El portavoz de la Casa Blanca tropieza con Hitler y el Holocausto

Ni siquiera los días en que Donald Trump no da muchas señales de vida, hay que relajarse con la Casa Blanca. El espectáculo lo ha dado este martes Sean Spicer, el secretario de Prensa y principal portavoz del presidente. Es el mismo tipo que dijo el 31 de marzo: «Con respecto a Asad, hay una realidad política que tenemos que aceptar».

Después de esa frase, han pasado unas cuantas cosas: el ataque con armas químicas a una localidad controlada por los insurgentes y el bombardeo norteamericano a una base militar siria. Spicer se ha visto obligado a frenar en seco el coche y hacer un giro de 180 grados en cuestión de unos pocos días. Inevitablemente, se ha estrellado.

En la rueda de prensa y con la intención de denunciar a Rusia por su apoyo a Asad, Spicer hizo una referencia digamos positiva hacia Hitler en términos comparativos. «Nosotros no usamos armas químicas en la Segunda Guerra Mundial. Alguien tan despreciable como Hitler no se rebajó a usar armas químicas», y siguió refiriéndose a Rusia.

Está el pequeño detalle del asesinato en masa de millones de personas en las cámaras de gas de los campos de concentración que Spicer pasó por alto. Obviamente, le preguntaron de nuevo y el portavoz decidió que aún podía caer más bajo:

«Creo que en relación al gas sarín, él (Hitler) no estaba usando el gas contra su propio pueblo de la forma en que Asad lo está haciendo, no hubo… los llevó a los centros del Holocausto («Holocaust centers»), eso lo sé, pero lo que digo es que no en la forma en que Asad lo usó, lanzándolo sobre pueblos, sobre inocentes, en mitad de los pueblos».

¿La diferencia estriba en el método de uso de las armas químicas? ¿Lanzarlas desde un avión es mucho más grave que detenciones masivas e internamiento en campos de exterminio? ¿Las víctimas de Hitler no eran de «su propio pueblo»?

Tras el inevitable escándalo, Spicer tuvo una tercera oportunidad de explicarse, esta vez a través de un comunicado, con resultados menos hirientes: «De ningún modo he intentado minimizar la naturaleza horrenda del Holocausto. Intentaba establecer una diferencia con la táctica de usar aviones para lanzar armas químicas sobre poblaciones». Al menos en esta última ocasión Spicer no hizo el ridículo, pero el daño estaba hecho, y por eso luego comenzó a disculparse sin más matices.

El Museo del Holocausto de EEUU creyó que era necesario poner este vídeo en su cuenta de Twitter justo después de la rueda de prensa de Spicer.

No es mala idea para un portavoz de la Casa Blanca que llama «centros del Holocausto» a lo que siempre se ha denominado campos de concentración o exterminio (o «death camps» en inglés). Quizá Spicer no esté familiarizado con esa terminología.

La comparación con Hitler es recurrente en los políticos norteamericanos cuando quieren sostener que un líder extranjero es la peor amenaza a la que se enfrenta el mundo. Que un portavoz de la Casa Blanca diga que alguien es peor que Hitler supera con mucho los límites habituales de credulidad. No se le exige a Spicer un conocimiento detallado de la historia de la Segunda Guerra Mundial, pero sí que no tergiverse acontecimientos históricos conocidos por todo el mundo.

Antes de nada, hay que recordar un hecho relevante. Hitler no utilizó armas químicas en el campo de batalla. Tanto él como los demás dirigentes mundiales eran muy conscientes de su uso en la Primera Guerra Mundial. El propio Hitler resultó herido por esas armas cuando combatió en esa guerra. Los mandos militares de ambos bandos sabían que el adversario contaba con esos arsenales y que los utilizaría si alguien daba ese paso. A los alemanes no les interesaba en absoluto emplearlas cuando invadieron Europa. En 1914-1918 se utilizaron para detener ofensivas masivas. Tras el desembarco de Normandía, donde habrían resultado efectivas, podrían haberlo hecho, pero lo descartaron.

Los japoneses sí atacaron con armas químicas en Asia a las tropas chinas. Hay una batalla en Crimea en 1942 en la que es muy probable que los alemanes las emplearan para eliminar a miles de soldados rusos escondidos en una zona de cuevas y túneles. Churchill estaba muy interesado en ellas, como también lo había estado en India («estoy claramente a favor de usar gas venenoso contra tribus sin civilizar») y contra los ejércitos bolcheviques rusos, como así ocurrió en 1919. En la IIGM, el mando militar británico consiguió convencer a Churchill de que no era una buena idea («es absurdo que se considere la moralidad de este asunto cuando todo el mundo las usó en la última guerra sin que nadie se quejara», dijo antes de terminar cediendo).

Hitler no apostó por las armas químicas en los frentes bélicos por una cuestión estratégica y como forma de proteger a sus propias tropas. Obviamente, tampoco por una cuestión de moralidad (que no preocupaba demasiado a Churchill como hemos visto). Como arma de eliminación masiva de la población civil, incluida la de su propio país, fueron un instrumento imprescindible para llevar a la práctica su política de exterminio de los judíos alemanes y de otros países. Lo hizo en los campos de concentración y a través de unidades móviles, en camiones habilitados para esa función (y también se usó ese método para asesinar a discapacitados y enfermos mentales en Alemania). El uso de zyklon B se adoptó además para proteger a sus propias tropas de las consecuencias psicológicas de tener que eliminar a tiros y luego enterrar a cantidades inmensas de seres humanos.

No, los políticos y sus asesores que intentan justificar complicados giros políticos no deberían citar a Hitler en vano.

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