Cómo no conceder la victoria a los autores de la matanza de París

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No hay palabras más horribles que las pronunciadas por los autores de la matanza de París: «Hemos matado a Charlie Hebdo», dijeron, según testigos, los hombres que asesinaron a doce personas en la redacción de la revista satírica.

Esas son las palabras que deberían preocuparnos, y mucho menos otras («Hemos vengado al profeta Mahoma»), que no son nada sorprendentes. Los fanáticos de todas las religiones han pronunciado frases similares, porque está en su naturaleza creer que sólo ellos representan sus valores religiosos. Todos los demás son unos infieles, también los que profesan su misma religión y no comparten su locura homicida. No hay que olvidar que la inmensa mayoría de las víctimas de estos grupos (Al Qaeda, ISIS o el que sea) no son occidentales, sino musulmanes.

Cuando asesinas a dibujantes o periodistas o pones una bomba en unos trenes, estás diciendo que tu ‘guerra’ no es contra un Ejército, sino contra una sociedad. Es imposible disociarla de una visión extremista de la religión, pero tiene que ver sobre todo con un deseo de derrotar a esa sociedad para que se resigne a ser dominada.

Pero esa idea de haber «matado» a Charlie Hebdo es terrible, porque quizá convenza a otros de que eso es posible. Que asesinando a unas personas pueden imponer  el terror sobre aquellos que no comparten su odio.

Ese odio no crece en un vacío. Es cierto que las guerras en Oriente Medio y Asia Central lo han alimentado hasta adquirir dimensiones terribles, como se está viendo ahora en Siria e Irak. Pero sin esas guerras también existiría porque proviene de un deseo de eliminar a los que no piensan como ellos.

Uno de los dos hermanos franceses a los que fuentes policiales han identificado como sospechosos es conocido por la justicia francesa. Cherif Kouachi fue condenado a tres años de prisión en 2008 por ayudar a otras personas a viajar a Irak para luchar con Al Qaeda en Irak, cuando era dirigida por Zarqaui, para luchar contra los norteamericanos. En el juicio, dijo que había decidido unirse «a la yihad» tras ver las imágenes de las torturas de Abú Ghraib. Kouachi fue detenido en 2005 unos días antes de viajar a Siria, desde donde pretendía pasar a Irak. Por más que el grupo de Al Zarqaui atacara si tenía la oportunidad a las tropas norteamericanas, la mayoría de sus víctimas eran musulmanes, chiíes iraquíes.

Lo que entonces significó Irak para estos fanáticos ahora es la guerra de Siria, con diferentes contendientes.

«Matar» a Charlie Hebdo puede significar dos cosas. Conseguir que el miedo prenda en países como Francia y nadie se atreva a cuestionar a estos radicales. Ese es un riesgo menor, porque obviamente ni en los gobiernos ni en los medios de comunicación o en la socidad occidental se aprecia ninguna connivencia o apoyo a los yihadistas. Antes al contrario.

Eso no quita para que sean especialmente ridículas las opiniones del ministro de Defensa («Porque a por el primero que van siempre es a por el débil y el cobarde, al que no hace frente a su propia amenaza»), a menos que alguien piense que EEUU en 2001, España en 2004 (cuando Morenés era secretario de Estado de Defensa) y ahora Francia hayan estado gobernadas por cobardes.

La idea de que Europa está a punto de ser sometida por los fundamentalistas islámicos sólo es sostenida por ultras como los del Frente Nacional francés o los que se manifiestan en Alemania en los últimos meses, y que cuentan con el rechazo de todos los grandes partidos y medios de comunicación de ese país. Decenas de miles de franceses han demostrado en la noche del miércoles que no están dispuestos a rendirse.

La otra forma de dar la victoria a los autores de la matanza es dejar que esa amenaza condicione por completo la política interior y exterior de Europa. Creer que la comunidad musulmana británica, francesa o española es la quinta columna del enemigo exterior. Olvidar que los líderes de esas comunidades han condenado el atentado de París, como han hecho antes en el caso de atentados similares, lo que por otro lado es irrelevante para los grupos yihadistas, porque creen que esos dirigentes religiosos están vendidos a los infieles. Defender que la «guerra contra el terror» se ganará invadiendo más países y lanzando más drones, lo que hasta ahora no ha sido precisamente una solución mágica en Yemen o Pakistán. Ignorar que el terror es una herramienta habitual en todas las guerras para convencer al enemigo que no tiene esperanza de ganar o para obligarle a hacer algo que va al final contra sus intereses.

El dolor que nos produce la matanza de París no puede hacernos olvidar que está en nuestras manos negar la victoria a los asesinos.

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