Siete mil palabras para entender la visión imperial de Putin

No es habitual que el presidente de un país publique un artículo de 7.000 palabras para explicar su visión sobre un conflicto internacional y que dedique una buena parte de él a sus orígenes históricos varios siglos atrás. Es lo que hizo Vladímir Putin en julio de 2021 con el título «Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos». El texto se envió a todos los miembros de las Fuerzas Armadas rusas en un claro aviso de que algún día tendrían que asumir la misión de defender esa interpretación de la historia. Putin reiteró sus ideas el pasado lunes en el discurso televisado con el que anunció el reconocimiento de la independencia de dos provincias del Este ucraniano.

Para sustentar su firme convicción de que el Gobierno ucraniano no tiene derecho a tomar decisiones políticas que contradigan las ideas en las que se apoyó el imperio ruso a lo largo de siglos, Putin afirma que «rusos y ucranianos forman un solo pueblo». La soberanía ucraniana y sus fronteras reconocidas internacionalmente desde la desaparición de la Unión Soviética son elementos secundarios. «En primer lugar, quiero destacar que el muro que se ha levantado entre Rusia y Ucrania en los últimos años, entre las partes de lo que es esencialmente el mismo espacio histórico y espiritual, son en mi opinión una gran desgracia y tragedia», escribe Putin.

El presidente ruso ha acusado a los países occidentales en numerosas ocasiones de debilitar y aislar a Rusia a través de la ampliación de la OTAN a Europa del Este desde los años noventa. Pero el mayor responsable en tiempos contemporáneos de lo que él llama una tragedia es la revolución bolchevique de 1917, junto a las decisiones tomadas en la formación de la URSS. El lunes, lo reiteró en los términos más claros: «Comenzaré con el hecho de que la Ucrania moderna fue totalmente creada por Rusia o, por ser más precisos, por la Rusia bolchevique y comunista». Lenin es descrito como el responsable de la creación de una federación de repúblicas a las que se reconocía el derecho teórico a la secesión.

El comunismo creó una estructura estatal falsa «que aseguraba la existencia de tres pueblos eslavos separados, rusos, ucranianos y bielorrusos, en vez de una gran nación rusa», escribe en el artículo de 2021. Califica ese hecho como de «robo a Rusia».

Putin no acepta que la voluntad democrática de los ciudadanos de esos tres países pueda vulnerar esa realidad preexistente. Por eso, no menciona el referéndum celebrado en Ucrania en 1991. Con una participación del 84% de los votantes, más del 90% votó a favor de la independencia del país.

La visión imperial de Putin se remonta a los tiempos en que aún no existía Moscú. Viaja mil años atrás para recordar la Rus de Kiev, la federación de tribus eslavas iniciada a finales del siglo IX, cuya mayor extensión alcanzó desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro, y que fue finalmente aniquilada por la invasión mongol en el siglo XIII. La religión cristiana ortodoxa cobra un papel esencial en esa comunión cultural y «aún determina hoy en gran parte nuestra afinidad» entre rusos, ucranianos y bielorrusos.

Putin se refiere a hechos históricos probados a los que suma una interpretación mítica de los orígenes de Rusia, un mecanismo de interpretación y manipulación de la historia que ha existido en la mayoría de las naciones europeas. La diferencia es que Putin cree firmemente en ello y fundamenta su política en esa visión del pasado. Por encima de los votos de los ciudadanos en el presente, está la historia y la religión. Ni siquiera las fronteras actuales tienen más valor que el mito sobre el que se ha construido la nación.

La identidad ucraniana no es ya un factor secundario para él, sino que ni siquiera existe o sólo existe para socavar los intereses de Rusia, entendida no como un Estado moderno, sino como una herencia cultural irrenunciable. Putin se muestra despectivo con la idea de Ucrania y llega a decir que el nombre del país procede de la vieja palabra rusa ‘okraina’, que significa periferia, que dice que «aparecía en textos del siglo XII para referirse a territorios fronterizos».

Para justificar la agresión militar iniciada este jueves, Moscú alega que los ciudadanos rusohablantes de Ucrania son atacados en su país y merecen ser defendidos. «No sería una exageración decir que el camino de la asimilación forzada, la formación de un Estado ucraniano étnicamente puro y agresivo hacia Rusia, es comparable a las consecuencias del uso de armas de destrucción masiva contra nosotros», escribe en julio.

Como ha ocurrido en otros conflictos en los países surgidos de la antigua URSS, como Georgia y Moldavia, Putin se arroga el papel de defensor de esas minorías e impone la soberanía limitada de sus gobiernos a la hora de tomar decisiones sobre política exterior y de defensa.

«Putin no puede imaginar que Ucrania no sea parte de la esfera rusa de intereses. Cree que algún día habrá un cambio en la élite política de Ucrania y que Ucrania volverá a Rusia», ha dicho Vigaudas Usackas, un exministro lituano de Exteriores que se reunió con Putin en varias ocasiones cuando era representante de la Unión Europea en Moscú. Por eso, resulta esencial impedir que Occidente aumente su influencia en Kiev a través del ingreso del país en la UE o en la OTAN. Eso supondría alcanzar un punto de no retorno que alejaría a Ucrania para siempre de la órbita rusa.

La gran paradoja es que el ataque militar a Ucrania reforzará aun más los sentimientos nacionalistas ucranianos, como ya ocurrió en 2014, además de convencer a la inmensa mayoría de sus ciudadanos de que Rusia es la mayor amenaza a la supervivencia política y cultural de su país. Al igual que ha ocurrido con otros imperios, el intento de emplear la fuerza militar para sofocar los desafíos a los intereses de la metrópoli sólo servirá para impulsar a sus adversarios.

Sin embargo, en el plano interno Putin mantendrá su posición como gran salvador de Rusia, el único capaz de hacer frente a la humillación sufrida por el país cuando dejó de ser una superpotencia imperial y pasó en los años noventa a convertirse en un mendigo del que Occidente se aprovechó sin recato. Todo desafío a su autoridad será considerado como un desafío a la nación, un elemento esencial en cualquier sistema político autoritario.

Toda la carrera política de Putin ha tenido como gran objetivo revertir las consecuencias de la ruptura de la URSS y la creación de nuevos países independientes liberados del control de Moscú. Con países como Kazajistán, al que envió tropas rusas hace unas semanas para asegurar la supervivencia del Gobierno, le vale con mantener intensas relaciones políticas y económicas. Con Ucrania y Bielorrusia, es diferente. Forman parte del imaginario histórico del imperio ruso. No puede tolerar que abandonen la tutela de Moscú.

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