Israel se comporta en Gaza como si fuera una plaga

¿Cuál es el objetivo militar en destruir un hospital y sus ambulancias? Ninguno. El objetivo político es claro. El castigo colectivo y el mensaje de que Israel no quiere que sea posible volver a vivir en ese lugar. La imagen es del hospital Al Quds en Gaza. Fue evacuado a mediados de noviembre al quedarse sin energía o combustible, con lo que era imposible que pudiera prestar ningún servicio.

Durante 39 días, el centro, gestionado por la Media Luna Roja palestina, fue rodeado por tanques israelíes. Recibió mensajes de los militares para ordenarles que lo abandonaran. 14.000 personas se habían refugiado en sus inmediaciones. Los intentos de Cruz Roja por llevarles ayuda fueron frustrados por los bombardeos. Al final, los responsables del hospital se vieron obligados a tirar la toalla.

El aspecto exterior de los edificios no deja dudas sobre lo que hicieron los militares israelíes antes y después de su evacuación. No es que no pueda estar operativo. Sólo es un conjunto de edificios inviables para cualquier tipo de función sanitaria.

El interior del hospital revela otro tipo de destrucción. El ensañamiento con todas sus instalaciones. Habitaciones de enfermos, salas de espera y trabajo, quirófanos, equipamiento médico. Todo arrasado. Se ve en este vídeo de Associated Press con imágenes grabadas en los últimos días del año.

La infraestructura civil de Gaza ha quedado arrasada. Un artículo en The Wall Street Journal hace recuento de los daños masivos:

«A mediados de diciembre, Israel había lanzado 29.000 bombas, municiones y proyectiles sobre la franja. Cerca del 70% de las 439.000 viviendas de Gaza y la mitad de sus edificios han quedado dañados o destruidos. Los bombardeos han dañado iglesias bizantinas y antiguas mezquitas, fábricas y edificios de apartamentos, centros comerciales y hoteles de lujo, cines y escuelas. Buena parte de la infraestructura de electricidad, agua y sanidad que permiten funcionar a Gaza están fuera de cualquier posibilidad de reparación. La mayoría de los 36 hospitales y clínicas están cerrados, y sólo ocho aceptan pacientes. Árboles frutales, olivos e invernaderos han sido arrasados. Más de dos tercios de sus escuelas están dañadas».

El artículo recuerda que este nivel de destrucción es comparable al de los bombardeos aliados de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. «La palabra ‘Gaza’ quedará en la historia junto a los nombres de Dresde y otras ciudades conocidas que han sido bombardeadas», dice Robert Pape, profesor de la Universidad de Chicago y experto en la valoración de daños de los bombardeos aéreos en la historia. Es una de las mayores campañas de castigo de la historia.

Hasta el 31 de diciembre, 21.822 palestinos han muerto en la guerra israelí contra Gaza. 56.451 han resultado heridos. La suma de muertos y heridos es cercana al 4% de la población. En un país de la población de España, ese porcentaje llevaría a una cifra de bajas de 1.880.000 entre muertos y heridos.

Se calcula que el 85% de los ciudadanos de Gaza ha tenido que abandonar sus casas. La mayoría no tiene un lugar al que regresar. Los pocos periodistas que han acompañado a las unidades militares israelíes en su avance han coincidido en afirmar que el norte de Gaza, donde vivía un millón de personas, es un lugar prácticamente inhabitable.

Un 77% de las instalaciones sanitarias está destruida o dañada, según un estudio del Banco Mundial. El 72% de servicios municipales como parques, tribunales o bibliotecas. El 68% de la infraestructura de telecomunicaciones. El 76% de las zonas comerciales. La zona industrial del norte está completamente destruida. Más de la mitad de las carreteras están destruidas o dañadas.

El dato de 29.000 bombas y proyectiles proviene de un análisis de la Dirección Nacional de Inteligencia de EEUU para un periodo de tiempo de dos meses. Los militares norteamericanos utilizaron 3.678 sobre Irak entre 2004 y 2010, según datos oficiales.

El artículo 18 de la Cuarta Convención de Ginebra establece que «se ofrecerá protección a los hospitales civiles y a su personal». Con el argumento de que forman parte de la estrategia militar de Hamás, el Ejército israelí los ha sitiado, atacado, impedido la llegada de ayuda humanitaria a ellos y, en varios casos como el del hospital Al Quds, los ha destruido.

A pesar de todos estos hechos, en la prensa israelí siguen apareciendo artículos titulados «El Ejército israelí es aún el más moral del mundo». Miembros del Gobierno insisten en promover acciones que sólo pueden definirse como limpieza étnica, obviamente prohibida por la Convenciones de Ginebra. Expulsar a casi todos los habitantes al Sinaí egipcio es su alternativa. El último ha sido Bezalel Smotrich, ministro de Hacienda: «Si quedan 100.000 o 200.000 árabes en Gaza, y no dos millones, todo el discurso sobre el día después (de la guerra) será diferente».

Lo llaman alentar la «inmigración voluntaria». No hay nada de voluntario en tener que huir de los combates para salvar la vida. Lo que sí es voluntario es el empeño en convertir Gaza en tierra arrasada.

No en un lugar en que Hamás no pueda seguir lanzando ataques, sino un lugar donde sea imposible vivir.

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Ucrania se convierte en la guerra que quería Putin

“El sector de los restaurantes está creciendo, no sólo en Moscú, sino en toda Rusia, gracias al aumento del turismo interno. Y la calidad de los alimentos está mejorando. Está claro que hubo pánico en el sector a principios de 2022, pero eso se acabó rápidamente”, contó un dueño de restaurantes al periodista Mikhail Zygar. Las guerras no se ganan comiendo fuera de casa, pero la capacidad de consumo de la población es un buen termómetro de su economía. 

Zygar es un periodista ruso que vive en el exilio. Su libro ‘Todos los hombres del Kremlin’ está prohibido en Rusia. No tiene mucho interés en hacer de propagandista de Vladímir Putin. Su análisis de la recuperación de la economía rusa, que aparece también en muchos otros artículos, confirma que 2023 ha sido un buen año para Putin. 

Rusia no está más cerca de la victoria que a principios de año. Lo que también es indudable es que Ucrania ha abandonado las esperanzas sobre un triunfo inminente que tenía en los primeros seis meses.

Mark Galeotti, historiador británico y experto en Rusia, ha escrito que noviembre fue el mejor mes para Putin en toda la guerra. En su primer número de diciembre, The Economist colocó en su portada la pregunta: “¿Está ganando Putin?”. La respuesta: de momento, sí, al menos en el tipo de guerra que está teniendo lugar. 

“La razón de que una victoria de Putin es posible es que ganar tiene que ver más con resistir que con capturar territorio”, dice un párrafo en el artículo principal. “Ningún ejército está en una posición en la que pueda expulsar al otro del territorio que controla. La contraofensiva ucraniana ha quedado paralizada. Rusia pierde 900 hombres cada día en la batalla por tomar Avdiivka, una ciudad en la región del Donbás. Esta es una guerra de posiciones defensivas y puede durar muchos años”.

Todo pronóstico sobre esta guerra corre el riesgo de acabar como los anteriores. El fracaso del asalto inicial a Kiev y la retirada en la provincia de Járkov y la ciudad de Jersón extendió la idea de que los rusos habían quemado sus opciones de ganar la guerra. El aumento de la ayuda militar occidental a Kiev, además de la propaganda del Gobierno de Zelenski, hizo creer que Ucrania podía triunfar en el campo de batalla. 

Todo estaba orientado a la ofensiva ucraniana que se iniciaría en primavera, una vez que Ucrania pudiera disponer del armamento que decía necesitar y de que algunas de sus fuerzas recibieran el entrenamiento adecuado en Polonia. Cuando los resultados fueron escasos al principio, las autoridades respondieron con sorna a las dudas aparecidas en los medios occidentales sobre los escasos avances. «Expertos de sofá» fue la expresión que utilizó el ministro de Exteriores para definir a los periodistas y expertos que destacaban que el avance de las tropas se medía en centenares de metros, no en kilómetros.

Un análisis publicado en octubre por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales calculó que las fuerzas ucranianas habían avanzado una media de 90 metros cada día hasta finales de agosto en el frente del sur del país. A partir de entonces, los progresos comenzaron a ralentizarse.

El balance final que hace el Gobierno norteamericanos sobre esa ofensiva no deja lugar a dudas. Las barreras defensivas puestas en pie por los rusos en el este y sur de Ucrania frenaron a las tropas ucranianas. Los tanques y blindados enviados por otros países, un asunto polémico del que se habló durante meses, no supusieron un factor diferencial en el campo de batalla. No importa que Kiev insista en continuar cuando sea posible una estrategia de ataque para recuperar el territorio que controlan los rusos. Ahora es más importante conservar las posiciones propias antes que plantearse nuevas ofensivas.

«Sin una nueva estrategia y ayuda económica adicional, las fuentes norteamericanas afirman que Ucrania podría perder la guerra», se leía esta semana en The New York Times.

110.000 millones de dólares entregados por EEUU desde 2022 en ayuda militar y económica no han sido suficientes. No es una simple cuestión de dinero. Los militares ucranianos continúan reclamando munición de artillería que simplemente no existe en los arsenales occidentales.

El artículo del NYT incluye una frase que recuerda épocas tenebrosas del pasado: «Fuentes del Gobierno norteamericano afirman que, sin un cambio de estrategia, 2024 podría ser similar a 1916, el año más letal de la Primera Guerra Mundial, cuando miles de jóvenes perecieron y las líneas del frente cambiaron muy poco».

Quien dio la voz de alarma no fue ninguno de esos «expertos de sofá» de los que hablaba el ministro Kuleba, sino el arquitecto de las Fuerzas Armadas de Ucrania. El jefe del Ejército tomó la inesperada decisión de ofrecer el lado más sombrío de la guerra en noviembre en una entrevista y un artículo en The Economist. El general Valeri Zaluzhni también utilizó como ejemplo la guerra iniciada en 1914 para explicar que el nivel tecnológico de ambos ejércitos les había encerrado en una contienda que ninguno de los dos podía ganar.

«El hecho más simple es que podemos ver lo que hace el enemigo y que ellos pueden ver todo lo que hacemos. El nivel de nuestro desarrollo tecnológico es el que nos ha dejado a nosotros y al enemigo en un estado de parálisis», escribió Zaluzhni. La panorámica del frente de batalla que ofrecen los omnipresentes drones permiten a cada general observar en tiempo real qué es lo que está sucediendo. El factor sorpresa ha desaparecido.

La consecuencia era clara, según decía Zaluzhni. Si EEUU y Europa no ofrecía una ayuda que desequilibrara esa igualdad, las posibilidades de éxito eran escasas.

El presidente Zelenski se apresuró a desautorizar a su mejor general. No ya por estar en desacuerdo con su análisis estratégico, sino por las repercusiones políticas. No puede permitir que su país piense que una victoria completa está fuera de sus posibilidades. Eso podría hacer que se extendiera el derrotismo o simplemente que aumentara el número de personas, aún muy bajo, favorables a un acuerdo diplomático con el que poner fin a la guerra.

Zelenski advirtió de que la cúpula militar no podía inmiscuirse en las decisiones políticas, aunque en realidad toda la política ucraniana tiene que ver con la guerra de una forma u otra. El alcalde de Kiev, Vitali Klitschko, tomó partido en favor del general Zaluzhni: “Algunas personas no quieren escuchar la verdad”. El frente unido en favor de Zelenski en la política ucraniana corre el peligro de fragmentarse.

Poco antes de que se publicara la entrevista a Zaluzhni apareció en la revista Time un largo reportaje sobre la guerra firmado por un periodista que está escribiendo una biografía de Zelenski, entre otras cosas gracias a su gran acceso al presidente y su círculo de asesores más cercanos. El artículo mostraba a un Gobierno dispuesto a ordenar ofensivas sobre algunas localidades cuando el Ejército no estaba en condiciones de llevarlas a cabo por carecer de hombres y armamento suficientes.

Dos párrafos llamaron la atención. Los asesores de Zelenski parecían preocupados por el carácter obcecado de su presidente. Se negaba a aceptar la realidad. Era imposible hacerle cambiar de opinión. “Se engaña a sí mismo”, dijo uno de sus principales colaboradores. “Nos estamos quedando sin opciones. No estamos ganando. Pero prueba a decírselo”.

En la entrevista en The Economist, el general Zaluzhni deja muy claro que su prioridad es conservar las posiciones y no perder más territorio. Está lejos de la idea que mantiene el presidente de seguir preparando nuevas ofensivas con las que intentar dar buenas noticias a la población. Por el contrario, Zaluzhni no descarta que los rusos se lancen contra las líneas ucranianas en febrero o marzo, incluso con la intención de tomar Kiev. Aunque dice que lucharán hasta el final, su mensaje suena bastante pesimista, quizá porque pretende presionar a Washington con este discurso para que aumente la ayuda militar.

La Casa Blanca sabe que Ucrania no podría sobrevivir sin el armamento y los recursos económicos que aporta. Por eso, solicitó al Congreso un nuevo paquete de ayudas por valor de 60.000 millones de dólares que ahora está bloqueado. Los republicanos se niegan a aprobarlo si no se incluyen nuevas medidas para restringir la inmigración a EEUU. Las posiciones están tan distanciadas que la votación definitiva ha tenido que aplazarse hasta enero.

Es ahora cuando resulta más claro un aspecto del que se ha hablado desde el comienzo de la guerra. El desequilibrio demográfico en favor de Rusia es abrumador. La población rusa supera en más de tres veces a la ucraniana. Eso tiene una influencia obvia en el número de soldados que cada bando puede reclutar. Con la intención de destacar esa diferencia, Putin acaba de anunciar un aumento de 170.000 hombres en la capacidad máxima de sus Fuerzas Armadas. No le costará encontrar voluntarios si ofrece salarios diez veces superiores a los que se pueden recibir en algunas zonas del país.

Casi dos años de guerra han dejado a Kiev sin muchos de sus mejores soldados, lo que le ha obligado a incluir a hombres muy por encima de la edad habitual de los combatientes en una guerra. La edad media de los soldados está ya en torno a los cuarenta años.

Los hombres de 18 a 60 años tienen prohibido salir del país. La realidad es que muchos de ellos consiguieron abandonar Ucrania de forma legal o clandestina. Otros pudieron impedir ser llamados a filas gracias a sobornos. Una estimación de BBC calculó que 650.000 hombres en edad de reclutamiento viven en el extranjero desde el comienzo de la guerra.

Las bajas sufridas en 21 meses de guerra son escalofriantes. Según el Departamento de Defensa de EEUU, hasta agosto de este año Rusia había tenido 300.000 bajas (120.000 muertos y 170.000 heridos). Las cifras ucranianas eran menores, pero su impacto en un país menos poblado era mayor: 70.000 muertos y más de 100.000 heridos.

Occidente puso buena parte de sus esperanzas en las sanciones a Rusia. La hipótesis de un progresivo hundimiento de la economía rusa que afectara a su potencial militar ha quedado desmentida por los hechos. Se decía que un país totalmente abierto a la economía occidental, a diferencia de la Unión Soviética, no podría sobrevivir a un programa de sanciones que le cerraba todas las puertas de Europa y EEUU.

Rusia ha encontrado socios en países como China, Turquía o India y utilizado vías alternativas para vender su petróleo y gas en todo el mundo, también en Europa, y para importar bienes de consumo. La reducción en la producción de crudo se ha debido en su mayor parte a los acuerdos con la OPEP. El plan de EEUU de limitar el precio del petróleo ruso a 60 dólares el barril no ha tenido éxito.

La militarización de la economía, un factor ineludible en un país en guerra, ha hecho que el presupuesto de defensa y seguridad supere el 6% del PIB. Se prevé que se acerque al 8% en 2024, lo que supondría el 40% del presupuesto del Estado.

La repatriación de los fondos que los oligarcas conservaban en el exterior –50.000 millones de dólares, según Bloomberg– ha favorecido un aumento de la inversión, que se nota especialmente en la construcción.

La credibilidad de algunas estadísticas rusas es discutible, pero su economía ha superado este año incluso las previsiones de su banco central y de la OCDE de los últimos meses. Anticipaban un crecimiento del 2% en 2023 y es probable que la cifra final alcance el 3% o lo supere. Para comprobar hasta qué punto estaban errados algunos pronósticos, hay que recordar que el FMI preveía una caída del 2,3% del PIB ruso para este año.

El aumento del gasto público, fundamentalmente destinado a la guerra y a aliviar sus consecuencias, ha facilitado un aumento de la inflación, que en noviembre llegó al 7,5% interanual. El banco central admite que las previsiones inflacionarias continúan siendo altas, por lo que esta semana anunció un incremento de los tipos de interés hasta el 16%. Es posible que la recuperación económica haya alcanzado su pico en el tercer trimestre, pero las expectativas son mejores que hace un año.

El Departamento del Tesoro calcula que la economía de Rusia sería un 5% mayor si no fuera por la guerra. La salida del país de 600.000 personas, jóvenes cualificados en su mayoría, supondrá una rémora para el desarrollo del país a largo plazo. Pero Putin, que tiene 71 años y que será reelegido en las elecciones de marzo de 2024, sólo piensa en el presente.

Es suficiente para que Putin cante victoria en su guerra económica con Europa y EEUU. Ha encajado el peor golpe de las sanciones y reorientado la economía para fortalecer el esfuerzo de guerra. No piensa ceder en su idea de que sólo tiene que aguantar hasta que Occidente pierda interés en defender a una Ucrania independiente. “Ucrania no produce casi nada hoy. Todo le llega de Occidente, pero los productos gratis se acabarán algún día”, dijo el jueves en su rueda de prensa anual.

Su gran esperanza es que Donald Trump gane las elecciones de 2024 con el mensaje de que continuar la guerra exige un precio demasiado alto para EEUU y sea capaz de presionar a Ucrania para que firme una paz con Moscú que le impida recuperar los territorios perdidos. Putin sigue convencido de que el tiempo juega en su favor.

2024 será un año muy largo para Ucrania.


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Chile, Camboya y Vietnam: los campos de la muerte de Henry Kissinger

Después de la muerte de Richelieu en 1642, se dice que el Papa Urbano VIII hizo un buen resumen de su trayectoria política: “Si Dios existe, el cardenal Richelieu tendrá mucho por lo que responder. Si no es así, bueno, ha tenido una vida de éxitos”. A Henry Kissinger le gustó esa frase y la incluyó en una de sus obras. Era como si estuviera escribiendo sobre sí mismo. Richelieu tuvo como gran meta el engrandecimiento de Francia durante veinte años y la lucha contra su némesis, la dinastía de los Habsburgo que gobernaba en España y Austria. Todo lo demás, incluidas las vidas de millones de personas y también su fe católica, era prescindible.

Kissinger, fallecido esta semana a los 100 años, hubiera preferido vivir en esa época o en la de Metternich, otro de sus héroes predilectos. Le tocó el siglo XX. Eso no le impidió aplicar recetas similares para solucionar los problemas de su tiempo. Es posible que Estados Unidos se presentara ante el mundo como el faro de la democracia liberal, pero Kissinger tenía claro que esa no era la prioridad. “El bienestar del Estado justificaba todos los medios”, escribió sobre Richelieu en su libro ‘Diplomacia’. “El interés nacional suplantaba la noción medieval de moralidad universal”. Este último concepto sería equivalente a lo que hoy llamamos ‘derechos humanos’, que no eran más que un molesto problema de imagen para el diplomático norteamericano.

Varios días después del golpe de Chile y el derrocamiento de Salvador Allende en 1973, Kissinger comparte su alegría con el presidente Richard Nixon en una conversación privada. “En la época de Eisenhower, seríamos considerados unos héroes”, le dice. En el contexto de la Guerra Fría, supone un gran éxito. El fin de la democracia chilena y los miles de asesinados posteriores son sólo un asterisco.

La conducción de la política exterior de una superpotencia obliga a todo tipo de componendas y pactos con aliados con las manos manchadas de sangre. Con Kissinger, no hay ningún escrúpulo moral o político, porque la moralidad nunca entra en sus planes. La confrontación con la Unión Soviética requiere intervenir en cualquier conflicto en el que exista la más mínima posibilidad de que un nuevo Gobierno favorable para los intereses del enemigo asuma el poder. El hecho de que lo haga a través de unas elecciones democráticas es totalmente irrelevante.

“No veo por qué tenemos esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo. Estos asuntos son demasiado importantes como para dejarlos que los decidan por sí mismos los votantes chilenos”, dice en 1970.

Allende ha ganado las elecciones de ese año con un 36,6% de los votos, sin la mayoría suficiente para ser proclamado presidente. Jorge Alessandri, del conservador Partido Nacional, recibe el 35,2% y Radomiro Tomic, de la Democracia Cristiana, el 28%. La Constitución dicta que debe ser el Congreso en ese caso el que tome la decisión, aunque hasta entonces lo habitual era que apoyara al candidato más votado.

Nueve días después, Agustín Edwards, dueño de El Mercurio, el periódico más importante de Chile, y decidido a impedir el nombramiento de Allende, vuela a Washington para incitar a la Administración norteamericana. De inmediato, se reúne con Kissinger en la Casa Blanca. No le cuesta mucho convencerle. Nixon llama al director de la CIA, Richard Helms, con órdenes claras. “Tienes que impedir que Allende sea elegido. Haz que la economía sufra. No se lo cuentes a la embajada. Diez millones más (de presupuesto para la operación) si son necesarios. Utiliza a tus mejores hombres”, dicen las notas de la llamada desclasificadas décadas más tarde.

Como consejero de Seguridad Nacional, Kissinger controla la operación e imparte órdenes a la CIA. En un informe dirigido a Nixon, explica lo que está en juego. Sabe que Allende no va a instaurar una dictadura sometida a la voluntad de la URSS, pero considera que su influencia será muy peligrosa y que hay que cortarla de raíz. “El ejemplo de un Gobierno marxista electo en Chile que tenga éxito seguramente tendrá un impacto o incluso supondrá un precedente en otras partes del mundo, especialmente en Italia”.

Nixon queda convencido y lo comunica en una reunión a altos cargos de su Gabinete con palabras casi idénticas a las de Kissinger: “Nuestra mayor preocupación es que Allende tenga éxito y que su modelo se traslade a todo el mundo”.

Los conspiradores alentados por la CIA no consiguen su objetivo de provocar un golpe en 1970. El plan de secuestrar al jefe del Ejército, el general Schneider, acaba con su asesinato y causa una conmoción nacional que favorece que la elección de Allende sea confirmada por el Congreso con 135 votos a su favor y 35 para Alessandri.

La operación de la CIA propulsada por Kissinger no se detiene y consiste en promover huelgas y conflictos sociales para desestabilizar el país, financiar El Mercurio y los partidos de la oposición y convencer a los generales para que se hagan con el poder. Las elecciones legislativas de marzo de 1973 dan una ajustada victoria a la derecha, pero los partidos de izquierda obtienen el 45% de los votos, muchos más que los recibidos por Allende tres años antes. Los planes de hundir la reputación del presidente han fracasado.

Sólo queda la opción de la intervención militar. “Toda la política (de EEUU sobre Chile) estaba orientada a crear un clima favorable al golpe. Como Kissinger diría después, crear las mejores condiciones posibles para que hubiera un golpe”, explicó Peter Kornbluh, de la organización National Security Archives que es la que ha conseguido la desclasificación de la mayoría de los documentos secretos de la época.

En septiembre, los militares no necesitan la ayuda directa norteamericana para ejecutar el golpe, que es recibido con entusiasmo en la Casa Blanca. Los asesores de Kissinger le informan días después de las primeras matanzas. “Creo que debemos comprender cuál es nuestra política. Por desagradables que sean esos actos, este Gobierno es mejor para nosotros que el de Allende”, les comunica.

Kissinger, ya como secretario de Estado, se reúne con Pinochet en Santiago en junio de 1976. Por entonces, congresistas de EEUU intentan condicionar la ayuda a Chile al respeto de los derechos humanos. Informa al dictador de que va a hacer referencias “en términos generales” a los derechos humanos en su discurso ante la asamblea de la OEA, pero que no se preocupe por ello.

“Mi impresión es que usted es víctima de los grupos izquierdistas de todo el mundo y que su mayor pecado es que derrocó a un Gobierno que se estaba haciendo comunista”, le dice a Pinochet.

Sobre los obstáculos que plantea el Congreso para la venta de armas a Chile, Kissinger solicita su colaboración y le tranquiliza: “Nada de todo esto tiene que ver con la intención de socavar su Gobierno. Quiero que tenga éxito”.

Antes de llegar a la Casa Blanca con la victoria de Nixon en las elecciones de 1968, Kissinger, como uno de los más reputados expertos del país en política exterior y estrategia nuclear, cuenta con permisos oficiales para examinar documentos secretos de la Administración de Lyndon Johnson sobre la guerra de Vietnam. Existe la sospecha de que filtra a la campaña de Nixon información sobre las negociaciones de paz de EEUU con Vietnam del Norte. Lo que está confirmado es que Nixon promete al Gobierno de Vietnam del Sur que tendrá un acuerdo más ventajoso si bloquean cualquier avance y esperan a su llegada al poder.

Nixon hace campaña con la promesa de que pondrá fin a la guerra por cauces diplomáticos, lo que llama “un fin honorable”. Tanto él como Kissinger saben que los norvietnamitas no podrán ser derrotados con medios exclusivamente militares. Su prioridad es mantener la reputación internacional de EEUU y que no parezca que ha abandonado a su suerte a sus aliados de Saigón. Eso exige una intensificación de la guerra, que durara cuatro años más.

Kissinger afirmó más tarde que el mandato para terminar con la guerra de Vietnam no podía hacerse “con condiciones que redujeran la capacidad de América de defender a sus aliados y la causa de la libertad”.

58.220 militares norteamericanos murieron en la guerra de Vietnam, 21.041 de ellos durante la presidencia de Nixon.

El precio que pagan los pueblos del sureste de Asia es infinitamente mayor. Nixon y Kissinger extienden la campaña de bombardeos a Camboya, país neutral cuyas zonas fronterizas están siendo utilizadas por el Ejército norvietnamita y el Vietcong, así como a Laos. Es un bombardeo “secreto” para los norteamericanos, pero no para los que lo sufren entre 1969 y 1973. EEUU arroja 500.000 toneladas de bombas sobre Camboya, que matan al menos a 150.000 personas, la mayoría civiles.

La destrucción aniquila también el sistema político del país, acaba con la reputación del Gobierno del dictador Lon Nol, que había derrocado en un golpe al príncipe Sihanuk, y facilita la victoria posterior de los jemeres rojos en 1975, que imponen un régimen de terror casi inimaginable.

Para entender el impacto de ese medio millón de toneladas de bombas sobre un país que tenía entonces menos de siete millones de habitantes, conviene saber que EEUU lanzó 160.000 toneladas de explosivos sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial, incluidas las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki, y 500.000 en todas las operaciones en el Pacífico en esa guerra.

La CIA informa en 1973 que los jemeres rojos están utilizando con éxito “los daños causados por los ataques de los B-52 como principal argumento de su propaganda”. Años después, un antiguo alto cargo de los jemeres lo confirma a un periodista. “Las mentes de la gente se congelaban (en los bombardeos) y deambulaban en silencio durante tres o cuatro días. Aterrorizada y enloquecida, la gente estaba dispuesta a creer lo que les decían. Eso fue lo que hizo que fuera tan fácil para los jemeres rojos ganarse el apoyo de la gente”.

Kissinger juega un papel activo en la elección de los objetivos de Camboya y en transmitir las órdenes de Nixon. “Quiere una campaña de bombardeos masivos”, comunica a Alexander Haig, jefe de gabinete de la Casa Blanca, tras una conversación con el presidente. “No quiere escuchar otra cosa. Es una orden. Hay que hacerlo. Todo lo que vuele y todo lo que se mueva. ¿Lo entiendes?”.

Un informe del Pentágono confirmó que el Consejo de Seguridad Nacional que dirige Kissinger dio el visto bueno a 3.875 bombardeos realizados en 1969 y 1970, “así como los métodos para impedir que los periódicos conocieran los hechos”.

Kissinger mantiene informado a Nixon de los progresos en Camboya y Vietnam. “Le apuesto a que tendremos más aviones allí en un día que los que tuvo Johnson en un mes. Cada avión lleva diez veces más bombas que un avión de la Segunda Guerra Mundial”, le cuenta en abril de 1972 sobre el ataque al puerto de Haiphong, en Vietnam del Norte.

Alabado después durante décadas por la clase política norteamericana como el diplomático más brillante de la Guerra Fría, Kissinger se había convertido en un adicto a la destrucción: “Me niego a creer que una potencia de cuarto nivel como Vietnam del Norte no pueda alcanzar un límite en el que se haga pedazos”.

Destruir todo lo que se pueda para obtener una ventaja que sea decisiva en el terreno de las negociaciones. Matar “todo lo que se mueva” para que EEUU conserve su reputación. Ese es uno de los principales legados de Henry Kissinger.

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Los periodistas se resisten a formar parte de la maquinaria de propaganda israelí

Por un día, Yair Lapid no estaba indignado con el Gobierno israelí, que es lo que le suele ocurrir, ya que es el líder de la oposición. Esta vez, el líder del partido centrista Yesh Atid dio una rueda de prensa a periodistas extranjeros para lanzar duras críticas contra los principales medios de comunicación del mundo por su cobertura de la guerra de Gaza. Se refería específicamente al ataque sobre el hospital Al Ahli de Gaza, adjudicado al principio a un bombardeo israelí y después envuelto en toda una serie de incógnitas. Acto seguido, pasó a darles instrucciones sobre cómo debe ser su trabajo.

“Si los medios internacionales son objetivos, están sirviendo a Hamás. Si dan las dos versiones, están sirviendo a Hamás”, dijo el ex primer ministro, que resulta que fue periodista durante décadas, uno de los más conocidos de Israel. De un plumazo, Lapid se había cargado elementos centrales de la actividad de cualquier periodista al informar sobre cualquier asunto de política nacional o internacional. Al hablar sobre Israel, sólo presentó como admisible la versión de las autoridades israelíes, su Gobierno o su Ejército. Todo lo demás es dar pábulo a mentiras o ser cómplice de una organización terrorista.

No fue la reacción airada de un político ante la tragedia de los 1.300 israelíes asesinados en el asalto de Hamás. Es un patrón que ha caracterizado siempre a los gobiernos del país y a la mayoría de sus medios de comunicación. Se exige a los periodistas extranjeros la adhesión absoluta a la visión israelí de los acontecimientos del presente y en última instancia de la historia del conflicto.

Los periodistas israelíes tienen prohibido por ley entrar en Gaza desde 2006. Su información sobre lo que ocurre allí proviene casi exclusivamente del Ejército o del Gobierno. Se acepta como si fueran hechos incuestionables. Cada vez que se produce una gran operación de castigo contra Gaza, las televisiones ofrecen muy pocas imágenes del sufrimiento de la población civil. Los ataques son siempre contra la “infraestructura terrorista” de Hamás. Los bombardeos de edificios de viviendas se justifican por la existencia de “puestos de mando y control” de la organización islamista o porque escondían depósitos de armamento. Cuando eso no es posible, se afirma que el Ejército respondía al fuego enemigo. Si hay víctimas civiles sin ninguna relación con Hamás, se acusa al enemigo de utilizar “escudos humanos”.

“¿Creen que una organización que no tiene ningún problema en asesinar a bebés, en asesinar a mujeres embarazadas y en secuestrar a una niña autista de 14 años junto a su abuela de 80 tiene problemas en mentir?”, dijo Lapid a los periodistas.

El Gobierno de Hamás en Gaza ha mentido a lo largo de años a los periodistas al negar por ejemplo que estuviera lanzando cohetes contra Israel desde zonas habitadas por civiles. Nunca reconoce que sus cohetes, notoriamente imprecisos, no han alcanzado sus objetivos en Israel por problemas técnicos y han caído en Gaza.

Los gobiernos israelíes de Netanyahu también mienten cada vez que reciben una acusación de haber atacado objetivos civiles. A veces, incluso al desencadenar una guerra. La guerra de 2014 fue provocada por el secuestro de tres jóvenes israelíes en Cisjordania. Los militares y la policía los buscaron durante 18 días y detuvieron a decenas de miembros de Hamás. Cuando se encontraron sus cuerpos dos semanas después, se produjo una explosión de ira en Israel que exigía represalias masivas en Gaza.

La gente no era consciente de que Netanyahu había ocultado desde el día siguiente de los hechos que los jóvenes ya habían sido asesinados, un dato relevante que la censura impidió publicar a los medios israelíes. “La versión oficial para consumo público es que Israel estaba ‘actuando bajo la premisa de que estaban vivos’. En pocas palabras, eso era mentira”, escribió J.J. Goldberg en el semanario judío norteamericano Forward.

Netanyahu acusó a la dirección de Hamás en Gaza de haber ordenado el crimen, aunque sabía que había sido obra de un clan familiar islamista de Hebrón relacionado con Hamás, pero que tenía un largo historial de operar por su cuenta desobedeciendo las órdenes de la organización.

Los sucesos provocaron la operación que llevó el nombre de Límite Protector y que incluyó un asalto por tierra a Gaza para destruir los túneles de Hamás. Murieron 2.310 palestinos y 72 israelíes, de los que 67 eran soldados.

Es un ejemplo entre muchos de que la propaganda se ha utilizado para defender los intereses de un Gobierno israelí o para ocultar hechos que le pueden perjudicar. Al menos, en una ocasión para difundir una mentira con la que engañar a Hamás. Eso sucedió en mayo de 2021 cuando un portavoz militar anunció a varios medios extranjeros que fuerzas israelíes habían entrado en Gaza.

Horas después se desmintió. Medios israelíes contaron después que todo había sido un engaño deliberado. El plan era que las informaciones hicieran que los combatientes de Hamás salieran de sus túneles y revelaran su posición para enfrentarse al invasor, con lo que serían eliminados con facilidad con ataques aéreos o de artillería.

Cuando un francotirador israelí mató a la periodista Shireen Abu Akleh, de 51 años, en Jenin en 2022, la primera versión del entonces primer ministro Naftali Bennett fue afirmar que “probablemente” había muerto por un disparo de un grupo de palestinos que estaba abriendo fuego “de forma indiscriminada”. Luego, dijeron que había muerto en mitad de un fuerte tiroteo, algo que desmintieron los compañeros de la reportera que estaban en el lugar de los hechos.

Finalmente, admitieron que la bala que mató a Abu Akleh de un tiro en la cabeza procedía del fusil de uno de sus soldados. Nunca se llegó a realizar una investigación ni a castigar al autor del asesinato.

La presión de la opinión pública alcanza también a los propios periodistas israelíes. Los hay que han reconocido sentir miedo ante las consecuencias de mostrar opiniones disidentes después de la matanza de un millar de civiles en el asalto de Hamás del 7 de octubre. Pero varios de ellos no están dispuestos a dejar de pensar, razonar y trabajar como periodistas.

Quienes tienen vía libre para mostrar su furia son los que exigen que los palestinos paguen por lo que hizo Hamás. La presentadora del Canal 13 Netali Shem Tov dijo en un programa que aún veía “demasiados edificios en pie en Gaza”. No le parecía suficiente que el 25% de los edificios de Gaza haya quedado destruido o gravemente dañado desde el inicio de los bombardeos. El exdiputado del Likud Moshe Feiglin exigió en televisión que Gaza sea “aniquilada” y que se convierta en un nuevo Dresde.

Los que ya han pagado un precio altísimo han sido los 24 periodistas muertos en tres semanas, de los que veinte son palestinos. Muchos de ellos en sus propias casas junto a sus familias, porque nadie está a salvo en Gaza. En Ucrania, han muerto quince reporteros en 18 meses de guerra.

Un caso reciente y doloroso es el de Wael Al Dahdouh, jefe de la oficina de Al Jazeera en Gaza, que perdió a toda su familia directa en el bombardeo israelí de la vivienda donde se habían refugiado. Murieron su esposa, dos hijos de quince y siete años y un nieto.

Esta guerra ha vuelto a reanudar las críticas israelíes a BBC por no llamar terrorista a Hamás. John Simpson, que cubrió guerras en Oriente Medio para la cadena durante 50 años, volvió a explicarlo hace unos días. «Terrorismo es una palabra cargada (de intención), que la gente usa sobre un grupo al que rechaza moralmente. Simplemente, el trabajo de BBC no es contar a la gente a quién debe apoyar o condenar, quiénes son los buenos y quiénes son los malos”, escribió.

El periodista no está para imponer criterios morales ni tomar partido, dice, sino para informar sobre hechos y que cada ciudadano adopte una posición en función de lo que lee o escucha.

La agencia norteamericana Associated Press cuenta con un criterio similar. No emplea la palabra ‘terrorista’ para referirse a Hamás, porque prefiere centrarse en los hechos: “AP no utiliza términos para acciones o grupos específicos, más allá de citas directas atribuidas a autoridades u otros grupos. En vez de eso, describimos atrocidades, matanzas, atentados con bomba, asesinatos y otras acciones específicas”.

La responsabilidad de la explosión en el hospital Al Ahli ha sido uno de esos casos en que los periodistas han tenido que reaccionar en muy pocas horas con información incompleta y han sido criticados por ello. Israel negó que se debiera a un ataque suyo con misiles, difundió una imagen que no se correspondía con el momento de la explosión, que luego tuvo que borrar, y utilizó otro vídeo –con imágenes del cielo en un directo de Al Jazeera– con el propósito de contar que el responsable era un cohete de Yihad Islámica que había caído a tierra después de sufrir un problema en su motor. Las imágenes nocturnas no permitían llegar a una conclusión clara.

Una fotografía al día siguiente en la que se veía los coches incendiados en el aparcamiento del hospital, junto a la ausencia de un cráter de grandes dimensiones o un edificio totalmente destruido, confirmó las dudas sobre la versión del misil israelí, que es la que había aparecido en los primeros titulares.

Varios análisis posteriores han arrojado distintas alternativas. El último de The New York Times sostiene que las imágenes utilizadas por Israel como prueba definitiva no muestran el misil o cohete que provocó una matanza, sino un proyectil lanzado desde territorio israelí que detonó a tres kilómetros de distancia del centro sanitario.

La OMS ha registrado 171 ataques de Israel a instalaciones sanitarias en tres semanas, 75 en Gaza y 96 en Cisjordania.

Para políticos y columnistas israelíes, toda esta confusión no procede de la dificultad de obtener información contrastada sobre una acción de guerra en un lugar en que sólo unos pocos medios occidentales cuentan con personal propio (Israel no ha permitido la entrada de periodistas extranjeros en Gaza), sino de una conspiración que busca presentar a su país como el agresor.

La realidad es que la mayoría de los medios de países como EEUU, Reino Unido o Alemania tienen un sesgo muy o bastante favorable a las posiciones de Israel y desde luego ninguno apoya a Hamás. Eso no impide que en los últimos años hayan evolucionado al ser testigos de destrucciones sucesivas de Gaza por Israel y de sus ataques a la población civil.

Como símbolo de ese cambio está la portada de The New York Times del 28 de mayo de 2021 con un friso de fotos de 64 niños y adolescentes palestinos que perecieron en los bombardeos israelíes. En sólo once días. El titular: “Eran sólo niños”.

El último recuento de la actual ofensiva contra Gaza indica que los menores muertos desde el 7 de octubre son 2.913.

La respuesta israelí a las críticas por esos bombardeos indiscriminados fue la misma que ahora: el Ejército de Israel es “el más moral del mundo”. Quien lo cuestione será tachado de cómplice de los terroristas.

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Netanyahu, cadáver político

El anuncio de la campaña de Binyamín Netanyahu en las elecciones de 2019 combinaba dos elementos: algo de sentido del humor y el mensaje estratégico que ha definido su carrera política. El actual primer ministro israelí hacía de socorrista en la playa con un megáfono para mantener a los bañistas «siempre a la derecha», donde se está más seguro. «Estoy haciendo lo que siempre he hecho», contaba a unos jóvenes sorprendidos. «Ocupándome de que estéis seguros».

Al final, Netanyahu miraba a la cámara y sacaba pecho por su legado: «En el turbulento mar de Oriente Medio, se ha probado que hemos mantenido a Israel como una isla de estabilidad y seguridad». Cuatro años después y unos días después del asalto de Hamás que ha matado a unos 1.300 israelíes, la isla ha sido anegada por un huracán y los israelíes no dan crédito a lo ocurrido. Tienen claro que hay un responsable político del inmenso fracaso militar y de inteligencia. Ese mismo que presumía en la playa de que los israelíes siempre estarían seguros con él.

Una encuesta conocida este jueves lo confirma hasta niveles inauditos para Netanyahu y su Gobierno. Cuatro de cada cinco israelíes judíos (es decir, sin contar al 20% de la población que es palestina) sostienen que el Gobierno es el principal responsable de la infiltración de los milicianos palestinos. Ese porcentaje es del 86%, pero además es igualmente abrumador con un 79% en el caso de los votantes de los partidos del Gobierno de coalición.

Un 56% de los encuestados afirma que Netanyahu, de 73 años, debería dimitir cuando acabe la guerra.

En muchas ocasiones, se ha dado por muerto políticamente al primer ministro de forma prematura. Sólo así puede entenderse que haya dominado la política de su país durante la mayor parte de los últimos catorce años.

Su intento de controlar al Tribunal Supremo para que no pueda fiscalizar las acciones del Gobierno o las leyes aprobadas por el Parlamento, que coincide con el juicio pendiente contra él por corrupción, provocaron este año manifestaciones masivas en Israel, pero la derecha y la extrema derecha continuaban confiando en él.

En las últimas elecciones en noviembre de 2022, los partidos del actual Gobierno obtuvieron 65 de los 120 escaños de la Cámara. El Gobierno que se formó es el más rabiosamente ultranacionalista de la historia del país. Algunos de sus partidos integrantes han progresado en las urnas gracias a sus mensajes racistas contra los árabes.

Para entender hasta dónde llega el descrédito del Gobierno en los medios israelíes a causa del asalto de Hamás, no hay que escoger medios que han publicado artículos críticos con Netanyahu a lo largo de años. Resulta más revelador uno aparecido en el diario Israel Hayom titulado: «Un fracaso de proporciones inimaginables y empeorado por un vacío de liderazgo».

Israel Hayom es un periódico conservador fundado en 2007 por el millonario norteamericano Sheldon Adelson, ya fallecido y conocido en España por el proyecto frustrado del complejo de casinos Eurovegas en Madrid. Es tan partidario de Netanyahu que recibe en Israel el apodo de Bibiton, unión de las palabras ‘Bibi’, el apodo del líder del Likud, e ‘iton’, periódico en hebreo. Su aparición tenía como misión apoyar a Netanyahu sin que importara el coste. En sus primeros siete años, perdió el equivalente a 190 millones de dólares.

El artículo es demoledor para los intereses de Netanyahu. Algunos de los hechos descritos muestran un nivel de incompetencia difícil de creer para sus lectores. En sólo un fin de semana, la unidad de comandos de la Fuerza Aérea perdió más soldados que en toda su historia. Los más conocidos comandos Sayeret Matkal, unidad de élite del Ejército, también sufrieron un alto número de bajas, así como las unidades antiterroristas de la policía. Todos ellos se vieron desbordados por la ofensiva y la falta de refuerzos.

Los recursos militares y de inteligencia habían sido enviados a Cisjordania para proteger a los colonos de los asentamientos, embarcados en una espiral de provocaciones y agresiones contra la población palestina y alentados incluso por algunos de los partidos ultraderechistas del Gobierno. La cifra de soldados en la frontera con Gaza era ínfima y por tanto insuficiente. El Gobierno pensaba que la tecnología era suficiente para controlar una posible amenaza que no esperaba.

Los pocos avisos que recibió Netanyahu fueron desdeñados por el jefe de Gobierno. «Está secuestrado por políticos extremistas», dice el diario, que además lo ignoran todo sobre asuntos militares y no saben distinguir «entre un M-16 y un F-16».

Otros artículos de la prensa israelí y extranjera ofrecen un balance similar. El poder disuasorio de Israel se vino abajo con sorprendente facilidad. Algunas población no recibieron ningún apoyo durante ocho horas y el que llegó fue insuficiente. Generales retirados abandonaron sus casas, se presentaron en el frente con una pistola en la mano y descubrieron que las unidades militares carecían de coordinación y de mandos que supieran lo que había que hacer.

El sistema de seguridad de la frontera, pertrechado con sensores de movimiento y ametralladoras autónomas que disparan sin necesidad de que un soldado apriete el gatillo, no sirvió de nada y se quedó ciego. Había costado 1.100 millones de dólares. Se había vendido como una defensa impenetrable gracias a la tecnología y en buena parte se vio anulada por un ataque con drones de bajo precio.

Los atacantes destruyeron las torres de vigilancia y derribaron las barreras existentes con buldozers. Los comandos, con algunos integrantes subidos a parapentes, penetraron hasta más de veinte kilómetros en territorio israelí para atacar a las localidades cercanas.

Alguien no había estado muy atento a lo que está pasando con los drones en la guerra de Ucrania.

Hamás había escondido sus intenciones a plena vista de todos. Los miembros de las Brigadas Izzadim Al Qassem llevaban tiempo entrenándose en el asalto a un pueblo o una base militar en escenarios construidos a tal efecto. Hasta difundieron vídeos semanas antes del ataque con los combatientes destruyendo una réplica de la valla fronteriza. Los militares israelíes los vieron y creyeron que todo era puro teatro.

Netanyahu había prometido a los israelíes que los palestinos ya estaban derrotados. Él era capaz de obtener el reconocimiento diplomático de Emiratos Árabes y Marruecos y de culminar con éxito las negociaciones con Arabia Saudí sin hacer ninguna concesión relevante a los habitantes de Cisjordania y Gaza. Incluso presumía de ello en público, lo que molestaba a los saudíes.

El mensaje que procedía del Gobierno es que la prioridad de Hamás era la supervivencia de su Gobierno en Gaza y garantizar el apoyo económico procedente de países como Qatar. La única amenaza real procedía del norte con Hizbolá y para eso Israel estaba preparada.

Nada se movía en Gaza sin que lo supiera Israel. «Nos gastamos miles de millones en reunir inteligencia sobre Hamás», dijo a The New York Times, Yoel Guzansky, antiguo alto cargo del Consejo de Seguridad Nacional. «Después, en un segundo todo colapsó como piezas de dominó».

En 2018, Netanyahu dio un discurso en el que resumía tanto su mentalidad como sus prioridades: «En Oriente Medio y en muchas partes del mundo, hay una verdad simple: no hay lugar para los débiles. Los débiles quedan hechos pedazos y son masacrados y borrados de la historia, mientras los fuertes, para bien o para mal, sobreviven».

El primer ministro ofrece ahora una imagen de debilidad que los votantes israelíes no están dispuestos a tolerar.

Hay una posible escena final para su futuro político a la que puede agarrarse. La destrucción completa de Gaza le sería de utilidad si aún aspira a ganar una rehabilitación entre sus votantes que hoy parece improbable. El método sería ocasionar un número espantoso de muertes palestinas y demostrar al mundo que atacar a Israel es una locura que sólo provoca tu aniquilación. Netanyahu ya ha demostrado en el pasado que ese no es un precio prohibitivo para él.

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La guerra de propaganda y la matanza de Kfar Azar

El kibbutz Kfar Aza está situado a sólo dos kilómetros de la frontera con Gaza. Fue una de las localidades que recibieron el sábado 7 de octubre el ataque de las milicias de Hamás que habían entrado en territorio israelí y sufrió una de las peores matanzas ocurridas estos días. El Ejército israelí tardó dos días en recuperar el control de la población de unos 700 habitantes, según el general Itai Veruv, que dirigía las tropas. Los militares informaron de que el número de muertos superaba el centenar. «En 40 años de servicio, he visto muchas cosas difíciles, pero nada como esto», dijo Veruv.

A partir del martes, comenzó una segunda batalla en torno a lo ocurrido en Kfar Aza, la guerra de la propaganda que siempre ha acompañado al conflicto israelí-palestino. El Ejército invitó a un grupo numeroso de periodistas extranjeros a que visitaran la población para que la noticia se extendiera con rapidez. Varios de los principales medios israelíes no fueron convocados, pero sí por ejemplo un equipo de un canal israelí de noticias, que pasó a ser la primera, y durante unas horas, única fuente de los hechos.

«He hablado con algunos de los soldados y me dicen que lo que han visto al entrar en las casas ha sido a bebés con la cabeza cortada. Eso es lo que han dicho. Familias halladas en sus camas», dijo a la cámara la reportera Nicole Zedeck del canal i24News. La cuenta oficial del Estado de Israel en Twitter, que gestiona el Ministerio de Exteriores difundió el vídeo con el testimonio de Zedeck y las palabras «40 bebés asesinados».

Un oficial de la unidad que recuperó el kibbutz y que combatió contra los miembros de las Brigadas Izzadim Al Qassem dijo ante la cámara de i24News que se habían producido esas decapitaciones. «Ellos decapitaron a niños. Decapitaron a mujeres».

Por mucho que la cifra de víctimas fuera mucho mayor en el ataque al festival rave en el desierto del Neguev, donde fallecieron tiroteadas en torno a 250 personas, la noticia de Kfar Aza tenía un impacto aun más dramático al haber niños o bebés entre los asesinados, como también lo tienen las imágenes de niños rescatados sin vida de los escombros de los edificios bombardeados en Gaza. Desde ese punto de vista, la gran cobertura recibida en las primeras horas no era extraña ni el valor que tenía para el Gobierno como arma de propaganda en un momento en que las televisiones difunden imágenes de los ataques masivos de Gaza.

Sin embargo, el relato de los hechos se limitaba al testimonio de soldados que no habían sido confirmado por el Ejército de forma oficial, algo que no suele tardar mucho tiempo. Los periodistas no vieron esos cadáveres decapitados. Sí observaron seis cadáveres de víctimas israelíes introducidos en bolsas negras en la entrada del pueblo, otros cuatro en una pista de baloncesto, más cuerpos cubiertos con mantas y otros de los asaltantes.

La agencia turca Anadolu se puso en contacto con los portavoces habituales del Ejército, que no confirmaron la existencia de bebés entre los asesinados ni el dato macabro de que habían sido decapitados. «Hemos visto las noticias, pero no contamos con detalles o confirmación sobre ellas», respondió una portavoz en la tarde del martes.

Otro portavoz dijo al diario francés Libération que se habían producido atrocidades, pero que no podía «confirmar estas decapitaciones ampliamente difundidas». Es la misma respuesta que recibió un periodista de CNN.

La crónica sobre el terreno del equipo de la cadena británica Sky News contó lo que pudo ver el reportero y las dimensiones de la tragedia sin entrar en detalles que aún no podía confirmar, como la cifra total de muertos y el estado de las víctimas.

«Ayer estuve en Kfar Aza», escribió el miércoles el periodista francés Samuel Forey, que escribe para Le Monde: «Nadie me habló de decapitaciones, aún menos de niños decapitados, aún menos de 40 niños decapitados». Habló con varios militares y ninguno le dijo nada sobre cadáveres sin cabeza. No pretendía minimizar lo que presenció: «Lo que vi ayer en Kfar Aza fue terrible».

El periodista israelí Oren Ziv también estuvo en Kfar Aza. Afirma que no vio ninguna prueba de las alegaciones sobre decapitaciones ni los mandos militares y soldados con los que habló le comentaron nada de ello. «Las escenas eran horribles con decenas de cadáveres de israelíes asesinados en sus casas», dice. Un portavoz militar le dijo: «En este momento, no podemos confirmarlo. Somos conscientes de los actos terribles de los que Hamás es capaz». El Ejército dio el miércoles la misma respuesta o similar a todos los periodistas que preguntaron.

En España, la noticia sin confirmar fue utilizada con rapidez por algunos medios de comunicación y políticos. Con el único testimonio de la periodista de i24News, El Mundo y ABC publicaron sendas noticias en la tarde del martes. El Partido Popular fue más agresivo y empleó la matanza para atacar al Gobierno de Pedro Sánchez y a los partidos que lo apoyan. «Cuarenta bebés decapitados y el gobierno de Sánchez anda en la equidistancia entre los terroristas y las víctimas», escribió Isabel Díaz Ayuso.

«Hamás decapitó bebés en sus cunas. BEBÉS EN SUS CUNAS. Y no voy a decir nada más. Los contextualizadores y equidistantes os podéis ir a la mierda, eso sí» (mayúsculas en el original), dijo el diputado y portavoz del PP, Borja Sémper.

La tarea de retirada de cadáveres no comenzó hasta el martes ante la necesidad de asegurar la zona y limpiarla de granadas y trampas explosivas. Sin embargo, medios y políticos de fuera de Israel ya decían saber lo que había ocurrido e incluso ofrecían cifras que no habían sido confirmadas por el Ejército.

La noticia se extendió por rapidez por todo el mundo, siempre con la única fuente de i24News. Un recuento de su alcance en Twitter suma 44 millones de impresiones, 300.000 ‘likes’ y 100.000 retuits. El medio de la oposición bielorrusa Nexta, muy activo en las noticias sobre Ucrania con un millón de seguidores en Twitter, dijo que «Israel había mostrado al mundo los cuerpos de 40 bebés israelíes decapitados encontrados después de una masacre», un dato que era falso. Los periodistas no llegaron a ver ningún cadáver de un niño o bebé ni ninguna imagen o vídeo facilitada por los militares.

La noticia encabezó las portadas de muchos periódicos europeos. En el caso de los británicos, dando por hecho elementos que no estaban confirmados. «Hamás ‘cortó la garganta a bebés’ en una masacre», tituló The Times. «Matanza de bebés y niños por Hamás», fue el titular de The Daily Telegraph.

Mucho después de que aparecieran estas noticias, en la tarde del miércoles, un portavoz del Ejército dejó claro que los militares no tienen interés en ofrecer más datos. Le preguntaron sobre el asunto que había monopolizado el interés de medios y políticos, la existencia de bebés decapitados como símbolo del horror ocurrido. «No vamos a investigar el estado de los cuerpos e, incluso si lo hiciéramos, no comentaríamos en público el estado de los cuerpos de nuestros civiles. Y de los bebés», dijo el mayor Nir Dinar a Business Insider.

Tampoco iba a facilitar el número de bebés muertos. «Los crímenes de guerra cometidos por Hamás son obvios para el mundo. No necesito entregar pruebas y no lo voy a hacer. Sería una falta de respeto hacia los muertos».

La matanza había existido y sus dimensiones eran estremecedoras. Ningún medio conocía con exactitud datos esenciales para justificar los titulares. Pero la noticia había cumplido su misión como herramienta de propaganda justo cuando el Ejército se prepara para el futuro asalto por tierra sobre Gaza. Para el Ejército, ya no era necesario entrar en detalles.

La historia tiene un giro final no tan inesperado. David Ben Zion, ese oficial que dijo a i24News que “ellos decapitaron a niños”, es un ultraderechista que en su vida civil es el vicepresidente del Consejo Regional de Samaria, una organización de colonos que dirige los asentamientos israelíes del centro y norte de Cisjordania y que cree firmemente que todos esos territorios palestinos pertenecen por derecho propio a los judíos.

Ben Zion hizo un llamamiento público por la erradicación de una localidad palestina contra la que se realizó una represalia –en la que prendieron fuego a 75 casas y cien coches– por un ataque en marzo de este año en el que mataron a dos colonos.

“El pueblo de Huwara debería ser borrado hoy”, escribió. “Ya vale de hablar de construir y fortalecer el asentamiento. La disuasión que se ha perdido necesita ser restaurada inmediatamente. No hay sitio para la misericordia”. El mismo mensaje, que Huwara debería ser erradicada por el Estado israelí, fue pronunciado por el dirigente ultraderechista Betzalel Smotrich, ministro de Finanzas del Gobierno de Netanyahu.

El principio detrás de la historia de lo publicado sobre Kfar Azar es muy conocido. Quien controla la información sobre una guerra, controlará lo que piense la opinión pública sobre esa guerra.

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¿Cuál es la diferencia de esta imagen de Gaza con lo que hemos visto en Ucrania?

La pregunta del titular se responde con facilidad. Ninguna. Es un edificio de viviendas en Khan Yunis, Gaza, después de un ataque aéreo de la aviación israelí de este lunes. Las paredes exteriores del edificio han sido destruidas por la explosión. Varias personas intentan rescatar a un herido ensangrentado que ha quedado en el límite.

Desde hace un año, los rusos han atacado con misiles varios edificios residenciales en Járkov y otras ciudades ucranianas. La fachada ha volado. El edificio ha quedado al descubierto. Los habitantes de algunos de esos pisos han muerto. Es un ejemplo de los ataques directos contra la población civil, objetivos que no tienen un valor militar, pero que sirven para provocar terror entre los que viven en esas ciudades.

Los gobiernos europeos y norteamericanos han declarado una y otra vez que esos ataques pueden ser crímenes de guerra, como queda reflejado en las Convenciones de Ginebra. A eso se añade el hecho de que es Rusia quien ha invadido territorio ucraniano. Pero incluso aunque esto fuera distinto, no supondría ninguna diferencia en el asunto básico. Matar a civiles no combatientes es un crimen de guerra y así aparece estipulado. Bombardear zonas civiles es un crimen de guerra. Coger como rehenes a civiles es un crimen de guerra.

Un edificio de viviendas de Kiev destruido por un ataque ruso en junio. Aleksandr Gusev / Zuma Press

Un país, cualquier país del mundo, tiene derecho a defenderse de una agresión. Para el tema que nos ocupa, el cómo es esencial.

La imagen superior es de esta semana, pero no es nueva. En las operaciones militares masivas de las Fuerzas Armadas israelíes contra Gaza de la última década, se han atacado edificios de viviendas, fábricas, mezquitas, centrales eléctricas y todo tipo de infraestructura civil.

Ningún Gobierno europeo planteó ni siquiera la sospecha de que Israel hubiera cometido un crimen de guerra en Gaza. Y ahora vuelve a ocurrir.

https://twitter.com/nour_odeh/status/1711387973642572001

Ahora esas imágenes vuelven a repetirse después de muchas otras que hemos visto en la guerra de Ucrania. Veremos más en las próximas semanas. Aun habiéndose producido después del asalto masivo de Hamás en las localidades israelíes cercanas en las que mataron a centenares de civiles, lo que también es un crimen de guerra, los ataques a zonas residenciales continúan teniendo la misma característica: son un crimen de guerra.

Pero esta vez, como las víctimas están en Gaza, los gobiernos no quieren admitir ese hecho indudable.

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Israel sufre el trauma que Gaza soporta desde hace décadas

El primer día, fueron decenas de miles. Una semana después, volvieron a reunirse en el mismo lugar. Y así durante meses. Convocados por organizaciones sociales sin vinculación con el Gobierno de Gaza, los palestinos se dirigieron desarmados a la valla fronteriza con Israel en 2018 para exigir sus derechos y negar que estuvieran condenados a vivir en una prisión de 360 kilómetros cuadrados. Lo llamaron la Marcha del Retorno.

Fueron recibidos con fuego real. Disparos de fusil. Balas explosivas. Balas de caucho. Gases lacrimógenos. 223 palestinos fueron eliminados entre marzo de 2018 y diciembre de 2019. 46 de ellos tenían menos de 18 años. Ocho mil sufrieron heridas de bala que para muchos supuso la amputación de miembros.

Una encuesta de abril de 2018 reveló que el 83% de los israelíes judíos (en Israel es habitual que en los sondeos se ofrezcan los datos separados de judíos y árabes) apoyaba la decisión del Ejército israelí de abrir fuego contra los manifestantes.

Las manifestaciones eran también un mensaje al mundo. Esta vez, nadie podía acusarles de utilizar la violencia para defender sus derechos. El Ejército israelí los consideraba a todos una amenaza terrorista contra la seguridad del país. «Las IDF (siglas en inglés de las Fuerzas Armadas) tienen balas suficientes para todos», dijo el ministro de Seguridad.

La aplicación de la máxima violencia serviría como elemento disuasorio para hacer frente a los palestinos. Esa es una de las ideas presentes en los gobiernos y la sociedad israelíes desde hace décadas. Las concesiones políticas eran impensables. Eso contribuyó a aumentar las ideas más extremistas hasta que en diciembre de 2022 se formó el Gobierno más ultraderechista de la historia del país con varios integrantes que hacen gala de sus ideas racistas.

Cuatro años después de la Marcha del Retorno, Hamás ha derruido esas premisas con un asalto por tierra a decenas de localidades israelíes cercanas a la frontera. La presunción de que los palestinos ya estaban derrotados –neutralizados en Cisjordania con la colaboración del Gobierno de Mahmud Abás y encerrados en Gaza– ha sido sustituida por un shock vivido por toda la sociedad israelí.

Al igual que en la guerra de Yom Kippur en 1973, el país ha sufrido un colapso de su sistema de inteligencia, que se vio sorprendido por un ataque preparado durante meses y ejecutado por centenares de combatientes de las milicias de Hamás. Israel creía saber todo lo que ocurría en Gaza gracias a la vigilancia electrónica y a una red masiva de confidentes. También pensaba que el sistema de defensa antiaérea llamado Cúpula de Hierro era prácticamente infalible. El establishment militar y político había dado por derrotados a los palestinos.

Un palestino en silla de ruedas lanza una piedra con una honda en un enfrentamiento con tropas israelíes cerca de la frontera de Gaza el 22 de septiembre. Mahmoud Ajjour / DPA

La política de seguridad del Estado siempre ha consistido en «gestionar el conflicto», denuncia la organización pacifista Breaking the Silence, fundada por exmilitares israelíes. Garantiza supuestamente la tranquilidad a través de la disuasión y de operaciones militares específicas. «Todo son palabras en clave que ocultan la realidad de los bombardeos de Gaza hasta dejarla destruida. Siempre se justifica diciendo que se ataca a terroristas, y sin embargo siempre acaban con un alto número de bajas civiles. Entre esos episodios de violencia, hacemos la vida imposible a los habitantes de Gaza, y luego nos sorprendemos cuando todo estalla por los aires».

El patrón se repetirá ahora con una previsible represalia por tierra en Gaza iniciada el sábado con una nueva campaña de bombardeos que tuvo su imagen más significativa con la demolición con misiles de un edificio de viviendas de once plantas. Sus habitantes huyeron momentos antes al notar el impacto de un proyectil sin carga explosiva con el que los militares israelíes avisan de que el edificio será destruido en pocos minutos.

Otros ataques tendrán menos testigos, como el que tuvo lugar en la localidad sureña de Khan Yunis. Nueve niños de la misma familia murieron en la destrucción de su casa desde el aire.

Nada de eso importará a los que clamen venganza. Uno de ellos es Ariel Kallner, diputado del Likud, el partido del primer ministro Netanyahu, que llamó al sábado «el día de nuestro Pearl Harbor». Su respuesta fue reclamar una violencia indiscriminada contra los palestinos. En otras palabras, la limpieza étnica. «Ahora mismo, un objetivo: ¡Nakba! Una Nakba que supere a la Nakba del 48. ¡Nakba en Gaza y una Nakba contra cualquiera que se atreva a unirse!».

La Nakba es la catástrofe que sufrió la población civil palestina que fue expulsada de sus hogares en la guerra de 1948. Una catástrofe de la que la mayoría de la población israelí niega que existiera.

El cadáver de un israelí muerto en el ataque de Hamás en Yakhini a 20 kilómetros de la frontera con Gaza. DPA

Las imágenes de este último conflicto bélico son terribles. Para los israelíes, son inauditas. El número de muertos ha ascendido a 700, según los medios de comunicación del país. Es la mayor cifra registrada en un solo día en su historia, incluidas las guerras. El Gobierno ha identificado hasta el domingo a 26 militares y 34 policías entre los fallecidos. 250 de las víctimas fueron asesinadas en un festival rave que había reunido a unas 3.000 personas en el desierto del Neguev a unos 25 kilómetros de la frontera.

Más de un centenar de civiles y militares israelíes, según un primer recuento hecho por el Gobierno, fueron capturados por los miembros de Hamás y trasladados a Gaza, donde se han convertido en rehenes con vistas probablemente a un futuro intercambio de prisioneros. Entre ellos, hay una anciana de 85 años, niños y once inmigrantes tailandeses. Su vida corre serio peligro en caso de un asalto masivo del Ejército.

Para los palestinos, los hechos son una repetición de una situación que han vivido muchas veces. Sufrirán la destrucción de su infraestructura civil y un número altísimo de muertos y heridos. El Ministerio de Sanidad de Gaza ha informado de la muerte de 413 palestinos, la mayoría en los bombardeos israelíes. Además, el Ejército israelí dice haber eliminado a 400 de los agresores.

El asalto de Hamás tiene también una lectura internacional. El Gobierno norteamericano lleva tiempo intentando conseguir la paz entre Israel y Arabia Saudí, a pesar de las difíciles relaciones de Joe Biden con Binyamín Netanyahu y el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán. Los saudíes reclaman a cambio algunos pasos en favor del reconocimiento de los derechos palestinos, pero sin considerarlos una prioridad. Para los Emiratos Árabes, la decisión estratégica de mantener relaciones con Israel ya ha sido tomada.

Son acuerdos de regímenes autoritarios rechazados por las sociedades de Arabia Saudí y Emiratos, que poco pueden decir al respecto, al igual que lo que ha ocurrido en Marruecos.

Las expectativas de la Casa Blanca eran muy altas. «La región de Oriente Medio se encuentra hoy más tranquila de lo que lo ha estado en las últimas dos décadas», dijo hace una semana Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional.

Ahora, Hamás ha conseguido en 24 horas que a todo el mundo le quede claro que la paz en Oriente Medio no podrá hacerse olvidando a los palestinos y encerrándoles en la cárcel de Gaza.

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Los escasos resultados de la ofensiva ucraniana aumentan el pesimismo sobre el final de la guerra

Soldados ucranianos en unas maniobras al norte de Kiev en junio. Y. Lubimov / Contacto

El artículo no podía aparecer en peor momento para los intereses de Ucrania en EEUU y para el propio Gobierno norteamericano. Los servicios de inteligencia de EEUU no creen que Kiev pueda conseguir el gran objetivo de su contraofensiva en el sur y tomar la ciudad de Melitópol, según un artículo de hace unos días en The Washington Post. El éxito de la misión permitiría partir en dos el territorio ucraniano controlado por Rusia y negarle el acceso por tierra a la península de Crimea.

La conclusión pesimista se basa en la eficacia de las múltiples defensas rusas a lo largo de la línea del frente, compuestas por todo un despliegue de campos de minas y trincheras, que han conseguido detener el avance de los blindados ucranianos. La realidad provocará acusaciones cruzadas entre Kiev y los gobiernos occidentales si finalmente las decenas de miles de millones de dólares aportados en armamento no sirven para obtener los resultados deseados.

Antes del inicio de la contraofensiva a mediados de junio, eran numerosos los artículos en la prensa de EEUU para resaltar que Ucrania se lo jugaba todo en esta ofensiva. Un fracaso prolongaría la guerra hasta 2024 y obligaría a estudiar más seriamente las posibilidades, escasas a día de hoy, de una negociación diplomática para poner fin a la guerra.

Estas últimas noticias coinciden esta semana con la petición de Joe Biden al Congreso con el fin de que apruebe la entrega de otros 20.000 millones de dólares en ayuda militar a Kiev.

Las defensas rusas han resultado impenetrables hasta ahora. El balance realizado por The New York Times a principios de este mes era demoledor: «Equipadas por modernas armas norteamericanas y presentadas como la vanguardia de un gran asalto, las tropas (ucranianas) quedaron atrapadas en densos campos de minas rusos bajo el fuego constante de la artillería y de los helicópteros. Hubo unidades que se perdieron. Una unidad retrasó un ataque nocturno hasta el amanecer perdiendo la ventaja que tenía. Otra tuvo una intervención tan mala que los comandantes la sacaron del campo de batalla».

Para apreciar las dificultades que afronta un atacante ante una estructura bien armada de líneas defensivas, resulta ilustrativo este vídeo en que un general retirado norteamericano lo explicaba en julio. Zanjas antitanque, alambre de espino, trincheras y campos de minas forman una barrera tras otra en lo que Mark Kimmitt llama «veinte kilómetros de infierno» (pinchando en CC se pueden ver los subtítulos en inglés).

Kimmitt cuenta que esas trincheras antitanque obligan al tanque a mostrar su parte inferior al superarla, que obviamente es la más vulnerable. Algunas pueden llegar a tragarse el blindado al contar con cuatro metros de profundidad y seis metros de largo.

Las hay también que son falsas en el sentido de que no cuentan con tropas que las ocupen. Sirven para atraer a soldados enemigos hacer estallar después minas y trampas explosivas de forma remota. Aun peor es cuando un grupo de drones ataca por sorpresa a los que han llegado hasta esas trincheras.

Los rusos tuvieron meses para preparar sus defensas y lo hicieron de forma concienzuda. Quizá haya sido el mejor trabajo que han hecho los generales rusos, que cosecharon fracasos evidentes en 2022 al perder el control de la ciudad de Jersón y buena parte de la región de Járkov.

El mensaje que las autoridades ucranianos han ofrecido desde el primer momento es que la ofensiva requerirá múltiples ataques en distintos puntos hasta encontrar el punto en que los rusos sufran la ruptura de su barrera defensiva para poder lanzar sus reservas sobre esa zona. Como muchos planes de guerra, se ha estrellado contra la realidad.

Dictaminar que la ofensiva no podrá tener éxito es un error prematuro basado más en las expectativas creadas que en los hechos. «La contraofensiva en sí misma no ha fracasado. Continuará durante varios meses hasta el otoño», dijo al NYT Michael Kofman, del ‘think tank’ Carnegie.

Lo mismo ha dicho el jefe de las Fuerzas Armadas de EEUU. «Dije hace un par de meses que esta ofensiva iba a ser larga, iba a ser sangrienta, iba a ser lenta. Y eso es lo que es: larga, sangrienta y lenta, y es una lucha muy, muy difícil».

La lógica militar detrás de estas palabras se contempla de forma diferente desde la política, donde las previsiones, en especial si se acerca la cita con las urnas, juegan un papel tan importante como los hechos sobre el terreno. Una parte del Partido Republicano sigue la línea aislacionista de Trump y se opone a seguir concediendo ayuda económica y militar a Ucrania. Los dirigentes republicanos en el Congreso mantienen una línea oficial de apoyo a Kiev, pero las encuestas revelan que sus votantes son cada vez más escépticos.

Una razón obvia de las urgencias sobre esta ofensiva proviene del hecho de que 2024 será año electoral en EEUU. No será el mejor momento para continuar destinando decenas de miles de millones de dólares a la guerra o cualquier asunto relacionado con la política exterior.

Una encuesta reciente publicada por CNN indica que el 55% de los norteamericanos se opone a que el Congreso siga ofreciendo más ayuda a Ucrania (un 45% la apoya). Ese porcentaje es mucho más alto (71%) entre los votantes republicanos.

Los titulares relacionados con las operaciones militares ya han empezado a moverse en torno a esa realidad. «¿Está fracasando la contraofensiva ucraniana?». «Por qué una ofensiva estancada puede representar un inmenso problema político para Zelenski en EEUU». «Crece la alarma mientras desfallece la contraofensiva ucraniana».

Nadie puede sostener que la ofensiva ha ofrecido los resultados esperados, aunque es probable que las necesidades de los políticos exigían objetivos no muy realistas. Las cifras no admiten muchas interpretaciones. Michael Kofman, que no se cuenta entre los pesimistas, ha admitido que los avances ucranianos no han superado como mucho los diez kilómetros en ningún punto de los 600 kilómetros de frente.

A expensas de un acontecimiento inesperado, como el hundimiento de las defensas rusas en puntos concretos que los ucranianos puedan aprovechar, es fácil pronosticar que la guerra continuará con todo su horror durante el resto de este año. Si eso se produce, las previsiones para 2024 no serán muy optimistas.

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Un exgeneral israelí compara la represión contra los palestinos con la Alemania nazi

Amiram Levin conoce bien Cisjordania y la actuación del Ejército israelí en territorio palestino. General retirado actualmente, fue jefe del mando militar del norte del país, y antes estuvo al frente de los Sayeret Matkal, la unidad de fuerzas especiales más conocida de Israel. También fue director adjunto del Mossad.

En una entrevista a una radio pública israelí, Levin dijo que hay similitudes entre la represión de los palestinos y las políticas discriminatorias de la Alemania nazi. Le citaron unas palabras de un exgeneral en ese sentido hace unos años y confirmó que la situación recuerda a esa época. «Nos resulta difícil decirlo, pero esa es la verdad. Miren en Hebrón, miren las calles, calles que los árabes no pueden usar, sólo los judíos. Eso es exactamente lo que ocurría en esos países», refiriéndose a esa época de Alemnia.

Le preguntaron si existen similitudes específicas y lo confirmó. «Desde luego. Duele, no es agradable, pero esa es la realidad. Es mejor afrontarla, aunque sea duro, que ignorarla».

Levin, de 77 años, que después de su carrera militar se unió a las filas del Partido Laborista, califica a los partidos de extrema derecha presentes en el Gobierno de Netanyahu de «grupo mesiánico de criminales». «Vienen de zonas donde no hay democracia (se refieren a que viven en los asentamientos), vienen de Cisjordania, donde no ha habido democracia durante 56 años. Hay un completo apartheid».

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