El debate de política exterior en EEUU está algo desquiciado

Todo el mundo empezó a sudar en 2007 al leer a Donald Trump llamar Little Rocket Man a Kim Jong-un. Se quejaba de que alguien debía haberse «ocupado» del líder de Corea del Norte hace mucho tiempo, por los presidentes anteriores. Ante el aumento de las pruebas de misiles balísticos norcoreanos, el presidente de EEUU amenazó con «fuego y furia» si ese Gobierno persistía en sus amenazas.

En la ONU, Trump dijo que si fuera necesario, EEUU «no tendría más opción que destruir totalmente a Corea del Norte». Y siguió en la misma línea: «Rocket Man (es decir, Kim) se ha metido en una misión suicida para él y su régimen».

No es extraño que aparecieran artículos, análisis y viñetas humorísticas sobre el peligro que suponían para la paz mundial dos hombres con un ego desmesurado y el botón nuclear a su alcance. Especialmente, porque desde hace mucho tiempo los expertos militares son conscientes de que una guerra en Corea ocasionaría una catástrofe espeluznante. Incluso si el conflicto durara unos pocos días y no intervinieran las armas nucleares, la cifra de muertos podría contarse en decenas de miles.

Pisamos el acelerador y nos venimos a este mes de junio. La posibilidad de una guerra en la península coreana se ha visto sustituida por la imagen de los dos presidentes del norte y del sur de la mano en la frontera entre ambos países, el último vestigio físico de la Guerra Fría. El presidente de Corea del Sur ha cumplido su promesa de buscar un entendimiento con el belicoso vecino. Antes, las delegaciones de ambos países desfilaron unidas en los Juegos Olímpicos de invierno.

Cumplidos aparentemente sus planes militares, Kim ha llevado a cabo varios gestos de distensión y ha viajado a China, con cuyo Gobierno las relaciones se habían enfriado bastante en los últimos años hasta el punto de que Pekín había reducido sus exportaciones de petróleo y combustible, fundamentales para la supervivencia de Corea del Norte.

Para confirmar este giro que pocos preveían el año pasado, Trump y Kim se han reunido en Singapur en el primer contacto entre los presidentes de ambos países desde la guerra de Corea (1950-53). Han firmado una declaración genérica y sin detalles que puede ser el comienzo de un proceso de distensión o un intento fallido, como ha ocurrido antes en las relaciones entre los dos estados.

No es la paz, pero es mucho mejor que una guerra nuclear.

¿Inmenso alivio? ¿Esperanza teñida de escepticismo? ¿Al menos un respiro?

No, la comunidad de expertos en política exterior, think tanks y medios de comunicación están ahora alarmados en EEUU por lo que pueda pasar a partir de ahora. De hecho, parecen más preocupados que en 2017, porque creen que se trata de una gran victoria de un régimen al que hasta ahora se consideraba un país atrasado y en bancarrota dirigido por un joven sin experiencia. De repente, una tenue esperanza de paz se ha convertido en un escenario deprimente para los intereses de EEUU. Será por eso que Bernie Sanders afirmó que sin entusiasmos el balance era positivo).

Evidentemente, conviene descartar los alardes de Trump –que afirma que «ya no existe la amenaza nuclear de Corea del Norte»– como la típica demostración de arrogancia habitual en él. Aun así, el camino realizado desde 2017 sólo puede entenderse como un paso positivo. Reducir, aun mejor eliminar, la retórica belicista parece un objetivo deseable sin la cual un acuerdo de fondo es imposible. No olvidemos que Washington y Pyongyang no han firmado un tratado de paz desde la guerra de los años 50.

Pero los expertos no se dejaron llevar por la cautela, sino por la alarma. La mayoría consideró que Kim era el gran vencedor de la cumbre por el hecho de que se celebrara. Es cierto que es algo que su país buscó desde antes de que él fuera el máximo líder, pero no es el valor propagandístico de una reunión al más alto nivel lo que asegurará la existencia del régimen.

En EEUU, se considera que una reunión con su presidente es el máximo honor al que puede aspirar un líder extranjero –para algunos, lo es–, pero no entienden que, si hay un conflicto de por medio, la comunicación entre gobernantes es uno de los elementos de distensión más efectivos. Parece que los demás gobiernos tienen que ganarse ese privilegio y que el emperador lo concede si conviene a sus intereses.

No todos los adversarios de EEUU están tan desesperados.

Dar tanto valor a esos contactos hace que se conviertan en un juego de suma cero. Si el otro, Kim en este caso, obtiene un rédito, sólo puede ser porque EEUU ha salido perdiendo en el intercambio.

La otra versión extendida en EEUU es que el gran vencedor de la cumbre es China. Hay algo de cierto en eso (dejamos a un lado la explicación del programa estrella de MSNBC que inevitablemente sostuvo que el auténtico beneficiario era, cómo no, Putin). Todo elemento pacificador en este conflicto es visto con buenos ojos en Pekín. A su Gobierno no le interesa ni una guerra –eso es obvio– ni un hundimiento del régimen de Pyongyang, que tendría efectos negativos en sus regiones fronterizas, como la llegada de un alto número de refugiados.

Un periodista del FT que visitó Corea del Norte en 2016 tuvo que recordar que las relaciones entre ambos países son mucho peores de lo que se piensa en Washington. Los chinos tenían entonces un respeto escaso por Kim y estaban preocupados por una política que consideraban errática y peligrosa: «En China, Corea del Norte es vista como un mal chiste embarazoso, un anacronismo estalinista empobrecido que recuerda a muchos la vida bajo el totalitarismo que China abandonó a finales de los 70».

Un teniente general retirado chino escribió un artículo en 2014 en la web oficial del Ejército para recordar que Corea del Norte ha perjudicado en numerosas ocasiones los intereses de China, y su intento de desarrollar un programa nuclear es uno de ellos. China ha tenido que solucionar problemas creados por Pyongyang y no hay que dar por hecho que seguirá haciéndolo en el futuro, dijo. El artículo no tenía inconveniente en adentrarse en asuntos ideológicos hasta el punto de afirmar que el régimen de los Kim abandonó el marxismo y el leninismo: «No tiene nada en común con China ideológicamente, y (el partido en el poder) no es un partido proletario ni socialista en realidad».

China no es quien mueve los hilos en Pyongyang. Sin duda se beneficiará de que se aleje el peligro de una guerra. Como todo el mundo. Por mucho que en EEUU a políticos y analistas les guste decir que «todas las opciones militares están sobre la mesa», no hay respuesta militar viable ante un régimen que cuenta con un arsenal nuclear que no esté suscrita por un demente.

Es una de las consecuencias de lo que les pasó a Sadam Hussein y Muamar Gadafi. No hay nada peor que EEUU crea que tienes armas nucleares y no las tengas. Pero si cuentas con ellas, la historia es completamente diferente. El objetivo de la no proliferación nuclear es ahora más difícil de alcanzar que antes.

Varios análisis en medios norteamericanos destacan que Trump hizo una gran concesión: el anuncio de que no habrá más maniobras militares de EEUU y Corea del Sur, aunque sólo sea –típico de Trump– porque salen muy caras. Nicholas Kristof, columnista del NYT, lo llamó «una concesión inmensa». Las siguientes estaban previstas para agosto. Trump lo ha presentado como un gesto de buena voluntad. Su precio no es tan alto. Se trata de una medida fácilmente reversible si este proceso negociador acaba en nada.

Los elogios de Trump a Kim forman parte de su extraña forma de gobernar, más parecida a la negociación para obtener un acuerdo inmobiliario. Halagar al socio potencial es una forma de acercarlo para que acepte firmar el trato. No es que las relaciones internacionales funcionen exactamente así, pero eso nunca ha importado mucho al presidente de EEUU.

El debate sobre política exterior en EEUU ha quedado totalmente distorsionado por la polarización extrema causada por la presidencia de Trump. No es la primera vez que ocurre y es hasta cierto punto inevitable. Pero la cumbre con Corea del Norte ha llevado esta tensión a un punto difícilmente superable.

El terror a una guerra se ha visto reemplazado por el terror a que la tensión entre ambos gobiernos disminuya y sea posible que Trump y Kim firmen algún acuerdo. No es un debate muy racional.

El valor propagandístico de la cumbre para Kim es indudable. La televisión norcoreana la resumió en un documental de 42 minutos. El programa incluye una imagen no vista hasta ahora del momento cómico en que Trump hace el saludo militar a destiempo a un general norcoreano.

El documental íntegro puede verse aquí:

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