El mensaje de Yoyes

«El militarismo ha caído tan hondo en algunos sectores vascos que convierten en instrumento bélico cualquier cosa para acusar, estigmatizar o reivindicar como propios u opuestos los elementos más simples de la vida individual y colectiva: la persona, la lengua, la música, el arte», escribió María Dolores González Catarain, también conocida como Yoyes, un año antes de que fuera asesinada por ETA en 1986. Había abandonado la organización terrorista en 1979 y años después había vuelto a Euskadi sin pedir permiso a nadie. Su pecado fue el de la «traición», como señalaban algunas pintadas en su pueblo, Ordizia. Si bien se relaciona lógicamente a ETA con el independentismo en Euskadi o con el marxismo-leninismo de sus orígenes, el del militarismo, la primacía de la violencia sobre cualquier herramienta política, era un rasgo esencial. Por eso, molestaba especialmente a la izquierda abertzale que se lo recordaran.

«¿Cómo me voy a identificar con dirigentes que lo único que saben hacer es aplaudir los atentados de ETA y pedir más muertos? ¿Qué línea política es ésa?», escribió Yoyes.

La traducción era obvia: durante décadas los que controlaban las pistolas se imponían sobre los que tenían como único argumento las ideas, por muy independentistas que fueran. Como recordaba hace unos días Eduardo Madina, eso condujo a una aberración: «En un sector de la sociedad vasca sucedió algo sobrecogedor: el valor objetivo de la vida humana fue menor que el valor subjetivo de las ideas políticas». Por lo segundo, hay que entender no tanto la aspiración de la independencia para Euskadi, como la idea de que el Estado sólo entendía el lenguaje de la violencia, por lo que esta era el único instrumento aceptable. El escenario soñado por los militaristas que carecen de cualquier compasión por las vidas de otros seres humanos.

El comunicado que leyeron el lunes Arnaldo Otegi y Arkaitz Rodriguez en nombre de EH Bildu y Sortu ante el palacio de Aiete cuestiona de raíz la misma razón de la existencia de ETA, y ese es su principal valor. «No había trampa, no había un cálculo táctico (en el fin de ETA). (…) El compromiso con vías exclusivamente pacíficas y democráticas por parte del independentismo de izquierda respondía y responde a profundas convicciones éticas y políticas. Es una decisión inamovible y para siempre», dice el texto.

Hablar de ética después de 853 personas asesinadas obliga a asumir las consecuencias de lo que ocurrió. La otra idea fundamental del comunicado tiene que ver con las víctimas: «Hoy queremos hacer una mención específica a las víctimas causadas por la violencia de ETA. Queremos trasladarles nuestro pesar y dolor por el sufrimiento padecido. Sentimos su dolor, y desde ese sentimiento sincero afirmamos que el mismo nunca debió haberse producido, a nadie puede satisfacer que todo aquello sucediera, ni que se hubiera prolongado tanto en el tiempo. Debíamos haber logrado llegar antes a Aiete». El palacio de Aiete en San Sebastián fue el lugar donde se leyó la declaración que precedió al final de ETA hace diez años.

El texto no utiliza la palabra «perdón», pero esa referencia expresa a las víctimas es un claro reconocimiento del dolor que sufrieron a causa de la existencia de ETA. No es una apelación genérica a expresiones como «todas las víctimas» que contribuían a diluir la responsabilidad de los autores de los crímenes y los situaba en el mismo plano que otros.

Es el mensaje que se reclamaba a EH Bildu desde hace una década. Sin embargo, la política tiene sus propias prioridades y además cómo pueden dos folios servir para encajar lo que ocurrió durante cuarenta años. «Nada de lo que digamos puede deshacer el daño causado», reconoce el comunicado. «Las palabras no pueden reparar muertes ni sufrimiento», ha recordado Unai Sordo, secretario general de CCOO. Aun así, las palabras cuentan y tuvieron un papel básico para sostener la actividad violenta de ETA. Negar ahora el impacto de esta nueva declaración de Aiete ignora todo lo que pasó entonces. Y, como también dice Sordo, las palabras sí pueden reforzar la convivencia en el presente y en el futuro.

Patxi López dijo que «por primera vez, la izquierda abertzale reconoce que la violencia fue un error». Reacciones parecidas se escucharon en dirigentes del PSOE, Unidas Podemos y ERC, entre otros.

Quien se mostró bastante frío fue el PNV, que lo considera un paso insuficiente: «La izquierda abertzale se resiste, una vez más, a decir algo tan sencillo como que el daño causado por ETA y el mundo que le dio cobertura durante décadas fue injusto». Es una especie de pelea por las palabras que inevitablemente esconde una intencionalidad política. Si la declaración de Bildu y Sortu dice que ese dolor y sufrimiento que padecieron las víctimas nunca debieron haberse producido, se entiende que fue injusto.

EH Bildu es el principal adversario del PNV en Euskadi y por tanto la mayor amenaza a la hegemonía política que disfruta el partido de Iñigo Urkullu y Andoni Ortuzar. Y no se conceden victorias fáciles al rival. Otra lectura de la posición del PNV consiste en exigir que esa declaración de Aiete se traduzca en hechos concretos en las calles de Euskadi, por ejemplo ante la celebración pública de homenajes a presos de ETA que salen de la cárcel. La Audiencia Nacional ya ha dejado claro que esos actos no se pueden prohibir legalmente antes de que tengan lugar. Impedir que se conviertan en una afrenta a las víctimas exige respuestas políticas.

En el acto de lectura del comunicado, no participaron miembros de Eusko Alkartasuna, Aralar o Alternatiba, que forman parte de EH Bildu, sencillamente porque esos grupos ya mostraron hace mucho tiempo su rechazo tajante de la violencia de ETA.

Al Partido Popular le dio igual la declaración de Aiete. Es más, le enfureció en la reacción menos sorprendente del día. Esa ha sido una constante en todo el proceso que desembocó en el fin de ETA. Desde el PP, pidieron el fin de la violencia y cuando se produjo exigieron después la entrega de las armas. Cuando esta ocurrió en lo que ciertamente era un gesto simbólico, reclamaron la disolución de la organización terrorista. Cuando se disolvió, exigieron el reconocimiento del dolor de las víctimas.

No es extraño que cuando se produce ese reconocimiento, se hayan limitado a calificarlo de «pura hipocresía» o «una broma macabra». Pablo Casado dijo que Otegi «no es un hombre de paz, sino un terrorista», lo que le permite hacer oídos sordos a cualquier cosa que diga. En varias ocasiones, le ha acusado de participar en el secuestro de Javier Rupérez en 1979 –la última en la reciente convención del PP–, lo que no es cierto. Otegi fue absuelto de ese delito en el juicio celebrado diez años después.

Lo que importa al PP es mantener la estrategia de la tensión, como si la amenaza de ETA continuara existiendo. No dejan de denunciar que los terroristas han conseguido en estos años lo que antes buscaban obtener con la violencia. Los ciudadanos vascos saben cuál es la realidad y que ETA no consiguió ninguno de los objetivos que le parecían irrenunciables cuando mataba. Quizá sea por eso por lo que el PP ha perdido la mitad de sus votos en Euskadi desde el fin de ETA.

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