Sobre las decapitaciones de ISIS y nuestro brillante pasado

¿De dónde ha sacado ISIS la espantosa idea de decapitar a sus rehenes? Conocemos los casos de Daniel Pearl en Pakistán y Nick Berg en Irak. Berg fue asesinado por el grupo que dirigía Al Zarqaui en Irak, que está en el origen del actual ISIS. En Arabia Saudí, cortar la cabeza del condenado es la forma habitual de aplicar la pena de muerte (vídeo). En agosto, hubo 19 ejecuciones. Ocho de los ajusticiados lo fueron por delitos no violentos (siete por tráfico de drogas y uno por «brujería»).

Los miembros de ISIS fusilaron a sangre fría a centenares de soldados iraquíes tras ocupar la ciudad iraquí de Tikrit. Pero fue la decapitación de tres rehenes occidentales la que despertó la atención de los gobiernos y la opinión pública occidentales, aunque ha habido otros muchos casos, en los que las víctimas eran iraquíes, sirios o libaneses. Todo eso ha permitido denunciar de forma incuestionable la violencia fanática de este grupo yihadista, así como la comisión de crímenes de guerra.

¿Son estas decapitaciones la prueba palpable de que ISIS es mucho peor que Al Qaeda, o que, como se ha escrito, es una combinación de “Al Qaeda, los jemeres rojos y los nazis”?

 

El tuit se refiere a Lucien de Montagnac, un teniente coronel francés responsable de atrocidades en la batalla de Sidi-Brahim (1845), como se puede apreciar en la imagen. Fue una más de las muchas que se produjeron en la invasión de Argelia, en la que se calcula que murieron unos 800.000 argelinos a lo largo de varias décadas. Más que una guerra en sentido estricto, fue una política de exterminio alentada desde la metrópoli.

No hablamos de la Edad Media, la Guerra de los Cien años o la Guerra de los Treinta Años, sino del mucho más ‘civilizado’ siglo XIX.

Lo que me llama la atención es que cuando en nuestros países analizamos esa época, cuando celebramos las gestas del siglo XIX, nunca decimos que fue una época marcada por la barbarie, la inmoralidad o las salvajadas más inmundas protagonizadas por Occidente en África y Asia. En los libros se pueden encontrar menciones, a veces muy extensas, a esa realidad, pero nunca una definición de esa época en los términos en que ahora se describe a ISIS. Como mucho, aparecen en el capítulo dedicado a los «excesos», como si la responsabilidad de esos crímenes fuera de algunos individuos, de excepciones, y no de un sistema político y económico.

Y, por si es necesario decirlo, no quiere decir que estemos exagerando ahora la violencia de los yihadistas, sino que siempre encontramos razones para entender o justificar, o ambas cosas, los crímenes que cometimos en tiempos no tan lejanos.

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