Un pogromo judío contra una familia palestina

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Pintaron las palabras «venganza» y «Larga vida al Mesías» en una de las paredes exteriores de la casa junto a una estrella de David a las dos de la madrugada. Los atacantes, vestidos de negro y enmascarados, lanzaron después cócteles molotov en el interior de la vivienda donde dormía la familia Dawabsheh. El padre, Saad, la esposa Riham y sus dos hijos. El mayor, Ahmed, de 4 años. El pequeño, Alí, de 18 meses.

Dentro quedó el bebé. Sus familiares, heridos de gravedad, no pudieron regresar a la casa en llamas, a pesar de que podían escuchar los lloros de Alí. En ese momento, los dos asesinos seguían delante de la vivienda, según relataron los habitantes del pueblo, Duma, y acto seguido huyeron hacia el cercano asentamiento de Maaleh Efraim.

La madre se encuentra en estado crítico con quemaduras en el 90% de su cuerpo. El padre, en el 80%. Su otro hijo, en el 60%.

El primer ministro Netanyahu ha condenado el asesinato en los términos más duros, al igual que otros políticos israelíes. «Es una retórica vacía», ha respondido la organización israelí de derechos humanos Be’tselem. La violencia de los colonos judíos de los asentamientos contra las poblaciones palestinas cercanas se produce en un contexto de completa impunidad. Los ataques se producen en diferentes puntos de Cisjordania, a veces en venganza por hechos violentos contra los colonos; en otras ocasiones, con la intención de intimidar a personas que han vivido allí toda su vida, como sus padres y abuelos, y a los que se quiere expulsar o simplemente dejar claro que esa ya no es su tierra, porque tiene nuevos dueños.

OCHA, la oficina de la ONU para asuntos humanitarios, contabilizó 399 ataques de distinto tipo en 2013, más de uno al día. Son unas cifras que se repiten cada año.

Los culpables casi nunca son detenidos o interrogados. No es raro que cuando se producen ataques, los soldados o policías los contemplen sin hacer nada. Sólo entran en acción cuando se produce una respuesta, por ejemplo, con el lanzamiento de piedras contra los agresores. Y en los casos más graves, ni siquiera hay una investigación policial propiamente dicha.

¿Ocurre así porque los daños de esos atentados son sólo materiales? No. Be’tselem tiene contabilizados desde agosto de 2012 nueve ataques con artefactos incendiarios contra viviendas palestinas. Por eso, afirma que el terrible desenlace del ataque de Duma era «cuestión de tiempo».

El 14 de noviembre de 2013, ocurrió un ataque en el pueblo de Sinjil muy similar al de Duma. A las dos de la mañana, cuatro hombres se presentaron en una casa aislada del pueblo. Dentro dormía la familia de Khaled Dar Khalil; su esposa y cinco hijos. El mayor tenía 8 años. El más pequeño, 16 meses.

Dos de los agresores rociaron la entrada con gasolina para que nadie pudiera escapar y lanzaron cócteles molotov por las ventanas.

La familia de Khaled tuvo suerte. Las llamas les impedían escapar, pero subieron a la azotea donde se refugiaron hasta que les rescataron. Se puede decir que estaban bajo aviso. Seis meses antes, habían arrojado cócteles molotov a su patio, y también en otra ocasión dos años antes. Los agresores nunca fueron detenidos.

En el artículo que cuenta esta historia, Larry Derfner recuerda también que no son raras las declaraciones tajantes de condena de gobernantes israelíes ante algunos de estos ataques. Cuando era primer ministro, Ehud Olmert los definió en dos ocasiones en 2008 como «pogromos» que no se iban a tolerar. Y los pogromos continuaron.

Para los gobiernos israelíes, la presencia de los colonos judíos en territorio palestino es una demostración diaria de la victoria de Israel sobre sus enemigos y la colonización de una tierra que nunca abandonarán. Es posible que deseen que no mueran bebés –ninguna campaña de propaganda puede contrarrestar eso–, pero nunca pondrán coto a la violencia de los colonos. Esta no es una aberración, sino la continuación de la violencia que sufren los palestinos todos los días.

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