La respuesta de EEUU a la ejecución de un disidente en Arabia Saudí

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La rueda de prensa del Departamento de Estado fue el 4 de enero un buen ejemplo de la actitud de EEUU hacia Arabia Saudí, incluso hacia las actuaciones de los gobiernos saudíes que perjudican los intereses de la política exterior norteamericaba, de los que ya ha habido varios casos durante la presidencia de Obama. Tras la ejecución del disidente chií Al-Nimr y el posterior ataque a la embajada saudí en Teherán, los periodistas preguntaron al portavoz por qué no se utilizaban palabras más duras en relación al primero de los hechos.

El portavoz de Estado condenó el asalto a la delegación diplomática, lo que es lógico, pero no hizo lo mismo con la ejecución de Al-Nimr, el mismo día en que eran ajusticiados 46 presos, la mayoría por delitos relacionados con Al Qaeda. Washington sólo manifiesta «preocupación» por una decisión que todo el mundo sabía que tendría graves repercusiones en Oriente Medio, y en especial en los hasta ahora tímidos esfuerzos diplomáticos por encontrar una salida negociada a la guerra de Siria.

No es extraño que EEUU no sitúe oficialmente a ambos países en el mismo plano dadas las diferentes relaciones que mantiene con ambos. Pero Obama y Kerry han invertido mucho tiempo y prestigio en su país para conseguir un acuerdo sobre el programa nuclear de Irán, que sea el inicio de una relación diferente de Teherán con Occidente. Ese acuerdo forma parte del legado en política exterior con el que Obama abandonará la Casa Blanca. Ni siquiera por ello se atreven a ir muy lejos en sus críticas a los saudíes.

Parece que es cierto que, aunque el pronunciamiento oficial sea tan tenue por el temor a molestar a los saudíes, las autoridades norteamericanas plantearon a los saudíes su preocupación por que la condena a muerte de Al-Nimr fuera aplicada. Es significativo de lo mucho que se han separado los gobiernos de ambos países en los últimos años que Riad no se haya molestado en seguir los consejos que llegaban de Washington.

Resulta difícil saber exactamente en qué está colaborando Arabia Saudí en la guerra contra ISIS. No ha habido ataques de aviones saudíes desde septiembre contra objetivos relacionados con ISIS. Es de suponer que EEUU confíe en que Riad convenza a los grupos insurgentes a los que apoya para que participen en negociaciones, que hasta ahora no han dado ningún resultado.

En el comunicado del 2 de enero, anterior a esa rueda de prensa, la respuesta del Departamento de Estado era igualmente liviana. No se condena la ejecución y sólo se manifiesta preocupación por el hecho bastante obvio de que pueda aumentar las tensiones sectarias (es decir, entre suníes y chiíes) en un momento poco propicio. Antes se dice que en ocasiones anteriores EEUU ha expresado su preocupación (esta palabra es lo máximo a lo que pueden llegar por lo visto) por «el proceso legal» en ese país. Se pide a Riad que permita la «expresión pacífica de oposición», algo que todos saben que es imposible en Arabia Saudí.

En este artículo del NYT, se cita a «un alto cargo de un país del Golfo Pérsico» sobre la cuestión de si algún día Irán pueda ser para EEUU un aliado más cercano que Arabia Saudí. Es una perspectiva que se antoja lejana y el interlocutor lo sabe: «No parece que tengan una alternativa iraní (a la alianza con Riad). Y si no tienen una alternativa, lo mejor que pueden hacer es dejar de quejarse acerca de los saudíes».

Eso es precisamente lo que siempre termina ocurriendo en Washington.

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La respuesta del Gobierno de Obama revela al menos una cierta ambivalencia. No se atreve a condenar en público a los saudíes, pero hubiera deseado que todo ocurriera de forma diferente. Los candidatos republicanos en las primarias y los analistas neocon no tienen tales problemas. Entre los segundos, Elliott Abrams y Bill Kristol no dudan de que EEUU debe estar junto a sus aliados saudíes frente a los peligrosos iraníes. Sólo la debilidad o (como es habitual) apaciguamiento ante el mal, propio de Obama, le impide apreciar esa verdad tan clara.

En lo que podríamos calificar de reacción moderada en ese mundo, Max Boot compara la alianza estratégica de Washington y Riad con el pacto entre Roosevelt y Stalin frente a los nazis. En estos artículos, las referencias a Hitler y los nazis suelen estar en los primeros párrafos.

Algunos no tienen problemas en atacar al clérigo chií ejecutado. Lo único que les falta es sostener que su ejecución fue en realidad un suicidio. En realidad, hay uno que sí viene a decir eso: «Estaba provocando el martirio como si fuera un terrorista suicida», escribió David Pryce-Jobes en National Review. Algunos son tan malos que incluso cuando les detienen, les juzgan en juicios amañados y les decapitan son ellos los auténticos culpables.

La conclusión general de estos comentarios: Arabia Saudí forma parte del (quebrantado) orden político impuesto por EEUU en Oriente Medio, y por tanto su posición debe ser intocable.

Con respecto a los candidatos republicanos, casi todos defienden la relación privilegiada con dictaduras como la saudí y la egipcia. Los escarceos propagandísticos de la Administración de Bush sobre la extensión de la democracia en la región han sido abandonados. La única opción permitida es asegurar la estabilidad de ese orden político con pactos con dictaduras, no importa cuán desagradables sean. Seguro que Kissinger aprueba ese mensaje.

Un detalle revelado por The Independent en relación a la respuesta del Gobierno británico a las últimas ejecuciones, muy en línea de lo escuchado en EEUU. En 2011, el Foreign Office elaboró un informe con instrucciones al personal diplomático sobre su estrategia para reducir el número de países que recurren a la pena de muerte. Había 30 países en esa lista. Arabia Saudí no estaba entre ellos, a pesar de ser el tercer país con más ejecuciones en todo el mundo.

Foto: Obama en la Casa Blanca con el príncipe heredero saudí.

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