Hambruna en Gaza: un informe de ICG sobre la situación

El Gobierno norteamericano sabe que se está produciendo una hambruna en Gaza ante la falta de alimentos. Samantha Power, máxima responsable de USAID, lo confirmó en un encuentro con un congresista demócrata. No está llegando comida suficiente al sur de Gaza y la situación es peor en el norte, de donde han llegado imágenes de niños fallecidos por una desnutrición aguda.

Un informe de la organización independiente International Crisis Group (ICG) explica que el norte puede estar afrontando la peor hambruna de las últimas décadas en comparación con el tamaño de la población. Los números de muertes confirmadas pueden no ser aún muy altos, pero repiten el proceso ocurrido en otras zonas del mundo. Los primeros que caen son los niños, los ancianos y los enfermos crónicos, antes de que el problema se extienda al resto de la población:

«El sistema israelí de distribución de ayuda, especialmente en el norte, está siendo un fiasco. No se ha coordinado la acción militar con la humanitaria, poniendo en peligro al personal de ayuda y a los que reciben la ayuda e impidiendo el paso a los convoyes con frecuencia. Ha atacado a la policía, alegando sus relaciones con Hamás, y la ha obligado a retirarse, lo que hace que los cargamentos puedan ser saqueados, sea por los que pretenden lucrarse con su venta o los que están desesperados por el hambre».

El informe dice que Israel ha encargado la gestión de la ayuda humanitaria a «grandes familias de Gaza». Se refiere a los clanes familiares más importantes del norte de la franja, cuya relación con Hamás es escasa o inexistente. Es un hecho que ha aparecido confirmado en la prensa israelí, aunque también se ha apuntado que la solución sólo ha funcionado en contadas ocasiones. Además, se sabe que combatientes de Hamás han atacado a miembros de esos clanes por aceptar las condiciones de los israelíes.

Esa situación de caos con un Ejército intentando favorecer a unos grupos sobre otros, confiando en que su enemigo pierda el control de la situación, recuerda a lo que ocurrió en Mogadiscio, capital de Somalia, a principios de los noventa, según una fuente norteamericana citada en el informe.

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Disparar a matar: la guerra total de Israel contra los civiles de Gaza

Las imágenes muestran a cuatro jóvenes andando por una explanada de tierra rodeada de casas destruidas por los bombardeos israelíes en Jan Yunis, en el sur de Gaza. No corren ni llevan armas. Según testimonios locales, se dirigen a sus hogares para comprobar si siguen en pie, una vez que las fuerzas israelíes parecen haberse retirado de la zona.

Un dron israelí los descubre desde el aire y se lanza sobre ellos. El primer misil mata a dos. El operador del dron ve que un tercero se aleja andando sin mirar atrás y vuelve a disparar. El cuarto no ha llegado tan lejos. Trastabilla y cae al suelo. Es eliminado con un tercer misil.

Las víctimas no representaban ninguna amenaza ni hacían ningún intento por esconderse. Sencillamente, se encontraban en una zona en la que cualquier civil palestino estaba destinado a morir. Sólo por andar por la calle.

“Nuestros jefes, si identificábamos a alguien en nuestra zona de operaciones que no era parte de nuestras fuerzas, nos pedían que disparáramos a matar”, dijo un soldado de forma anónima al diario israelí Haaretz después de esas muertes. “Nos dijeron de forma explícita que incluso si un sospechoso entraba en un edificio en el que había gente, deberíamos disparar al edificio y matarlo, aunque otras personas resultaran heridas”.

Esta es una de las maneras en que los militares israelíes matan a civiles en Gaza en esta guerra. Las víctimas no tienen que llevar armas. No tienen que salir de un túnel o de un edificio para dirigirse a un lugar donde están los soldados. No tienen que ser identificados de alguna manera como combatientes del grupo palestino Hamás. Sólo tienen que deambular por un sitio en el que hay órdenes de disparar a matar a todo el que se acerque.

Desde el inicio de la guerra, Israel ha matado a 32.916 palestinos, según las últimas cifras del Ministerio de Sanidad de Gaza. Las autoridades israelíes afirman que han eliminado a miles de miembros de Hamás. Han llegado a dar la cifra de 9.000, aunque se trata de una especulación porque les resulta imposible saber a cuántos han matado.

La primera versión del Ejército sobre ese hecho consistió en afirmar que “un terrorista que había disparado un cohete” contra territorio israelí fue localizado y eliminado desde el aire. Si la cadena de televisión qatarí Al Jazeera no hubiera emitido las imágenes el 21 de marzo, la historia, ocurrida en febrero, podría haber terminado ahí como uno más de los muchos anuncios con los que los militares confirman que están llevando a cabo la misión que les encomendó su Gobierno.

Ya en marzo, un alto mando militar admitió a Haaretz que se trataba de “un incidente muy grave”, porque las víctimas no llevaban armas ni suponían una amenaza.

El caso de Jan Yunis confirmó lo que se había denunciado en otras ocasiones. Israel crea constantemente “zonas para matar” (“kill zones” en inglés) en las que sus tropas disparan a todo lo que se mueve. Cualquier persona o grupo que entra en esa zona se considera una amenaza de forma automática. Será asesinado –asesinato es el término adecuado cuando hay razones para creer que se trata de un civil– por los soldados más cercanos o por un dron manejado a distancia. No se trata de un error o un accidente, sino de un patrón de conducta.

“En la práctica, un terrorista es cualquiera que las IDF (siglas de las Fuerzas de Defensa de Israel) han matado en las zonas donde operan sus fuerzas”, dijo un oficial a Haaretz en el artículo en que se explica esta política. La sentencia de muerte, por llamarla de alguna manera, se aplica por estar situado en un lugar concreto. No es la confusión inherente al campo de batalla en una guerra, que en inglés se denomina “the fog of war”. Se trata de una táctica elegida y ejecutada con toda frialdad.

Todo Ejército opera con unas normas de combate con las que sus soldados saben en qué situaciones deben abrir fuego. Grupos de derechos humanos, utilizando casos como el de Jan Yunis, han denunciado que se están utilizando normas más “flexibles” que en anteriores guerras o que muchos de los mandos dan vía libre a sus tropas para disparar cuando lo crean necesario. La cúpula militar ha intentado en alguna ocasión contener esa libertad que se han tomado generales y coroneles, pero sin resultados. Los mandos que permiten o animan a matar a civiles se limitarán a informar que han matado a unos terroristas.

Esta carta blanca para disparar ha perjudicado la integridad de las propias tropas. En enero, se supo que 36 de los 188 militares caídos en combate hasta ese mes habían muerto por incidentes de fuego amigo o accidentes. El porcentaje es del 19%, una cifra gigantesca y sin precedentes en las guerras de las últimas décadas en el caso de ejércitos modernos.

Un caso similar fue el de los tres rehenes israelíes que escaparon y que salieron de un edificio en una “kill zone” en diciembre. Les dispararon a pesar de que se habían quitado las camisas y las agitaban como banderas blancas. Gritaron en hebreo que eran israelíes y el mando militar en la zona les autorizó a salir, garantizando que no dispararían. Pero un soldado que no había recibido esa información y tenía orden de disparar a todo palestino al que viera en la calle abrió fuego y les mató.

El Ejército lo llamó “un suceso trágico”. Si las víctimas hubieran sido palestinas, el incidente ni siquiera habría trascendido.

La presencia de tropas en actitud agresiva hace que lo normal sea que los civiles se escondan en sus casas. Pero la guerra está a punto de cumplir su sexto mes. Especialmente en la zona norte de Gaza, las 300.000 personas que se calcula que siguen viviendo allí necesitan salir a la calle para intentar encontrar comida donde sea y no morir de hambre o comprobar si su casa ha sido destruida.

El ataque del martes al convoy humanitario de World Central Kitchen (WCK), la ONG que dirige el chef español José Andrés, es un ejemplo de la política de disparar a civiles sólo porque en las inmediaciones –sea en una casa o en un vehículo– se encuentra un presunto miembro de Hamás.

El primer ministro Benjamín Netanyahu lo ha calificado de “ataque no intencionado”. Fue cualquier cosa menos eso. Un dron atacó al primero de los tres coches, que circulaban separados por 500 metros como medida de seguridad, y luego disparó otras dos veces contra los otros dos vehículos. Murieron siete personas de la ONG, cinco extranjeros y dos palestinos con doble nacionalidad, estadounidense en un caso y canadiense en el otro.

Tras la primera explosión, los ocupantes del coche blindado que sobrevivieron esperaron al segundo vehículo, se subieron a él y notificaron el ataque. Se subieron al segundo coche, que también recibió un impacto que causó daños mayores. Al llegar el tercero, metieron dentro a los heridos y continuaron la marcha. Segundos después, un tercer misil destruyó el coche. Fue un ataque deliberado contra cada uno de los vehículos. La posible existencia de un hombre armado hizo que los militares decidieran que era legítimo matarlos a todos.

Fuentes militares citadas por medios israelíes sostienen que un hombre armado viajaba en un camión cargado de alimentos que formaba parte del convoy y que se quedó en el almacén de Deir al Balah, en el centro de Gaza, donde fue entregada la ayuda. Es posible que si ese individuo armado existía, fuera un policía de Gaza con la misión de proteger los alimentos ante la posibilidad de un robo.

Los coches, identificables con el logo de WCK en el techo, regresaron, ya sin el camión, hacia Rafah, en el sur, por una ruta acordada previamente con el Ejército israelí. La unidad militar encargada de vigilar esa carretera ordenó al operador del dron atacar el convoy y acabar con todos sus ocupantes.

Philip Gourevitch, periodista de The New Yorker y autor del libro más conocido sobre el genocidio de Ruanda, lo ha dejado escrito con claridad, mencionando también el ataque del lunes contra el consulado iraní en la capital siria: “La increíblemente precisa información de inteligencia y la precisión en el ataque aéreo de Israel a los generales iraníes en Damasco permite confirmar, si fuera necesario, que todo lo que se hace en Gaza es igualmente deliberado y no producto del quizá inevitable daño colateral producto de luchar contra Hamás”.

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El hundimiento de la imagen de Israel en EEUU

Entrega de alimentos en el campo de Yabalía en Gaza el 27 de marzo.

No hay precedentes en Estados Unidos para un rechazo tan claro de la opinión pública a un ataque militar israelí en territorio palestino. Tampoco los hay para lo que está ocurriendo en Gaza. La última encuesta de Gallup muestra que un 55% se opone a las acciones militares en Gaza. Un 36% las aprueba, cuando eran el 50% en noviembre de 2023. El rechazo es aún más claro entre los votantes demócratas (75%) y también lo es en el caso de los votantes independientes (60%).

El anterior sondeo de noviembre se hizo menos de dos meses después del ataque de Hamás del 7 de octubre y del inicio de la invasión israelí. En ese momento, una parte importante de la gente podía mantenerse en sus posiciones anteriores en relación al conflicto israelí-palestino. En EEUU, los primeros siempre han tenido mayor apoyo que los segundos. Aun así, la diferencia no era grande entonces: 50%-45%. A diferencia de la clase política, no todos los ciudadanos pensaban que su respuesta debía ser por defecto proisraelí.

Más de cinco meses después del inicio de la destrucción de Gaza por Israel, que ha matado a 32.000 palestinos, el rechazo se ha hecho mayoritario. Las cifras en el campo demócrata, que se han podido apreciar en otras encuestas, explican por qué Joe Biden necesita que la guerra llegue a su fin. Eso no impide que continúe el apoyo militar norteamericano, que siempre ha sido esencial para las Fuerzas Armadas israelíes.

Otro síntoma del hundimiento de la imagen de Israel en EEUU, que es más acusado en Europa, puede encontrarse en unas declaraciones de Donald Trump. Cuando era presidente, prácticamente concedió a Netanyahu todo lo que quería. Ahora es consciente de que la reputación israelí se ha convertido en algo tóxico y él nunca ha ha tenido interés en ponerse del lado de los perdedores. En una entrevista con el diario Israel Hayom, Trump reclamó a Netanyahu que ponga fin a la guerra, porque está perdiendo mucho apoyo en todo el mundo.

Por mucho que la continuación de la guerra ponga en peligro la participación en las urnas de sectores cuyo candidato natural sería Biden, no parece que la Casa Blanca esté dispuesta a abandonar por completo a Netanyahu. EEUU decidió abstenerse en la última votación del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que permitió la aprobación con catorce votos a favor de la resolución 2728 que pide un alto el fuego inmediato y la entrada masiva de alimentos en Gaza.

Esa forma de presión quedó muy descafeinada cuando el Gobierno norteamericano se apresuró a afirmar en público, a través de su embajadora en la ONU, que se trataba de una resolución no vinculante, una interpretación

Los demás países del Consejo negaron de inmediato. Como muestra, la embajadora británica dijo que la decisión debía ser aplicada inmediatamente.

«Todas las resoluciones del Consejo de Seguridad forman parte del Derecho internacional. Son vinculantes por ser leyes internacionales», dijo la portavoz adjunta de la ONU, Farhan Haq. El artículo 25 de la Carta de Naciones Unidas establece que «todos los miembros de Naciones Unidas están de acuerdo en aceptar y aplicar las decisiones del Consejo de Seguridad».

El Gobierno israelí se ha negado a cumplir la resolución 2728.

«En Gaza hoy, el número de bajas civiles es demasiado alto y la cantidad de ayuda humanitaria es claramente demasiado baja. Necesitamos un aumento inmediato de la asistencia para evitar una hambruna», dijo el secretario de Defensa, Lloyd Austin, antes de reunirse con el ministro israelí de Defensa, de visita en Washington.

Muchas palabras y pocas acciones efectivas para alcanzar ese objetivo. Netanyahu continúa prometiendo la victoria final sobre Hamás y ha anunciado en varias ocasiones que el Ejército ocupará por la fuerza Rafah, la última población del sur donde se han refugiado más de un millón de personas.

La negativa de los republicanos a aceptar un nuevo paquete de ayuda militar a Ucrania ha afectado también a los 13.000 millones que Biden había prometido al Gobierno de Netanyahu. Sin embargo, su Gobierno ha continuado enviando armamento a Israel en cantidades menores para no tener que pasar por una votación en el Congreso. Senadores demócratas han pedido que esa ayuda esté condicionada al fin de los ataques a Gaza sin que la Administración se haya atrevido a dar ese paso.

Comentarios como los de Austin o los comunicados del Departamento de Estado tienen un efecto nulo en las autoridades israelíes, que creen saber que no irán más lejos.«Los israelíes pueden ignorar esa retórica porque no se sustenta en acciones», ha dicho Daniel Levy, que participó en las negociaciones entre israelíes y palestinos en el proceso de Oslo. «Todo se reduce de forma clara a la persona del presidente (Biden), que vive con un Israel en la cabeza que probablemente nunca existió y que seguro que no existe ahora».

Lo que ven los norteamericanos es a su Gobierno haciendo declaraciones a favor del fin de la invasión y del aumento de ayuda humanitaria sin ser capaz de presionar de forma efectiva a su mejor aliado en Oriente Medio al que aporta 3.000 millones de dólares anuales en ayuda militar. Es difícil saber hasta qué punto influirá la situación de Gaza en su voto en las elecciones de noviembre a la hora de elegir entre Biden y Trump –los asuntos de política internacional casi nunca son esenciales en las urnas–, pero no cabe duda de que ya no aceptan que la única respuesta norteamericana debe ser apoyar a Israel hasta el final.

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Un duro golpe para la imagen de Putin como defensor de Rusia

Putin prende una vela en recuerdo de las víctimas del atentado el domingo.

En agosto de 1999, Vladímir Putin fue nombrado primer ministro por el presidente, Boris Yeltsin. Era el quinto jefe de Gobierno en menos de dos años y no se preveía que tuviera una esperanza de vida superior a sus predecesores. Dos días antes, había ocurrido el hecho que terminaría por acelerar su llegada al poder absoluto. Un grupo de insurgentes chechenos del sector más fundamentalista invadió la vecina república rusa de Daguestán. Su objetivo era formar una república islámica con Chechenia y Daguestán y expulsar a los rusos del Cáucaso.

Pocas semanas después, se produjeron atentados con explosivos contra edificios de viviendas en tres ciudades rusas, que causaron 300 muertos y un millar de heridos. Estos ataques indiscriminados contra la población civil han estado rodeados de misterio desde entonces, aunque en su momento se dio por hecho que eran obra de los grupos yihadistas chechenos que habían intentado ocupar Daguestán. La respuesta de Putin fue brutal. Con la Segunda Guerra Chechena, aniquiló a los insurgentes que habían humillado antes al Gobierno de Yeltsin. El hombre que había surgido de los servicios de inteligencia construyó en muy poco tiempo la imagen del líder que necesitaba Rusia para defender su seguridad al precio que fuera.

«Los perseguiremos allí donde estén. Perdón por decirlo así. Los cazaremos en los baños. Acabaremos con ellos en las letrinas», dijo en una frase que se recordaría durante mucho tiempo. En marzo de 2000, ganó las elecciones presidenciales con el 53% de los votos y 38 millones de papeletas con su nombre.

Un cable de la embajada de EEUU resumió la razón de su victoria con una sola palabra. «¿Por qué Putin? Chechenia».

La violencia chechena no desapareció por completo ni tampoco las sospechas sobre la incompetencia de los servicios de seguridad para prevenir atentados masivos. El ataque a una escuela en Beslán en 2004 provocó otra matanza con 334 muertos, de los que 186 eran niños. Los familiares de las víctimas denunciaron la facilidad con la que los terroristas habían llegado a la localidad, a menos de dos horas en coche desde la capital chechena, probablemente sobornando a los policías en los controles habituales en la región. También criticaron el ataque de las fuerzas especiales a la escuela, que pudo provocar más víctimas que las ocasionadas por los disparos de los asaltantes.

Veinte años después de Beslán, Rusia ha sufrido otra matanza en un auditorio de Moscú, con 137 muertos identificados, que ha sido reivindicada por ISIS-Khorasan, un grupo del ISIS con bases en Afganistán.

Una vez más, hay que preguntarse cómo un reducido grupo de atacantes pudo entrar en el complejo de entretenimiento Crocus City Hall, que alberga centros comerciales, cines y un inmenso auditorio, donde en esos momentos podía haber 7.000 personas, sin que la policía opusiera la menor resistencia. En algunos vídeos, se puede ver a decenas de personas huir aterrorizadas de los disparos y entre ellas a varios agentes de policía. Los terroristas lograron entrar al auditorio y disparar a placer a los que ya habían llegado para asistir a una actuación musical.

Imagen del vídeo difundido por la agencia oficial del ISIS que muestra a los autores de la matanza del auditorio de Moscú.

Desde el inicio de la invasión de Ucrania, Putin ha reforzado su imagen como gran defensor de la nación rusa y de la seguridad de la población. El autoritarismo de sus mensajes y la represión de los disidentes se justifican en los medios de comunicación por las circunstancias extraordinarias que vive el país y por el peligro que suponen los enemigos de Rusia, es decir, Europa y EEUU. Por encima de todo esos riesgos, se ofrece la imagen de Putin como el hombre fuerte que necesita Rusia. Quien lo olvidara sólo tenía que recordar lo que había ocurrido en Chechenia.

La autoría yihadista del atentado fue discutida de inmediato por las autoridades rusas. Los medios de comunicación recibieron instrucciones del Gobierno para que acusaran a Ucrania de estar detrás de la matanza. La reivindicación por el ISIS no alteró sus planes, ni siquiera cuando el grupo yihadista difundió a través de su agencia oficial Amaq vídeos del ataque en los que se podía comprobar que estaban grabados en el lugar de los hechos, tanto el extenso vestíbulo del auditorio como los pasillos de acceso.

El lunes, Putin reconoció en una reunión con altos cargos de seguridad que los autores eran «islamistas radicales», pero insistió en apuntar a una supuesta pista ucraniana u occidental. «El atentado terrorista es sólo un eslabón en una cadena que va a Kiev y Washington», dijo. Los responsables últimos son los que se vean favorecidos por el resultado: «¿Quién se beneficia de esto?».

«Esto va a ser analizado como un fracaso de Putin. Llegó con promesas de paz y estabilidad. ¿Dónde están ahora la paz y la estabilidad?», ha dicho a The Wall Street Journal Abbas Gallyamov, un consultor político que escribió discursos para Putin y que ahora le critica de forma regular. «Si al final ha sido el Estado Islámico, entonces toda tu política exterior no vale nada, y por eso han hecho lo posible por lanzar la acusación sobre Ucrania».

Atacar a Ucrania o EEUU es la mejor manera de orientar la furia de la población por la matanza hacia los enemigos exteriores de Rusia, y no a sus fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia por no haber podido impedirla.

Centrados en la guerra con Ucrania y en perseguir a los disidentes, los servicios de inteligencia han fracasado a la hora de impedir un ataque yihadista como los que han tenido lugar en años anteriores en los países occidentales, en especial el de la sala Bataclan en Francia. La idea de que ISIS no debería prestar atención a Rusia está fuera de la realidad y las fuerzas de seguridad lo saben.

En 2022, un comando atacó la embajada rusa en Kabul en 2022 matando a un diplomático y un guardia de seguridad. A principios de marzo, el Gobierno anunció que había desarticulado una célula del ISIS que pretendía atacar una sinagoga.

El apoyo decisivo que el Gobierno ruso dio al régimen de Siria en su guerra contra grupos islamistas y yihadistas convirtió a Moscú en un objetivo evidente del ISIS o de cualquier musulmán radicalizado tras su paso por ese conflicto. Es el caso de Akbarzhon Jalilov, ciudadano ruso de origen uzbeko, condenado por colocar una bomba en un vagón del metro de San Petersburgo que mató a 15 personas en 2017. Tres años antes, había viajado a Siria y se había entrenado en tácticas terroristas en un campamento del ISIS.

El historiador Mark Galeotti se pregunta si Putin utilizará el atentado para perseguir a los muchos inmigrantes de las repúblicas rusas del Cáucaso o los extranjeros procedentes de países de Asia Central que viven en las principales ciudades. Su problema es que «la economía sufre un déficit de mano de obra (por la movilización militar y la huida de centenares de miles de jóvenes) y necesita a millones de trabajadores de la región que aceptan los trabajos que los rusos no quieren o los salarios que los rusos no aceptarán».

Uno de los presuntos autores del atentado fue llevado en una silla en su comparecencia ante el tribunal.

Lo que está fuera de toda duda es que la respuesta será violenta. Los cuatro presuntos autores de la masacre comparecieron el lunes ante un tribunal con evidentes muestras de haber sido torturados. Uno de ellos tuvo que ser trasladado en una silla y ni siquiera parecía estar consciente. Resulta inaudito que circularan vídeos con fragmentos de los interrogatorios en redes sociales, imágenes que sólo podían haber sido filtradas por el FSB o la policía. En uno de ellos, cortan la oreja de un detenido y se la meten por la boca. Se escucha la voz del interrogador: «Todavía te queda una oreja».

Habitualmente, los gobiernos suelen ocultar las pruebas de que emplean la tortura para hacer hablar a los terroristas. En Rusia, las autoridades las hacen públicas sin ningún recato. Putin da por hecho que la población perdonará los errores policiales si comprueba que el Gobierno está dispuesto a responder al terror con la respuesta más brutal que puedan imaginar.

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Ucrania descubre que la victoria en la guerra está más lejos que nunca

Ucrania necesita ahora más soldados que nunca. No para recuperar territorio, sino para contener las ofensivas rusas. El Gobierno duda si decretar una movilización general que incluya a jóvenes de más de 25 años. En el campo de batalla, las opiniones de los combatientes revelan que los refuerzos son indispensables. Además, los que llegan están muy limitados por la edad. «La calidad de los reemplazos no es muy buena. Son gente de los pueblos de entre 43 y 50 años, a veces con problemas de salud», dijo un soldado con amplia experiencia en la guerra desde 2022 a un reportero de The Wall Street Journal en diciembre. Los ejércitos con una edad media de en torno a 40 años raramente ganan las guerras, en especial si su misión es avanzar.

Dos años después del inicio de la invasión rusa, los ucranianos se encuentran en el momento más difícil de la contienda. 2024 es ya un año perdido para cualquier posibilidad de derrotar a Rusia. Los expertos que pensaban que la ofensiva que se inició a finales de la primavera de 2023 podía culminar con éxito son ahora más realistas. Creen que a Kiev sólo le queda aumentar el número de tropas, recibir más armamento de Occidente y confiar en que 2025 les permita afrontar objetivos más ambiciosos.

Por mucho que Volodímir Zelenski lo negara hace unos pocos meses hasta que se rindió a la evidencia en diciembre, la guerra se encuentra en una fase de estancamiento. De hecho, el único cambio significativo de las últimas semanas ha sido favorable a Rusia. Los soldados ucranianos tuvieron que retirarse de Avdivka, una ciudad de 35.000 habitantes antes de la guerra que ha quedado completamente destruida. Lo hicieron en unas condiciones caóticas que pudieron suponer que centenares de soldados, la mayoría heridos, cayeran en manos del enemigo o desaparecieran.

A diferencia de Bakhmut, una ciudad de escaso valor estratégico en la que murieron decenas de miles de soldados de ambos bandos, Avdivka es más valiosa de cara a hacerse con el control de toda la provincia de Donetsk. Sin embargo, los rusos también han sufrido un alto número de bajas, algo que no parece preocupar mucho a su cúpula militar, y no están en condiciones de lanzar una ofensiva general. Sí han lanzado ataques localizados en la zona de Robotine, en el sur del país, uno de los pocos éxitos ucranianos en el verano pasado.

Robert Gates, que fue secretario de Defensa de EEUU con Bush y Obama, se encuentra entre los pesimistas. «Mucha gente sostiene que la guerra está estancada. Me temo que en este momento no es tanto que haya un bloqueo como que los rusos han recuperado la ventaja. No se trata de un cambio que tenga efectos definitivos, pero ellos son los únicos que están a la ofensiva», dijo el 21 de febrero.

«Avdivka es una nueva línea de defensa», dijo Zelenski el jueves para negar que sus tropas hayan retrocedido en varios puntos del frente y afirmar que continúan controlando la margen izquierda del río Dniéper. Cualquier cosa antes de permitir que se extienda el pánico entre los ciudadanos a un desmoronamiento en el frente.e

Zelenski tomó el 8 de febrero una de las decisiones más arriesgadas de la guerra con el cese del jefe de las Fuerzas Armadas, el general Zaluzhni, muy popular entre la población y los soldados. El presidente lo justificó por la necesidad de «cambios profundos» en la estrategia. Las relaciones entre ambos se habían deteriorado en los últimos tiempos. Zaluzhni había reclamado una movilización que aumentara en 500.000 efectivos el número de tropas.

Zelenski teme el impacto que tendría la medida en la opinión pública. La cifra le parecía excesiva, también por razones económicas. «Cuando hablamos de movilización, hay que recordar que se necesitan seis civiles pagando sus impuestos para pertrechar a un soldado», dijo en enero.

Las sospechas de corrupción en los centros regionales de reclutamiento ya habían hecho que Zelenski destituyera en agosto de 2023 a todos sus responsables. En esa época existían canales de Telegram al que estaban suscritas miles de personas que les informaban sobre las zonas en que se iban a entregar órdenes de alistamiento obligatorias, lo que facilitaba a los afectados tomar medidas para desaparecer. Patrullas militares visitaban bares y centros comerciales en los que cazar a los que supuestamente se habían convertido en ilocalizables.

Un primer proyecto de ley de movilización tuvo que ser retirado en enero en el Parlamento por las críticas recibidas, también por los diputados del partido del presidente, que lo acusaban de violar derechos constitucionales. Dos semanas después, se presentó una nueva versión ahora en discusión que reduce la edad mínima para ser reclutado de 27 a 25 años y establece un periodo máximo de servicio (36 meses), que ahora no existe.

El Gobierno no tiene elección, ante la evidente superioridad rusa en el número de soldados, que se volvió a poner de manifiesto en Avdivka. En esos combates, la ventaja en número de hombres de los rusos era de cinco a uno, según contó a Associated Press un soldado que combatió en ese frente y que fue uno de los pocos que sobrevivió a un ataque que consistió en una oleada tras otra. El portavoz de una de las unidades sitiadas en Avdivka elevó esa proporción a siete a uno.

Vadim Ivchenko, diputado ucraniano de la Comisión de Defensa del Parlamento, describió la falta acuciante de soldados. Brigadas de 3.000 a 5.000 soldados cuentan con sólo el 75% de sus efectivos. Algunas que han sido diezmadas no llegan al 25%.

Los soldados no disponen del descanso necesario. En el comienzo de la guerra, combatían dos semanas y descansaban una. Ahora, en la unidad de un comandante con el que habló Associated Press pelean durante un mes seguido y luego se deben conformar con cuatro días de descanso. Con soldados de más de 50 años, cualquier exceso físico se paga: «¿Qué posiciones van a asaltar? Si caminan cuatro kilómetros con una mochila cargada de material y armamento, terminan cayéndose en mitad de la carretera».

La desventaja en artillería ha vuelto a quedar de manifiesto. En estos momentos, los ucranianos, pueden disparar unos 2.000 proyectiles cada día, cuando eran 3.000 en la mayor parte de 2022 y 7.000 durante la contraofensiva del verano, según un cálculo del Royal United Services Institute, de Londres. Los rusos pueden llegar a utilizar hasta 10.000 diarios.

La militarización de la economía rusa continúa a pleno rendimiento. Todas las partidas relacionadas con el presupuesto militar superan los 100.000 millones de dólares, la mayor cifra desde el fin de la URSS y el doble que en los años anteriores a la guerra. Eso supone por encima del 6% del PIB. Se calcula que Rusia recluta a unos 30.000 nuevos soldados al mes. El plan para 2024 prevé alcanzar cifras similares a las del año pasado, lo que llevaría a sumar a otros 400.000 soldados.

Esa reserva demográfica en un país de 143 millones de habitantes le permite disponer de una fuente inagotable de efectivos. El medio independiente ruso Meduza, que opera desde una redacción fuera del país, ha hecho un cálculo sobre el número de bajas y estima que 75.000 soldados han muerto en la guerra hasta finales de 2023. La cifra es un secreto de Estado, al igual que lo ha sido en Ucrania hasta que este domingo Zelenski dijo que han sido 31.000.

Estos números se quedan muy cortos en comparación con una estimación de fuentes del Gobierno de EEUU hecha en agosto de 2023, según las cuales habían muerto hasta ese momento 70.000 ucranianos y 120.000 rusos.

El Gobierno de Vladímir Putin quiere evitar una segunda movilización masiva, con lo que recurre a ofrecer una remuneración muy superior a la de la sociedad civil. En Rusia, el salario medio está en 70.000 rublos mensuales (unos 685 euros). El sueldo inicial de un soldado profesional alcanza los 204.000 rublos (unos 1.990 euros). En algunas zonas del país, alistarse es el único método posible para recibir esas cantidades.

Los voluntarios, que fueron el 21% en 2023, sólo tienen que cumplir el tiempo por el que hayan firmado si el Gobierno no dispone lo contrario. Los que se alistan como soldados profesionales no pueden abandonar las Fuerzas Armadas hasta el fin de la guerra, un horizonte que nadie sabe cuándo ocurrirá.

La única duda proviene del hecho de que las autoridades regionales y militares rusas tienen la costumbre de exagerar las cifras de reclutamiento para complacer al Gobierno de Moscú. «El número de personas que van a la guerra por razones patrióticas se ha secado», dijo una fuente gubernamental a The Moscow Times. «Al mismo tiempo, los salarios en empresas civiles y la industria militar han aumentado de forma significativa. Si te pagan 150.000 rublos en un empleo civil, ¿por qué vas a necesitar los 200.000 que el Ministerio de Defensa paga a los soldados profesionales?».

La sociedad ucraniana no está totalmente desmoralizada, pero es muy consciente de que la situación no mejorará a corto y medio plazo. Los últimos meses han dejado su sello en forma de más pesimismo y menos confianza en Zelenski. Una encuesta de principios de febrero informa de que el 44% opina que el país camina en la buena dirección (el 46% cree lo contrario). Eran el 68% en mayo de 2022 y el 54% hace sólo dos meses.

Zelenski continúa gozando de un apoyo mayoritario, pero lejos de los niveles casi absolutos de hace dos años. Los que aprueban su gestión son el 64%. Eran el 77% en diciembre. Es posible que el cese del general Zaluzhni haya reducido su popularidad.

La confianza en Zaluzhni continúa siendo masiva. No así en su sucesor. El general Oleksander Sirski, menos conocido, aparece en el sondeo con un 40%. Hasta ahora, era el jefe de las fuerzas de tierra del Ejército y tenía fama de no ser muy apreciado entre las tropas por su tendencia a enviar a grandes números de soldados a ofensivas de éxito incierto.

La prioridad de Kiev es ganar tiempo hasta que Joe Biden consiga que el Congreso de EEUU apruebe aumentar la ayuda militar en 61.000 millones de dólares. La oposición de la mayoría de los republicanos lo ha hecho imposible desde que se comenzó a discutir en diciembre. La derrota de Avdivka ha hecho que se aceleren las negociaciones. «Eso ocurrió en gran parte porque Ucrania se quedó sin armamento a causa de la pasividad del Congreso», dijo Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional. «Las tropas ucranianas no tuvieron los suministros y munición que necesitaban para detener el avance ruso».

Los expertos coinciden en que la única alternativa de Ucrania es ahora centrarse en la defensa, en hacerla tan impenetrable como la que montaron los rusos antes de que la ofensiva de verano se estrellara contra ella. Los hay que piensan que Putin ya ha perdido, porque Ucrania nunca volverá a la esfera de influencia política y cultural de Rusia. Por muy cierto que sea eso, es más razonable fijarse en lo que ocurrirá en los próximos doce o veinticuatro meses y tener en cuenta otros factores más inmediatos.

Michael Kofman, Rob Lee y Dara Massicot plantean en un extenso informe que Ucrania debe aguantar sus posiciones reforzando una línea de defensa a lo largo de mil kilómetros de frontera, reconstruir sus unidades con soldados mejor entrenados y más jóvenes, atacar puntos vulnerables detrás de las líneas rusas y esperar a 2025 para encontrar nuevas oportunidades de ataque.

«Quizá en el mejor escenario Ucrania pueda retomar la iniciativa el próximo año», ha dicho Kofman, investigador del ‘think tank’ Carnegie. «En el peor de los casos, Ucrania podrá aguantar y que Rusia no esté en condiciones de conseguir sus objetivos militares en 2025 o 2026».

Otros van más lejos y están convencidos de que una victoria militar de Ucrania es una perspectiva irreal. El mismo Kofman, que ha sido más optimista en el pasado, admite que la mejor opción consiste en «obtener una ventaja que le permita negociar con Rusia el fin de la guerra desde una posición favorable y más tarde alcanzar una paz duradera». No menos de un 41% de los europeos cree que sus gobiernos deberían presionar a Zelenski para que negocie con Moscú (los que prefieren apoyar a Ucrania para que siga luchando son un 33%).

Ucrania sólo puede confiar en aguantar hasta que pase la tormenta. El objetivo tantas veces expresado por Zelenski de recuperar todo el territorio ocupado por Rusia resulta ahora mismo impensable. Quizá sea ahora a Ucrania a quien le interese firmar una paz inestable ante un gigante vecino del que nunca se podrá fiar. Lo que sí es seguro es que este año sólo le valdrá resistir.

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Cómo Israel obstaculiza y bloquea la llegada de ayuda humanitaria a Gaza

El artículo 55 de la Cuarta Convención de Ginebra establece que la potencia ocupante en tiempo de guerra tiene el deber de abastecer a la población de los alimentos y material médicos necesarios y de mantener en funcionamiento las instalaciones médicas y de salud pública. Cuando eso no sea posible, deberá facilitar los envíos de ayuda por las organizaciones humanitarias imparciales, como el Comité Internacional de la Cruz Roja. Lo segundo es especialmente importante. Incluso si un Ejército no cuenta con los medios logísticos necesarios para alimentar a la población, debe permitir que otros realicen esa labor si están dispuestos a llevarla a cabo.

El testimonio de dos senadores norteamericanos ha servido para demostrar cómo Israel está impidiendo la entrega de ayuda humanitaria desde territorio egipcio. Visitaron la zona fronteriza en los primeros días de enero y descubrieron que todo el proceso está diseñado para reducir el paso de los camiones que pueden trasladar alimentos y material médico.

Lo que cuentan permite saber el porqué de la imagen conocida de centenares de camiones parados en el lado egipcio, cuenta un artículo de Associated Press. En esa primera semana del mes, pasaban a Gaza una media de 120 camiones al día, según cifras de la ONU, «muchos menos que los 500 camiones que entraban diariamente antes de la guerra y muy por debajo de lo que los grupos de ayuda creen necesario».

Los camiones esperan semanas hasta que les llega el turno para ser examinados. Entran por el lado egipcio, circulan hasta la localidad israelí de Nitzana para que los militares israelíes los inspeccionen, y regresan a Rafah para entrar en Gaza. La otra vía es a través del paso fronterizo de Kerem Shalom. Este último paso sólo opera ocho horas al día y está cerrado desde la tarde del viernes y todo el sábado.

En esas inspecciones, los camiones son descargados y cargados varias veces para comprobar lo que contienen. Si hay un solo objeto que los israelíes no autorizan, el camión debe regresar con toda su carga y volverse a poner a la cola en Egipto para iniciar todo el proceso otra vez.

Obviamente, todo ese sistema se aceleraría si hubiera unas órdenes claras sobre lo que no puede introducirse en Gaza. No es el caso. Las razones son a menudo «muy vagas y son comunicadas de manera informal. A veces, no son nada razonables», dice el senador Jeff Merkley.

Ambos senadores entraron en un almacén con los objetos rechazados. Por ejemplo, «botellas de oxígeno, generadores alimentados por gas, tiendas y kits médicos utilizados en partos». En este caso, porque los kits contienen escalpelos, que están vetados. Tampoco se ha permitido material para energía solar.

Todo el proceso está marcado por la arbitrariedad. Objetos que antes habían sido permitidos pasan a estar de repente prohibidos. Después de pasar la inspección, los camioneros tienen prohibido entrar en contacto con otra persona. Los senadores contaron que un camionero fue enviado de vuelta, con su carga, cuando alguien le llevó una taza de café.

Las dimensiones de la catástrofe humanitaria de Gaza obligarían a poner en marcha un sistema de entrega masiva de ayuda. No está ocurriendo porque está sometido a las necesidades militares de Israel. No se permite más que la llegada de una cantidad de combustible que es insuficiente para abastecer a hospitales y otras instalaciones que sólo pueden funcionar ya con generadores.

Ni siquiera la comparación del número de camiones que entran en Gaza con las cifras anteriores a la guerra sirve para calibrar las consecuencias. Toda la producción interior de alimentos ha desaparecido. No hay casi actividad económica ni la gente puede trabajar y por tanto cobrar un salario. La mayor parte de la población del norte de Gaza se ha trasladado al sur donde sólo puede sobrevivir de la ayuda humanitaria.

La propaganda israelí quiere hacer creer que no existe una crisis humanitaria con fotos de la venta de alimentos en Rafah. Esa comida no es gratuita. Hay que pagarla y a pocos les queda dinero. La consecuencia inevitable de una demanda gigantesca y una oferta escasa es el aumento de los precios hasta niveles inasequibles para los que malviven en el sur de Gaza.

Quieren hacer creer que antes de la guerra entraban setenta camiones diarios en Gaza. La cifra es falsa.

La situación humanitaria de Gaza, escribe Gregg Carlstrom de The Economist, tiene su origen en decisiones políticas tomadas por el Gobierno israelí, que considera que es la ONU quien debe ocuparse de las necesidades alimentarias de los gazatíes o sugiere que sería más fácil atenderles en territorio egipcio. Ni la ONU ni las ONG cuentan con la logística apropiada para alimentar a cerca de dos millones de personas que han tenido que abandonar sus hogares.

Organizar la entrega de alimentos y medicinas desde Egipto plantea serios problemas. Los almacenes existentes en la localidad egipcia de el-Arish no tienen la capacidad suficiente. El nivel de corrupción es alto, dice Carlstrom. Muchos productos desaparecen para resurgir en el mercado negro. Por el contrario, los que están a punto de caducar son los que llegan a Gaza. Eso es un fenómeno bastante habitual en las zonas de guerra y siempre se repite si no hay una organización férrea y sustentada por un Estado que funcione.

El Derecho internacional obliga a Israel a asumir las consecuencias de sus acciones militares en la población civil. Se está negando a hacerlo y eso coloca a Gaza al borde de la hambruna y del riesgo de brotes epidémicos de enfermedades infecciosas.

«Un 93% de la población de Gaza sufre distintos niveles críticos de hambre con comida insuficiente y altos niveles de malnutrición. Al menos uno de cada cuatro hogares sufre ‘condiciones catastróficas’: experimenta una falta extrema de comida y ha tenido que recurrir a vender sus posesiones y otras medidas extremas para permitirse una simple comida», dijo la OMS a finales de diciembre.

El hambre debilita el cuerpo y hace más probable que caiga enfermo. La malnutrición aumenta el riesgo de que los niños caigan enfermos por diarrea, neumonía y sarampión, especialmente en un entorno que carece de los servicios sanitarios esenciales, según la OMS.

«He ordenado un cerco completo de Gaza», dijo el ministro israelí de Defensa, Yoav Gallant, el 9 de octubre. «No habrá electricidad, comida o combustible. Todo estará cerrado».

Israel ha cumplido su palabra y ha condenado a la población civil de Gaza a sufrir una catástrofe, lo que supone una vulneración de las obligaciones que le asigna la Cuarta Convención de Ginebra.

Foto: camiones egipcios transportan ayuda humanitaria para Gaza el 10 de enero tras pasar los controles de seguridad en el paso de Kerem Shalom. Atef Safadi/EFE.

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Huyendo del volcán

Los estudiantes de la escuela de animación francesa École des Nouvelles Images han conseguido una larga lista de premios con este corto en el que unas aves tienen que lidiar con la amenaza de un volcán. Obviamente, salvar los huevos es una prioridad.

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Israel se comporta en Gaza como si fuera una plaga

¿Cuál es el objetivo militar en destruir un hospital y sus ambulancias? Ninguno. El objetivo político es claro. El castigo colectivo y el mensaje de que Israel no quiere que sea posible volver a vivir en ese lugar. La imagen es del hospital Al Quds en Gaza. Fue evacuado a mediados de noviembre al quedarse sin energía o combustible, con lo que era imposible que pudiera prestar ningún servicio.

Durante 39 días, el centro, gestionado por la Media Luna Roja palestina, fue rodeado por tanques israelíes. Recibió mensajes de los militares para ordenarles que lo abandonaran. 14.000 personas se habían refugiado en sus inmediaciones. Los intentos de Cruz Roja por llevarles ayuda fueron frustrados por los bombardeos. Al final, los responsables del hospital se vieron obligados a tirar la toalla.

El aspecto exterior de los edificios no deja dudas sobre lo que hicieron los militares israelíes antes y después de su evacuación. No es que no pueda estar operativo. Sólo es un conjunto de edificios inviables para cualquier tipo de función sanitaria.

El interior del hospital revela otro tipo de destrucción. El ensañamiento con todas sus instalaciones. Habitaciones de enfermos, salas de espera y trabajo, quirófanos, equipamiento médico. Todo arrasado. Se ve en este vídeo de Associated Press con imágenes grabadas en los últimos días del año.

La infraestructura civil de Gaza ha quedado arrasada. Un artículo en The Wall Street Journal hace recuento de los daños masivos:

«A mediados de diciembre, Israel había lanzado 29.000 bombas, municiones y proyectiles sobre la franja. Cerca del 70% de las 439.000 viviendas de Gaza y la mitad de sus edificios han quedado dañados o destruidos. Los bombardeos han dañado iglesias bizantinas y antiguas mezquitas, fábricas y edificios de apartamentos, centros comerciales y hoteles de lujo, cines y escuelas. Buena parte de la infraestructura de electricidad, agua y sanidad que permiten funcionar a Gaza están fuera de cualquier posibilidad de reparación. La mayoría de los 36 hospitales y clínicas están cerrados, y sólo ocho aceptan pacientes. Árboles frutales, olivos e invernaderos han sido arrasados. Más de dos tercios de sus escuelas están dañadas».

El artículo recuerda que este nivel de destrucción es comparable al de los bombardeos aliados de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. «La palabra ‘Gaza’ quedará en la historia junto a los nombres de Dresde y otras ciudades conocidas que han sido bombardeadas», dice Robert Pape, profesor de la Universidad de Chicago y experto en la valoración de daños de los bombardeos aéreos en la historia. Es una de las mayores campañas de castigo de la historia.

Hasta el 31 de diciembre, 21.822 palestinos han muerto en la guerra israelí contra Gaza. 56.451 han resultado heridos. La suma de muertos y heridos es cercana al 4% de la población. En un país de la población de España, ese porcentaje llevaría a una cifra de bajas de 1.880.000 entre muertos y heridos.

Se calcula que el 85% de los ciudadanos de Gaza ha tenido que abandonar sus casas. La mayoría no tiene un lugar al que regresar. Los pocos periodistas que han acompañado a las unidades militares israelíes en su avance han coincidido en afirmar que el norte de Gaza, donde vivía un millón de personas, es un lugar prácticamente inhabitable.

Un 77% de las instalaciones sanitarias está destruida o dañada, según un estudio del Banco Mundial. El 72% de servicios municipales como parques, tribunales o bibliotecas. El 68% de la infraestructura de telecomunicaciones. El 76% de las zonas comerciales. La zona industrial del norte está completamente destruida. Más de la mitad de las carreteras están destruidas o dañadas.

El dato de 29.000 bombas y proyectiles proviene de un análisis de la Dirección Nacional de Inteligencia de EEUU para un periodo de tiempo de dos meses. Los militares norteamericanos utilizaron 3.678 sobre Irak entre 2004 y 2010, según datos oficiales.

El artículo 18 de la Cuarta Convención de Ginebra establece que «se ofrecerá protección a los hospitales civiles y a su personal». Con el argumento de que forman parte de la estrategia militar de Hamás, el Ejército israelí los ha sitiado, atacado, impedido la llegada de ayuda humanitaria a ellos y, en varios casos como el del hospital Al Quds, los ha destruido.

A pesar de todos estos hechos, en la prensa israelí siguen apareciendo artículos titulados «El Ejército israelí es aún el más moral del mundo». Miembros del Gobierno insisten en promover acciones que sólo pueden definirse como limpieza étnica, obviamente prohibida por la Convenciones de Ginebra. Expulsar a casi todos los habitantes al Sinaí egipcio es su alternativa. El último ha sido Bezalel Smotrich, ministro de Hacienda: «Si quedan 100.000 o 200.000 árabes en Gaza, y no dos millones, todo el discurso sobre el día después (de la guerra) será diferente».

Lo llaman alentar la «inmigración voluntaria». No hay nada de voluntario en tener que huir de los combates para salvar la vida. Lo que sí es voluntario es el empeño en convertir Gaza en tierra arrasada.

No en un lugar en que Hamás no pueda seguir lanzando ataques, sino un lugar donde sea imposible vivir.

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Ucrania se convierte en la guerra que quería Putin

“El sector de los restaurantes está creciendo, no sólo en Moscú, sino en toda Rusia, gracias al aumento del turismo interno. Y la calidad de los alimentos está mejorando. Está claro que hubo pánico en el sector a principios de 2022, pero eso se acabó rápidamente”, contó un dueño de restaurantes al periodista Mikhail Zygar. Las guerras no se ganan comiendo fuera de casa, pero la capacidad de consumo de la población es un buen termómetro de su economía. 

Zygar es un periodista ruso que vive en el exilio. Su libro ‘Todos los hombres del Kremlin’ está prohibido en Rusia. No tiene mucho interés en hacer de propagandista de Vladímir Putin. Su análisis de la recuperación de la economía rusa, que aparece también en muchos otros artículos, confirma que 2023 ha sido un buen año para Putin. 

Rusia no está más cerca de la victoria que a principios de año. Lo que también es indudable es que Ucrania ha abandonado las esperanzas sobre un triunfo inminente que tenía en los primeros seis meses.

Mark Galeotti, historiador británico y experto en Rusia, ha escrito que noviembre fue el mejor mes para Putin en toda la guerra. En su primer número de diciembre, The Economist colocó en su portada la pregunta: “¿Está ganando Putin?”. La respuesta: de momento, sí, al menos en el tipo de guerra que está teniendo lugar. 

“La razón de que una victoria de Putin es posible es que ganar tiene que ver más con resistir que con capturar territorio”, dice un párrafo en el artículo principal. “Ningún ejército está en una posición en la que pueda expulsar al otro del territorio que controla. La contraofensiva ucraniana ha quedado paralizada. Rusia pierde 900 hombres cada día en la batalla por tomar Avdiivka, una ciudad en la región del Donbás. Esta es una guerra de posiciones defensivas y puede durar muchos años”.

Todo pronóstico sobre esta guerra corre el riesgo de acabar como los anteriores. El fracaso del asalto inicial a Kiev y la retirada en la provincia de Járkov y la ciudad de Jersón extendió la idea de que los rusos habían quemado sus opciones de ganar la guerra. El aumento de la ayuda militar occidental a Kiev, además de la propaganda del Gobierno de Zelenski, hizo creer que Ucrania podía triunfar en el campo de batalla. 

Todo estaba orientado a la ofensiva ucraniana que se iniciaría en primavera, una vez que Ucrania pudiera disponer del armamento que decía necesitar y de que algunas de sus fuerzas recibieran el entrenamiento adecuado en Polonia. Cuando los resultados fueron escasos al principio, las autoridades respondieron con sorna a las dudas aparecidas en los medios occidentales sobre los escasos avances. «Expertos de sofá» fue la expresión que utilizó el ministro de Exteriores para definir a los periodistas y expertos que destacaban que el avance de las tropas se medía en centenares de metros, no en kilómetros.

Un análisis publicado en octubre por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales calculó que las fuerzas ucranianas habían avanzado una media de 90 metros cada día hasta finales de agosto en el frente del sur del país. A partir de entonces, los progresos comenzaron a ralentizarse.

El balance final que hace el Gobierno norteamericanos sobre esa ofensiva no deja lugar a dudas. Las barreras defensivas puestas en pie por los rusos en el este y sur de Ucrania frenaron a las tropas ucranianas. Los tanques y blindados enviados por otros países, un asunto polémico del que se habló durante meses, no supusieron un factor diferencial en el campo de batalla. No importa que Kiev insista en continuar cuando sea posible una estrategia de ataque para recuperar el territorio que controlan los rusos. Ahora es más importante conservar las posiciones propias antes que plantearse nuevas ofensivas.

«Sin una nueva estrategia y ayuda económica adicional, las fuentes norteamericanas afirman que Ucrania podría perder la guerra», se leía esta semana en The New York Times.

110.000 millones de dólares entregados por EEUU desde 2022 en ayuda militar y económica no han sido suficientes. No es una simple cuestión de dinero. Los militares ucranianos continúan reclamando munición de artillería que simplemente no existe en los arsenales occidentales.

El artículo del NYT incluye una frase que recuerda épocas tenebrosas del pasado: «Fuentes del Gobierno norteamericano afirman que, sin un cambio de estrategia, 2024 podría ser similar a 1916, el año más letal de la Primera Guerra Mundial, cuando miles de jóvenes perecieron y las líneas del frente cambiaron muy poco».

Quien dio la voz de alarma no fue ninguno de esos «expertos de sofá» de los que hablaba el ministro Kuleba, sino el arquitecto de las Fuerzas Armadas de Ucrania. El jefe del Ejército tomó la inesperada decisión de ofrecer el lado más sombrío de la guerra en noviembre en una entrevista y un artículo en The Economist. El general Valeri Zaluzhni también utilizó como ejemplo la guerra iniciada en 1914 para explicar que el nivel tecnológico de ambos ejércitos les había encerrado en una contienda que ninguno de los dos podía ganar.

«El hecho más simple es que podemos ver lo que hace el enemigo y que ellos pueden ver todo lo que hacemos. El nivel de nuestro desarrollo tecnológico es el que nos ha dejado a nosotros y al enemigo en un estado de parálisis», escribió Zaluzhni. La panorámica del frente de batalla que ofrecen los omnipresentes drones permiten a cada general observar en tiempo real qué es lo que está sucediendo. El factor sorpresa ha desaparecido.

La consecuencia era clara, según decía Zaluzhni. Si EEUU y Europa no ofrecía una ayuda que desequilibrara esa igualdad, las posibilidades de éxito eran escasas.

El presidente Zelenski se apresuró a desautorizar a su mejor general. No ya por estar en desacuerdo con su análisis estratégico, sino por las repercusiones políticas. No puede permitir que su país piense que una victoria completa está fuera de sus posibilidades. Eso podría hacer que se extendiera el derrotismo o simplemente que aumentara el número de personas, aún muy bajo, favorables a un acuerdo diplomático con el que poner fin a la guerra.

Zelenski advirtió de que la cúpula militar no podía inmiscuirse en las decisiones políticas, aunque en realidad toda la política ucraniana tiene que ver con la guerra de una forma u otra. El alcalde de Kiev, Vitali Klitschko, tomó partido en favor del general Zaluzhni: “Algunas personas no quieren escuchar la verdad”. El frente unido en favor de Zelenski en la política ucraniana corre el peligro de fragmentarse.

Poco antes de que se publicara la entrevista a Zaluzhni apareció en la revista Time un largo reportaje sobre la guerra firmado por un periodista que está escribiendo una biografía de Zelenski, entre otras cosas gracias a su gran acceso al presidente y su círculo de asesores más cercanos. El artículo mostraba a un Gobierno dispuesto a ordenar ofensivas sobre algunas localidades cuando el Ejército no estaba en condiciones de llevarlas a cabo por carecer de hombres y armamento suficientes.

Dos párrafos llamaron la atención. Los asesores de Zelenski parecían preocupados por el carácter obcecado de su presidente. Se negaba a aceptar la realidad. Era imposible hacerle cambiar de opinión. “Se engaña a sí mismo”, dijo uno de sus principales colaboradores. “Nos estamos quedando sin opciones. No estamos ganando. Pero prueba a decírselo”.

En la entrevista en The Economist, el general Zaluzhni deja muy claro que su prioridad es conservar las posiciones y no perder más territorio. Está lejos de la idea que mantiene el presidente de seguir preparando nuevas ofensivas con las que intentar dar buenas noticias a la población. Por el contrario, Zaluzhni no descarta que los rusos se lancen contra las líneas ucranianas en febrero o marzo, incluso con la intención de tomar Kiev. Aunque dice que lucharán hasta el final, su mensaje suena bastante pesimista, quizá porque pretende presionar a Washington con este discurso para que aumente la ayuda militar.

La Casa Blanca sabe que Ucrania no podría sobrevivir sin el armamento y los recursos económicos que aporta. Por eso, solicitó al Congreso un nuevo paquete de ayudas por valor de 60.000 millones de dólares que ahora está bloqueado. Los republicanos se niegan a aprobarlo si no se incluyen nuevas medidas para restringir la inmigración a EEUU. Las posiciones están tan distanciadas que la votación definitiva ha tenido que aplazarse hasta enero.

Es ahora cuando resulta más claro un aspecto del que se ha hablado desde el comienzo de la guerra. El desequilibrio demográfico en favor de Rusia es abrumador. La población rusa supera en más de tres veces a la ucraniana. Eso tiene una influencia obvia en el número de soldados que cada bando puede reclutar. Con la intención de destacar esa diferencia, Putin acaba de anunciar un aumento de 170.000 hombres en la capacidad máxima de sus Fuerzas Armadas. No le costará encontrar voluntarios si ofrece salarios diez veces superiores a los que se pueden recibir en algunas zonas del país.

Casi dos años de guerra han dejado a Kiev sin muchos de sus mejores soldados, lo que le ha obligado a incluir a hombres muy por encima de la edad habitual de los combatientes en una guerra. La edad media de los soldados está ya en torno a los cuarenta años.

Los hombres de 18 a 60 años tienen prohibido salir del país. La realidad es que muchos de ellos consiguieron abandonar Ucrania de forma legal o clandestina. Otros pudieron impedir ser llamados a filas gracias a sobornos. Una estimación de BBC calculó que 650.000 hombres en edad de reclutamiento viven en el extranjero desde el comienzo de la guerra.

Las bajas sufridas en 21 meses de guerra son escalofriantes. Según el Departamento de Defensa de EEUU, hasta agosto de este año Rusia había tenido 300.000 bajas (120.000 muertos y 170.000 heridos). Las cifras ucranianas eran menores, pero su impacto en un país menos poblado era mayor: 70.000 muertos y más de 100.000 heridos.

Occidente puso buena parte de sus esperanzas en las sanciones a Rusia. La hipótesis de un progresivo hundimiento de la economía rusa que afectara a su potencial militar ha quedado desmentida por los hechos. Se decía que un país totalmente abierto a la economía occidental, a diferencia de la Unión Soviética, no podría sobrevivir a un programa de sanciones que le cerraba todas las puertas de Europa y EEUU.

Rusia ha encontrado socios en países como China, Turquía o India y utilizado vías alternativas para vender su petróleo y gas en todo el mundo, también en Europa, y para importar bienes de consumo. La reducción en la producción de crudo se ha debido en su mayor parte a los acuerdos con la OPEP. El plan de EEUU de limitar el precio del petróleo ruso a 60 dólares el barril no ha tenido éxito.

La militarización de la economía, un factor ineludible en un país en guerra, ha hecho que el presupuesto de defensa y seguridad supere el 6% del PIB. Se prevé que se acerque al 8% en 2024, lo que supondría el 40% del presupuesto del Estado.

La repatriación de los fondos que los oligarcas conservaban en el exterior –50.000 millones de dólares, según Bloomberg– ha favorecido un aumento de la inversión, que se nota especialmente en la construcción.

La credibilidad de algunas estadísticas rusas es discutible, pero su economía ha superado este año incluso las previsiones de su banco central y de la OCDE de los últimos meses. Anticipaban un crecimiento del 2% en 2023 y es probable que la cifra final alcance el 3% o lo supere. Para comprobar hasta qué punto estaban errados algunos pronósticos, hay que recordar que el FMI preveía una caída del 2,3% del PIB ruso para este año.

El aumento del gasto público, fundamentalmente destinado a la guerra y a aliviar sus consecuencias, ha facilitado un aumento de la inflación, que en noviembre llegó al 7,5% interanual. El banco central admite que las previsiones inflacionarias continúan siendo altas, por lo que esta semana anunció un incremento de los tipos de interés hasta el 16%. Es posible que la recuperación económica haya alcanzado su pico en el tercer trimestre, pero las expectativas son mejores que hace un año.

El Departamento del Tesoro calcula que la economía de Rusia sería un 5% mayor si no fuera por la guerra. La salida del país de 600.000 personas, jóvenes cualificados en su mayoría, supondrá una rémora para el desarrollo del país a largo plazo. Pero Putin, que tiene 71 años y que será reelegido en las elecciones de marzo de 2024, sólo piensa en el presente.

Es suficiente para que Putin cante victoria en su guerra económica con Europa y EEUU. Ha encajado el peor golpe de las sanciones y reorientado la economía para fortalecer el esfuerzo de guerra. No piensa ceder en su idea de que sólo tiene que aguantar hasta que Occidente pierda interés en defender a una Ucrania independiente. “Ucrania no produce casi nada hoy. Todo le llega de Occidente, pero los productos gratis se acabarán algún día”, dijo el jueves en su rueda de prensa anual.

Su gran esperanza es que Donald Trump gane las elecciones de 2024 con el mensaje de que continuar la guerra exige un precio demasiado alto para EEUU y sea capaz de presionar a Ucrania para que firme una paz con Moscú que le impida recuperar los territorios perdidos. Putin sigue convencido de que el tiempo juega en su favor.

2024 será un año muy largo para Ucrania.


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Chile, Camboya y Vietnam: los campos de la muerte de Henry Kissinger

Después de la muerte de Richelieu en 1642, se dice que el Papa Urbano VIII hizo un buen resumen de su trayectoria política: “Si Dios existe, el cardenal Richelieu tendrá mucho por lo que responder. Si no es así, bueno, ha tenido una vida de éxitos”. A Henry Kissinger le gustó esa frase y la incluyó en una de sus obras. Era como si estuviera escribiendo sobre sí mismo. Richelieu tuvo como gran meta el engrandecimiento de Francia durante veinte años y la lucha contra su némesis, la dinastía de los Habsburgo que gobernaba en España y Austria. Todo lo demás, incluidas las vidas de millones de personas y también su fe católica, era prescindible.

Kissinger, fallecido esta semana a los 100 años, hubiera preferido vivir en esa época o en la de Metternich, otro de sus héroes predilectos. Le tocó el siglo XX. Eso no le impidió aplicar recetas similares para solucionar los problemas de su tiempo. Es posible que Estados Unidos se presentara ante el mundo como el faro de la democracia liberal, pero Kissinger tenía claro que esa no era la prioridad. “El bienestar del Estado justificaba todos los medios”, escribió sobre Richelieu en su libro ‘Diplomacia’. “El interés nacional suplantaba la noción medieval de moralidad universal”. Este último concepto sería equivalente a lo que hoy llamamos ‘derechos humanos’, que no eran más que un molesto problema de imagen para el diplomático norteamericano.

Varios días después del golpe de Chile y el derrocamiento de Salvador Allende en 1973, Kissinger comparte su alegría con el presidente Richard Nixon en una conversación privada. “En la época de Eisenhower, seríamos considerados unos héroes”, le dice. En el contexto de la Guerra Fría, supone un gran éxito. El fin de la democracia chilena y los miles de asesinados posteriores son sólo un asterisco.

La conducción de la política exterior de una superpotencia obliga a todo tipo de componendas y pactos con aliados con las manos manchadas de sangre. Con Kissinger, no hay ningún escrúpulo moral o político, porque la moralidad nunca entra en sus planes. La confrontación con la Unión Soviética requiere intervenir en cualquier conflicto en el que exista la más mínima posibilidad de que un nuevo Gobierno favorable para los intereses del enemigo asuma el poder. El hecho de que lo haga a través de unas elecciones democráticas es totalmente irrelevante.

“No veo por qué tenemos esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo. Estos asuntos son demasiado importantes como para dejarlos que los decidan por sí mismos los votantes chilenos”, dice en 1970.

Allende ha ganado las elecciones de ese año con un 36,6% de los votos, sin la mayoría suficiente para ser proclamado presidente. Jorge Alessandri, del conservador Partido Nacional, recibe el 35,2% y Radomiro Tomic, de la Democracia Cristiana, el 28%. La Constitución dicta que debe ser el Congreso en ese caso el que tome la decisión, aunque hasta entonces lo habitual era que apoyara al candidato más votado.

Nueve días después, Agustín Edwards, dueño de El Mercurio, el periódico más importante de Chile, y decidido a impedir el nombramiento de Allende, vuela a Washington para incitar a la Administración norteamericana. De inmediato, se reúne con Kissinger en la Casa Blanca. No le cuesta mucho convencerle. Nixon llama al director de la CIA, Richard Helms, con órdenes claras. “Tienes que impedir que Allende sea elegido. Haz que la economía sufra. No se lo cuentes a la embajada. Diez millones más (de presupuesto para la operación) si son necesarios. Utiliza a tus mejores hombres”, dicen las notas de la llamada desclasificadas décadas más tarde.

Como consejero de Seguridad Nacional, Kissinger controla la operación e imparte órdenes a la CIA. En un informe dirigido a Nixon, explica lo que está en juego. Sabe que Allende no va a instaurar una dictadura sometida a la voluntad de la URSS, pero considera que su influencia será muy peligrosa y que hay que cortarla de raíz. “El ejemplo de un Gobierno marxista electo en Chile que tenga éxito seguramente tendrá un impacto o incluso supondrá un precedente en otras partes del mundo, especialmente en Italia”.

Nixon queda convencido y lo comunica en una reunión a altos cargos de su Gabinete con palabras casi idénticas a las de Kissinger: “Nuestra mayor preocupación es que Allende tenga éxito y que su modelo se traslade a todo el mundo”.

Los conspiradores alentados por la CIA no consiguen su objetivo de provocar un golpe en 1970. El plan de secuestrar al jefe del Ejército, el general Schneider, acaba con su asesinato y causa una conmoción nacional que favorece que la elección de Allende sea confirmada por el Congreso con 135 votos a su favor y 35 para Alessandri.

La operación de la CIA propulsada por Kissinger no se detiene y consiste en promover huelgas y conflictos sociales para desestabilizar el país, financiar El Mercurio y los partidos de la oposición y convencer a los generales para que se hagan con el poder. Las elecciones legislativas de marzo de 1973 dan una ajustada victoria a la derecha, pero los partidos de izquierda obtienen el 45% de los votos, muchos más que los recibidos por Allende tres años antes. Los planes de hundir la reputación del presidente han fracasado.

Sólo queda la opción de la intervención militar. “Toda la política (de EEUU sobre Chile) estaba orientada a crear un clima favorable al golpe. Como Kissinger diría después, crear las mejores condiciones posibles para que hubiera un golpe”, explicó Peter Kornbluh, de la organización National Security Archives que es la que ha conseguido la desclasificación de la mayoría de los documentos secretos de la época.

En septiembre, los militares no necesitan la ayuda directa norteamericana para ejecutar el golpe, que es recibido con entusiasmo en la Casa Blanca. Los asesores de Kissinger le informan días después de las primeras matanzas. “Creo que debemos comprender cuál es nuestra política. Por desagradables que sean esos actos, este Gobierno es mejor para nosotros que el de Allende”, les comunica.

Kissinger, ya como secretario de Estado, se reúne con Pinochet en Santiago en junio de 1976. Por entonces, congresistas de EEUU intentan condicionar la ayuda a Chile al respeto de los derechos humanos. Informa al dictador de que va a hacer referencias “en términos generales” a los derechos humanos en su discurso ante la asamblea de la OEA, pero que no se preocupe por ello.

“Mi impresión es que usted es víctima de los grupos izquierdistas de todo el mundo y que su mayor pecado es que derrocó a un Gobierno que se estaba haciendo comunista”, le dice a Pinochet.

Sobre los obstáculos que plantea el Congreso para la venta de armas a Chile, Kissinger solicita su colaboración y le tranquiliza: “Nada de todo esto tiene que ver con la intención de socavar su Gobierno. Quiero que tenga éxito”.

Antes de llegar a la Casa Blanca con la victoria de Nixon en las elecciones de 1968, Kissinger, como uno de los más reputados expertos del país en política exterior y estrategia nuclear, cuenta con permisos oficiales para examinar documentos secretos de la Administración de Lyndon Johnson sobre la guerra de Vietnam. Existe la sospecha de que filtra a la campaña de Nixon información sobre las negociaciones de paz de EEUU con Vietnam del Norte. Lo que está confirmado es que Nixon promete al Gobierno de Vietnam del Sur que tendrá un acuerdo más ventajoso si bloquean cualquier avance y esperan a su llegada al poder.

Nixon hace campaña con la promesa de que pondrá fin a la guerra por cauces diplomáticos, lo que llama “un fin honorable”. Tanto él como Kissinger saben que los norvietnamitas no podrán ser derrotados con medios exclusivamente militares. Su prioridad es mantener la reputación internacional de EEUU y que no parezca que ha abandonado a su suerte a sus aliados de Saigón. Eso exige una intensificación de la guerra, que durara cuatro años más.

Kissinger afirmó más tarde que el mandato para terminar con la guerra de Vietnam no podía hacerse “con condiciones que redujeran la capacidad de América de defender a sus aliados y la causa de la libertad”.

58.220 militares norteamericanos murieron en la guerra de Vietnam, 21.041 de ellos durante la presidencia de Nixon.

El precio que pagan los pueblos del sureste de Asia es infinitamente mayor. Nixon y Kissinger extienden la campaña de bombardeos a Camboya, país neutral cuyas zonas fronterizas están siendo utilizadas por el Ejército norvietnamita y el Vietcong, así como a Laos. Es un bombardeo “secreto” para los norteamericanos, pero no para los que lo sufren entre 1969 y 1973. EEUU arroja 500.000 toneladas de bombas sobre Camboya, que matan al menos a 150.000 personas, la mayoría civiles.

La destrucción aniquila también el sistema político del país, acaba con la reputación del Gobierno del dictador Lon Nol, que había derrocado en un golpe al príncipe Sihanuk, y facilita la victoria posterior de los jemeres rojos en 1975, que imponen un régimen de terror casi inimaginable.

Para entender el impacto de ese medio millón de toneladas de bombas sobre un país que tenía entonces menos de siete millones de habitantes, conviene saber que EEUU lanzó 160.000 toneladas de explosivos sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial, incluidas las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki, y 500.000 en todas las operaciones en el Pacífico en esa guerra.

La CIA informa en 1973 que los jemeres rojos están utilizando con éxito “los daños causados por los ataques de los B-52 como principal argumento de su propaganda”. Años después, un antiguo alto cargo de los jemeres lo confirma a un periodista. “Las mentes de la gente se congelaban (en los bombardeos) y deambulaban en silencio durante tres o cuatro días. Aterrorizada y enloquecida, la gente estaba dispuesta a creer lo que les decían. Eso fue lo que hizo que fuera tan fácil para los jemeres rojos ganarse el apoyo de la gente”.

Kissinger juega un papel activo en la elección de los objetivos de Camboya y en transmitir las órdenes de Nixon. “Quiere una campaña de bombardeos masivos”, comunica a Alexander Haig, jefe de gabinete de la Casa Blanca, tras una conversación con el presidente. “No quiere escuchar otra cosa. Es una orden. Hay que hacerlo. Todo lo que vuele y todo lo que se mueva. ¿Lo entiendes?”.

Un informe del Pentágono confirmó que el Consejo de Seguridad Nacional que dirige Kissinger dio el visto bueno a 3.875 bombardeos realizados en 1969 y 1970, “así como los métodos para impedir que los periódicos conocieran los hechos”.

Kissinger mantiene informado a Nixon de los progresos en Camboya y Vietnam. “Le apuesto a que tendremos más aviones allí en un día que los que tuvo Johnson en un mes. Cada avión lleva diez veces más bombas que un avión de la Segunda Guerra Mundial”, le cuenta en abril de 1972 sobre el ataque al puerto de Haiphong, en Vietnam del Norte.

Alabado después durante décadas por la clase política norteamericana como el diplomático más brillante de la Guerra Fría, Kissinger se había convertido en un adicto a la destrucción: “Me niego a creer que una potencia de cuarto nivel como Vietnam del Norte no pueda alcanzar un límite en el que se haga pedazos”.

Destruir todo lo que se pueda para obtener una ventaja que sea decisiva en el terreno de las negociaciones. Matar “todo lo que se mueva” para que EEUU conserve su reputación. Ese es uno de los principales legados de Henry Kissinger.

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