La élite política libanesa consigue librarse de los efectos de la explosión de Beirut

Han pasado veinte días desde la explosión del puerto de Beirut y da la impresión de que el sistema político libanés, fuente de poder para una élite corrupta y sectaria, ha encajado bien el golpe. La ausencia de alternativas políticas reales dentro del sistema favorece el estancamiento. La pandemia tiene también otro efecto desmovilizador (el Gobierno acaba de decretar otro confinamiento ante el aumento de los contagios).

La aparición de Macron en Beirut abrió la posibilidad de una presión exterior en favor de reformas estructurales Era un sentimiento bastante ingenuo. Su única medicina parece consistir en propiciar un gran acuerdo político entre Gobierno y oposición, es decir, entre los grandes responsables de la bancarrota política y económica del país, escribe Gilbert Achcar en The Guardian.

«La visita de Emmanuel Macron a Beirut dos días después de la explosión elevó al máximo las expectativas. Aquí estaba un líder que se atrevía a juntarse con la gente justo después del desastre, pensaron muchos, obviando el hecho de que era una gran oportunidad en favor de su imagen para un presidente francés cuestionado en su propio país. Las expectativas no duraron mucho. El discurso consistente de Macron en Oriente Medio ha consistido en mediar entre EEUU e Irán (donde los intereses del capitalismo francés son muy grandes), como hizo cuando intentó organizar una reunión entre Donald Trump y el ministro iraní de Exteriores en paralelo a la cumbre del G7 en 2019 en Biarritz.

La lógica de esta posición en relación a Líbano consiste en que Macron ha actuado de forma sistemática para mantener la coalición Hariri-Hizbolá en el país. Por eso intervino de forma decisiva para traer de vuelta de Riad al secuestrado Saad Hariri en 2017 y por eso ha descartado la esperanza del pueblo libanés en un Gobierno independiente y la convocatoria de nuevas elecciones. En vez de eso, apoya un «Gobierno de unidad», lo que ha sido interpretado como un plan para ‘devolver al poder al ex primer ministro suní Saad Hariri a cambio de concesiones a Hizbolá'».

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Los gobiernos autonómicos descubren desolados que Sánchez ha abandonado el presidencialismo

La prensa de derechas decía que había un «clamor» para que el Gobierno central asumiera el liderazgo en la lucha contra el coronavirus y pasara por encima de las competencias de las Comunidades Autónomas. Era también el mensaje del PP, preocupado por el impacto de la enfermedad en la reputación de sus gobiernos autonómicos. Ambos eran los mismos que desdeñaron primero y rechazaron después las últimas prórrogas del estado de alarma, ese instrumento legal excepcional que concede todo el poder al Gobierno central. Por la gravedad de la situación y por las decisiones contradictorias o simplemente absurdas de algunos jueces metidos en el papel de expertos en pandemias, se decía que varias autonomías exigían «instrumentos jurídicos» de los que carecían.

Tanto marear con la Constitución y ahora resulta que algunos de sus principios básicos son sólo unas simples directrices.

Ya tienen una respuesta de Pedro Sánchez. ¿Quieres más seguridad jurídica? Ahí tienes un estado de alarma a medida solo para tu territorio que los partidos del Gobierno de coalición no tendrán inconveniente en ratificar en el Congreso. ¿Os faltan manos para el rastreo de casos? Allá van 2.000 militares. ¿Hay dudas sobre la vuelta al colegio? Os dimos 16.000 millones a fondo perdido para que contratarais profesores y acometierais inversiones. ¿Queréis que Moncloa y Sanidad asuman el control absoluto y por tanto asuman las consecuencias negativas? «El Estado autonómico no es un invento de quita y pon. Está en el Título VIII de la Constitución», explicó el presidente.

Sánchez regresó de sus vacaciones dispuesto a mantener la apuesta. El desgaste brutal sufrido en primavera no pareció notarse mucho en las encuestas, pero es un error pensar que eso va a continuar siendo así. En especial, cuando los datos de contagios en España son ahora muy malos, mucho peores que en el resto de Europa y todavía no ha llegado el otoño cuando el riesgo será mucho mayor, aunque algunos hayan tenido ahora mucha prisa en decretar la inauguración oficial de la segunda oleada de la pandemia. Todos los esfuerzos y sacrificios del confinamiento corren el riesgo de quedar amortizados. Lo mismo se puede decir de los gobiernos que no se pongan las pilas.

La omnipresencia de Sánchez en primavera, con un presidencialismo propio de los amantes de ‘El Ala Oeste’, ha dado paso a la cautela. Mientras los hospitales aguanten en la mayor parte del país, Moncloa ha decidido que es mejor volver al sistema parlamentario y autonómico. Las autonomías cuentan con las competencias y los recursos, después de que hayan recibido la ayuda del Estado, para ejecutar sus funciones. Si hay que ir más lejos, ahí está la opción del estado de alarma para los valientes, que no conlleva necesariamente un confinamiento generalizado.

No se sabe cuándo empezaron a sudar algunos presidentes autonómicos ante el dilema. Algunos ya han salido corriendo para negar que eso sea necesario. Otros más inteligentes se limitan a no precipitarse y afirman que tomarán las medidas necesarias en cada momento. Cuando alguien con mando en plaza dice que cada palo aguante su vela, es conveniente que cada uno tenga claro cuánto pesa esa vela.

Quien no deja que la realidad constitucional le frene es Pablo Casado. Le convenía esperar a ver cómo reaccionaban sus barones regionales, pero ya se sabe que el líder del PP habla más rápido de lo que piensa. Pocos minutos después, acusó a Sánchez de «dejación de funciones» y dijo que no puede ampararse en «el burladero de las Comunidades Autónomas». Cómo son los antisistema. Qué poca confianza tienen en la Constitución.

Sánchez incurrió en el optimismo antropológico que fue la nota predominante de la propaganda oficial de hace unos meses. Quiso dar «un mensaje de alerta y serenidad», una recomendación un tanto contradictoria que suele ser difícil de interpretar. Si estás alerta después de 28.924 fallecidos y un exceso de muertes de 45.000, resulta difícil estar tranquilo. «No nos podemos permitir que la pandemia vuelva a adueñarse de nuestra vida, como en la primavera. Y quiero ser claro en este punto: no lo vamos a permitir. Repito: no lo vamos a permitir», dijo. Por mucho que insista, el caso es que se adueñó de nuestras vidas en el confinamiento, las ha condicionado por completo en el verano y lleva camino de volver a marcarlas en otoño. Es verdad que los gobiernos que sólo ofrecen un mensaje tétrico y fatalista no disfrutan de mucha esperanza de vida. Aun así, ser creíble te obliga a no alejarte demasiado de la realidad.

Más promesas en el tema que más preocupa ahora mismo a millones de españoles. Aunque las competencias de educación sean de las autonomías, Sánchez utilizó la primera persona del plural en este caso. «Vamos a hacer de los centros educativos centros seguros de Covid», prometió. «Les garantizo a los padres y madres y al personal docente que los centros educativos van a ser libre de Covid». Eso es poner el listón muy alto y, por otro lado, es lo que esperan escuchar los progenitores.

«Mi pregunta es: ¿cómo lo va a garantizar?», le respondió un escéptico Casado abriendo los brazos. Resulta que es el mismo compromiso que había anunciado Isabel Díaz Ayuso. «No mandamos a los alumnos a lugares de riesgo. Mandamos a los alumnos a lugares seguros», dijo la presidenta madrileña.

¿Qué otra cosa pueden prometer las autoridades? Se ve que en este tema Díaz Ayuso ha estado al final más despierta que Casado.

Nadie puede ignorar los riesgos. Como le habían exigido los sindicatos, Ayuso anunció la contratación de un alto número de profesores, 11.000, y la reducción a veinte del número máximo de alumnos por aula. Dado que ya se echa encima el curso escolar, la reapertura de las clases se hará de forma gradual por edades. Se asegura la educación presencial a los alumnos de infantil y primaria, y sólo de forma parcial a los de secundaria. La Generalitat catalana de momento deja que cada centro establezca sus criterios, aunque se compromete a abrir todas las instalaciones de enseñanza. Euskadi garantiza la educación presencial en todas las edades. Como cada año, cada autonomía tomará las principales decisiones y algunas, las más afectadas por los nuevos brotes, deberán comunicar muy claramente qué harán si se producen positivos entre alumnos y profesores. Será casi imposible impedirlos. Una vez más, la habilidad en comunicar las malas noticias será la clave que distinga a unos gobiernos de otros.

Póngame todo lo que hayan pedido Euskadi y Catalunya. Esa fue la tendencia de los gobiernos autonómicos cuando optaron por aumentar sus competencias hasta el límite. Ahora algunos desearán no estar tan expuestos. Es lo malo de llevar tatuada la palabra Constitución en la frente. Lo puede ver todo el mundo.

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Los nuevos focos de la pandemia: discotecas, prostíbulos y gobiernos

Los políticos son los primeros que no creen en las instituciones. O al menos sólo creen en ellas cuando las circunstancias les favorecen. Si no es el caso, ignoran lo que dice la ley, su espíritu y lo que ellos mismos dijeron tiempo atrás. El PP se considera amo y señor del constitucionalismo –con independencia de lo que eso signifique– y ahora se niega a negociar la renovación del Consejo General del Poder Judicial, establecida en la Ley Orgánica del Poder Judicial, a pesar de que está pendiente desde finales de 2018. El PSOE alega ser un gran defensor del municipalismo y ahora no permite que los ayuntamientos gasten su superávit en medidas sociales (como también impuso años atrás el PP). Ciudadanos dice que «el Gobierno se ha lavado las manos de la gestión cotidiana de la pandemia», cuando la gestión de sanidad y educación está en manos de las autonomías. Son ellas quienes deciden cuántos médicos, enfermeras, rastreadores y profesores se contratan, porque además son ellas quienes pagan sus salarios. Y en política, quien paga, manda.

«Nos ha dejado a la buena de Dios», ha dicho Carlos Carrizosa, de Ciudadanos. Una parte de esa crítica no está equivocada. Sólo falla la última palabra. El Gobierno de Pedro Sánchez ha dejado a los españoles «a la buena» de Díaz Ayuso, Feijóo, Torra, Urkullu y otros. Todos ellos fueron elegidos después de elecciones y votaciones de investidura. Tienen la legitimidad y las competencias, pero varios han preferido mirar a Madrid a la espera de que les llegue la inspiración. O quizá cuando el panorama empezó a empeorar en agosto y se vio que el verano iba a terminar mal, llegaron a la conclusión de que no querían cargar con todo el marrón y debían buscar «chivos explicatorios», como decían Les Luthiers.

Lo que es indudable es que Sánchez decidió que agosto sería el mes especial autonómico y pasó a segundo o tercer plano. En primavera la oposición le había incinerado por la gestión de la crisis. El PP terminó votando en contra de las prórrogas del estado de alarma y presumió de que el Gobierno madrileño había derrotado al coronavirus y salvado a España. «Nos tienen rehenes y amordazados», denunció Isabel Díaz Ayuso en mayo. Han aplicado «un 155 sanitario», dijo Quim Torra, también en mayo.

Los ‘rehenes’ salieron de las celdas en verano, cegados por la luz y la responsabilidad. Sánchez les entregó las llaves y les deseó buena suerte. Cogió la maleta y las gafas de sol y se fue de vacaciones. A ver qué tal se os da esto. Si tenéis algún problema, no me llaméis. Voy a tener apagado el móvil. Fernando Simón estará en contacto con vuestra gente.

En los gobiernos de Rodríguez Zapatero, hubo una emergencia sanitaria de la gripe A y otras dos crisis menores. Comparadas con el coronavirus, eran casi una broma, aunque podían tener serias repercusiones económicas. Las competencias también estaban entonces en manos de las autonomías, pero el Ministerio de Sanidad realizó una labor de coordinación que facilitó las cosas. Nada de lo que está ocurriendo ahora tiene precedentes. Esta vez, Sánchez decidió que durante un tiempo otros debían pasar por la máquina de picar carne.

Al ver que los gobiernos que preside en Madrid, Galicia, Andalucía o Castilla y León comenzaban a quemarse, los dirigentes del PP ofrecieron dos respuestas: estaban los que acusaban a Sánchez de estar tirado en la tumbona mientras aumentaban los casos y los que decían que estaba tumbado en la hamaca. Es un partido muy disciplinado en esto del mensaje y no pasa nada si hay que obviar qué institución tiene las competencias. No mencionaron a Díaz Ayuso, que ha estado de vacaciones durante buena parte de agosto (es un derecho para todos los trabajadores y también para los políticos) o haciendo yoga en su despacho, porque no se le ha oído mucho. La hiperactiva Ayuso ha dejado que sus consejeros lleven el peso de la respuesta pública ante la realidad de que Madrid vuelve a encabezar el ranking de casos de coronavirus confirmados. Los malos datos del sur de la capital y de la comunidad han obligado al Gobierno madrileño a recomendar a los ciudadanos que «intenten quedarse en casa en las zonas en las que hay más incidencia de casos». Al mismo tiempo, descarta el confinamiento por zonas.

«Nos consta que la gente no sigue nuestras recomendaciones», se ha quejado el viceconsejero de Salud Pública, Antonio Zapatero. Mal asunto si la única carta que le queda a un Gobierno es echar la culpa a la gente.

Si todo esto suena a una aparente contradicción, en Moncloa no deberían reírse del mal ajeno, porque puede ser que en septiembre le toque al Gobierno central lanzar mensajes similares.

Esta es la semana en que el Gobierno reanuda su actividad y está por ver cómo afectará a sus relaciones con las CCAA. El martes, hay Consejo de Ministros y se reúne el secretario de Estado de Educación con los viceconsejeros autonómicos. Dos días después, tres ministros se verán con los consejeros de Educación y Sanidad. Díaz Ayuso dará este martes una rueda de prensa con su titular de Educación.

La posición de partida del Ministerio de Educación: ya se acordó en junio que la vuelta al colegio se produjera en las fechas habituales y de forma presencial. Lo que pasa es que, en términos de evolución de la pandemia, junio ya no vale para mucho. Es como si se refirieran a la anterior legislatura. Si el Ministerio insiste en que las clases deben ser presenciales, es muy posible que esté vendiendo una quimera. La única salida viable sería revertir por completo la tendencia en el aumento de los contagios que se está viendo en las últimas semanas. El incremento es evidente en otros países de Europa, pero los datos de España son muchísimo peores. 19.382 nuevos contagios desde el viernes al lunes, 5.992 en Madrid y 3.570 en Catalunya.

Otro aviso de Educación ha sido recordar que se destinó 2.000 millones de euros del fondo Covid para Educación y casi 260 millones para el Plan Educa en Digital. Es decir, gasten el dinero y luego ya hablamos.

El discurso público sobre la pandemia se está viniendo abajo. Tenemos a políticos reclamando a la gente que controle sus relaciones sociales y a muchas personas acusando en redes sociales a los gobiernos de no realizar su labor. Ambos tienen su cuota de razón, aunque en esta competición no hay ganadores si alguien pierde. Las autoridades no están en condiciones de volver al confinamiento total de la primavera –Macron también lo ha descartado en Francia–, porque el impacto económico sería inimaginable y porque ni siquiera están convencidos de que se vaya a respetar como se hizo entonces. Tenemos un déficit evidente de rastreadores en Madrid («en cada área hoy, sólo de la última semana, hay de cientos a miles de positivos a los que no se les ha llamado. No hemos hecho nada con ellos. Hemos perdido el control de la pandemia. Es criminal decir que esto está bajo control», ha dicho una epidemióloga a El País). Tenemos jueces que se dedican a interpretar el papel de epidemiólogos amateurs y deciden en qué poblaciones se aplican restricciones básicas y en cuáles no. Tenemos brotes en bodas, discotecas, comidas familiares en las que la mayoría de asistentes acaba contagiado, y hasta en burdeles (quién iba a pensar que el distanciamiento social y el sexo eran difíciles de compatibilizar). Y tenemos una feria taurina prevista en Alcalá de Henares, Madrid, con aforo para más 4.000 personas que puede generar imágenes que se verán en el resto del mundo como un ejemplo de que los españoles han perdido la cabeza por pasar demasiado tiempo al sol.

Siempre se puede a ir a peor, pero hay que intentarlo con ganas para llegar a este punto.

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Los colegios van a ser la próxima trinchera donde la clase política se golpee sin piedad

Hace dos semanas, las aulas volvieron a abrirse en varios estados de Alemania. Otros les siguieron después y en el resto se hará en los primeros días de septiembre. Mientras en España continúa el debate sobre si es deseable que cada región tenga su propia normativa, allí no ha habido ninguna duda. Cada Estado federado tiene las competencias sobre educación y establece sus propias normas, lo que no quiere decir necesariamente que sean totalmente diferentes en los 16 länder. A veces, las normas son distintas dentro de cada land atendiendo a las circunstancias locales. Por ejemplo, en el más poblado, Renania del Norte-Westfalia, las mascarillas son obligatorias dentro del aula a partir del quinto curso. En otros estados, sólo lo son en los pasillos y al entrar en clase. La conferencia nacional de ministros de Educación ya estableció que los principios generales pactados son recomendaciones, no órdenes, porque deben llevarse a cabo «en función de las características de las condiciones locales específicas».

En España, la oposición, que gobierna en varias CCAA, ha decidido que debe ser el Gobierno central el que tome todas las decisiones para cubrir las espaldas a las autoridades autonómicas. «No puede haber 17 vueltas al cole diferentes en España», ha dicho Pablo Casado, a pesar de que la incidencia del coronavirus no es uniforme en todo el país. El consejero madrileño de Sanidad, del PP, ya ha dicho que no cree posible una vuelta al colegio totalmente presencial: «En un escenario de crecimiento de casos y con el número de contagiados que tenemos, yo no me plantearía un inicio al cien por cien».

Según la OMS, puede ser segura si la transmisión local del virus es baja. Eso no ocurre en varias comunidades de España, incluida Madrid.

«Nadie puede entender que en Málaga se vuelva al colegio y en Valladolid, no. Que en Barcelona, si hay casos en un colegio, se actúe de una manera y en Madrid de otra contraria», ha comentado Inés Arrimadas, que insiste en que eso no supone saltarse las competencias autonómicas (no dice cómo). Es fácil entender que la reapertura de los centros educativos depende de muchas variables, pero sobre todo del número de docentes. El Gobierno central no puede legalmente obligar a las autonomías a que contraten un cierto número de profesores, aunque cuenta con formas de presionarles para que lo hagan.

En Galicia, el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, exige un «protocolo único» para toda España. Los sindicatos de la enseñanza le acusan de mantener la ratio de 25 alumnos por aula, cuando el Ministerio recomienda entre 15 y 20. Al igual que en sanidad, el PP exige un mando único, que era lo que permitía el estado de alarma. El partido de Casado rechazó votar a favor de la última prórroga en el Congreso, porque consideraba que vulneraba los derechos fundamentales.

Las críticas de los profesores alemanes a sus gobiernos en las últimas semanas son similares a las que se han escuchado en España. Creen que están descargando la responsabilidad de la reapertura sobre unos docentes que ya están al límite. «Siempre hay una reunión de gobernadores con Angela Merkel los miércoles y los ministros de Educación llegan a un acuerdo los jueves. El email de los ministerios no llega a las escuelas hasta el sábado, y luego se supone que nosotros debemos tener todo en marcha el lunes», dijo un profesor de Bonn a Der Spiegel.

Y no es que haya escasez de instrucciones. Ese medio cita el caso de un colegio de la ciudad de Pasewalk que había recibido 85 informes con recomendaciones a finales de julio.

Existe el convencimiento general de que los colegios no pueden estar cerrados mucho más tiempo. Los daños en la educación de niños y adolescentes pueden ser irreversibles o incluso en su bienestar mental. «No podemos tener a nuestros niños sin estudiar. No podemos hipotecar la competitividad de nuestras promociones de niños. No podemos hacer que dos promociones de nuestros niños no tengan una educación con el mismo nivel de calidad que cualquier otra», dijo Fernando Simón esta semana. El aviso es aún más claro en relación a las familias sin medios informáticos suficientes ni espacio en casa para continuar con clases online.

Si esperamos que la ciencia ofrezca las respuestas necesarias para que la vuelta al colegio sea segura al cien por cien, no vamos a encontrar esa tranquilidad de espíritu. Un estudio en Corea del Sur de hace unos meses llegaba a la conclusión de que los niños de menos de 10 años tenían una menor capacidad de contagio. Los estudios posteriores lo han desmentido. Uno muy reciente, originado en Massachusetts, sostiene que los niños contagiados tienen una carga viral, y por tanto potencial de contagio, similar a la de los adultos, aunque sus síntomas sean de menor gravedad.

Algunos gobiernos ya han anunciado en España sus planes con mayor o menor concreción. El de la Comunidad Valenciana ha prometido gastar 200 millones de euros para aumentar el número de profesores. Otros como los de Andalucía y Navarra también se comprometen a contratar más docentes. Los ministros de Educación y Sanidad se reunirán con los consejeros autonómicos la próxima semana y será entonces cuando se concreten las medidas que harán posible la apertura de los colegios. «Hoy las familias en España están llenas de dudas en relación a la vuelta a la escuela. Nosotros, los gobiernos, estamos obligados a otorgar certezas», ha dicho el presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara.

Cuando el número de contagiados no ha parado de aumentar día tras día esta semana, si hay algo que nadie está en condiciones de ofrecer en este momento son certezas.

41 de las 825 escuelas de Berlín ya han informado de casos de coronavirus entre sus alumnos o profesores. Centenares de ellos han tenido que quedar aislados en sus domicilios por haber estado en contacto con contagiados. Eso en un país en el que el número de nuevos casos está aumentando (el último dato diario es de 1.426), pero muy por debajo de lo que está ocurriendo en España (3.650, el viernes).

Cuando eso pase en España, veremos cuánto tardan los gobiernos en echarse la culpa mutuamente. Esa sí es una certeza que podemos tener clara.

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Díaz Ayuso ya salvó al mundo una vez, no tengáis tanta prisa ahora

Hace un mes, el aumento de brotes en Catalunya y otras zonas del país hizo saltar las alarmas. Se acabó toda esa ficción de que se podía salvar una parte de la temporada turística y recibir a los extranjeros con los brazos abiertos. El coronavirus no se había ido. El aumento de los contactos sociales en época veraniega fue el previsible combustible del incremento de casos. Pero había una comunidad autónoma, una de las más afectadas en primavera, que parecía estar libre de problemas. Madrid estaba muy abajo en la lista de brotes. La realidad es que no puedes encontrar lo que no estás buscando. El Gobierno de Isabel Díaz Ayuso no había contratado el número suficiente de rastreadores, ni siquiera la cifra bastante escasa que había prometido.

¿La respuesta del Gobierno madrileño a las críticas recibidas por la falta de inversión en prevención y vigilancia? No necesitamos más rastreadores. Tenemos 138 (para una población de 6,6 millones), dijo el vicepresidente, Ignacio Aguado, el 23 de julio. «El problema no es que la Comunidad de Madrid no tenga rastreadores. Es que adaptamos el equipo de rastreadores a las necesidades que vamos encontrándonos en el día a día». Como dicen los jefes en el trabajo cuando no quieren tomar una decisión: lo vamos viendo.

En esas fechas, podía ocurrir que una persona diera positivo por prueba PCR en Madrid y que a las personas con las que había tenido contacto, por ejemplo, su mujer, les dieran cita en el ambulatorio para dentro de siete días. El rastreo de casos sospechosos brillaba por su ausencia. También fue en julio cuando a la presidenta madrileña se le ocurrió la idea de «un proyecto experimental de cartilla Covid-19», una idea maravillosa para separar a «las personas que no contagien» de las otras y que pudieran hacer «una vida normal». Fue olvidada en menos de 48 horas.

Era la época en que Aguado insistía en que el aeropuerto de Barajas, que nunca ha tenido menos vuelos, era un «coladero», porque el Gobierno central no hacía nada para impedirlo. Si se escribe Barajas+rastreadores en un buscador, se verá cuántos medios compraron el mensaje. La pandemia era una cosa que sólo les pasaba a los otros. Teniendo en cuenta los brotes posteriores ocurridos en Fuenlabrada y Móstoles, resultaba extraña la gran afluencia de pasajeros de Barajas con destino a esas dos localidades madrileñas no muy conocidas por sus lugares de interés turístico.

Un mes después, la fantasía del coladero ha tocado a su fin. Madrid vuelve a ser el problema. El Gobierno madrileño decidió esperar y agosto le tomó la palabra. El número de casos se ha multiplicado por cuatro. El de hospitalizados, también. Los datos conocidos este miércoles son aún peores. 1.535 nuevos casos diagnosticados el día anterior. 10.487 en los últimos siete días. 17.873 en los últimos catorce días. Todas esas cifras son las mayores de España. Si en Madrid se hacen entre 7.000 y 8.000 pruebas PCR diarias, la tasa de positividad de esos 1.535 nuevos casos sería del 19%. Según la OMS, por encima del 5% tienes un problema.

A mediados de agosto, el consejero de Sanidad de Madrid tenía una cita ineludible: visitar las obras del llamado hospital de la pandemia, la última iniciativa estrella de su Gobierno, fotos y declaraciones a los periodistas incluidas. Enrique Ruiz Escudero alardeó de que el centro contará con sistemas de Inteligencia Artificial para aumentar la seguridad de su personal y pacientes. Las obras fueron asignadas a varias grandes constructoras, entre las que están Dragados, Ferrovial y Sacyr, con un presupuesto estimado de 50 millones. Han tenido más suerte que los centros de Atención Primaria y las personas que podían haber sido contratadas como rastreadoras. Se supone que el hospital estará terminado en otoño. Alguien dio por hecho que hasta entonces no era necesario perder la calma.

En la cabeza de Ayuso, la localización del hospital era perfecta, porque los contagiados por coronavirus que llegaran por Barajas podían ser enviados a ese centro (¿directamente?, ¿aunque no estuvieran enfermos?), porque estaba «muy cerca del aeropuerto». «Creo que hay muy pocas capitales del mundo que tengan un aeropuerto y un hospital juntos prácticamente», dijo. Quizá porque es más interesante tener un hospital cerca de donde viven las personas, no de donde aterrizan los aviones.

A principios de julio, el PP madrileño estaba tan crecido que lanzó un vídeo para homenajear a Díaz Ayuso y colocarla al nivel de Agustina de Aragón en la lucha contra el coronavirus. Ella «se adelantó al cierre de colegios». Ella «alertó del repunte de contagios». Ella «advirtió del peligro de contagio en jóvenes». Ella «anunció que cerraría las peluquerías» (la última línea de defensa de Occidente). Ella «alertó del peligro para mayores y enfermos». Ella «pidió el uso obligatorio de mascarillas» (luego fue una de las últimas autonomías en decretarlo). Ella «exigió un plan Barajas contra el Covid» (Barajas, cómo no). «Ayuso siempre se adelantó», terminaba el vídeo.

Y al séptimo día descansó.

Recordaba el tiempo en que el PP exigía al Gobierno que pusiera fin al estado de alarma y dejara a los gobiernos autonómicos que hicieran su trabajo sin interferencias. «El mando único sólo sirve para imponer, pero no para contribuir a que los ciudadanos recuperen su vida anterior al Covid», dijo Díaz Ayuso en mayo en la Asamblea de Madrid, como si eso fuera ya posible en ese momento. Pero llegó el verano y ella, agotada después de marcar el rumbo a la humanidad, cambió sorprendentemente de mensaje. El 15 de agosto, reclamó al Gobierno central que tomara el mando (se supone que único) contra la pandemia. «Necesitamos una única estrategia», anunció la misma persona que había frenado ella sola al virus.

La reapertura de los colegios en septiembre es otro asunto en que el Gobierno madrileño quiere que sea Moncloa quien diga qué hay que hacer. Las competencias en educación están en manos de las comunidades autónomas y cada una de ellas puede aplicar las medidas que considere oportunas, por ejemplo en función del nivel de contagios en cada zona, y además asignarles la financiación necesaria. Las gobernadas por el PP se quejaron en primavera de que las conferencias de presidentes autonómicos no servían para mucho. Ahora suplican para que en la próxima reunión, prevista para finales de mes o principios de septiembre, se acuerden esas medidas y todos vayan juntitos por la misma senda sin que nadie se distinga. Si algo sale mal, necesitan encontrar a alguien a quien echarle la culpa o al menos que no les señalen a ellos.

Los docentes de Madrid creen que las medidas hasta ahora conocidas no garantizan su salud. Los sindicatos han convocado una huelga de profesores para el inicio del curso escolar. Exigen un aumento de las plantillas de profesores y del personal de limpieza y la reducción del número de alumnos por aula. «Presentaremos próximamente nuestra estrategia», les ha respondido Ayuso en Twitter. Para qué tanta urgencia si todavía quedan dos o tres semanas para la reapertura de los colegios.

Díaz Ayuso ya está pensando en las fotos de la inauguración de su segundo hospital milagro del coronavirus. No puede ser que le metan prisa con asuntos que no son tan importantes. Ella salvará otra vez al mundo cuando toque.

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Emiratos Árabes, un paraíso para Juan Carlos I y una pesadilla para los disidentes

Casi todos los titulares sobre el Golfo Pérsico se los lleva Arabia Saudí y su príncipe heredero, Mohamed bin Salmán, en especial desde el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado de Estambul. Pero si queremos saber quién es el gobernante más influyente de Oriente Medio, hay que viajar más al este, entrar en los Emiratos Árabes Unidos –la nueva residencia de Juan Carlos de Borbón desde que abandonó España– y observar a su máximo gobernante, el príncipe Mohamed bin Zayed, que no es otro que el principal mentor político de Bin Salmán.

Bin Zayed fue la punta de lanza de las monarquías absolutistas del Golfo Pérsico contra la Primavera Árabe. Por su influencia en el príncipe saudí, consiguió que esos regímenes conservadores aliados de EEUU se unieran contra los Hermanos Musulmanes en toda la región, fueran decisivos en el apoyo al golpe de Estado que acabó con el Gobierno islamista en Egipto y se lanzaran contra Yemen cuando las milicias chiíes de los huthíes estaban a punto de hacerse con el poder en ese país. Con la decisión de iniciar relaciones diplomáticas con Israel, Bin Zayed se prepara para la posible victoria de Joe Biden en las próximas elecciones norteamericanas y poder continuar siendo un socio indispensable para EEUU, aunque se produzca un cambio de partido en la Casa Blanca.

Emiratos participó con Arabia Saudí en la invasión de Yemen, que ha destruido el país y enviado a la pobreza a millones de personas. Los frecuentes bombardeos aéreos con numerosas víctimas civiles fueron responsabilidad de los saudíes. Los emiratíes, con un Ejército mucho más preparado, intervinieron en distintas operaciones en el sur del país, para que las que también contrataron a mercenarios africanos, en especial de Sudán. Libia es otra guerra en la que los Emiratos han tenido una intervención destacada. Partiendo de suelo egipcio, sus aviones han realizado muchas misiones de bombardeo con el fin de apoyar a las tropas del general Haftar, que en los últimos meses ha fracasado en su intento de tomar Trípoli y asumir todo el poder.

Los Emiratos cuentan con una población de casi diez millones de habitantes, de los que sólo el 11% ha nacido en el país y por tanto tiene todos los derechos de la ciudadanía. Más del 60% procede del sur de Asia y forma el ejército de trabajadores: 2,6 millones llegaron de India, 1,2 millones de Pakistán. No importa el tiempo que pasen en alguno de los siete emiratos que integran esta confederación. Siempre serán ciudadanos de segunda clase. Son los que mantienen la economía en funcionamiento. Los inmigrantes están atados al sistema de kafala, por el que son patrocinados por un empresario o particular emiratí y del que dependen por completo, lo que les hace víctimas frecuentes de la explotación laboral.

La modernización económica está mucho más avanzada en los Emiratos que en Arabia Saudí. El petróleo y el gas fueron los que propulsaron la economía del país, pero ahora suponen el 25% de sus ingresos. Abú Dabi y Dubái se convirtieron en centros financieros esenciales para las relaciones económicas entre Europa y Asia. Dubái es además desde hace décadas el principal centro de entretenimiento del Golfo, el lugar donde es fácil consumir bebidas alcohólicas en locales nocturnos, además de otros placeres no tolerados por las leyes del Emirato. Es una de las razones por las que Dubái recibe 15 millones de turistas al año.

Los extranjeros deben saber que no es un destino turístico normal. Besarse en público es considerado un delito que para ellos o ellas puede suponer la deportación del país, como así ha ocurrido en varias ocasiones. Algunas mujeres extranjeras que fueron violadas descubrieron después que no sólo no se investigó el delito, sino que ellas fueron acusadas por consumir alcohol en un lugar prohibido o mantener relaciones sexuales extramaritales.

La homosexualidad es ilegal en los Emiratos. Las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo son castigadas con hasta catorce años de prisión en Abú Dabi y con diez años en Dubái.

Un método tradicional de castigo es la pena de latigazos para numerosos delitos. Cien latigazos es la pena habitual por adulterio o por tener relaciones sexuales con una persona con la que no estás casado. Ochenta para un musulmán si es sorprendido bebiendo alcohol (no suele ocurrir con los millonarios de otros países musulmanes que visitan el país y beben en hoteles y restaurantes). Ochenta también por conducir bebido.

La disidencia política es perseguida con dureza. Organizaciones de derechos humanos denuncian que la práctica de torturas –con palizas y descargas eléctricas– es habitual en comisarías y prisiones. Un tímido intento por llevar los ideales de la Primavera Árabe fue anulado con rapidez. Un centenar de activistas firmó una petición dirigida a las autoridades para reclamar el inicio de un proceso de reformas democráticas. Muchos fueron encarcelados, mantenidos entre rejas durante semanas o meses y finalmente condenados a largas penas de prisión. Uno de ellos, Ahmed Mansur, volvió a ser detenido en 2017. Un año después, fue condenado a diez años de prisión por «publicar informaciones falsas o manipuladas en redes sociales» contra el Gobierno. Actualmente, sigue en la cárcel.

No cabe duda de que la represión está modernizada. En 2019 millones de personas en todo el mundo, la mayoría en los Emiratos, se descargaron una aplicación de mensajería llamada ToTok. Meses después se supo que la compañía que la lanzó al mercado formaba parte de una empresa de ciberinteligencia de Abú Dabi llamada DarkMatter, en la que trabajan agentes de la inteligencia emiratí y antiguos miembros de la NSA y de los servicios secretos israelíes. ToTok es en realidad una herramienta de vigilancia masiva que permite rastrear mensajes, geolocalizaciones e imágenes de sus usuarios. El FBI está investigando en EEUU a DarkMatter por su posible participación en delitos de ciberespionaje.

La inversión en ciberinteligencia y la contratación de expertos norteamericanos e israelíes han permitido a Emiratos estar en la vanguardia tecnológica de esos campos. Sus organismos de seguridad han participado en campañas contra el Gobierno de Qatar y colaborado con el Gobierno saudí en la persecución de las activistas que luchan por los derechos de la mujer. Unas semanas antes de que Arabia Saudí permitiera conducir a las mujeres, aquellas que habían participado en la campaña por conseguir ese derecho empezaron a ser detenidas. El Gobierno de Emiratos detuvo en Abú Dabi a Loujain al-Hathloul, la más conocida de todas, la metió en un avión y la trasladó a Arabia Saudí, donde fue encarcelada. Su familia denunció que fue torturada al negarse a obtener la libertad a cambio de renunciar a sus principios. Hoy sigue en prisión.

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La destrucción de Beirut no tiene su origen en un barco, sino en un sistema político corrupto y sectario

Hay dos tipos de grandes catástrofes que pueden originar daños inmensos en un país. Aquellas que son muy difíciles de prever o impedir, bien porque son producto de la naturaleza o tienen lugar en países pobres sin medios para anticiparse a ellas, y aquellas cuyo origen se puede explicar por las carencias estructurales de ese Estado, sea debilidad, corrupción, incompetencia o una suma de ellas.

La tragedia de Líbano causada por la explosión del puerto de Beirut es sin duda un ejemplo del segundo caso. Décadas de un sistema político clientelar y sectario han tenido como resultado un Estado débil, donde el cumplimiento de las funciones administrativas más elementales es un asunto secundario frente a lo que realmente importa: el reparto de los altos cargos y de los empleos públicos que arrastran consigo en favor de los intereses de grupos políticos y líderes corruptos. No existen los intereses nacionales, sólo los de aquellos que se turnan en el control de las instituciones del Estado.

¿Cómo es posible que la peligrosa carga de un barco incautado hace seis años fuera almacenada en el puerto de Beirut? El buque, que transportaba 2.700 toneladas de nitrato de amonio a Mozambique, fue abandonado por sus dueños e incautado por decisión de un juez. Los responsables del puerto afirman que solicitaron en repetidas ocasiones al tribunal que encontrara una fórmula para sacar ese producto de sus instalaciones al suponer un «grave peligro». Les dijeron que el contenido de la carga iba a ser subastado y después ya no recibieron respuesta. La subasta nunca se llevó a cabo.

Fotos del cargamento de nitrato de amonio guardado en el almacén 12 del puerto de Beirut.

Ninguno de los gobiernos en el poder desde entonces tomó la decisión de trasladar el nitrato de amonio o destruirlo, como deberían haber hecho por razones evidentes de seguridad. Es un patrón de conducta que se ha repetido en múltiples crisis políticas y económicas en el país, como la producida por el hundimiento del sistema de recogida de basura en Beirut en 2015 o la actual crisis financiera. Las rivalidad entre los caciques que controlan la política y los intereses de los partidos políticos, que en realidad no funcionan como tales, predominan sobre todo lo demás. Los cargos de la Administración se reparten en función de criterios políticos o identidad religiosa. Ocurre tanto en la elección de los principales dirigentes del Estado como en posiciones inferiores de la Administración.

El llamado Pacto Nacional de 1943 sentó las bases del Estado libanés moderno a través de un sistema confesional. Con base en el censo de diez años atrás, que establecía que el grupo más numeroso era el formado por los maronitas cristianos, por cada seis escaños del Parlamento asignados a los partidos cristianos, las formaciones que representaban a los musulmanes recibían cinco. El presidente debía ser cristiano. El primer ministro, musulmán suní. El presidente del Parlamento, musulmán chií.

El reparto mantenía los privilegios políticos que el sistema colonial francés concedía a los maronitas. Reservaba parcelas de poder a la élite musulmana suní y dejaba escasa influencia en las manos de los musulmanes chiíes, que en las décadas siguientes fue el grupo de mayor crecimiento demográfico. No era una casualidad que los chiíes fueran la mayor parte de los pobres.

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El sistema tuvo algunos cambios en 1989 con el Acuerdo de Taif con el que se puso fin formalmente a la guerra civil. La representación política de cristianos y musulmanes se equilibró al 50%. El primer ministro ya no rendía cuentas al presidente, sino al Parlamento. Se suponía que el pacto pondría fin al reparto sectario del poder –ese era uno de sus objetivos–, pero lo que hizo fue perpetuarlo. El país cayó bajo la influencia de Siria, que mantuvo en Líbano a miles de soldados hasta que el asesinato del primer ministro Rafiq Hariri provocó una movilización popular y la salida de las tropas sirias en 2005.

Todas las convulsiones políticas de esa época, incluida la invasión israelí de 1981, habían convertido a Líbano en un juguete de intereses extranjeros. Los caudillos cristianos y musulmanes se adaptaron a esa situación, le sacaron provecho y mantuvieron su poder cuando el país dejó de estar en las portadas de los medios.

Como todas las infraestructuras que son fuente de ingresos, el puerto de Beirut era uno de los lugares más apetecibles para los que se aprovechan de los recursos públicos en beneficio propio. Eso incluye a grupos criminales, milicias y facciones políticas, escribe en el NYT Faysal Itani: «Múltiples agencias de seguridad con niveles diferentes de competencia (y diferentes lealtades políticas) controlan varias de sus operaciones. La contratación de la burocracia civil se hace en función de cuotas políticas o sectarias. Hay un persistente negligencia institucionalizada, corrupción a menor nivel y asignación de culpas a otros que es endémica en la burocracia libanesa, todo ello controlado por una clase política que se caracteriza por su incompetencia y desprecio por el bien común».

En octubre de 2019, una rebelión popular sin adscripción política se lanzó a las calles para exigir el fin de la corrupción y el sectarismo. El primer ministro tuvo que dimitir, pero nada cambió. Se formó un nuevo Gobierno de apariencia tecnocrática y sin poder real.

Los meses posteriores fueron aun peores. El Estado está en bancarrota, al igual que el sistema financiero. El tipo de cambio oficial, 1.500 liras libanesas por dólar, fijo desde hace 23 años, es una ficción: ahora supera los 4.000 en el mercado negro. Incluso es difícil establecer el precio real de la lira ahí. El Gobierno se lanzó contra las tiendas de cambio por implicarse en el mercado negro y estas respondieron cerrando sus puertas. Algunos cálculos indican que en muchos sitios se pagan hasta 9.000 liras por cada dólar. Los bancos ya no permiten a sus clientes sacar su dinero de las cuentas, salvo pequeñas cantidades.

Los servicios públicos dependientes del Estado también sufren las consecuencias. Algunas zonas de Beirut sólo tienen suministro eléctrico durante cuatro horas al día. Entre los sectores más vulnerables está el millón de refugiados sirios que residen en el país.

La inflación ha hecho que el precio de productos básicos esté fuera del alcance de la mayoría de los libaneses. En el último año, el precio de ocho alimentos básicos –arroz, sal, azúcar y aceite entre otros– ha aumentado el 56%, según el Programa Mundial de Alimentos de la ONU.

El país importa el 80% de lo que consume, porcentaje que se eleva al 90% en el caso del trigo. Sin divisas con las que pagar esas importaciones, el desabastecimiento está garantizado. El Gobierno negocia con el FMI un préstamo de urgencia de 10.000 millones de dólares, pero esta ayuda siempre está condicionada a la aplicación de reformas y nadie cree que en un país como Líbano la Administración tenga fuerza suficiente para ejecutarlas.

La explosión del puerto ha destruido hasta 15.000 toneladas de trigo que estaban almacenadas allí. En estos momentos, se calcula que el país sólo tiene trigo para un mes de consumo. Miles de viviendas y oficinas han sido destruidas o gravemente dañadas. Sus propietarios ni siquiera pueden sacar dinero de sus cuentas para iniciar las reparaciones a causa de las restricciones impuestas por los bancos. Nadie espera que el Estado pueda facilitar los créditos y ayudas necesarias para iniciar la reconstrucción.

La tragedia ha sido denominada en algunos medios como «el Chernóbil de Líbano». Siempre se dijo durante los largos años de guerra civil que los libaneses tenían una asombrosa capacidad para adaptarse a las penalidades. Eso casi se convirtió en un cliché periodístico que propagó la imagen de un país que estaba en condiciones de soportarlo todo. Si alguna vez fue cierto, ya no lo es.

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La huida del rey que necesitaba demasiado dinero para sus gastos

¿Qué pasa en un incendio cuando las llamas superan una y otra vez los cortafuegos que levantan los equipos de extinción? Que el fuego no está controlado, obviamente. La noticia de que Juan Carlos de Borbón abandona el Palacio de La Zarzuela y se va a vivir fuera de España, comunicada un lunes de agosto por la Casa Real con un comunicado de un folio, podría definirse como otro cortafuegos con el que intentar que el escándalo no salpique a Felipe VI si no fuera porque la expresión ha perdido ya todo valor. Recordemos que el primero se levantó para aislar a la Casa Real del resultado de la investigación y condena de Iñaki Urdangarin. Al segundo, algunos lo llamaron el último cortafuegos al eliminarse la partida económica que recibía el anterior monarca –AKA Rey Emérito– y ahora llega el tercero. No es demasiado aventurado sospechar que este también se verá desbordado por las llamas que obligarán a tomar nuevas decisiones al calor de los acontecimientos.

Juan Carlos de Borbón no reconoce en el comunicado ningún error ni actos impropios de su cargo. Mucho menos pide perdón por los hechos conocidos gracias a investigaciones producidas en el extranjero e informaciones de los medios de comunicación. Ni siquiera se encuentra una mención al desprestigio que su conducta ha causado en la imagen de la Casa Real. Esta ausencia no es extraña, y probablemente ha sido aconsejada por sus abogados, teniendo en cuenta que se trata de una persona acusada de haber cometido graves delitos. Al mismo tiempo, queda claro hasta qué punto definir como «ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada» revela que ya sólo se trata de salvar el pellejo y que sean otros los que se ocupen de encontrar una salida para esta gravísima crisis institucional.

No lo están haciendo con mucha transparencia. La Casa Real ha cerrado el asunto con un comunicado en el que las palabras de Felipe VI quedan circunscritas a un simple párrafo. Cualquiera diría que han dado por perdida la batalla de la opinión pública. Como dice el historiador Ángel Viñas en una entrevista: «Es imprescindible que la Casa Real deje de refugiarse tras un velo de secretismo que no tiene comparación con ninguna monarquía europea». Y eso que en ninguna monarquía de Europa Occidental han descubierto que el anterior jefe del Estado estaba dedicado al blanqueo de dinero.

Una de las pocas oportunidades que ha habido para conocer lo que piensa el anterior rey confirmó que no se puede esperar que asuma las consecuencias de sus actos. En un artículo de julio que citaba a personas de su «entorno próximo», estaba claro que se sentía indefenso y que no parecía admitir ninguna culpa: «Personas de su estrecha confianza con las que ha contactado este periódico hablan del ‘profundo malestar’, la ‘decepción’ y sobre todo la ‘impotencia’ que atenazan al Rey Emérito». Había terminado confundiendo al Estado con su persona y por eso consideraba que una donación multimillonaria recibida por ser el rey de España –negaba que procediera del pago de comisiones– debía tener como destino su lucro personal y de sus amantes. Libre de impuestos.

Ante otro cortafuegos que salta por los aires, la reacción del PSOE, el PP y Ciudadanos ha sido la de siempre, como si la tuvieran guardada en el ordenador para la siguiente embestida. En primer lugar, no se entra en detalle en los hechos conocidos porque son demasiado vergonzosos. Después, se elogia a Felipe VI dando por hecho que la última decisión es gracias a él (la Casa Real tardó un año en retirar a Juan Carlos la asignación tras conocer la estructura financiera ilegal que se había montado en Suiza y que tenía a Felipe VI como beneficiario). Finalmente, se da por hecho que todo irá bien a partir de ahora. «Esta decisión fortalece la institución», dijeron el lunes fuentes del Gobierno. Otra más como esta y la institución va a quedar tan fortalecida que no van a sobrevivir ni los cimientos.

Los que pensaban que la abdicación solucionaría los problemas de la legitimidad de la monarquía se han visto superados por los acontecimientos que habían quedado ocultos durante años por su propia decisión de mirar para otro lado.

En ninguna de esas reacciones se aprecia la paradoja de ignorar que los reyes llegan al trono por ser hijos de alguien. Su conducta termina favoreciendo o dañando a toda la institución. Isabel II y Alfonso XIII se enteraron demasiado tarde de ese hecho que cuenta con múltiples ejemplos en la historia.

Como daño colateral, no hay que descartar que el escándalo suponga una quiebra en la cohesión del Gobierno de coalición. «Un Gobierno democrático no puede mirar hacia otro lado ni mucho menos justificar o saludar comportamientos que socavan la dignidad de una institución clave como es la Jefatura del Estado y que son un fraude a la Justicia», ha escrito Pablo Iglesias, que pone así deberes al PSOE, al que le interesa entre poco y nada hablar en público del tema. Según TVE, la negociación del Gobierno con la Casa Real, la ha llevado la vicepresidenta Carmen Calvo. Habrá que preguntarse si los ministros de Unidas Podemos estaban al corriente de esas gestiones y si dieron su opinión sobre ellas.

La apelación a los servicios que Juan Carlos ha prestado al Estado aparece también de forma recurrente en los comunicados, sobre todo del PP, y en varios medios conservadores. Es una estrategia poco ganadora, como se ha visto en Catalunya con los intentos del nacionalismo catalán de salvar algo, lo que se pueda, de la reputación de Jordi Pujol. Fue un sinvergüenza, pero antes hizo mucho bien es la típica frase de la que la gente se queda con lo que se ha dicho antes del ‘pero’.

La salida de España ha recibido ahora elogios difíciles de desentrañar. Habitualmente, sólo los dictadores huyen del país para no ser juzgados o porque su presencia es algo más que incómoda. A veces, forma parte del trato que hizo posible su salida del poder. De momento, los abogados de Juan Carlos han prometido que seguirá a disposición de la Fiscalía del Tribunal Supremo. Si el destino elegido es la República Dominicana, como han especulado algunos medios, la imagen resultante no será nada amable. El exrey tostándose al sol del Caribe, mientras los españoles conocen nuevos detalles sobre su fortuna escondida en el extranjero. Los que se ocupan del noble arte de las viñetas de humor se pondrán las botas.

Sería aún peor que se confirmara lo contado por una televisión portuguesa que afirma que Juan Carlos ya está en Portugal. Allí pasó muchos años en su juventud, porque su padre, Juan de Borbón, estaba en el exilio forzado por el franquismo. Nada que ver con un caso de presunta corrupción económica, aunque algunos tendrán la tentación de intentar convencer a la gente de lo contrario.

¿Qué gana la monarquía enviando a Juan Carlos de Borbón a algún lugar del extranjero para el que tendrán que seguir utilizándose fondos públicos en la protección de su seguridad? Sólo un cortafuegos más con fecha de caducidad que habrá que sustituir por otro y por otro y por otro. La investigación judicial casi no ha empezado en España y la agonía ya parece insoportable para el sistema político español.

Actualización: varios medios informan el martes de que Juan Carlos ya se encuentra en la República Dominicana donde está alojado en el complejo turístico propiedad de un millonario norteamericano de origen cubano. Oficialmente, la Casa Real no ha informado de su paradero. En España, la ministra Irene Montero ha confirmado en una entrevista en la Cadena SER que los ministros de Unidas Podemos no fueron informados por Moncloa de las negociaciones con la Casa Real que desembocaron en la salida del rey emérito del país.

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Los anuncios más brutales contra Trump vienen de la derecha

Un grupo de personas está teniendo una actividad frenética en la campaña electoral norteamericana en los últimos meses. No forma parte de los equipos de Donald Trump y Joe Biden, aunque eso no es una novedad en la política de ese país. Lo que sí no tiene precedentes es que sus promotores están atacando con una dureza extrema al candidato de su partido, que no es otro que Trump. Son republicanos que están haciendo todo lo posible para que el próximo presidente sea Biden y lo están haciendo empleando todos los recursos visuales de la propaganda negativa: su objetivo es destruir la imagen del actual presidente.

El grupo se llama The Lincoln Project y empezó a funcionar en diciembre de 2019. Los autores de los anuncios son gente con experiencia en las campañas de Bush, McCain y Romney. Parecen a primera vista muy efectivos no sólo por su calidad técnica, que en general parece muy buena, como por emplear un lenguaje y un estilo narrativo con el que los republicanos llevan décadas metiendo el miedo en el cuerpo a los votantes ante la posibilidad de que un demócrata gane las elecciones presidenciales. Muchos de ellos están dirigidos precisamente a los republicanos al comparar negativamente a Trump con iconos conservadores del pasado (Ronald Reagan) o con la contundencia y agresividad con la que hay que hacer frente a los enemigos del país.

La pandemia es un tema perfecto para su campaña contra Trump. En un anuncio de finales de mayo, cuando el número de muertes en EEUU había superado la cota de 100.000, el montaje es tan simple como demoledor. Un número inmenso de cuerpos cubiertos con una sábana que terminan convirtiéndose en la bandera del país.

En lo que es un recurso recurrente de la propaganda negativa, utiliza la voz de Trump para recordar cómo decía semanas atrás que el número de afectados iba a reducirse «casi hasta cero».

Reaccionan rápido a las últimas noticias. Cuando se supo que la Casa Blanca había distribuido una lista de declaraciones del doctor Anthony Fauci para demostrar que él también se había equivocado, The Lincoln Project contraatacó con un anuncio largo para compararle con Trump.

No se libra ni uno de los temas favoritos de Trump, el muro que iba a levantar para impedir la llegada de inmigrantes desde México. «El único muro de Trump» es el que formarían los ataúdes de las 140.000 personas muertas hasta el día de difusión del vídeo. Sin más audio que el ruido de fondo, excepto una frase final de Trump («nadie construye muros mejor que yo») con la obvia intención de ridiculizarle.

En ocasiones, ni siquiera se molestan en desarrollar un argumento político o denunciar un aspecto concreto de la conducta del presidente. Se trata de burlarse de él –no es difícil si se recurre a una entrevista reciente en Fox News especialmente delirante–, incluyendo risas enlatadas.

Un recurso clásico de los anuncios republicanos contra los demócratas consiste en compararlos en términos desfavorables con los mitos del pasado, como la generación que luchó contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial. ¿Se puede relacionar esa época con la pandemia del coronavirus estirando al límite el mensaje? Desde luego si el objetivo es describir a Trump como alguien indigno de la presidencia.

Por la misma razón, Trump no es un enemigo que pueda hacer frente a países como China o Rusia. Con Trump en el poder, «China no puede perder» sobre una imagen de la Casa Blanca teñida del peligroso color rojo. Frente a Putin, Trump es débil y sumiso, curiosamente el mismo argumento con el que los republicanos castigaron a los demócratas durante décadas en la Guerra Fría.

La publicidad negativa en forma de breves píldoras visuales es uno de los elementos que más se destaca de las campañas electorales de EEUU. Tanto es así que mucha gente cree que es infalible. Evidentemente, no siempre es así. Cuanto más obvio es tu mensaje, más fácil es que sólo convenza a los ya convencidos. Pero su eficacia aumenta cuando incide en algo que es percibido por todos como un aspecto vulnerable de un candidato, sea por una parte de su programa político o por su personalidad. Y Trump, no sólo a causa de la crisis del coronavirus, ofrece un amplio abanico de posibilidades en este campo.

La mayoría de sus anuncios se distribuye en redes sociales sin mucho coste. Algunos se han emitido en Fox News o en canales de Washington con la intención de que le lleguen a Trump y obligarle a reaccionar. Lo hizo en Twitter y eso permitió a The Lincoln Project recaudar más dinero. En junio, llegó a gastar 1,4 millones de dólares, lo que le permitió llevar los anuncios a televisiones de los estados que serán decisivos o dedicar algunos específicamente a congresistas republicanos cercanos al presidente. En el segundo trimestre de este año, ha recaudado 16,8 millones. Hay muchos grupos de presión que cuentan con más fondos que The Lincoln Project para la campaña, pero pocos obtienen tanto impacto en Twitter y Facebook.

En términos de crispación, son mucho mejores que los anuncios de la campaña de Biden. Aun así, favorecen al demócrata porque el trabajo más sucio ya se lo están haciendo otros.

Trump ha fagocitado por completo a los republicanos aprovechando las tendencias que ya se habían hecho fuertes en el partido desde los años 90. Los republicanos que se autodenominaban Never Trump han quedado con una influencia ínfima en el partido y ahora han descubierto que su mejor campo de acción es el de la propaganda visual en el año electoral. No hay que olvidar que ser muy influyente en redes sociales no significa que vayas a serlo también en el mundo real, y por tanto en las urnas.

Si se trata de jugar sucio y duro en una campaña electoral, resulta difícil superar a los republicanos. Trump ha empezado a descubrirlo.

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La España de Aroa López tiene un mensaje para la España oficial y también para todos nosotros

No es habitual encontrar altas dosis de emoción en los actos oficiales de homenaje, y eso que la música clásica pone mucho de su parte. Un ejército de altos cargos y representantes políticos. Una organización marcada por el protocolo y las jerarquías. Discursos encorsetados que transmiten obviedades con una pizca de sentimiento. Un desfile de trajes oscuros. Medios de comunicación que destacan como muy importantes detalles bastante nimios. Políticos que aprovechan a la salida para colar su mensaje de la semana y olvidarse de la razón del acto. Las recurrentes críticas a algunas mujeres por cómo van vestidas (por lo visto, sin demasiado color negro en la ropa o enseñando pierna, lo que es dramático).

El homenaje a las víctimas del coronavirus celebrado el jueves en el Palacio Real fue un reconocimiento necesario a la sociedad, en especial a aquellos que más han sufrido. Pero fue con las intervenciones de dos representantes de eso que se llama de forma pedante la sociedad civil –¿la hay de otro tipo?– cuando el acto recordó a todos con la emoción necesaria qué hemos perdido y qué debemos tener en mente para evitar que se repita una tragedia como esta. Hernando Fernández Calleja y Aroa López Martín hablaron del recuerdo por los fallecidos y de nuestra responsabilidad ante los que estuvieron en primera línea.

El momento clave de la intervención de Aroa López –enfermera y supervisora de urgencias en el Hospital Vall d’Hebron– fue cuando hizo referencia a un elogio que se ha oído mucho y que ella quiso poner en el contexto adecuado. «Hemos vivido situaciones que te dañan el alma. Porque quien había detrás de los EPIS no eran héroes. Éramos personas que se alejaban de sus familias para protegerlas de un posible contagio. Personas que salíamos del hospital cargadas con todas esas emociones, y que regresábamos a nuestro trabajo desde la soledad y el agotamiento, un día más».

Habló en nombre del personal sanitario y de los demás trabajadores que forman el imprescindible personal de apoyo y también de todos aquellos que realizaron labores esenciales fuera de los hospitales: «Fueron miles de hombres y mujeres los que cuidaban con su trabajo a los millones de españoles confinados».

Solos y agotados al final de cada jornada. Porque no hacían únicamente el trabajo profesional para el que están cualificados y por el que les pagan. Vivían situaciones que les obligaban a mucho más: «Hemos sido mensajeros del último adiós para personas mayores que morían solas, escuchando la voz de sus hijos a través de un teléfono. Hemos hecho videollamadas, hemos dado la mano y nos hemos tenido que tragar las lágrimas cuando alguien nos decía: ‘No me dejes morir solo'». La frialdad de un homenaje de Estado –porque el Estado puede llegar a ser una maquinaria muy fría– temblaba cuando Aroa López nos devolvía a todos a los momentos que nos contaron no hace muchos meses y que no podemos olvidar. Ante una enfermedad sin tratamiento ni vacuna, al personal sanitario sólo le quedaba al final coger la mano de un enfermo que ya no podía resistir más y estar a su lado para que no muriera solo.

No eran héroes ni heroínas. No contaban con superpoderes que les permitieran realizar su labor sin esfuerzo. Eran servidores públicos con los que la sociedad tiene una deuda que es muy grande, aunque no es imposible de pagar. También los políticos que asistían al acto, entre los que estaban los presidentes de todas las Comunidades Autónomas. Estos días, somos testigos de la aparición diaria de brotes que en conjunto no son alarmantes, pero que sí indican que no se puede bajar la guardia. Por la parte que toca a las Administraciones, resulta básica su detección y rastreo cuanto antes, y en ese punto los resultados están aún lejos de ser óptimos.

La Generalitat ha cambiado su sistema de rastreo para incorporar a 500 personas más que harán su labor en la Atención Primaria, como habían reclamado los profesionales sanitarios. Se trata de evitar los errores cometidos en Lleida. Madrid informa del mayor número de casos de coronavirus, pero la cifra de brotes es mínima. De momento, la duda está entre el misterio y el ocultamiento. O sencillamente que no hay un sistema de rastreo que cumpla con su función. Los profesionales alegan que no hay personal suficiente para llevarlo a cabo. El Gobierno de Díaz Ayuso se comprometió a contratar a 400 personas para reforzar la plantilla de Salud Pública (no es pedir mucho, hay 80.000 personas en las plantillas gestionadas por la Consejería de Sanidad). Luego, dijo que serían 172 y ahora en julio la cifra se ha quedado en treinta, según El País.

«Nuestra sociedad ha dado estos meses una lección de inmenso valor», dijo Felipe VI en su discurso, al demostrar «civismo, madurez, resistencia y compromiso con los demás». Es una buena idea destacarlo, si bien no se puede hacer ya balance y pensar que la pandemia ha acabado o que el riesgo de volver a los meses de marzo y abril ha desaparecido. Todo eso depende ahora de la conducta de los ciudadanos de todas las edades y de las medidas que tomen los gobiernos para rastrear los brotes y limitar los contagios. Sabiendo además que la situación puede ser mucho peor a partir del otoño.

La deuda con el personal sanitario y los fallecidos y sus familias existe y no se ha pagado con el homenaje de Estado del jueves. Aroa López recordó en qué consiste: «Quiero pedir también a los poderes públicos que defiendan la sanidad de todos. Que recuerden que no hay mejor homenaje a quienes nos dejaron que velar por nuestra salud y garantizar la dignidad de nuestras profesiones».

La sanidad de todos no nos salvará otra vez si no recibe la atención que requiere.

No valen ya aplausos como los de hace unos meses ni homenajes oficiales. Toca aprender la lección, dijo López. La pregunta con la que cerró su intervención vale para todos, para los gobiernos y para los ciudadanos: «¿Quién cuidará de nosotros si la persona que nos cuida no puede hacerlo?».

Piensen en ello este verano.

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