Los periodistas se resisten a formar parte de la maquinaria de propaganda israelí

Por un día, Yair Lapid no estaba indignado con el Gobierno israelí, que es lo que le suele ocurrir, ya que es el líder de la oposición. Esta vez, el líder del partido centrista Yesh Atid dio una rueda de prensa a periodistas extranjeros para lanzar duras críticas contra los principales medios de comunicación del mundo por su cobertura de la guerra de Gaza. Se refería específicamente al ataque sobre el hospital Al Ahli de Gaza, adjudicado al principio a un bombardeo israelí y después envuelto en toda una serie de incógnitas. Acto seguido, pasó a darles instrucciones sobre cómo debe ser su trabajo.

“Si los medios internacionales son objetivos, están sirviendo a Hamás. Si dan las dos versiones, están sirviendo a Hamás”, dijo el ex primer ministro, que resulta que fue periodista durante décadas, uno de los más conocidos de Israel. De un plumazo, Lapid se había cargado elementos centrales de la actividad de cualquier periodista al informar sobre cualquier asunto de política nacional o internacional. Al hablar sobre Israel, sólo presentó como admisible la versión de las autoridades israelíes, su Gobierno o su Ejército. Todo lo demás es dar pábulo a mentiras o ser cómplice de una organización terrorista.

No fue la reacción airada de un político ante la tragedia de los 1.300 israelíes asesinados en el asalto de Hamás. Es un patrón que ha caracterizado siempre a los gobiernos del país y a la mayoría de sus medios de comunicación. Se exige a los periodistas extranjeros la adhesión absoluta a la visión israelí de los acontecimientos del presente y en última instancia de la historia del conflicto.

Los periodistas israelíes tienen prohibido por ley entrar en Gaza desde 2006. Su información sobre lo que ocurre allí proviene casi exclusivamente del Ejército o del Gobierno. Se acepta como si fueran hechos incuestionables. Cada vez que se produce una gran operación de castigo contra Gaza, las televisiones ofrecen muy pocas imágenes del sufrimiento de la población civil. Los ataques son siempre contra la “infraestructura terrorista” de Hamás. Los bombardeos de edificios de viviendas se justifican por la existencia de “puestos de mando y control” de la organización islamista o porque escondían depósitos de armamento. Cuando eso no es posible, se afirma que el Ejército respondía al fuego enemigo. Si hay víctimas civiles sin ninguna relación con Hamás, se acusa al enemigo de utilizar “escudos humanos”.

“¿Creen que una organización que no tiene ningún problema en asesinar a bebés, en asesinar a mujeres embarazadas y en secuestrar a una niña autista de 14 años junto a su abuela de 80 tiene problemas en mentir?”, dijo Lapid a los periodistas.

El Gobierno de Hamás en Gaza ha mentido a lo largo de años a los periodistas al negar por ejemplo que estuviera lanzando cohetes contra Israel desde zonas habitadas por civiles. Nunca reconoce que sus cohetes, notoriamente imprecisos, no han alcanzado sus objetivos en Israel por problemas técnicos y han caído en Gaza.

Los gobiernos israelíes de Netanyahu también mienten cada vez que reciben una acusación de haber atacado objetivos civiles. A veces, incluso al desencadenar una guerra. La guerra de 2014 fue provocada por el secuestro de tres jóvenes israelíes en Cisjordania. Los militares y la policía los buscaron durante 18 días y detuvieron a decenas de miembros de Hamás. Cuando se encontraron sus cuerpos dos semanas después, se produjo una explosión de ira en Israel que exigía represalias masivas en Gaza.

La gente no era consciente de que Netanyahu había ocultado desde el día siguiente de los hechos que los jóvenes ya habían sido asesinados, un dato relevante que la censura impidió publicar a los medios israelíes. “La versión oficial para consumo público es que Israel estaba ‘actuando bajo la premisa de que estaban vivos’. En pocas palabras, eso era mentira”, escribió J.J. Goldberg en el semanario judío norteamericano Forward.

Netanyahu acusó a la dirección de Hamás en Gaza de haber ordenado el crimen, aunque sabía que había sido obra de un clan familiar islamista de Hebrón relacionado con Hamás, pero que tenía un largo historial de operar por su cuenta desobedeciendo las órdenes de la organización.

Los sucesos provocaron la operación que llevó el nombre de Límite Protector y que incluyó un asalto por tierra a Gaza para destruir los túneles de Hamás. Murieron 2.310 palestinos y 72 israelíes, de los que 67 eran soldados.

Es un ejemplo entre muchos de que la propaganda se ha utilizado para defender los intereses de un Gobierno israelí o para ocultar hechos que le pueden perjudicar. Al menos, en una ocasión para difundir una mentira con la que engañar a Hamás. Eso sucedió en mayo de 2021 cuando un portavoz militar anunció a varios medios extranjeros que fuerzas israelíes habían entrado en Gaza.

Horas después se desmintió. Medios israelíes contaron después que todo había sido un engaño deliberado. El plan era que las informaciones hicieran que los combatientes de Hamás salieran de sus túneles y revelaran su posición para enfrentarse al invasor, con lo que serían eliminados con facilidad con ataques aéreos o de artillería.

Cuando un francotirador israelí mató a la periodista Shireen Abu Akleh, de 51 años, en Jenin en 2022, la primera versión del entonces primer ministro Naftali Bennett fue afirmar que “probablemente” había muerto por un disparo de un grupo de palestinos que estaba abriendo fuego “de forma indiscriminada”. Luego, dijeron que había muerto en mitad de un fuerte tiroteo, algo que desmintieron los compañeros de la reportera que estaban en el lugar de los hechos.

Finalmente, admitieron que la bala que mató a Abu Akleh de un tiro en la cabeza procedía del fusil de uno de sus soldados. Nunca se llegó a realizar una investigación ni a castigar al autor del asesinato.

La presión de la opinión pública alcanza también a los propios periodistas israelíes. Los hay que han reconocido sentir miedo ante las consecuencias de mostrar opiniones disidentes después de la matanza de un millar de civiles en el asalto de Hamás del 7 de octubre. Pero varios de ellos no están dispuestos a dejar de pensar, razonar y trabajar como periodistas.

Quienes tienen vía libre para mostrar su furia son los que exigen que los palestinos paguen por lo que hizo Hamás. La presentadora del Canal 13 Netali Shem Tov dijo en un programa que aún veía “demasiados edificios en pie en Gaza”. No le parecía suficiente que el 25% de los edificios de Gaza haya quedado destruido o gravemente dañado desde el inicio de los bombardeos. El exdiputado del Likud Moshe Feiglin exigió en televisión que Gaza sea “aniquilada” y que se convierta en un nuevo Dresde.

Los que ya han pagado un precio altísimo han sido los 24 periodistas muertos en tres semanas, de los que veinte son palestinos. Muchos de ellos en sus propias casas junto a sus familias, porque nadie está a salvo en Gaza. En Ucrania, han muerto quince reporteros en 18 meses de guerra.

Un caso reciente y doloroso es el de Wael Al Dahdouh, jefe de la oficina de Al Jazeera en Gaza, que perdió a toda su familia directa en el bombardeo israelí de la vivienda donde se habían refugiado. Murieron su esposa, dos hijos de quince y siete años y un nieto.

Esta guerra ha vuelto a reanudar las críticas israelíes a BBC por no llamar terrorista a Hamás. John Simpson, que cubrió guerras en Oriente Medio para la cadena durante 50 años, volvió a explicarlo hace unos días. «Terrorismo es una palabra cargada (de intención), que la gente usa sobre un grupo al que rechaza moralmente. Simplemente, el trabajo de BBC no es contar a la gente a quién debe apoyar o condenar, quiénes son los buenos y quiénes son los malos”, escribió.

El periodista no está para imponer criterios morales ni tomar partido, dice, sino para informar sobre hechos y que cada ciudadano adopte una posición en función de lo que lee o escucha.

La agencia norteamericana Associated Press cuenta con un criterio similar. No emplea la palabra ‘terrorista’ para referirse a Hamás, porque prefiere centrarse en los hechos: “AP no utiliza términos para acciones o grupos específicos, más allá de citas directas atribuidas a autoridades u otros grupos. En vez de eso, describimos atrocidades, matanzas, atentados con bomba, asesinatos y otras acciones específicas”.

La responsabilidad de la explosión en el hospital Al Ahli ha sido uno de esos casos en que los periodistas han tenido que reaccionar en muy pocas horas con información incompleta y han sido criticados por ello. Israel negó que se debiera a un ataque suyo con misiles, difundió una imagen que no se correspondía con el momento de la explosión, que luego tuvo que borrar, y utilizó otro vídeo –con imágenes del cielo en un directo de Al Jazeera– con el propósito de contar que el responsable era un cohete de Yihad Islámica que había caído a tierra después de sufrir un problema en su motor. Las imágenes nocturnas no permitían llegar a una conclusión clara.

Una fotografía al día siguiente en la que se veía los coches incendiados en el aparcamiento del hospital, junto a la ausencia de un cráter de grandes dimensiones o un edificio totalmente destruido, confirmó las dudas sobre la versión del misil israelí, que es la que había aparecido en los primeros titulares.

Varios análisis posteriores han arrojado distintas alternativas. El último de The New York Times sostiene que las imágenes utilizadas por Israel como prueba definitiva no muestran el misil o cohete que provocó una matanza, sino un proyectil lanzado desde territorio israelí que detonó a tres kilómetros de distancia del centro sanitario.

La OMS ha registrado 171 ataques de Israel a instalaciones sanitarias en tres semanas, 75 en Gaza y 96 en Cisjordania.

Para políticos y columnistas israelíes, toda esta confusión no procede de la dificultad de obtener información contrastada sobre una acción de guerra en un lugar en que sólo unos pocos medios occidentales cuentan con personal propio (Israel no ha permitido la entrada de periodistas extranjeros en Gaza), sino de una conspiración que busca presentar a su país como el agresor.

La realidad es que la mayoría de los medios de países como EEUU, Reino Unido o Alemania tienen un sesgo muy o bastante favorable a las posiciones de Israel y desde luego ninguno apoya a Hamás. Eso no impide que en los últimos años hayan evolucionado al ser testigos de destrucciones sucesivas de Gaza por Israel y de sus ataques a la población civil.

Como símbolo de ese cambio está la portada de The New York Times del 28 de mayo de 2021 con un friso de fotos de 64 niños y adolescentes palestinos que perecieron en los bombardeos israelíes. En sólo once días. El titular: “Eran sólo niños”.

El último recuento de la actual ofensiva contra Gaza indica que los menores muertos desde el 7 de octubre son 2.913.

La respuesta israelí a las críticas por esos bombardeos indiscriminados fue la misma que ahora: el Ejército de Israel es “el más moral del mundo”. Quien lo cuestione será tachado de cómplice de los terroristas.

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Netanyahu, cadáver político

El anuncio de la campaña de Binyamín Netanyahu en las elecciones de 2019 combinaba dos elementos: algo de sentido del humor y el mensaje estratégico que ha definido su carrera política. El actual primer ministro israelí hacía de socorrista en la playa con un megáfono para mantener a los bañistas «siempre a la derecha», donde se está más seguro. «Estoy haciendo lo que siempre he hecho», contaba a unos jóvenes sorprendidos. «Ocupándome de que estéis seguros».

Al final, Netanyahu miraba a la cámara y sacaba pecho por su legado: «En el turbulento mar de Oriente Medio, se ha probado que hemos mantenido a Israel como una isla de estabilidad y seguridad». Cuatro años después y unos días después del asalto de Hamás que ha matado a unos 1.300 israelíes, la isla ha sido anegada por un huracán y los israelíes no dan crédito a lo ocurrido. Tienen claro que hay un responsable político del inmenso fracaso militar y de inteligencia. Ese mismo que presumía en la playa de que los israelíes siempre estarían seguros con él.

Una encuesta conocida este jueves lo confirma hasta niveles inauditos para Netanyahu y su Gobierno. Cuatro de cada cinco israelíes judíos (es decir, sin contar al 20% de la población que es palestina) sostienen que el Gobierno es el principal responsable de la infiltración de los milicianos palestinos. Ese porcentaje es del 86%, pero además es igualmente abrumador con un 79% en el caso de los votantes de los partidos del Gobierno de coalición.

Un 56% de los encuestados afirma que Netanyahu, de 73 años, debería dimitir cuando acabe la guerra.

En muchas ocasiones, se ha dado por muerto políticamente al primer ministro de forma prematura. Sólo así puede entenderse que haya dominado la política de su país durante la mayor parte de los últimos catorce años.

Su intento de controlar al Tribunal Supremo para que no pueda fiscalizar las acciones del Gobierno o las leyes aprobadas por el Parlamento, que coincide con el juicio pendiente contra él por corrupción, provocaron este año manifestaciones masivas en Israel, pero la derecha y la extrema derecha continuaban confiando en él.

En las últimas elecciones en noviembre de 2022, los partidos del actual Gobierno obtuvieron 65 de los 120 escaños de la Cámara. El Gobierno que se formó es el más rabiosamente ultranacionalista de la historia del país. Algunos de sus partidos integrantes han progresado en las urnas gracias a sus mensajes racistas contra los árabes.

Para entender hasta dónde llega el descrédito del Gobierno en los medios israelíes a causa del asalto de Hamás, no hay que escoger medios que han publicado artículos críticos con Netanyahu a lo largo de años. Resulta más revelador uno aparecido en el diario Israel Hayom titulado: «Un fracaso de proporciones inimaginables y empeorado por un vacío de liderazgo».

Israel Hayom es un periódico conservador fundado en 2007 por el millonario norteamericano Sheldon Adelson, ya fallecido y conocido en España por el proyecto frustrado del complejo de casinos Eurovegas en Madrid. Es tan partidario de Netanyahu que recibe en Israel el apodo de Bibiton, unión de las palabras ‘Bibi’, el apodo del líder del Likud, e ‘iton’, periódico en hebreo. Su aparición tenía como misión apoyar a Netanyahu sin que importara el coste. En sus primeros siete años, perdió el equivalente a 190 millones de dólares.

El artículo es demoledor para los intereses de Netanyahu. Algunos de los hechos descritos muestran un nivel de incompetencia difícil de creer para sus lectores. En sólo un fin de semana, la unidad de comandos de la Fuerza Aérea perdió más soldados que en toda su historia. Los más conocidos comandos Sayeret Matkal, unidad de élite del Ejército, también sufrieron un alto número de bajas, así como las unidades antiterroristas de la policía. Todos ellos se vieron desbordados por la ofensiva y la falta de refuerzos.

Los recursos militares y de inteligencia habían sido enviados a Cisjordania para proteger a los colonos de los asentamientos, embarcados en una espiral de provocaciones y agresiones contra la población palestina y alentados incluso por algunos de los partidos ultraderechistas del Gobierno. La cifra de soldados en la frontera con Gaza era ínfima y por tanto insuficiente. El Gobierno pensaba que la tecnología era suficiente para controlar una posible amenaza que no esperaba.

Los pocos avisos que recibió Netanyahu fueron desdeñados por el jefe de Gobierno. «Está secuestrado por políticos extremistas», dice el diario, que además lo ignoran todo sobre asuntos militares y no saben distinguir «entre un M-16 y un F-16».

Otros artículos de la prensa israelí y extranjera ofrecen un balance similar. El poder disuasorio de Israel se vino abajo con sorprendente facilidad. Algunas población no recibieron ningún apoyo durante ocho horas y el que llegó fue insuficiente. Generales retirados abandonaron sus casas, se presentaron en el frente con una pistola en la mano y descubrieron que las unidades militares carecían de coordinación y de mandos que supieran lo que había que hacer.

El sistema de seguridad de la frontera, pertrechado con sensores de movimiento y ametralladoras autónomas que disparan sin necesidad de que un soldado apriete el gatillo, no sirvió de nada y se quedó ciego. Había costado 1.100 millones de dólares. Se había vendido como una defensa impenetrable gracias a la tecnología y en buena parte se vio anulada por un ataque con drones de bajo precio.

Los atacantes destruyeron las torres de vigilancia y derribaron las barreras existentes con buldozers. Los comandos, con algunos integrantes subidos a parapentes, penetraron hasta más de veinte kilómetros en territorio israelí para atacar a las localidades cercanas.

Alguien no había estado muy atento a lo que está pasando con los drones en la guerra de Ucrania.

Hamás había escondido sus intenciones a plena vista de todos. Los miembros de las Brigadas Izzadim Al Qassem llevaban tiempo entrenándose en el asalto a un pueblo o una base militar en escenarios construidos a tal efecto. Hasta difundieron vídeos semanas antes del ataque con los combatientes destruyendo una réplica de la valla fronteriza. Los militares israelíes los vieron y creyeron que todo era puro teatro.

Netanyahu había prometido a los israelíes que los palestinos ya estaban derrotados. Él era capaz de obtener el reconocimiento diplomático de Emiratos Árabes y Marruecos y de culminar con éxito las negociaciones con Arabia Saudí sin hacer ninguna concesión relevante a los habitantes de Cisjordania y Gaza. Incluso presumía de ello en público, lo que molestaba a los saudíes.

El mensaje que procedía del Gobierno es que la prioridad de Hamás era la supervivencia de su Gobierno en Gaza y garantizar el apoyo económico procedente de países como Qatar. La única amenaza real procedía del norte con Hizbolá y para eso Israel estaba preparada.

Nada se movía en Gaza sin que lo supiera Israel. «Nos gastamos miles de millones en reunir inteligencia sobre Hamás», dijo a The New York Times, Yoel Guzansky, antiguo alto cargo del Consejo de Seguridad Nacional. «Después, en un segundo todo colapsó como piezas de dominó».

En 2018, Netanyahu dio un discurso en el que resumía tanto su mentalidad como sus prioridades: «En Oriente Medio y en muchas partes del mundo, hay una verdad simple: no hay lugar para los débiles. Los débiles quedan hechos pedazos y son masacrados y borrados de la historia, mientras los fuertes, para bien o para mal, sobreviven».

El primer ministro ofrece ahora una imagen de debilidad que los votantes israelíes no están dispuestos a tolerar.

Hay una posible escena final para su futuro político a la que puede agarrarse. La destrucción completa de Gaza le sería de utilidad si aún aspira a ganar una rehabilitación entre sus votantes que hoy parece improbable. El método sería ocasionar un número espantoso de muertes palestinas y demostrar al mundo que atacar a Israel es una locura que sólo provoca tu aniquilación. Netanyahu ya ha demostrado en el pasado que ese no es un precio prohibitivo para él.

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La guerra de propaganda y la matanza de Kfar Azar

El kibbutz Kfar Aza está situado a sólo dos kilómetros de la frontera con Gaza. Fue una de las localidades que recibieron el sábado 7 de octubre el ataque de las milicias de Hamás que habían entrado en territorio israelí y sufrió una de las peores matanzas ocurridas estos días. El Ejército israelí tardó dos días en recuperar el control de la población de unos 700 habitantes, según el general Itai Veruv, que dirigía las tropas. Los militares informaron de que el número de muertos superaba el centenar. «En 40 años de servicio, he visto muchas cosas difíciles, pero nada como esto», dijo Veruv.

A partir del martes, comenzó una segunda batalla en torno a lo ocurrido en Kfar Aza, la guerra de la propaganda que siempre ha acompañado al conflicto israelí-palestino. El Ejército invitó a un grupo numeroso de periodistas extranjeros a que visitaran la población para que la noticia se extendiera con rapidez. Varios de los principales medios israelíes no fueron convocados, pero sí por ejemplo un equipo de un canal israelí de noticias, que pasó a ser la primera, y durante unas horas, única fuente de los hechos.

«He hablado con algunos de los soldados y me dicen que lo que han visto al entrar en las casas ha sido a bebés con la cabeza cortada. Eso es lo que han dicho. Familias halladas en sus camas», dijo a la cámara la reportera Nicole Zedeck del canal i24News. La cuenta oficial del Estado de Israel en Twitter, que gestiona el Ministerio de Exteriores difundió el vídeo con el testimonio de Zedeck y las palabras «40 bebés asesinados».

Un oficial de la unidad que recuperó el kibbutz y que combatió contra los miembros de las Brigadas Izzadim Al Qassem dijo ante la cámara de i24News que se habían producido esas decapitaciones. «Ellos decapitaron a niños. Decapitaron a mujeres».

Por mucho que la cifra de víctimas fuera mucho mayor en el ataque al festival rave en el desierto del Neguev, donde fallecieron tiroteadas en torno a 250 personas, la noticia de Kfar Aza tenía un impacto aun más dramático al haber niños o bebés entre los asesinados, como también lo tienen las imágenes de niños rescatados sin vida de los escombros de los edificios bombardeados en Gaza. Desde ese punto de vista, la gran cobertura recibida en las primeras horas no era extraña ni el valor que tenía para el Gobierno como arma de propaganda en un momento en que las televisiones difunden imágenes de los ataques masivos de Gaza.

Sin embargo, el relato de los hechos se limitaba al testimonio de soldados que no habían sido confirmado por el Ejército de forma oficial, algo que no suele tardar mucho tiempo. Los periodistas no vieron esos cadáveres decapitados. Sí observaron seis cadáveres de víctimas israelíes introducidos en bolsas negras en la entrada del pueblo, otros cuatro en una pista de baloncesto, más cuerpos cubiertos con mantas y otros de los asaltantes.

La agencia turca Anadolu se puso en contacto con los portavoces habituales del Ejército, que no confirmaron la existencia de bebés entre los asesinados ni el dato macabro de que habían sido decapitados. «Hemos visto las noticias, pero no contamos con detalles o confirmación sobre ellas», respondió una portavoz en la tarde del martes.

Otro portavoz dijo al diario francés Libération que se habían producido atrocidades, pero que no podía «confirmar estas decapitaciones ampliamente difundidas». Es la misma respuesta que recibió un periodista de CNN.

La crónica sobre el terreno del equipo de la cadena británica Sky News contó lo que pudo ver el reportero y las dimensiones de la tragedia sin entrar en detalles que aún no podía confirmar, como la cifra total de muertos y el estado de las víctimas.

«Ayer estuve en Kfar Aza», escribió el miércoles el periodista francés Samuel Forey, que escribe para Le Monde: «Nadie me habló de decapitaciones, aún menos de niños decapitados, aún menos de 40 niños decapitados». Habló con varios militares y ninguno le dijo nada sobre cadáveres sin cabeza. No pretendía minimizar lo que presenció: «Lo que vi ayer en Kfar Aza fue terrible».

El periodista israelí Oren Ziv también estuvo en Kfar Aza. Afirma que no vio ninguna prueba de las alegaciones sobre decapitaciones ni los mandos militares y soldados con los que habló le comentaron nada de ello. «Las escenas eran horribles con decenas de cadáveres de israelíes asesinados en sus casas», dice. Un portavoz militar le dijo: «En este momento, no podemos confirmarlo. Somos conscientes de los actos terribles de los que Hamás es capaz». El Ejército dio el miércoles la misma respuesta o similar a todos los periodistas que preguntaron.

En España, la noticia sin confirmar fue utilizada con rapidez por algunos medios de comunicación y políticos. Con el único testimonio de la periodista de i24News, El Mundo y ABC publicaron sendas noticias en la tarde del martes. El Partido Popular fue más agresivo y empleó la matanza para atacar al Gobierno de Pedro Sánchez y a los partidos que lo apoyan. «Cuarenta bebés decapitados y el gobierno de Sánchez anda en la equidistancia entre los terroristas y las víctimas», escribió Isabel Díaz Ayuso.

«Hamás decapitó bebés en sus cunas. BEBÉS EN SUS CUNAS. Y no voy a decir nada más. Los contextualizadores y equidistantes os podéis ir a la mierda, eso sí» (mayúsculas en el original), dijo el diputado y portavoz del PP, Borja Sémper.

La tarea de retirada de cadáveres no comenzó hasta el martes ante la necesidad de asegurar la zona y limpiarla de granadas y trampas explosivas. Sin embargo, medios y políticos de fuera de Israel ya decían saber lo que había ocurrido e incluso ofrecían cifras que no habían sido confirmadas por el Ejército.

La noticia se extendió por rapidez por todo el mundo, siempre con la única fuente de i24News. Un recuento de su alcance en Twitter suma 44 millones de impresiones, 300.000 ‘likes’ y 100.000 retuits. El medio de la oposición bielorrusa Nexta, muy activo en las noticias sobre Ucrania con un millón de seguidores en Twitter, dijo que «Israel había mostrado al mundo los cuerpos de 40 bebés israelíes decapitados encontrados después de una masacre», un dato que era falso. Los periodistas no llegaron a ver ningún cadáver de un niño o bebé ni ninguna imagen o vídeo facilitada por los militares.

La noticia encabezó las portadas de muchos periódicos europeos. En el caso de los británicos, dando por hecho elementos que no estaban confirmados. «Hamás ‘cortó la garganta a bebés’ en una masacre», tituló The Times. «Matanza de bebés y niños por Hamás», fue el titular de The Daily Telegraph.

Mucho después de que aparecieran estas noticias, en la tarde del miércoles, un portavoz del Ejército dejó claro que los militares no tienen interés en ofrecer más datos. Le preguntaron sobre el asunto que había monopolizado el interés de medios y políticos, la existencia de bebés decapitados como símbolo del horror ocurrido. «No vamos a investigar el estado de los cuerpos e, incluso si lo hiciéramos, no comentaríamos en público el estado de los cuerpos de nuestros civiles. Y de los bebés», dijo el mayor Nir Dinar a Business Insider.

Tampoco iba a facilitar el número de bebés muertos. «Los crímenes de guerra cometidos por Hamás son obvios para el mundo. No necesito entregar pruebas y no lo voy a hacer. Sería una falta de respeto hacia los muertos».

La matanza había existido y sus dimensiones eran estremecedoras. Ningún medio conocía con exactitud datos esenciales para justificar los titulares. Pero la noticia había cumplido su misión como herramienta de propaganda justo cuando el Ejército se prepara para el futuro asalto por tierra sobre Gaza. Para el Ejército, ya no era necesario entrar en detalles.

La historia tiene un giro final no tan inesperado. David Ben Zion, ese oficial que dijo a i24News que “ellos decapitaron a niños”, es un ultraderechista que en su vida civil es el vicepresidente del Consejo Regional de Samaria, una organización de colonos que dirige los asentamientos israelíes del centro y norte de Cisjordania y que cree firmemente que todos esos territorios palestinos pertenecen por derecho propio a los judíos.

Ben Zion hizo un llamamiento público por la erradicación de una localidad palestina contra la que se realizó una represalia –en la que prendieron fuego a 75 casas y cien coches– por un ataque en marzo de este año en el que mataron a dos colonos.

“El pueblo de Huwara debería ser borrado hoy”, escribió. “Ya vale de hablar de construir y fortalecer el asentamiento. La disuasión que se ha perdido necesita ser restaurada inmediatamente. No hay sitio para la misericordia”. El mismo mensaje, que Huwara debería ser erradicada por el Estado israelí, fue pronunciado por el dirigente ultraderechista Betzalel Smotrich, ministro de Finanzas del Gobierno de Netanyahu.

El principio detrás de la historia de lo publicado sobre Kfar Azar es muy conocido. Quien controla la información sobre una guerra, controlará lo que piense la opinión pública sobre esa guerra.

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¿Cuál es la diferencia de esta imagen de Gaza con lo que hemos visto en Ucrania?

La pregunta del titular se responde con facilidad. Ninguna. Es un edificio de viviendas en Khan Yunis, Gaza, después de un ataque aéreo de la aviación israelí de este lunes. Las paredes exteriores del edificio han sido destruidas por la explosión. Varias personas intentan rescatar a un herido ensangrentado que ha quedado en el límite.

Desde hace un año, los rusos han atacado con misiles varios edificios residenciales en Járkov y otras ciudades ucranianas. La fachada ha volado. El edificio ha quedado al descubierto. Los habitantes de algunos de esos pisos han muerto. Es un ejemplo de los ataques directos contra la población civil, objetivos que no tienen un valor militar, pero que sirven para provocar terror entre los que viven en esas ciudades.

Los gobiernos europeos y norteamericanos han declarado una y otra vez que esos ataques pueden ser crímenes de guerra, como queda reflejado en las Convenciones de Ginebra. A eso se añade el hecho de que es Rusia quien ha invadido territorio ucraniano. Pero incluso aunque esto fuera distinto, no supondría ninguna diferencia en el asunto básico. Matar a civiles no combatientes es un crimen de guerra y así aparece estipulado. Bombardear zonas civiles es un crimen de guerra. Coger como rehenes a civiles es un crimen de guerra.

Un edificio de viviendas de Kiev destruido por un ataque ruso en junio. Aleksandr Gusev / Zuma Press

Un país, cualquier país del mundo, tiene derecho a defenderse de una agresión. Para el tema que nos ocupa, el cómo es esencial.

La imagen superior es de esta semana, pero no es nueva. En las operaciones militares masivas de las Fuerzas Armadas israelíes contra Gaza de la última década, se han atacado edificios de viviendas, fábricas, mezquitas, centrales eléctricas y todo tipo de infraestructura civil.

Ningún Gobierno europeo planteó ni siquiera la sospecha de que Israel hubiera cometido un crimen de guerra en Gaza. Y ahora vuelve a ocurrir.

https://twitter.com/nour_odeh/status/1711387973642572001

Ahora esas imágenes vuelven a repetirse después de muchas otras que hemos visto en la guerra de Ucrania. Veremos más en las próximas semanas. Aun habiéndose producido después del asalto masivo de Hamás en las localidades israelíes cercanas en las que mataron a centenares de civiles, lo que también es un crimen de guerra, los ataques a zonas residenciales continúan teniendo la misma característica: son un crimen de guerra.

Pero esta vez, como las víctimas están en Gaza, los gobiernos no quieren admitir ese hecho indudable.

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Israel sufre el trauma que Gaza soporta desde hace décadas

El primer día, fueron decenas de miles. Una semana después, volvieron a reunirse en el mismo lugar. Y así durante meses. Convocados por organizaciones sociales sin vinculación con el Gobierno de Gaza, los palestinos se dirigieron desarmados a la valla fronteriza con Israel en 2018 para exigir sus derechos y negar que estuvieran condenados a vivir en una prisión de 360 kilómetros cuadrados. Lo llamaron la Marcha del Retorno.

Fueron recibidos con fuego real. Disparos de fusil. Balas explosivas. Balas de caucho. Gases lacrimógenos. 223 palestinos fueron eliminados entre marzo de 2018 y diciembre de 2019. 46 de ellos tenían menos de 18 años. Ocho mil sufrieron heridas de bala que para muchos supuso la amputación de miembros.

Una encuesta de abril de 2018 reveló que el 83% de los israelíes judíos (en Israel es habitual que en los sondeos se ofrezcan los datos separados de judíos y árabes) apoyaba la decisión del Ejército israelí de abrir fuego contra los manifestantes.

Las manifestaciones eran también un mensaje al mundo. Esta vez, nadie podía acusarles de utilizar la violencia para defender sus derechos. El Ejército israelí los consideraba a todos una amenaza terrorista contra la seguridad del país. «Las IDF (siglas en inglés de las Fuerzas Armadas) tienen balas suficientes para todos», dijo el ministro de Seguridad.

La aplicación de la máxima violencia serviría como elemento disuasorio para hacer frente a los palestinos. Esa es una de las ideas presentes en los gobiernos y la sociedad israelíes desde hace décadas. Las concesiones políticas eran impensables. Eso contribuyó a aumentar las ideas más extremistas hasta que en diciembre de 2022 se formó el Gobierno más ultraderechista de la historia del país con varios integrantes que hacen gala de sus ideas racistas.

Cuatro años después de la Marcha del Retorno, Hamás ha derruido esas premisas con un asalto por tierra a decenas de localidades israelíes cercanas a la frontera. La presunción de que los palestinos ya estaban derrotados –neutralizados en Cisjordania con la colaboración del Gobierno de Mahmud Abás y encerrados en Gaza– ha sido sustituida por un shock vivido por toda la sociedad israelí.

Al igual que en la guerra de Yom Kippur en 1973, el país ha sufrido un colapso de su sistema de inteligencia, que se vio sorprendido por un ataque preparado durante meses y ejecutado por centenares de combatientes de las milicias de Hamás. Israel creía saber todo lo que ocurría en Gaza gracias a la vigilancia electrónica y a una red masiva de confidentes. También pensaba que el sistema de defensa antiaérea llamado Cúpula de Hierro era prácticamente infalible. El establishment militar y político había dado por derrotados a los palestinos.

Un palestino en silla de ruedas lanza una piedra con una honda en un enfrentamiento con tropas israelíes cerca de la frontera de Gaza el 22 de septiembre. Mahmoud Ajjour / DPA

La política de seguridad del Estado siempre ha consistido en «gestionar el conflicto», denuncia la organización pacifista Breaking the Silence, fundada por exmilitares israelíes. Garantiza supuestamente la tranquilidad a través de la disuasión y de operaciones militares específicas. «Todo son palabras en clave que ocultan la realidad de los bombardeos de Gaza hasta dejarla destruida. Siempre se justifica diciendo que se ataca a terroristas, y sin embargo siempre acaban con un alto número de bajas civiles. Entre esos episodios de violencia, hacemos la vida imposible a los habitantes de Gaza, y luego nos sorprendemos cuando todo estalla por los aires».

El patrón se repetirá ahora con una previsible represalia por tierra en Gaza iniciada el sábado con una nueva campaña de bombardeos que tuvo su imagen más significativa con la demolición con misiles de un edificio de viviendas de once plantas. Sus habitantes huyeron momentos antes al notar el impacto de un proyectil sin carga explosiva con el que los militares israelíes avisan de que el edificio será destruido en pocos minutos.

Otros ataques tendrán menos testigos, como el que tuvo lugar en la localidad sureña de Khan Yunis. Nueve niños de la misma familia murieron en la destrucción de su casa desde el aire.

Nada de eso importará a los que clamen venganza. Uno de ellos es Ariel Kallner, diputado del Likud, el partido del primer ministro Netanyahu, que llamó al sábado «el día de nuestro Pearl Harbor». Su respuesta fue reclamar una violencia indiscriminada contra los palestinos. En otras palabras, la limpieza étnica. «Ahora mismo, un objetivo: ¡Nakba! Una Nakba que supere a la Nakba del 48. ¡Nakba en Gaza y una Nakba contra cualquiera que se atreva a unirse!».

La Nakba es la catástrofe que sufrió la población civil palestina que fue expulsada de sus hogares en la guerra de 1948. Una catástrofe de la que la mayoría de la población israelí niega que existiera.

El cadáver de un israelí muerto en el ataque de Hamás en Yakhini a 20 kilómetros de la frontera con Gaza. DPA

Las imágenes de este último conflicto bélico son terribles. Para los israelíes, son inauditas. El número de muertos ha ascendido a 700, según los medios de comunicación del país. Es la mayor cifra registrada en un solo día en su historia, incluidas las guerras. El Gobierno ha identificado hasta el domingo a 26 militares y 34 policías entre los fallecidos. 250 de las víctimas fueron asesinadas en un festival rave que había reunido a unas 3.000 personas en el desierto del Neguev a unos 25 kilómetros de la frontera.

Más de un centenar de civiles y militares israelíes, según un primer recuento hecho por el Gobierno, fueron capturados por los miembros de Hamás y trasladados a Gaza, donde se han convertido en rehenes con vistas probablemente a un futuro intercambio de prisioneros. Entre ellos, hay una anciana de 85 años, niños y once inmigrantes tailandeses. Su vida corre serio peligro en caso de un asalto masivo del Ejército.

Para los palestinos, los hechos son una repetición de una situación que han vivido muchas veces. Sufrirán la destrucción de su infraestructura civil y un número altísimo de muertos y heridos. El Ministerio de Sanidad de Gaza ha informado de la muerte de 413 palestinos, la mayoría en los bombardeos israelíes. Además, el Ejército israelí dice haber eliminado a 400 de los agresores.

El asalto de Hamás tiene también una lectura internacional. El Gobierno norteamericano lleva tiempo intentando conseguir la paz entre Israel y Arabia Saudí, a pesar de las difíciles relaciones de Joe Biden con Binyamín Netanyahu y el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán. Los saudíes reclaman a cambio algunos pasos en favor del reconocimiento de los derechos palestinos, pero sin considerarlos una prioridad. Para los Emiratos Árabes, la decisión estratégica de mantener relaciones con Israel ya ha sido tomada.

Son acuerdos de regímenes autoritarios rechazados por las sociedades de Arabia Saudí y Emiratos, que poco pueden decir al respecto, al igual que lo que ha ocurrido en Marruecos.

Las expectativas de la Casa Blanca eran muy altas. «La región de Oriente Medio se encuentra hoy más tranquila de lo que lo ha estado en las últimas dos décadas», dijo hace una semana Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional.

Ahora, Hamás ha conseguido en 24 horas que a todo el mundo le quede claro que la paz en Oriente Medio no podrá hacerse olvidando a los palestinos y encerrándoles en la cárcel de Gaza.

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Los escasos resultados de la ofensiva ucraniana aumentan el pesimismo sobre el final de la guerra

Soldados ucranianos en unas maniobras al norte de Kiev en junio. Y. Lubimov / Contacto

El artículo no podía aparecer en peor momento para los intereses de Ucrania en EEUU y para el propio Gobierno norteamericano. Los servicios de inteligencia de EEUU no creen que Kiev pueda conseguir el gran objetivo de su contraofensiva en el sur y tomar la ciudad de Melitópol, según un artículo de hace unos días en The Washington Post. El éxito de la misión permitiría partir en dos el territorio ucraniano controlado por Rusia y negarle el acceso por tierra a la península de Crimea.

La conclusión pesimista se basa en la eficacia de las múltiples defensas rusas a lo largo de la línea del frente, compuestas por todo un despliegue de campos de minas y trincheras, que han conseguido detener el avance de los blindados ucranianos. La realidad provocará acusaciones cruzadas entre Kiev y los gobiernos occidentales si finalmente las decenas de miles de millones de dólares aportados en armamento no sirven para obtener los resultados deseados.

Antes del inicio de la contraofensiva a mediados de junio, eran numerosos los artículos en la prensa de EEUU para resaltar que Ucrania se lo jugaba todo en esta ofensiva. Un fracaso prolongaría la guerra hasta 2024 y obligaría a estudiar más seriamente las posibilidades, escasas a día de hoy, de una negociación diplomática para poner fin a la guerra.

Estas últimas noticias coinciden esta semana con la petición de Joe Biden al Congreso con el fin de que apruebe la entrega de otros 20.000 millones de dólares en ayuda militar a Kiev.

Las defensas rusas han resultado impenetrables hasta ahora. El balance realizado por The New York Times a principios de este mes era demoledor: «Equipadas por modernas armas norteamericanas y presentadas como la vanguardia de un gran asalto, las tropas (ucranianas) quedaron atrapadas en densos campos de minas rusos bajo el fuego constante de la artillería y de los helicópteros. Hubo unidades que se perdieron. Una unidad retrasó un ataque nocturno hasta el amanecer perdiendo la ventaja que tenía. Otra tuvo una intervención tan mala que los comandantes la sacaron del campo de batalla».

Para apreciar las dificultades que afronta un atacante ante una estructura bien armada de líneas defensivas, resulta ilustrativo este vídeo en que un general retirado norteamericano lo explicaba en julio. Zanjas antitanque, alambre de espino, trincheras y campos de minas forman una barrera tras otra en lo que Mark Kimmitt llama «veinte kilómetros de infierno» (pinchando en CC se pueden ver los subtítulos en inglés).

Kimmitt cuenta que esas trincheras antitanque obligan al tanque a mostrar su parte inferior al superarla, que obviamente es la más vulnerable. Algunas pueden llegar a tragarse el blindado al contar con cuatro metros de profundidad y seis metros de largo.

Las hay también que son falsas en el sentido de que no cuentan con tropas que las ocupen. Sirven para atraer a soldados enemigos hacer estallar después minas y trampas explosivas de forma remota. Aun peor es cuando un grupo de drones ataca por sorpresa a los que han llegado hasta esas trincheras.

Los rusos tuvieron meses para preparar sus defensas y lo hicieron de forma concienzuda. Quizá haya sido el mejor trabajo que han hecho los generales rusos, que cosecharon fracasos evidentes en 2022 al perder el control de la ciudad de Jersón y buena parte de la región de Járkov.

El mensaje que las autoridades ucranianos han ofrecido desde el primer momento es que la ofensiva requerirá múltiples ataques en distintos puntos hasta encontrar el punto en que los rusos sufran la ruptura de su barrera defensiva para poder lanzar sus reservas sobre esa zona. Como muchos planes de guerra, se ha estrellado contra la realidad.

Dictaminar que la ofensiva no podrá tener éxito es un error prematuro basado más en las expectativas creadas que en los hechos. «La contraofensiva en sí misma no ha fracasado. Continuará durante varios meses hasta el otoño», dijo al NYT Michael Kofman, del ‘think tank’ Carnegie.

Lo mismo ha dicho el jefe de las Fuerzas Armadas de EEUU. «Dije hace un par de meses que esta ofensiva iba a ser larga, iba a ser sangrienta, iba a ser lenta. Y eso es lo que es: larga, sangrienta y lenta, y es una lucha muy, muy difícil».

La lógica militar detrás de estas palabras se contempla de forma diferente desde la política, donde las previsiones, en especial si se acerca la cita con las urnas, juegan un papel tan importante como los hechos sobre el terreno. Una parte del Partido Republicano sigue la línea aislacionista de Trump y se opone a seguir concediendo ayuda económica y militar a Ucrania. Los dirigentes republicanos en el Congreso mantienen una línea oficial de apoyo a Kiev, pero las encuestas revelan que sus votantes son cada vez más escépticos.

Una razón obvia de las urgencias sobre esta ofensiva proviene del hecho de que 2024 será año electoral en EEUU. No será el mejor momento para continuar destinando decenas de miles de millones de dólares a la guerra o cualquier asunto relacionado con la política exterior.

Una encuesta reciente publicada por CNN indica que el 55% de los norteamericanos se opone a que el Congreso siga ofreciendo más ayuda a Ucrania (un 45% la apoya). Ese porcentaje es mucho más alto (71%) entre los votantes republicanos.

Los titulares relacionados con las operaciones militares ya han empezado a moverse en torno a esa realidad. «¿Está fracasando la contraofensiva ucraniana?». «Por qué una ofensiva estancada puede representar un inmenso problema político para Zelenski en EEUU». «Crece la alarma mientras desfallece la contraofensiva ucraniana».

Nadie puede sostener que la ofensiva ha ofrecido los resultados esperados, aunque es probable que las necesidades de los políticos exigían objetivos no muy realistas. Las cifras no admiten muchas interpretaciones. Michael Kofman, que no se cuenta entre los pesimistas, ha admitido que los avances ucranianos no han superado como mucho los diez kilómetros en ningún punto de los 600 kilómetros de frente.

A expensas de un acontecimiento inesperado, como el hundimiento de las defensas rusas en puntos concretos que los ucranianos puedan aprovechar, es fácil pronosticar que la guerra continuará con todo su horror durante el resto de este año. Si eso se produce, las previsiones para 2024 no serán muy optimistas.

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Un exgeneral israelí compara la represión contra los palestinos con la Alemania nazi

Amiram Levin conoce bien Cisjordania y la actuación del Ejército israelí en territorio palestino. General retirado actualmente, fue jefe del mando militar del norte del país, y antes estuvo al frente de los Sayeret Matkal, la unidad de fuerzas especiales más conocida de Israel. También fue director adjunto del Mossad.

En una entrevista a una radio pública israelí, Levin dijo que hay similitudes entre la represión de los palestinos y las políticas discriminatorias de la Alemania nazi. Le citaron unas palabras de un exgeneral en ese sentido hace unos años y confirmó que la situación recuerda a esa época. «Nos resulta difícil decirlo, pero esa es la verdad. Miren en Hebrón, miren las calles, calles que los árabes no pueden usar, sólo los judíos. Eso es exactamente lo que ocurría en esos países», refiriéndose a esa época de Alemnia.

Le preguntaron si existen similitudes específicas y lo confirmó. «Desde luego. Duele, no es agradable, pero esa es la realidad. Es mejor afrontarla, aunque sea duro, que ignorarla».

Levin, de 77 años, que después de su carrera militar se unió a las filas del Partido Laborista, califica a los partidos de extrema derecha presentes en el Gobierno de Netanyahu de «grupo mesiánico de criminales». «Vienen de zonas donde no hay democracia (se refieren a que viven en los asentamientos), vienen de Cisjordania, donde no ha habido democracia durante 56 años. Hay un completo apartheid».

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Rusia descubre que la autoridad de Putin ya no es absoluta

Hay un viejo refrán en Rusia que se ha visto confirmado en los últimos días. “Bombardear Vorónezh” significa pegarse un tiro en el pie con la intención de perjudicar a otro. Este ejemplo de humor negro pasó a estar basado en hechos reales cuando helicópteros rusos destruyeron el sábado un depósito de combustible en la ciudad de Vorónezh –de un millón de habitantes– para impedir que las tropas amotinadas de Wagner pudieran aprovecharse de su contenido en su marcha hacia Moscú.

Es una buena metáfora de los acontecimientos recientes en Rusia. Todos acabaron bombardeando Vorónezh. Yevgueni Prigozhin lanzó una insurrección contra el Gobierno y la cúpula militar en lo que era el mayor desafío que ha afrontado Vladímir Putin en sus 22 años como presidente. Pero acabó en el exilio y perdió su control de la empresa paramilitar Wagner. Putin permitió durante meses que Prigozhin desafiara al Ministerio de Defensa y al Ejército en mitad de una guerra. Acabó denunciando su “traición” y alertando en tono lúgubre que el país estaba viviendo una situación similar a la del año revolucionario de 1917 y que se arriesgaba a terminar envuelto en una guerra civil.

Antes de la rebelión que duró menos de 48 horas, el gran misterio acerca de Prigozhin era por qué el Gobierno ruso toleraba sus ataques a las autoridades militares. Comentarios menos duros que los suyos suponían un procesamiento seguro. Putin había dejado claro que el Ejército debía aceptar algunas críticas con el argumento de que están “ayudando a intentar contribuir a la solución” de los problemas originados por la guerra.

Incluso así era difícil entender por qué se permitían acusaciones de negligencia o insultos de Prigozhin al ministro de Defensa, Serguéi Shoigu, y al jefe del Ejército, Valeri Guerásimov, por su fracasada estrategia militar o por la falta de suministros a las tropas de Wagner en el cerco de Bakhmut. Como también denuncias más genéricas, pero no menos hirientes, contra las élites rusas que gozan de todo tipo de privilegios, como las vacaciones de sus hijos en el extranjero, mientras los soldados mueren sin contar con la ayuda necesaria.

Un medio independiente ruso preguntó a mediados de junio a personas que conocen cómo funciona la maquinaria del poder por la razón de ese trato privilegiado. No daba el nombre de ninguno por razones obvias. La idea compartida es que Prigozhin contaba con la protección del único que importa, el presidente Putin.

“No tengo ninguna duda de que las actividades de Prigozhin están coordinadas con el hombre que está en lo más alto”, decía un antiguo miembro de los servicios de inteligencia. “Las cosas que le permiten decir, todas esas declaraciones contra el liderazgo del Ministerio de Defensa y las élites rusas, indican que no juega con sus propias reglas. Por el contrario, todo está coordinado. En nuestro país, se responde con rapidez a este tipo de tonterías si no están aprobadas por el número uno”.

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Cormac McCarthy, el escritor que miró de frente a la muerte

Cormac McCarthy no era alguien muy optimista sobre el ser humano. Quizá sólo era fríamente realista. Le parecía irrelevante todo lo que no implicara la lucha entre la vida y la muerte, un dilema en que es propio de ilusos pensar que siempre triunfa el lado luminoso del hombre. No tenía ningún interés para él como escritor. “La vida no existe sin derramamiento de sangre. Creo que la noción de que puedes mejorar de alguna manera la especie (humana), de que todos podemos vivir en armonía, es una idea realmente peligrosa”.

Uno de los grandes escritores de Estados Unidos de su generación falleció el martes con 89 años en su casa de Santa Fe, en Nuevo México, en el suroeste del país que convirtió en el gran protagonista de sus mejores novelas. Era también uno de los autores más convencidos de la importancia de preservar su independencia y soledad, negándose a hablar de su obra con periodistas o profesores incluso cuando eso le condenaba a pasar hambre al no contar con otras fuentes de ingresos.

Donde otros vieron épica y heroísmo y enraizaron en la cultura popular la noción del wéstern como la aventura esencialmente norteamericana de construcción del mito fundacional del país, pongamos gente como John Ford y Howard Hawks, McCarthy ofreció una visión descarnada y tétrica donde la muerte siempre está presente. Los hombres eran tan áridos como el desierto que tenían ante ellos, y no menos peligrosos. La frontera era un lugar lleno de serpientes y la mayoría de ellas eran seres humanos.

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El microalcalde y la colleja de Florentino

Almeida recibe de Florentino Perez una camiseta del Real Madrid con su nombre en la recepción por la victoria del equipo en la Euroliga. Foto: Óscar Barroso.

Todo se puede medir en una campaña hasta que te ocurre algo que no esperabas. Está José Luis Martínez Almeida dando unas declaraciones a los periodistas, aparece por detrás Florentino Pérez y le da una colleja. Una pequeña, pero una colleja. Al excelentísimo alcalde de la Villa y Corte de Madrid. Cómo va eso, chaval. Todo bien, ¿no?

Para algunos, sería un gesto cariñoso. Algo que pasa entre amigos. No hay que engañarse. No es habitual con una autoridad política importante. Nadie le da collejas a Pedro Sánchez o a Alberto Núñez Feijóo. Si acaso, una palmadita en la espalda, como si hubiera más cercanía que la real.

Es más grave cuando el que la da también es una autoridad en lo suyo. El presidente del Real Madrid lo es y los ejemplos que demuestran su influencia política y económica son numerosos. No ya por ser presidente de una de las corporaciones con más contratos con las administraciones, sino por estar al frente del mayor equipo de fútbol de la ciudad. 

Florentino consigue todo lo que quiere. Es una idea firmemente asentada en Madrid. Quedó patente con la recalificación de los terrenos de la Ciudad Deportiva que permitió una operación inmobiliaria de la que el club obtuvo centenares de millones de beneficio. La concejala socialista Matilde Fernández recibió múltiples presiones, que resistió, con intervenciones personales de Pérez, para que diera su brazo a torcer. 

Con la corporación presidida por José María Álvarez del Manzano, Florentino consiguió lo que buscaba gracias a la intervención de José María Aznar, entonces presidente del Gobierno.

Ahora con la reforma del estadio Santiago Bernabéu, vuelve a suscitarse la sospecha del alcance de esa influencia. El Real Madrid quiere que se construyan dos grandes aparcamientos, cuya gestión se entregará a una empresa privada, al lado de su estadio. Un informe crítico con el proyecto presentado por una concejalía fue retirado en cuestión de días. 

“Vaya collejita me ha dado el presidente. Agresión, agresión. Pido el VAR”, comenta sonriente Almeida. Como si estuviera acostumbrado. “Es para que vengamos dentro de un mes”, dice Pérez. Será para celebrar otra victoria del Real Madrid de baloncesto. No está clara la relación causa-efecto. No es que Almeida tenga mucha mano en el baloncesto.

Almeida quedó aún más retratado por la estafa de las mascarillas. Dos pijos se levantaron seis millones de euros en calidad de comisiones por la venta de material sanitario al Ayuntamiento. Un juez los ha procesado por los delitos de estafa y falsedad en documento mercantil. Inflaron los precios de la venta de mascarillas, guantes y tests en un 60%, 81% y 71%, respectivamente.

Un mensaje que uno de los comisionistas envió la otro no ocultaba la dificultad de la maniobra. Los bancos “van a decir, hostia, pero qué tipo de pelotazo es este”.

Pero es muy fácil hacer negocios con Almeida. Es muy sencillo colarle una estafa. Con tales antecedentes, uno se puede imaginar cómo son sus relaciones con Florentino. 

Está claro quién da las órdenes, quién se lleva los beneficios y quién da las collejas. Es decir, quién manda en Madrid.

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