El NYT vuelve a descubrir los peligros de apostarlo todo a un periodista estrella

The New York Times ha olvidado las lecciones que aprendió del caso del fraude de Judith Miller y sus informaciones sobre las armas de destrucción masiva publicadas antes de la invasión de Irak. Sus responsables deben afrontar otra vez preguntas incómodas sobre las fuentes y actuación profesional de una reportera estrella, Rukmini Callimachi, promovida por la dirección del periódico y de la que algunos miembros de la redacción ya habían alertado. El NYT ha puesto en marcha una investigación interna.

Como ha ocurrido en otras ocasiones, no pueden decir que no lo vieran venir. Lo que antes eran comentarios internos, opiniones de expertos o artículos publicados en medios de menor difusión ha estallado ahora con una noticia que no se puede obviar: la detención en Canadá el 25 de septiembre de Abu Huzayfah –su nombre real es Shehroze Chaudhry–, acusado de haberse inventado sus experiencias como presunto combatiente del ISIS en Siria. Huzayfah fue la fuente principal utilizada por Callimachi en un conocido podcast del NYT titulado ‘Caliphate’ sobre la organización terrorista, emitido en varias entregas en abril y mayo de 2018 y que recibió varios premios. ‘Caliphate’ fue la consagración de la reportera como la voz más autorizada del NYT para escribir sobre el ISIS.

Huzayfah, que hoy tiene 25 años, era aparentemente un personaje irresistible para una periodista que debía informar sobre un grupo terrorista muy poco receptivo a mantener relaciones con medios occidentales. Se presentaba como un verdugo del ISIS que había asesinado a una persona cumpliendo órdenes de la organización. Su forma de describir las ‘ejecuciones’ era fría y detallada: «Fue difícil. Tuve que apuñalarle varias veces. Luego le pusimos en una cruz. Y tuve que dejar la daga en su corazón».

Al conocer la noticia de su arresto, Callimachi publicó al día siguiente un hilo de Twitter en el que su mayor interés era preguntarse por qué la policía canadiense no le había detenido a su vuelta al país a causa de su conocida ideología yihadista que había dejado patente en las redes sociales. «¿No le procesaron porque no podían probar que había estado en Siria? Varias fuentes de servicios de inteligencia de EEUU nos dijeron que sí había viajado allí y nosotros geolocalizamos una foto de él disparando con una pistola en Siria. Pero también sabíamos que no había viajado con su propio pasaporte», escribió en uno de los diez tuits publicados.

Callimachi dejaba claro que era la policía canadiense quien tenía que responder a ciertas preguntas sobre el caso, no ella. La periodista ya había cumplido en uno de los capítulos del podcast al plantear algunas dudas no confirmadas sobre el testimonio de Huzayfah.

No lo ven así algunos medios que han indagado sobre el asunto. Erik Wemple recordó en The Washington Post el 28 de septiembre que una televisión canadiense había entrevistado a Huzayfah meses antes de la emisión del podcast. Él negó haber matado a nadie, aunque sí dijo que había colaborado con el ISIS como policía dedicándose a vigilar que los hombres no fumaran y bebieran alcohol o se mezclaran con mujeres. La policía canadiense sí le había interrogado y le había dejado después en libertad. Wemple destaca que Callimachi da completa credibilidad en el podcast a Huzayfah y que su testimonio es un elemento clave en sus cinco primeros episodios.

«En todos los años en que he entrevistado a sospechosos del ISIS de Irak y Siria, es raro que alguien haya confesado haber cometido crímenes», dijo un corresponsal con experiencia en Oriente Medio citado en el artículo. «Nunca he visto a nadie que diga que ha decapitado a alguien o al que la sangre salpicara su ropa, porque sabían a lo que se arriesgaban con eso». Mucho menos, habría que añadir, si eran extranjeros que aspiraban a volver a sus países, donde podían ser procesados por esos crímenes.

El 1 de octubre, The New Republic sacó otro artículo más crítico sobre el trabajo de Callimachi. Recordó que la reportera había informado de unos documentos que probaban que Al Bagdadi, líder del ISIS, había pagado por la protección en la región de Idlib al grupo yihadista Hurras Al Din, cercano a Al Qaeda y por tanto adversario declarado del ISIS. Ese artículo fue cuestionado por muchos expertos. Los documentos habían sido facilitados por una fuente de historial muy sospechoso.

El artículo va más lejos al cuestionar un cierto tipo de periodismo basado en reporteros estrella muy útiles para vender la marca del medio de comunicación: «The New York Times y la industria periodística han promovido una forma de periodismo heroico que ha llegado a su cénit con los podcasts de gran presupuesto que constantemente dan prioridad a la experiencia del reportero sobre la explicación (del tema). Puede ser sobre asesinatos y crímenes contra la humanidad, pero al final lo que importa es cómo el periodista los descubre y entiende esos horrores».

Esa fue una crítica que ya apareció en este artículo de 2018, que señalaba a Callimachi como un ejemplo del nuevo modelo de periodista occidental, un héroe modelo por tomar riesgos en la búsqueda de una historia, aunque se tome ciertas libertades en asuntos de ética periodística, «pero al que todo se perdona por el bien mayor del combate contra el terrorismo».

Finalmente, el NYT ha encarado la crisis con un artículo de 3.000 palabras de Ben Smith, su reportero sobre medios de comunicación que trabaja en el periódico desde este año. No se limita a reflejar la polémica, sino que entra en contacto con algunas personas que han trabajado con Callimachi.

Particularmente dañino para ella es el testimonio de un periodista sirio que colaboró con ella como traductor en una entrevista con otra fuente especialmente dudosa para hablar del secuestro de extranjeros por el ISIS: «He trabajado con muchos reporteros. Nosotros buscábamos hechos. Con Rukmini (Callimachi), sentía que la historia ya estaba escrita en su cabeza, y que buscaba a alguien que le dijera lo que ella creía, lo que ella pensaba que sería una gran historia».

También queda claro en el artículo la responsabilidad de Callimachi al encargar una peligrosa misión a un periodista freelance que estaba en una ciudad del norte de Siria. Debía preguntar en el mercado de la ciudad si alguien podía confirmar la historia de Abu Huzayfah como integrante del ISIS. Aconsejado por un comerciante, el reportero abandonó rápidamente la ciudad.

Ben Smith no oculta que el NYT tendrá que dar algunas respuestas sobre las críticas a Callimachi, porque no se trata de los errores aislados de una reportera, sino de una cultura de empresa que privilegia ciertos perfiles para incrementar la reputación del periódico. «Ella es en muchos sentidos el nuevo modelo de un reportero del New York Times», explica. Combina «la valentía del periodismo de la vieja escuela» que se desplaza a lugares peligrosos para contar la historia que interesa a los lectores con la habilidad más contemporánea de explicar sus artículos en Twitter, aumentando la difusión del contenido del diario en internet, y de emplear nuevos formatos como el podcast.

Callimachi contaba con «el apoyo de algunas de las figuras más poderosas» de la redacción, que le respaldaron ante las críticas que recibió de varios compañeros, entre los que estuvieron las responsables de las corresponsalías en Bagdad y Beirut. En otros medios, recibía estatus de estrella. «La mejor reportera en el asunto más importante del mundo», dijo de ella la revista Wired.

Hace más de quince años, el NYT protegió y alentó las historias publicadas por Judith Miller, que confirmaban las denuncias que la Administración de George Bush estaba haciendo sobre el arsenal iraquí. De hecho, eran los altos cargos del Gobierno –así como la CIA o Ahmed Chalabi, líder de un partido de oposición que pretendía que EEUU ocupara Irak para colocarlo en el poder–, los que estaban alimentando esas informaciones y hasta aprovechándolas en su beneficio para convencer al Congreso de que apoyara la invasión que preparaban la Casa Blanca y el Pentágono. Al menos en un caso, esos artículos se basaban en el testimonio de una fuente secreta –un iraquí apodado Curveball– que resultó ser un impostor.

La historia se repite en el NYT.

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