Un cadáver en Downing Street

Cuando todo ha salido mal, algunos líderes tienen la extraña capacidad de empeorar las cosas hasta el punto de colocarse a sí mismos en una posición insostenible. Es lo que hizo Theresa May en su discurso ante Downing Street después de recibir de la reina el encargo de formar Gobierno. Con la misma arrogancia y frialdad con la que convocó elecciones, la primera ministra habló de estabilidad y certidumbre como atributos de su futuro Gabinete. Ninguna autocrítica ni reconocimiento del fracaso por la decisión de convocar elecciones. Si una mayoría de 17 escaños no era suficiente para afrontar con seguridad las negociaciones del Brexit, ¿cómo puede garantizar el éxito habiéndose quedado a ocho escaños de la mayoría absoluta?

May no sólo no ha quedado blindada por las urnas frente a su partido y la oposición, sino que ahora está expuesta a la ira tory. Pocos partidos hay más implacables que los conservadores británicos a la hora de hacer pagar a sus máximos dirigentes no estar a la altura de sus supuestas virtudes de liderazgo. En especial, cuando esos líderes se han rodeado de un círculo de aduladores y han menospreciado a los ministros.

Downing Street maniobró para que la victoria fuera sólo de May –y de ahí que en los primeros carteles el nombre del partido apareciera muy pequeño–, y ahora los dirigentes tories le están recordando que la derrota es sólo suya. Los más enfurecidos afirman además que pagará por ella.

En la noche del viernes, las portadas de los periódicos del día siguiente dejaron claro que la guerra ha comenzado. Los mismos diarios que habían apoyado a muerte a May y se habían lanzado contra Jeremy Corbyn como si fuera la reencarnación de Satanás, informaron del sombrío futuro de May.

Eran los periódicos que habían fabricado la imagen de Theresa May como una roca inamovible y que luego quedaron perplejos ante los giros y rectificaciones ocurridos en una caótica campaña. Una mezcla de Margaret Thatcher e Isabel I de Inglaterra adecuada para estos tiempos turbulentos se había convertido en lo que en realidad siempre: una persona tímida y reservada que confía en muy poca gente, que siente aversión a las entrevistas en los medios, y que mantiene a distancia a los demás dirigentes del partido.

«Los tories se vuelven contra May», titulaba en portada el Daily Mail. Las opiniones recogidas entre diputados tories indicaban que su reelección es un trámite obligado por las circunstancias. En seis meses o menos, esperan su dimisión. Los nombres de varios candidatos al relevo –Boris Johnson, David Davis, Amber Rudd, Michael Gove…– ya están en las portadas.

«May contempla el abismo», tituló The Times, cuyo editorial era especialmente duro con ella por su discurso de la mañana del viernes: «En su determinación de controlar el mensaje, ha desarrollado la desgraciada costumbre de insultar la inteligencia de los votantes».

A corto y medio plazo, es más grave para May que los diputados conservadores se sientan insultados. O los que han perdido el escaño. Uno de estos últimos hizo un balance bastante atinado del estilo de May en una sola frase: «No se puede dirigir el Gobierno desde una torre de marfil».

Iain Martin, otro de los periodistas que siempre la apoyaron, ha hablado con miembros del Gobierno y dirigentes del partido, y algunos están tan furiosos con ese discurso como para intentar que May no sobreviva a la próxima semana. Eso sólo sería posible si los pesos pesados del Gobierno pactaran un nombre para relevar el lunes a la primera ministra.

Para ello, los ‘backbenchers’ (diputados sin cargo en la Administración) deberían aceptar que nadie más se presentara como candidato. En ese caso, debería llevarse a cabo un proceso de votaciones en el grupo parlamentario, y nadie cree que el país aceptaría de buen grado un espectáculo de divisiones internas como el que se vio en las anteriores primarias.

Puede parecer exagerado, pero May es muy consciente de ese peligro. Por eso, en la tarde del viernes anunció que los cinco principales miembros de su Gabinete continuarán en sus puestos. También Philip Hammond, ministro de Hacienda, al que se negó a confirmar en la cartera en una entrevista durante la campaña. De repente, a May le entró prisa. Al prescindir de alguno de ellos, corría el riesgo de convertirlo de forma automática en candidato a la sucesión.

Theresa May tiene ahora el cargo, pero no el poder. Los diez votos del DUP –partido unionista del Ulster– tendrán un precio muy alto, aún por definir. Las instituciones del Ulster se encuentran en estado de animación suspendida. El Sinn Féin se retiró del Gobierno por las acusaciones de corrupción contra la líder del DUP. Se celebraron unas elecciones que no solucionaron nada. El acuerdo anterior entre DUP y Sinn Féin para gobernar juntos ahora parece imposible y la alternativa –regresar al Gobierno directo desde Londres– sería una opción que no cuenta con muchos partidarios en la capital británica.

La estabilidad del Ulster no es el único problema para los tories. El DUP está poblado de reaccionarios de extrema derecha, contrarios al matrimonio gay y al aborto. Su extremismo religioso les lleva a negar la teoría de la evolución.

La líder de los conservadores escoceses, Ruth Davidson, ya ha advertido de que los derechos LGTB no deben ser cuestionados en la negociación con el DUP. «En privado, la gente ha mostrado su preocupación al partido y a Downing Street. Los diputados están siendo inundados con emails de grupos de activistas», ha dicho la exministra de Educación Nikki Morgan.

El sector tory más decidido a imponer un Brexit radical sin acuerdo con la UE está encantado con el apoyo del DUP. No es el único con capacidad de presión. La nueva Camara de los Comunes cuenta con un récord de diputados gays: 45, de los que 19 son tories. No permitirán que los derechos en vigor desde 2014 queden ahora limitados por los extremistas de Irlanda del Norte.

Las víctimas más inmediatas parecen ser los dos asesores más directos de May, ambos procedentes de su época de ministra de Interior. Nick Timothy y Fiona Hill son los dos jefes de gabinete de la primera ministra y han sido los mayores responsables de la campaña y del programa electoral, dos de los factores con los que la mayoría de los tories explican su fracaso. Ellos centralizaron todo el proceso de toma de decisiones sin que el partido y sus principales dirigentes pudieran intervenir. Montaron una campaña personalista y centrada en May, y sólo al final, cuando las encuestas anunciaban una remontada laborista, aceptaron una mayor presencia de otros candidatos tories en primera línea de la campaña.

Timothy y Hill son ahora la piñata a la que están golpeando muchos analistas y medios protories, empezando por los tabloides, en lo que también es una forma de atacar a la líder, pero sin hacerlo directamente.H abían dirigido, según The Sun, «la peor campaña de la historia política moderna».

La presión fue tan rápida que ambos anunciaron el sábado su dimisión para intentar salvar a su jefa. Los asesores de los políticos entran y salen de los centros de poder. Pero Hill y Timothy eran algo más que eso. Se habían convertido en indispensables para May, alguien que no cuenta con muchos dirigentes tories fieles a ella.

Una primera ministra vulnerable a las presiones internas y sin mayoría para su partido en el Parlamento debe dirigir unas negociaciones como las del Brexit en las que las cesiones son parte inevitable de cualquier discusión. El DUP no tolerará un estatus especial de difícil encaje jurídico que impida el regreso de la frontera entre el Ulster e Irlanda. Una gran parte del grupo parlamentario conservador no quiere ni oír hablar de un acuerdo que coloque al Reino Unido en una situación similar a la de Noruega o Suiza: fuera de la UE, pero con limitaciones a su soberanía a cambio del acceso al mercado europeo, por ejemplo aceptando la jurisdicción en asuntos económicos del Tribunal de Justicia Europeo.

Theresa May está más sola que nunca, se ha visto despojada de sus escuderos y ahora depende de unos ministros tories a los que hasta ahora había tratado con arrogancia. Joey Jones, que fue portavoz suyo en el Ministerio de Interior, resumió en qué estado queda en un artículo poco después de las dimisiones de los consejeros: «Ya no tiene ningún poder. Ninguna autoridad. Humillada y sola, se enfrenta a la perspectiva de convertirse en prisionera de sus compañeros conservadores, una rehén en Downing Street hasta que le digan que le ha llegado la hora de irse».

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