratas a las que ilusiona que haya una presidenta en la Casa Blanca. Pero Clinton no puede evitarlo. Siempre está ‘triangulando’, por utilizar la expresión que se hizo famosa en los tiempos de Bill Clinton, cuando sus asesores intentaban cubrir el mayor espacio político posible: defender políticas progresistas, pero con un ojo puesto en los votantes centristas; apelar a la ilusión de las bases, pero sin dar la impresión de que se desdeña a aquellos que han votado en el pasado a los republicanos.

Eso hace que Clinton parezca lo que es, una política astuta –no brillante– que dirá lo que sea necesario en función de la audiencia que tenga delante. Alguien no especialmente sincero. Por eso, en las encuestas siempre está por detrás de Sanders cuando se pregunta por el candidato más honesto.

El pragmatismo de Clinton no es negativo por definición para sus aspiraciones. Con el espectáculo tétrico de las primarias republicanas, en las que a día de hoy todo se reduce a un duelo entre Trump y Cruz, el votante tradicional demócrata tiene motivos para apostar sobre seguro.

John Judis escribe con razón que lo mejor que le puede pasarle es que Sanders no tire la toalla:

Si Sanders renunciara ahora, o después del 26 de abril, probablemente Clinton pasaría su tiempo con multimillonarios y en interminables reuniones con los mismos asesores responsables de su mediocre campaña. Necesita encontrar la forma de llegar a alguien más que a los jubilados afroamericanos que ya le van a votar de todas las maneras. Continuar la campaña contra Sanders es la mejor forma de conseguirlo.

La única manera de que su campaña no se convierta en un encefalograma plano es que Sanders siga peleando.

He sacado del artículo este párrafo. Hay un gran error. La respuesta equivocada sobre la forma de entrar en el Metro de Nueva York no es de Clinton, sino de Sanders:

«Cualquiera que piense que Clinton sabe de verdad cómo viven sus votantes no reside en este planeta. En Nueva York le preguntaron si sabía cómo se paga para entrar en el Metro (una pregunta como la que hicieron en España sobre el precio de un café a los candidatos). Dijo que se pagaba para conseguir una ficha y se entraba. No sabía que se utiliza un abono de transportes llamado MetroCard. Año en que se puso en marcha ese sistema: 2003.»

Sanders es senador por Vermont y trabaja obviamente en Washington. Nació y creció en Brooklyn, pero eso fue hace mucho tiempo. La anécdota llamaba la atención con Clinton porque fue dos veces senadora por Nueva York. No tanto al revés. Mil perdones.

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