Trump se arriesga a una derrota, pero no ha perdido la capacidad de dictar la agenda política

Las elecciones legislativas de mitad de mandato presidencial suelen dar malos resultados al partido que controla la Casa Blanca. Eso lo sabemos todos. Incluso presidentes con un nivel de apoyo superior al 50% (Carter en 1978, Bush en 1990 o Reagan en 1986) vieron cómo su partido perdía escaños. Los presidentes lo saben y se exponen lo justo en esa campaña para no tener que asumir la responsabilidad del fracaso.

No es el caso de Trump. El presidente, que cuenta con algo más del 40% de apoyo en la mayoría de los sondeos, ha dado mítines en varios estados donde su presencia puede marcar la diferencia. Es cierto que ha ignorado distritos que serán importantes para la Cámara de Representantes, como si la diera por perdida, y se ha centrado en intentar que los republicanos mantengan o amplíen su mínima mayoría en el Senado. Las encuestas indican que tendrá éxito en esto último.

«Al hacer campaña con mensajes claramente de contenido racial, el Partido Republicano ha puesto en la urna un estilo explosivo de hacer política», escribe Matt Viser en The Washington Post. «Si mantiene el control de la Cámara de Representantes, la idea de una campaña construida sobre ataques duros de corte racial sobre los inmigrantes y las minorías quedará validada. Por otro lado, una derrota podría hacer que algunos republicanos reclamaran que el partido revise su dirección, pero eso chocaría con un presidente al que le encanta la retórica más extrema».

Trump no habría llegado a la Casa Blanca sin su apuesta por el resentimiento racial, claramente racista en muchas ocasiones. Resulta improbable que vaya a cambiar de estrategia incluso si su partido pierde la Cámara de Representantes.

Los excelentes datos de creación de empleo hubieran permitido a los republicanos hacer una campaña basada en la economía con la seguridad de que muchos de sus votantes están dispuestos a votar contra sus bolsillos. Puede que no se hayan visto muy beneficiados por el recorte de impuestos, como sí lo han sido las rentas más altas o las empresas, pero es un voto cautivo por razones políticas o culturales desde hace décadas.

Eso no ha importado a Trump, que ha continuado con su obsesión por la inmigración, convirtiéndola en el tema central de su campaña, ofreciendo sus acostumbrados comentarios xenófobos y referencias firmemente ancladas en la paranoia sobre la caravana de migrantes que partió de Honduras y que ahora está en México a más de mil millas de la frontera con EEUU. Ha ordenado el envío de 5.000 militares, vestidos con sus cascos y sus chalecos de kevlar como si estuvieran en una zona de guerra, para conseguir una imagen que ha estado en todos los medios de comunicación.

Al igual que en la campaña que le dio la victoria en 2016, ahora anuncia que el país está a punto de ser invadido por una turba de delincuentes e inexistentes terroristas de Oriente Medio. El miedo le dio el derecho a usar el Despacho Oval, y ese es un recurso que no va a soltar.

Josh Hawley, candidato republicano a senador por Missouri, da una imagen algo más matizada sobre cómo ven los votantes republicanos a Trump. Explica al Post que el presidente consiguió en ese Estado mejores resultados que los anteriores candidatos republicanos por su capacidad para ocuparse del miedo de los votantes a perder su estilo de vida: «Eso está en peligro por los tipos que se llevan los empleos de aquí al extranjero. Está en peligro por unos salarios más bajos. Está en peligro por un sistema de inmigración que no funciona para los trabajadores de este país. El presidente dijo muchas cosas (en 2016) que los tipos de aquí pensaban desde hace mucho tiempo pero que nadie estaba dispuesto a decir».

El miedo al que se refiere es el miedo del hombre blanco, sobre todo si tiene más de 40 años, no vive en grandes ciudades y no tiene formación universitaria.

Hawley y la actual senadora, Claire McCaskill, están igualados en los sondeos. En Missouri, Trump ganó en 2016 por 19 puntos de diferencia y su índice de apoyo actual supera el 50%. Por eso, McCaskill ha destacado en su campaña que sus ideas no son tan diferentes a las de Trump y que no es una de «esos locos demócratas», refiriéndose a los que denuncian al presidente con más agresividad.

29 estados han sobrepasado el número de votantes que ejercieron su derecho antes del día de las elecciones en anteriores comicios. En tres han votado más personas antes que todas las que votaron allí en 2014. Son Arizona, Nevada y Texas.

Sería un error pensar que todo ese extra de participación beneficiará a los demócratas. Tenemos el precedente de 2004. En Ohio la campaña de John Kerry consiguió cifras récord de participación  de votantes demócratas que en otras circunstancias le hubieran garantizado la victoria. Pero resulta que George Bush hizo lo mismo en el que fue el Estado clave de esos comicios.

Los republicanos tienen un núcleo duro de votantes más fieles que van a las urnas cada dos años como un reloj. El electorado demócrata se moviliza en las presidenciales, pero mucho menos en las legislativas de mitad de mandato, en especial en el caso de las minorías y los jóvenes. Ahora han hecho un esfuerzo especial por todo el país para cambiar esa tendencia y propinar a Trump la primera derrota en las urnas desde que fue elegido.

En uno de sus últimos artículos antes de que se abran los colegios, Nate Cohn, del NYT, admite de entrada la condición de favoritos de los demócratas en la Cámara de Representantes, pero no oculta que los sondeos dan diferencias muy escasas en los 30 distritos que ahora están demasiado igualados para conocer el desenlace. En 20 de esos distritos, la diferencia es de sólo dos puntos, lo que quiere decir que cualquiera puede ganar. Eso sí, los demócratas no tienen que ganar en todos ellos para obtener la mayoría absoluta.

Es en este momento cuando conviene ofrecer algún ejemplo del diseño delirante pero políticamente muy calculado de tantos distritos electorales en EEUU. Con ustedes, el distrito 35 de Texas.

El control republicano del legislativo de Texas les permitió ‘dibujar’ este distrito que agrupa las ciudades de San Antonio y Austin a lo largo de unos 150 kilómetros en una forma que recuerda a una salamandra o cualquier otro bicho con la cola muy larga. ¿Quién gana ese distrito? Los demócratas, claro. En las tres últimas elecciones, Lloyd Dogget ante la misma candidata republicana, Susan Narvaiz. Sus porcentajes de voto desde 2012: 63,9%, 62,4% y 63%.

Pero así todos esos votantes urbanos demócratas se agrupan en un solo distrito y no ‘contaminan’ otros donde los republicanos mantienen sus escaños. Diabólico y efectivo.

Más allá del resultado electoral definitivo, es indudable que Trump ha marcado los mensajes que más peso han tenido en la campaña en la cobertura hecha por los medios nacionales. Esos medios han cuestionado con datos algunas de las mentiras de Trump sobre la caravana de migrantes centroamericanos. Lo han hecho, pero picando el anzuelo que tendía Trump al dedicar un espacio exagerado a este tema, como expliqué hace unos días. El balance general no puede ser más satisfactorio para Trump.

The New York Times y The Washington Post han dedicado 115 artículos a la caravana y su impacto político en sus ediciones en papel. Hasta el 2 de noviembre, ambos diarios tuvieron una noticia sobre una crisis inventada por Trump durante nueve de los diez días anteriores.

Muchos otros medios o las televisiones, que se guían para sus decisiones sobre lo que aparece en estos periódicos, han replicado esas prioridades. No para suscribir todo lo que decía Trump, pero sí prestando atención a un asunto que, con independencia del impacto electoral que pueda tener, interesa especialmente al presidente.

El partido de Trump puede sufrir una derrota clara en la Cámara de Representantes, lo que le supondría a él enormes dolores de cabeza en el resto de su mandato. Aún mantiene su capacidad de imponer la agenda nacional sobre la que giran políticos y medios de comunicación.

En política quien marca los términos del debate tiene cubierta la mitad del terreno de juego.

Y ahora el humor. En Saturday Night Live, parodian las informaciones de Fox News sobre la caravana de migrantes. En este caso, la diferencia entre parodia y realidad no es tan grande como podemos creer.

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