Cuando EEUU interfirió en las elecciones de Rusia

La Biblioteca Presidencial Bill Clinton ha hecho públicas las transcripciones ya desclasificadas de las conversaciones que Clinton mantuvo con el presidente ruso Boris Yeltsin desde 1993 a 1999. Las relaciones entre ambos eran muy buenas con lo que no debe extrañar el apoyo entusiasta que Clinton mostraba a Yeltsin en todo momento y el intento mutuo de que los asuntos en los que sus países tenían intereses contrapuestos (ampliación de la OTAN y Kosovo) no enturbiaran la relación.

Es sabido también que en las últimas elecciones que afrontó Yeltsin, y que podía perder porque su nivel de popularidad era ínfimo, Clinton estuvo dispuesto a ayudar en lo que fuera necesario. Cómo lo hizo y qué impacto tuvo esa colaboración era un asunto que admitía muchas interpretaciones. Las comunicaciones dejan claro que Clinton no sólo deseaba la victoria de su inmenso amigo ruso, sino que tomó decisiones que desequilibraban la contienda electoral en favor de Yeltsin.

Todo presidente en el poder cuenta con múltiples recursos para obtener la reelección, pero para eso necesita dinero. En el estado de práctica bancarrota en que se encontraba Rusia a causa de la política de Yeltsin eso suponía un auténtico problema.

La guerra de Chechenia, la primera, había supuesto duras críticas a Moscú procedentes de Washington, en especial desde el Congreso de EEUU. En una conversación, Yeltsin promete un salida negociada, algo que agrada a Clinton, y al final pone el precio. De forma directa y sin rodeos:

Yeltsin: «Pretendo asumir riesgos y viajar a Chechenia. Intentaré reunir a las tres partes en las negociaciones. Cuando digo las tres partes, la troika, me refiero al Gobierno checheno, sus mandos militares, ya que no está Dudayev y no hay sucesor, y el Gobierno federal, es decir, la comisión estatal de Chernomirdin. Espero que sigan negociando cuando yo me vaya. Hassan (el rey de Marruecos) podría ser de gran ayuda».

Clinton: «Es una decisión muy valiente. Todos te verán como a alguien que intenta traer la paz y limitar la acción militar. Eso está bien. Y si hay algo más que pueda hacer, dímelo. Estoy listo».

Yeltsin: «Bien, gracias por tu ayuda con Hassan II, y si hay algo más que puedes hacer te lo haré saber. Y hay otra pregunta, Bill. Quiero que quede claro. Bill, para mi campaña electoral necesito urgentemente un préstamo a Rusia de 2.500 millones de dólares».

No se puede decir que Yeltsin se cortara mucho en la petición de fondos. Había otras fuentes de dinero que podían ser útiles, y también en ellas Clinton debía echar una mano. Una vez más, cantidades de dinero que serían decisivas en el resultado electoral, como se vio en otra conversación:

Yeltsin: «Una cosa que quiero preguntarte tiene que ver con el préstamo del FMI por 9.000 millones de dólares. Me reuniré aquí con Camdessus (entonces director del FMI) y me gustaría pedirte que usaras tu influencia para quizá añadir un poco más, de 9.000 a 13.000 millones de dólares, para ocuparnos de los problemas sociales en esta situación preelectoral que es muy importante y ayudar a la gente».

Clinton: «Apoyaré que haya un nuevo acuerdo. Veré qué se puede hacer. Nos pondremos a trabajar en ello».

Por esa época, el Gobierno ruso tenía auténticos problemas para pagar salarios de funcionarios y pensiones. Tanto es así que había un retraso de meses en los pagos. Eso no suele motivar mucho a los votantes para que voten a favor del Gobierno. Los fondos de esos créditos servirían para abonar esos pagos pendientes en los meses anteriores a las elecciones. Sin ese dinero procedente del exterior, la oposición a Yeltsin lo habría tenido más fácil en las urnas.

También había otras formas de ayudar que no pasaban directamente por Moscú:

Clinton: «¿Cuál es la actitud más extendida entre los líderes regionales? ¿Podemos hacer algo con el paquete de ayudas para apoyar a las regiones?».

Yeltsin: «Eso estaría bien. Esos líderes regionales que estaban apoyando a la oposición están ahora cambiando y nos apoyan a nosotros. Pero aun así, ese tipo de apoyo regional nos sería muy útil».

Clinton: «Haré que mi gente se ponga en contacto con la tuya sobre ese asunto».

La principal fuerza de oposición a Yeltsin era el Partido Comunista. No es que tuviera muchos seguidores en EEUU, pero a Yeltsin le preocupaba que en los medios norteamericanos apareciera reflejado no como un partido que quisiera volver a los tiempos de la URSS, sino como una formación cuya prioridad era mejorar el nivel de vida de la gente:

Yeltsin: «Hablemos de la campaña electoral. Hay una campaña en la prensa de EEUU sugiriendo que la gente no debería tener miedo a los comunistas, que son gente buena, honorable y amable. La gente no debe creerse eso. Más de la mitad de ellos son fanáticos. Quieren destruirlo todo. Habría una guerra civil. Abolirían las fronteras entre las repúblicas de la antigua Unión Soviética. Quieren recuperar Crimea. Presentan reivindicaciones sobre Alaska. Hay dos caminos en el desarrollo de Rusia. No necesito el poder, pero cuando presentí la amenaza del comunismo decidí que tenía que presentarme. Lo impediremos».

Yeltsin con Putin en el día en que presentó su dimisión el 31 de diciembre de 1999. Foto: Kremlin.ru

Entre las conversaciones, hay una que ahora cobra un valor especial. Antes de anunciarlo en público, Yeltsin comunicó al presidente de EEUU quién le sucedería al frente del país. Se refería a su primer ministro, alguien llamado Vladímir Putin y muy poco conocido en Occidente:

Yeltsin: «En los próximos días, tendrás una reunión con Putin. Brevemente, me gustaría hablarte sobre él para que veas qué tipo de persona es. Me llevó mucho tiempo saber quién podría ser el próximo presidente de Rusia en el año 2000. Desgraciadamente, no pude encontrar antes una persona que tuviera ya un cargo. Finalmente lo conocí, a Putin, y analicé su biografía, sus intereses, sus relaciones (con otras personas) y otras cosas. Descubrí que es una persona sólida que controla los asuntos de su competencia. Al mismo tiempo, es alguien directo y fuerte, muy sociable. Y puede tener buenas relaciones con la gente con la que debe tratar. Estoy seguro de que descubrirás que es un socio altamente cualificado».

Evidentemente, Yeltsin no contó a Clinton que Putin se había ocupado de garantizar a Yeltsin y su entorno familiar que no tenían nada que temer sobre las posibles repercusiones judiciales del bombardeo del Parlamento ruso unos años atrás, por no hablar de los negocios de la familia.

El apoyo norteamericano a Yeltsin en las elecciones no es un tema desconocido. Antes de los comicios presidenciales de 1996, el apoyo a Yeltsin estaba por debajo del que marcaban la encuestas para Stalin. No es extraño. El hundimiento de la economía rusa, a causa del legado que había dejado la URSS y su influencia en el sistema sanitario, y la terapia del shock administrada por Yegor Gaidar, habían hecho que la esperanza de vida de los hombres rusos hubiera caído seis años (tres en el caso de las mujeres), una cifra insólita excepto en tiempo de guerra.

Años después, se supo con seguridad que un grupo de consultores expertos en campañas se trasladaron a Moscú para trabajar en secreto en favor de la reelección de Yeltsin. «El secreto era fundamental», explicó a la revista Time uno de los asesores de Yeltsin encargado de buscar ayuda en el exterior. «Todos sabían que si los comunistas se enteraban antes de las elecciones, atacarían a Yeltsin por ser una marioneta de los americanos. Necesitábamos como fuera a ese equipo, pero contar con ellos suponía un gran riesgo».

Su primer contacto en EEUU fue un abogado de San Francisco con contactos con el Partido Republicano en California. Luego se unió al equipo un consultor que había trabajado para Clinton en sus campañas de Arkansas. Todo se hizo con las bendiciones de Washington, pero de forma que no dejaran rastros embarazosos. Dick Morris, asesor entonces de Clinton en la Casa Blanca, se ocupó de hacer de intermediario con la Administración para lo que fuera necesario.

En una cumbre de abril con Clinton, Yeltsin envió varios mensajes agresivos en la defensa de los intereses de Rusia y el presidente de EEUU decidió no entrar al trapo. Formaba parte de la estrategia electoral para que los rusos volvieran a ver a su presidente como un decidido defensor de sus intereses. La Casa Blanca comprendió que debía seguir el manual si quería que Yeltsin continuara en el poder.

Antes de eso, Yeltsin tenía un apoyo del 6% en los sondeos con varios candidatos por delante de él.

El viceprimer ministro Oleg Soskovets comunicó a los asesores estadounidenses que tenían una misión específica, además de asesorarles sobre técnicas electorales: «Una de sus funciones es decirnos un mes antes de las elecciones si debemos cancelarlas en el caso de que estén seguros de que vamos a perder».

Los consultores norteamericanos pronto se dedicaron a trabajar bajo el control directo de la hija de Yeltsin, la auténtica jefa de su campaña. Impusieron la idea del voto del miedo a los comunistas como principal eje de la campaña, lo que fue efectivo, aunque los asesores rusos del presidente no estaban al principio convencidos del todo.

En la primera vuelta de las elecciones, Yeltsin superó al candidato comunista Gennady Ziuganov por una escasa diferencia, 35% a 32%. El primer obstáculo había sido superado. Se intensificó el mensaje que advertía del caos y la violencia si ganaban los comunistas, Ziuganov no moderó su mensaje para atraer a los votantes de otros candidatos ya eliminados y los medios de comunicación no hablaron de la ya maltrecha salud de Yeltsin.

Yeltsin ganó la presidencia por 13 puntos de ventaja sobre Ziuganov. Clinton respiró aliviado.

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