Haqqani, el mejor socio de la CIA y el peor enemigo de EEUU en Afganistán

Durante la ocupación soviética de Afganistán, nunca hubo un muyahidín más reconocido y apoyado por la CIA y el ISI (el servicio de inteligencia paquistaní) que Jalaluddin Haqqani, nacido en 1947 en la provincia afgana de Paktia y que acaba de morir con 71 años. Si la Administración de Reagan consideraba «luchadores por la libertad» (freedom fighters) a las milicias afganas que luchaban contra la URSS, era a Haqqani a quien más admiraban. El apoyo de la CIA a la yihad contra los soviéticos se llevaba a cabo a través de la dictadura de Zia ul Haq en Pakistán, pero con Haqqani podían hacer una excepción, porque contactaban con él en territorio paquistaní, en concreto en la región de Waziristán del Norte.

Otros insurgentes afganos recibían el dinero y las armas y lo entregaban a sus fuerzas mientras continuaban refugiados en Pakistán. Haqqani era de los que entraban en Afganistán y luchaban contra los soviéticos y por ello fue herido varias veces.

Este socio indispensable de la CIA se convirtió décadas más tarde en el enemigo más implacable de las tropas norteamericanas que invadieron Afganistán tras el 11S. Era tan importante que intentaron que cambiara de bando, incluso ofreciéndole un puesto en el Gobierno de Karzai. Lo rechazó y se mantuvo fiel a los talibanes, a los que pertenecía inicialmente, y a su amigo, Osama bin Laden.

La mitología creada por Al Qaeda, además de unas cuantas teorías de la conspiración, extendió la idea de que Bin Laden fue uno de los grandes guerreros contra las tropas soviéticas. Nunca fue cierto, porque en esa época Bin Laden sólo era un joven saudí atraído por la épica de la yihad contra un enemigo ateo que recaudó fondos en su país para ayudar a los refugiados afganos en Pakistán y comprar armas para esos insurgentes. Haqqani era el auténtico combatiente y por eso se convirtió en el símbolo de la resistencia.

«A finales de los 80, la CIA y el ISI vieron a Haqqani como un jefe militar sorprendentemente eficaz en la lucha contra las fuerzas soviéticas», dijo de él Steve Coll, autor de un libro fundamental, ‘Ghost Wars. The Secret History of the CIA, Afghanistan and Bin Laden’. «Estaba dispuesto a combatir. No asistía a muchas reuniones. Se mantenía a distancia, pero los norteamericanos iban a Miram Shah (en Pakistán) y se veían con él en reuniones en las que el dinero y las armas terminaban en sus manos. Lo veían como los peregrinos del hajj (los que le conocían en sus peregrinaciones a La Meca): era un luchador afgano. Era alguien de mentalidad independiente, un hombre peligroso, pero alguien con que se podía hacer negocios. Haqqani recibió mucho apoyo de ellos».

El congresista republicano Charlie Wilson (cuya historia apareció en la película ‘La guerra de Charlie Wilson’, protagonizada por Tom Hanks) lo consideraba «la bondad personificada». Su admiración por él no conocía límites. Otros norteamericanos –los agentes de la CIA con los que tenía relación– no eran tan efusivos. «Siempre era el más extremista. Pero no estamos hablando de gente a la que les estuviéramos concediendo becas para estudiar en Harvard o el MIT. Eran el azote de los soviéticos», dijo al NYT un miembro de los servicios de inteligencia que lo conoció.

Con la misma fiereza con la que combatió a los soviéticos, lo hizo con los norteamericanos. Al no proceder de Kandahar, Haqqani no formaba parte del núcleo dirigente de los talibanes que se hizo con el poder a mediados de los 90. Pero les interesaba tenerlo de su lado, porque además ideológicamente no era muy distinto a ellos. Una vez que aceptó el liderazgo religioso del mulá Omar, se convirtió en uno de sus principales dirigentes. Contaba con miles de hombres bajo su mando y pronto desarrolló una excelente relación con Bin Laden.

Desde los tiempos de la yihad contra la URSS, Haqqani había desarrollado contactos con familias ricas del Golfo Pérsico, es decir de Arabia Saudí y los Emiratos. El flujo de dinero no se detuvo con la retirada de los soviéticos y continuó hasta que el régimen prosoviético de Nayibulá fue derrocado.

Su relación más fructífera fue con el ISI y el Ejército paquistaní. Washington intentó en muchas ocasiones que Pakistán acabara con lo que se llamó la red Haqqani, formada por miles de combatientes y un gran apoyo social en la región de Waziristán del Norte. El Ejército paquistaní sí acabó con los talibanes paquistaníes de Waziristán del Sur al precio de miles de muertos y decenas de miles de refugiados, pero dejaron en paz a la otra provincia donde grupos como el de Haqqani gozaban de la protección del ISI.

Haqqani llevaba una década incapacitado, probablemente con Parkinson, pero eso no afectó a su lucha contra el Gobierno de Kabul. Su hijo, Sirajuddin Haqqani, ahora de unos 40 años, ha dirigido sus fuerzas desde entonces, lo que ha incluido ataques contra Kabul y atentados suicidas indiscriminados. Por sí misma, la red Haqqani es la fuerza más poderosa que se enfrenta a EEUU en Afganistán. Las posibilidades de derrotarla son casi nulas. Eso es algo que no sorprenderá a los agentes de la CIA que conocieron a su líder en los 80.

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