La primera serie de votaciones del referéndum constitucional en Egipto ha arrojado una clara victoria del sí con un porcentaje del 56,5%. El resultado final podría ser mayor porque en el sábado se votó en El Cairo, donde venció el no, y otras grandes ciudades, mientras que quedan por participar ciudades más pequeñas y zonas rurales, lugares donde los islamistas son más fuertes.
Da la impresión de que la cifra final será muy inferior al 70% de los votos que reunieron en las elecciones legislativas los Hermanos Musulmanes y los salafistas, que pedían el sí.
La oposición no acepta los resultados, denuncia un fraude incluso superior al habitual en los años de Mubarak y ha convocado nuevas protestas para este martes. Como no hay noticias de que policías uniformados hayan bloqueado el acceso a colegios electorales donde era previsible una derrota del Gobierno, como sí se hacía cuando Mubarak, era presidente, hay que imaginar que la denuncia de la oposición es un tanto histérica, lo que no descarta que haya indicios serios de fraude.
En cualquier caso, la aprobación de la Constitución debería haber sido un momento de celebración, el último momento en que fuerzas mayoritarias y minoritarias pudieran construir un texto único antes de separarse para siempre y enfrentarse en el juego políticos diario.
El fracaso de Morsi es notable. La redacción de la nueva Constitución puso a prueba la capacidad de diálogo de los Hermanos Musulmanes y su voluntad de llegar a acuerdos con otras fuerzas políticas. El resultado ha sido un rotundo fracaso. La gente tiene motivos para sentirse engañada, porque no era eso lo que los islamistas prometían en 2011. Los Hermanos nunca entendieron que una Constitución necesita mucho más del 51% de los votos para asegurarse su legitimidad durante mucho tiempo.
En especial si la participación sólo llega al 31%.
Al otro lado del escenario, el balance tampoco es muy positivo. Por un momento parecía que la incompetencia de la oposición egipcia podía estar a la altura de lo visto años atrás en Venezuela: un boicot de las votaciones no dice mucho del carácter democrático de unos partidos y desde luego sólo puede contribuir a entregar todo el poder al adversario. Al final no se produjo una petición total de boicot y lo que ocurrió fue que no hubo una sólida campaña organizada por el no.
El elitismo de algunos de sus líderes más destacados debería hacerles reflexionar. Algunas de las reacciones de personalidades muy ligadas a la oposición han sido lamentables. La peor, la del escritor Ala Al Aswany, el autor de la extraordinaria ‘El edificio Yacobián’, que dijo que había que prohibir el voto a los analfabetos, porque son demasiado ignorantes para opinar sobre una Constitución que no pueden leer.
Mal futuro tiene la democracia egipcia si estos son los liberales. Cómo deben de ser los reaccionarios.
No es que Tahrir no sea Egipto (obvio). Ni siquiera El Cairo es Egipto. En la capital, la Constitución fue rechazada, no así en las zonas rurales. La triste realidad es que en esas zonas aspectos fundamentales en el funcionamiento de una democracia tiene una importancia mínima en la vida de la gente.
Lo único que ocupa el tiempo de la gente es luchar por salir de la más absoluta pobreza. El mensaje conservador de los islamistas tiene en principio más posibilidades de éxito por el predominio de la religión. Pero eso no quiere decir que los Hermanos tengan asegurado el monopolio del poder gracias a esos votos.
Muchos de sus dirigentes son empresarios que prosperaron en los últimos años del régimen de Mubarak. Cuando no estaban en el Gobierno, bastaba con la red de asistencia humanitaria financiada por los Hermanos para asentar su arraigo. Ahora que tienen el poder en sus manos, es muy posible que la gente les exija justicia, y no sólo caridad.
Foto: Flickr de Zeinab Mohamed.