Un año de política británica en forma de orquesta

Morten Morland, artista de la viñeta en The Times, resume un año de la caótica política británica en este sketch animado.

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Una entrevista a Evo Morales

En una entrevista con Glenn Greenwald, de The Intercept, Evo Morales explica las circunstancias del golpe de Estado que le expulsó del poder en Bolivia. Morales afirma que el día después de las elecciones del 20 de octubre el partido del candidato opositor Roberto Mesa llama a la movilización nacional contra los resultados. Se queman varias sedes de los tribunales electorales, mientras la policía no hace nada para impedir esa violencia. El 8 de noviembre, la policía se une al golpe y se levanta contra el Gobierno. Morales acusa a la OEA de unirse al movimiento el día 10. Ese mismo día, el Ejército le pide que renuncie: «Sin Policía, sin Fuerzas Armadas, la derecha movilizada, no hay ninguna seguridad, por tanto, para evitar más derramamiento de sangre, renunciamos», dice.

Sobre su seguridad personal, Morales dice que el día 9 llegó a Cochabamba, procedente de La Paz. El responsable de su seguridad le dijo que le habían ofrecido 50.000 dólares si lo entregaba detenido a quien le hizo la oferta. El jefe de la Fuerza Aérea intentó impedir su salida del país con destino a México, que le había ofrecido asilo, pero tuvo que aceptarla por la presión de los manifestantes.

La entrevista se hizo en México el 3 de diciembre.

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Por qué el Brexit y Corbyn regalaron una victoria histórica a los tories

Jeremy Corbyn afirma en un artículo que los laboristas han ganado el debate en las elecciones que les han endosado su peor resultado desde los años 30. Es una forma extraña de ganar. Si acaso, la culpa es de los votantes. Sobre los grandes cambios sufridos por el Reino Unido en los últimos años, dice: «Pero también ha aumentado el cinismo entre muchas personas que saben que las cosas no funcionan para ellos, pero no creen que eso pueda cambiar».

Si el mensaje era el correcto –al menos, esa es la premisa de Corbyn–, hay que suponer que la culpa es del mensajero, de su falta de credibilidad o de la mala recepción que han tenido sus propuestas. Será por eso que Corbyn ha anunciado que dimitirá en los primeros meses de 2020, una dimisión en diferido que no indica que el líder laborista haya entendido muy bien el veredicto de las urnas.

El Brexit es el asunto que ha monopolizado con razón la atención de los británicos desde hace tres años y ha traumatizado a un sistema político que se ha mostrado incapaz de encontrar un camino que diera respuesta a la decisión de los votantes en el referéndum de 2016. Ante ese asunto a vida o muerte, Corbyn se declaró neutral en esta última campaña electoral. El electorado decidió que no podía confiar en un líder que no tenía una posición al respecto, aunque la versión real es que la tenía, pero no coincidía con la mayoritaria en su partido. A veces, los votantes tienen la capacidad de descubrir la impostura.

Los laboristas han perdido dos millones y medios de votos desde las elecciones de 2017. Lo peor para ellos es que ese descenso ha sido especialmente claro en circunscripciones del centro y norte de Inglaterra que llevaban décadas votando a ese partido, baluartes de la clase trabajadora para las que votar a los laboristas eran algo más que una tradición familiar. El Brexit y su falta de confianza en Corbyn parecen ser las razones que explican ese cambio.

Ahora está claro que los laboristas no entendieron bien el mensaje ofrecido por los votantes en 2017. Frente a unos conservadores que parecían lanzados a una victoria arrolladora y unos medios de comunicación hostiles, obtuvieron entonces un buen resultado con un programa electoral nada radical y muy conectado a las aspiraciones de la opinión pública. El análisis periodístico se centró en el descalabro de los tories de Theresa May, que perdieron la mayoría absoluta a causa de una calamitosa campaña, pero casi todos perdieron de vista el hecho de que los laboristas habían perdido y confirmado que se habían quedado sin su granero de votos de siempre, Escocia. A pesar de todo eso, Corbyn salió muy satisfecho del resultado.

A veces, una derrota precede en política a un resultado mejor. También puede ser la antesala a un fracaso mayor.

Toda nuestra atención se ha centrado en estos tres años en el espectáculo terrorífico ofrecido por los tories. Era lógico. Eran el partido que había promovido el referéndum y el principal responsable de hacer efectiva la salida de la UE. Los laboristas contaban con otro tipo de problema. Mientras los votantes tories, liberales demócratas y nacionalistas escoceses estaban firmemente asentados en una posición definida en relación al Brexit, uno de cada tres votantes laboristas había votado por abandonar la UE, en especial en esas circunscripciones de Inglaterra. Una parte de la clase media baja y trabajadora coincidía con los deseos de los votantes tories de toda la vida.

Era una situación complicada de gestionar. Exigía un esfuerzo centrado en esas zonas para explicar mejor la posición del partido a unos votantes que habían aceptado el discurso identitario propio de los conservadores. Exigía defender que las políticas propias de los tories y la evolución del sistema económico, con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo en el sector industrial, no tenían que ver directamente con la pertenencia a la UE, y sí con las características de la economía británica.

El mensajero no podía ser Corbyn, que había hecho una defensa del sí a la UE tan reticente que no sonaba muy sincera. Eso agravó la guerra civil interna que han padecido los laboristas desde entonces.

A diferencia del muy medido programa electoral de 2017, los laboristas intentaron esta vez compensar su vulnerabilidad en relación al Brexit con un auténtico diluvio de ofertas al electorado. Un ejemplo de ello fue el compromiso de facilitar para 2030 el acceso gratuito a la banda ancha en internet a toda la población. La extensión del acceso de internet a las capas más desfavorecidas de la población debería ser una prioridad para cualquier Gobierno, pero no hacerlo gratis a la clase media y media alta que sí puede permitirse ese pago.

El diseño de campaña fue absurdamente ambicioso. Se gastaron recursos cuantiosos en derrotar a candidatos tories en sus circunscripciones con el convencimiento irreal de que podían ser derrotados. Por el contrario, y excepto en los últimos días cuando ya era demasiado tarde, no se gastó lo suficiente en aquellos escaños laboristas que podían estar en riesgo al contar con muchos anteriores votantes del partido que habían apostado por el Leave en 2016.

¿A los conservadores sólo les quedaba esperar a ver pasar el cadáver con su rival confiando en que se olvidaran estos tres años de psicodrama colectivo? No exactamente. La pintoresca carrera política de Boris Johnson era motivo suficiente para subestimarle.

Una trayectoria periodística basada en la manipulación ejecutada con la displicencia de un sujeto de clase alta para el que la diversión es la gran prioridad. Una vida personal convulsa que incluyó un adulterio retransmitido en tiempo real por los medios de comunicación. La desconfianza que causaba en los líderes del partido cuando regresó al poder en 2010. Unas primarias tras la retirada de David Cameron que terminaron de forma patética con su retirada a causa de la traición su jefe de campaña y hasta entonces amigo, Michael Gove. Un paso mediocre por el Foreign Office que dejó perplejos a unos cuantos ministros europeos de Exteriores.

Tanta extravagancia ocultaba el hecho de que Johnson siempre fue muy popular entre la militancia tory y que su apoyo al Brexit en la campaña de 2016 fue un factor decisivo en la victoria del Leave en un momento en que la mayoría de los miembros del Gobierno de Cameron acataron la disciplina del partido e hicieron campaña, con mayor o menor entusiasmo, por el Remain.

Pero llegado el momento de la verdad Johnson eligió la estrategia más adecuada. Obtuvo un pequeño cambio en las condiciones del acuerdo con la Comisión Europea. No para que fuera aprobada por el Parlamento, lo que era imposible al ignorar las exigencias de los unionistas del Ulster. El objetivo era convocar elecciones cuanto antes para presentar la voluntad popular expresada en el referéndum frente a la incapacidad del Parlamento para hacer efectivo el Brexit. Es cierto que era una opción demagógica, lo que ahora se llama populista, porque nadie podía olvidar que eran los tories el partido más numeroso en la Cámara de los Comunes. En democracia, la demagogia ha sido muchas veces un combustible electoral muy efectivo.

En la campaña electoral, Johnson procedió a un giro llamativo del mensaje conservador y dio por finiquitada la época de la austeridad. Donde antes se prometía el control de las finanzas públicas, ahora se ofrecía un gran aumento del gasto público sin subir los impuestos. Contratar 20.000 policías más (la misma cifra de agentes que se había reducido desde 2010), decenas de miles de enfermeras (que no existen a menos que vengan desde el extranjero), construir 40 hospitales más (sin que se sepa de dónde saldrán los fondos). Era la forma de intentar ganarse la confianza de los votantes laboristas que habían apoyado el Brexit.

La jugada funcionó, incluso muy por encima de las expectativas de los arquitectos de la campaña tory.

Todo ello permitió que los conservadores pudieran traspasar lo que se ha llamado el ‘muro rojo’ y entrar en esas circunscripciones laboristas del norte de Inglaterra, las Midlands y Gales. Tomemos el caso del distrito de Bishop Auckland (a 37 kilómetros al sur de Sunderland) que nunca había elegido a un tory. En 2017, los laboristas retuvieron el escaño con una mayoría de sólo 502 votos sobre sus rivales (20.808-20.306). Ahora, los conservadores les superaron con facilidad por 7.962 votos (24.067-16.105). El condado de Durham había votado en un 57% a favor de la salida de la UE.

Los periodistas que acudieron a lugares como Bishop Auckland encontraron reacciones similares. Su objetivo era que el Brexit se llevara a cabo de una vez, desconfiaban de Corbyn y no sentían especial apego por la figura de Johnson. Tampoco habían prestado mucha atención al programa tory. Su prioridad era el Brexit y poner fin a estos tres años de suplicio.

Veamos el distrito de Stockton South, también en el noreste de Inglaterra. La desastrosa campaña tory de 2017 dio el escaño a los laboristas, pero por escasa diferencia, 888 votos. Ahora todo cambió. Los conservadores lo recuperaron con una ventaja de 5.260 votos. Stockton South había votado en el pasado a los tories sin ser un distrito totalmente desequilibrado en favor de uno u otro partido. El dato fundamental es que votó a favor del Leave con un 57% de los votos.

Sedgefield es un distrito conocido porque es el que representó Tony Blair como diputado durante décadas. Había votado laborista desde 1935. En estas elecciones, eligió a un conservador con el 47% de los votos. Los laboristas perdieron 17 puntos.

En distritos con un alto porcentaje de trabajadores no cualificados, los tories aumentaron de media su porcentaje de voto en seis puntos. Los laboristas cayeron 14 puntos. Es una muestra de que muchos antiguos votantes laboristas decidieron quedarse en casa.

En resumidas cuentas, los conservadores monopolizaron el voto a favor del Brexit, en buena medida por la decisión del partido de Nigel Farage de no competir en los distritos con diputados tories (allí donde se presentó el Partido del Brexit restó más votos a los laboristas que a los conservadores). El partido de Corbyn no recuperó a sus votantes proBrexit, perdió los suficientes entre los que habían votado Remain y desapareció en Escocia para acabar con un resultado desastroso.

El cambio en el escenario político británico es tan brusco que hay razones para pensar que será difícil que se repita. Boris Johnson lo sabe y por eso en su primer discurso prometió que tendría muy en cuenta las aspiraciones de aquellos que votaron tory por primera vez.

Este lunes, Johnson anunciará a los parlamentarios de su partido que destinará decenas de miles de millones de libras en los próximos cinco años a proyectos de infraestructura en las regiones arrebatadas a la izquierda. Para toda la legislatura, el Ministerio de Hacienda planea gastar 100.000 millones en obras públicas a financiar a través de deuda.

Es la clase de grandes proyectos de gasto que cuando son propuestos por los laboristas son desdeñados por los tories y los medios de comunicación como ejemplo del despilfarro con el que se arruina a todo un país.

Lo que ocurre es que esta vez el Brexit y Corbyn competían en favor de los conservadores. Fue una alianza imbatible.

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La historia secreta de la guerra de Afganistán

Casi 50 años después de la difusión de los Papeles del Pentágono sobre la guerra de Vietnam, The Washington Post ofrece ahora una serie de documentos que dejan patente el fracaso de la ocupación militar de Afganistán y la dramática diferencia entre la realidad y las declaraciones públicas de los responsables políticos y militares de las Administraciones de George Bush y Barack Obama.

Lo que se ha escrito en muchos artículos periodísticos desde hace 18 años aparece ahora confirmado por quienes tenían como misión ganar esa guerra, aunque ni siquiera tenían claro qué significaba la idea de ganar ni contaban con una estrategia viable.

Mientras políticos y generales afirmaban que se estaban haciendo «progresos constantes» en la guerra, en ocasiones con la intención de justificar el envío de más tropas, los que sabían qué estaba sucediendo en ese país sabían que sólo estaban ocultando fracaso tras fracaso.

Se trata de 2.000 páginas con transcripciones y notas de las entrevistas con más de 600 personas con conocimiento de lo ocurrido. Revelan que «se ha mentido de forma constante al pueblo norteamericano», en palabras de John Sopko, la persona que dirigió el proyecto de revisión de la guerra a través de un organismo llamado Oficina del Inspector General para la Reconstrucción de Afganistán, conocido por las siglas SIGAR. El proyecto se llamó ‘Lecciones aprendidas’ y su principal objetivo era descubrir qué había fracasado. Esa oficina ha publicado varios informes, pero sin incluir los comentarios más críticos ni la mayoría de los nombres de los entrevistados. El periódico ha conseguido tener acceso a esos documentos, no a todos, gracias a la Ley de Libertad de Información.

Algunas frases son tan gráficas como sarcásticas, el tipo de comentarios que no aparecen en los informes oficiales. «Después de la muerte de Osama bin Laden, dije que Osama estaba probablemente riéndose en su tumba submarina al ver cuánto dinero nos estábamos gastando en Afganistán», dijo Jeffrey Eggers, exmilitar con experiencia en los SEAL y asesor en la Casa Blanca con Bush y Obama.

Más grave es la confirmación de las mentiras ofrecidas a la opinión pública para dar una imagen falsa y benévola de la ocupación. En definitiva, para sostener que se estaba ganando la guerra y que los actos violentos de los talibanes sólo reflejaban su nivel de «desesperación». En un reflejo casi idéntico a lo que ocurrió en Vietnam, las estadísticas se distorsionaban por razones políticas. «Cada dato era alterado para presentar la mejor imagen posible», dijo Bob Crowley, teniente coronel del Ejército y asesor de operaciones de contrainsurgencia.

«Era imposible crear buenas métricas. Intentamos usar el número de tropas (afganas) entrenadas, niveles de violencia, control del territorio, y ninguna ofrecía una imagen precisa», dijo en 2016 un alto cargo del Consejo de Seguridad Nacional no identificado. «Los datos fueron siempre manipulados durante toda la duración de la guerra».

La prioridad era justificar la presencia –a veces, aumento– de las tropas en Afganistán y que ese despliegue estaba dando los resultados deseados. Eso era especialmente acuciante en los años de Obama cuando el presidente fue convencido de aumentar el número de soldados a pesar de que se mostraba al principio reticente sobre la utilidad de la medida y había prometido sacar a todas las tropas antes del final de su presidencia. Una vez adoptada esa política, la Administración no podía reconocer en público que los resultados eran ínfimos o contraproducentes.

Un helicóptero toma tierra para evacuar a unos soldados norteamericanos en la provincia afgana de Paktika en 2009. Andrya Hill CC

Ni siquiera con una total superioridad de medios, es posible ganar una guerra que se prolonga con la ocupación posterior sin una estrategia definida. Los testimonios recogidos en el estudio inciden en la falta de un conocimiento real de la realidad política de Afganistán, por no hablar de su historia, así como del objetivo general de la misión y de las consecuencias de las acciones propias.

«Carecíamos de una comprensión básica sobre lo que es Afganistán. No sabíamos lo que estábamos haciendo», dijo en 2015 el general Douglas Lute, que dirigió el programa antidrogas en ese país en las dos administraciones. «¿Qué estamos intentando hacer aquí? No teníamos ni la más ligera idea de lo que nos estábamos proponiendo hacer».

«Los extranjeros leen en el avión ‘Cometas en el cielo’ (la novela de Khaled Hosseini que ha vendido millones de ejemplares en todo el mundo) y creen que son expertos en Afganistán. Nunca escuchan. Lo único en que son expertos es en burocracia», dijo el exministro Mohamed Essan Zia, uno de los pocos afganos interrogados para este estudio.

«Estamos intentando hacer lo imposible en vez de conseguir lo posible», opinó Richard Boucher, responsable del Sur de Asia en el Departamento de Estado entre 2006 y 2009.

Ni siquiera había una idea clara sobre quién era el enemigo –cómo había surgido y cuáles eran sus puntos vulnerables– sin la cual era imposible derrotarle. «¿Por qué convertimos a los talibanes en el enemigo cuando habíamos sido atacados por Al Qaeda?», se preguntaba Eggers.

Después de que Al Qaeda fuera eliminada en ese país, EEUU, con el apoyo de la OTAN, tuvo como prioridad la formación de un Gobierno estable, la celebración de elecciones y la protección de los derechos de las minorías, entre otros asuntos. Se vendió la ocupación como un intento de impedir que en el futuro otro grupo yihadista volviera a utilizar el país como base para lanzar atentados terroristas contra EEUU y Europa. El primer ministro británico, Gordon Brown, llegó a decir que se estaba combatiendo contra los terroristas en Afganistán para no tener que hacerlo en las calles de las ciudades europeas.

Sin embargo, los talibanes afganos nunca tuvieron una idea de yihad global, a diferencia por ejemplo de algunos grupos talibanes paquistaníes, y enfocaron su lucha de la misma forma que lo habían hecho las tribus afganas contra los británicos en el siglo XIX y los muyahidines contra los soviéticos en el siglo XX: expulsar a las tropas extranjeras que querían imponer ideas ajenas a las tradiciones locales.

Si bien su Gobierno había sido dictatorial, cruel y caótico, los talibanes se habían convertido en la principal fuerza política y militar de los pastunes afganos, el grupo étnico más numeroso del país. Representaban a una parte de la sociedad afgana de la que no se podría prescindir si se pretendía diseñar desde fuera su futuro.

«Un gran error que cometimos fue tratar a los talibanes igual que a Al Qaeda», dijo Barnett Rubin, quizá el único auténtico experto en Afganistán que trabajó en el Departamento de Estado. «Los principales líderes talibanes estaban interesados en dar una oportunidad al nuevo sistema, pero nosotros no les dimos esa oportunidad».

El periódico recuerda que Zalmay Khalilzad, que fue embajador de EEUU en Afganistán, está dirigiendo las negociaciones con los talibanes, hasta ahora sin éxito. En el estudio, aparece su opinión en 2016 sobre el error en no reconocer a sus dirigentes como interlocutores. «Quizá no fuimos lo bastante ágiles o inteligentes en contactar con los talibanes al principio, al pensar que estaban derrotados y que debían ser llevados ante la justicia, en vez de alcanzar algún acuerdo o reconciliación con ellos».

Entre 2002 y 2004, la actividad militar de los talibanes fue relativamente escasa por haber sido arrollados por el poder del Ejército norteamericano y la mayoría de sus líderes, obligados a huir a Pakistán o a zonas aisladas del país. Después, todo cambió, Washington pasó a centrarse en la ocupación de Irak y los talibanes recuperaron su fuerza. Su objetivo era hacer imposible la reconstrucción del país y lo consiguieron. Los norteamericanos comprobaron demasiado tarde que sus enemigos no podían ser derrotados militarmente.

Como ejemplo de la falta de interés de Bush en Afganistán, el Post ofrece un breve texto no conocido de su secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, sobre el día en que propuso al presidente que se reuniera con el jefe de las Fuerzas Armadas y con el general Dan McNeill, jefe de las tropas en Afganistán. «Él (Bush) dijo: ‘¿Quién es el general McNeill?’. Le dije que era el general al mando en Afganistán. Dijo: ‘Bueno, no necesito reunirme con él'», escribió Rumsfeld.

El periódico recuerda que el mismo día del discurso de Bush en un barco de guerra con la gran pancarta «Misión cumplida» en Irak –1 de mayo de 2003–, Rumsfeld anunció en Kabul «el fin de las principales operaciones de combate» en Afganistán.

Cuando en 2009 Al Qaeda ya no era una amenaza en el país, los responsables de la Casa Blanca obligaron a incluir el nombre del grupo terrorista en los planes estratégicos, porque era la única forma de vender a los norteamericanos la necesidad de mantener allí a miles de soldados. En uno de esos documentos, se dijo que «no se trataba de una guerra en el sentido convencional» con el fin de obviar las dudas legales sobre la ocupación que existían dentro del propio Gobierno estadounidense.

Todos los soldados del mundo no iban a conseguir levantar un Estado sobre las cenizas de una guerra que había acabado con un régimen que en realidad tampoco estaba al frente de un Estado moderno. Los norteamericanos optaron por inundarlo de dinero con proyectos muy alejados de la realidad económica del país y que sólo contribuyeron a extender la corrupción a todos los niveles.

«Afganistán no es un país volcado en la agricultura», explicó Rubin. «La mayor industria es la guerra. Luego, la droga. Luego, los servicios. La agricultura está abajo, en el cuarto o quinto puesto».

El cultivo de opio era la principal fuente de ingresos de amplias zonas del país. Pagar a los agricultores para que quemaran esas cosechas sólo servía para que al año siguiente aumentaran su producción. Destruirlas sin darles los recursos para cultivar otros productos que tuvieran una salida comercial hacía que los habitantes de esas zonas se entregaran a los talibanes, que permitían esos cultivos a cambio de un impuesto.

EEUU se ha gastado 9.000 millones de dólares en solucionar ese problema desde 2001. Afganistán fue el origen en 2018 del 82% de la producción global de opio, según datos de la ONU. La extensión cultivada es cuatro veces superior a la de 2002.

Washington puso en el poder a Hamid Karzai, un dirigente pastún que había tenido un cargo menor durante un tiempo en el gobierno de los talibanes y al que trajeron del exilio. Vendido como un moderado, sus modales suaves y declaraciones pragmáticas hicieron que la mayoría de los medios de comunicación occidentales lo considerara la gran esperanza.

«Nuestra política consistía en crear un fuerte Gobierno central, lo que era idiota porque Afganistán no se caracteriza por tener una historia de gobiernos centrales fuertes», dijo en 2015 una fuente no identificada del Departamento de Estado.

El resultado terminó siendo la creación de una estructura central corrupta, cuyo poder se basaba fuera de la capital en el apoyo a señores de la guerra, algunos elegidos en elecciones amañadas, que también reclamaban para ellos y sus partidarios una parte del botín.

Según el testimonio del coronel Christopher Kolenda, destinado en Afganistán en varias ocasiones, Karzai acabó formando una cleptocracia pocos años después de llegar al poder. «Me gusta usar una analogía con el cáncer. La pequeña corrupción es como el cáncer de piel. Hay formas de tratarlo y puedes acabar bien. La corrupción dentro de los ministerios, al más alto nivel, es como el cáncer de colon. Es peor, pero si lo pillas a tiempo, quizá salgas bien. La cleptocracia, sin embargo, es como un tumor cerebral. Es fatal».

Al permitir ese escandaloso nivel de corrupción, los norteamericanos destruyeron la legitimidad que pudiera tener el Gobierno. Todos los puestos importantes en la Administración –incluidos el Ejército y la Policía– podían comprarse con dinero. Y más tarde, los beneficiados necesitaban compensar con los sobornos los fondos invertidos.

Una de las consecuencias fue la existencia de miles de «soldados fantasma», un hecho conocido, y que también se produjo en Irak. Los mandos militares recibían fondos para mantener un regimiento o una división. Una buena parte de sus soldados sólo existían sobre el papel. Eran números por los que recibían dinero que coroneles y generales se embolsaban para pagar a tropas imaginarias.

La lectura de los testimonios sorprende a veces por lo mucho que recuerdan a experiencias históricas anteriores en las que otros imperios pensaron que un país tan atrasado como Afganistán sería fácil de someter.

En 2009, el periodista Steve Coll trazó las similitudes entre la invasión soviética de Afganistán en 1979 y la norteamericana en 2001. Los soviéticos fueron incapaces de convertir sus logros tácticos gracias a su inmensa superioridad militar en una estrategia exitosa a largo plazo porque no pudieron detener la ayuda que los muyahidines recibían desde Pakistán, y a través de ese país de Estados Unidos. Nunca pudieron imponer su ideología en un país marcado por el peso de la religión y las instituciones tribales. No lograron establecer la unidad política del país. Les fue imposible poner en práctica una estrategia de reconciliación nacional que terminara provocando la división entre las fuerzas de sus enemigos.

Es un resumen que se ajusta bastante bien a los problemas de EEUU en ese país décadas después.

775.000 soldados norteamericanos han pasado por Afganistán desde 2001. Actualmente, 13.000 permanecen en el país.

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Quiénes son los mercenarios pagados por Turquía para ocupar el norte de Siria

El Ejército turco ha conseguido la mayor parte de sus objetivos en el norte de Siria gracias a tres operaciones militares, la última hace unos meses con la ayuda de Donald Trump. Sobre el terreno, la herramienta más efectiva ha sido la formación de un numeroso grupo de mercenarios, en su mayoría miembros del antiguo grupo insurgente conocido como Ejército Libre de Siria. Compuestos ahora por unos 35.000 hombres, son financiados y armados por Ankara para hacer de fuerza terrestre limitando la exposición de las tropas turcas. Reciben sus órdenes de militares y de la inteligencia turca y su objetivo ha consistido en expulsar a la milicia del YPG, dirigida por kurdos, de las zonas que controlaba en el norte de Siria y otras zonas del este del país. Su segunda ‘ocupación’ ha sido la de saquear esas provincias y extorsionar a los habitantes que no huyeron antes de su llegada.

Elizabeth Tsurkov lleva años entrevistando a algunos de los integrantes de esta fuerza mercenaria y ahora muestra sus conclusiones en un artículo en The New York Review of Books.

«Los combatientes ahora son asnos que siguen las órdenes de sus amos», dice uno de ellos. «Y sus jefes son también asnos que siguen las órdenes de los turcos, y si eso perjudica los intereses de la revolución (contra Asad), no les importa».

Tsurkov cuenta que Turquía utilizó en sus primeras operaciones a miembros de grupos que habían recibido apoyo de la CIA en el programa que concluyó a finales de 2017 o del Departamento de Defensa (este plan fue cerrado en 2015). Los reclutados pronto ascendieron a varios miles hasta que Turquía procedió a utilizar los servicios de otros grupos no apoyados por la CIA, sino por países del Golfo, como Ahrar al-Sharqiya y Jaysh al-Islam.

«La mayoría de los combatientes parecen ser hoy nuevos reclutas sin ninguna experiencia anterior en los combates contra el régimen de Asad», escribe. Entre los contratados para las operaciones de 2016 y 2018, se puede estimar que estos últimos suponen el 60% de la fuerza actual.

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Una vez que Turquía renunció hace a su objetivo de provocar el fin de Asad, pasó a ocuparse de sus propios intereses aprovechando las limitaciones del Ejército sirio para extender su autoridad hasta la frontera norte. La misión era acabar con el semiestado levantado por las fuerzas kurdas del YPG que habían conseguido expulsar al ISIS de toda esa zona con el apoyo aéreo de los norteamericanos. Al igual que Israel hizo en el sur de Líbano durante décadas, sus planes incluían formar una fuerza local que hiciera de protector de su frontera y punta de lanza de las operaciones militares contra sus enemigos kurdos. Para ello se aprovechó de la pobreza de los desplazados sirios que se habían refugiado en la zona norte y no tenían ninguna posibilidad de encontrar trabajo.

Al principio, los sueldos eran altos para gente de tan pocos medios. Hasta 300 dólares al mes pagados en liras turcas. Con el paso del tiempo, estas cantidades han disminuido, dice el artículo, porque sobran los candidatos. A principios de 2019, ya pagaban sólo unos 100 dólares cada dos meses. Sus jefes cobran al menos unos 300 mensuales.

Los turcos contienen así el gasto, sabiendo muy bien que sus mercenarios necesitan ingresos extra, lo que hace que se dediquen a todo tipo de actividades criminales en las zonas que ocupan. «Aunque todos los protagonistas armados en Siria han estado implicados en violaciones (de derechos humanos) contra civiles, los niveles de criminalidad en las zonas controladas por el ELS son particularmente altos, según los civiles con los que he hablado, muchos de ellos desplazados de zonas ocupadas antes por los rebeldes y luego reconquistadas por el régimen», dice Tsurkov. Montan controles para exigir un soborno con el que permitir el paso. Extorsionan a los comercios que quedan en la zona. Confiscan viviendas y las alquilan a personas desplazadas que llegan de otras provincias sirias. En algunos casos, secuestran a personas que tienen familiares en el extranjero y pueden pagar un rescate.

«Algunos de los combatientes son simplemente ‘drogadictos y criminales’, dice uno de ellos. Otros están motivados por el poder. Los jóvenes disfrutan al mostrarse en redes sociales en imágenes conduciendo coches, enseñando sus armas y entrando en zonas habitadas por la noche, donde disparan al aire y alardean de su impunidad. Y otros están motivados por su odio al YPG, entre los que están los insurgentes de la ciudad de Alepo, que en 2016 se quedó sin comida por la decisión del YPG de cortar la única vía de suministro a la ciudad».

La opinión de uno de ellos cierra el artículo con la conclusión obvia. «Los turcos nos usan como carne de cañón. Nos hemos convertido en mercenarios».

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El capitalismo no pudo hacer el iPhone sin una cierta ayuda del Estado

Rob Larson profesor de Economía y autor del libro ‘Bit Tyrants: The Political Economy of Silicon Valley’, pasa revista a todas las aportaciones del sector público sin las cuales ni internet ni muchos ejemplos de innovación tecnológica hubieran existido, y eso incluye el iPhone. Hay que recordar que una parte de ese gasto público procede del Pentágono y el gasto militar, pero sigue siendo una contribución del Estado.

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Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto

Para saber si el mundo odia a los inteligentes lo mejor es ver lo que cuenta ‘Rick y Morty’.

Scorsese en los 80. La década fascinante de un genio.
Un homenaje a todos los que no sobrevivieron en las películas de Alien.
–Aviones y otros aparatos voladores en el cine de Hayao Miyazaki.
–La historia del vestido de Marilyn Monroe en el ‘Happy birthday’ a JFK.
‘The Mandalorian’ como si fuera un documental de Werner Herzog.
–La presencia invisible del Dr. Manhattan en la serie ‘Watchmen’.
–El parque temático más peligroso del mundo.
Un pulpo no necesita un hueco muy grande para pasar al otro lado.

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«El capitalismo está en su clímax»

El economista y experto en desigualdad Branko Milanovic –autor entre otros libros de ‘Capitalism, Alone: The Future of the System That Rules the World’– explica en una entrevista en Letras Libres por qué el capitalismo no está cerca de su fin y cómo su dominio del mundo se ha visto ampliado con el modelo de capitalismo político representado por China:

«Es un hecho comprobado empíricamente. El capitalismo hoy se ha extendido a todo el mundo. En términos de extensión geográfica es más poderoso que nunca en toda la historia. Defino capitalismo de manera muy clara e inequívoca, como lo definieron Marx y Weber: la producción se realiza a través de medios de producción privados para obtener un beneficio; la mano de obra la emplea el capital; y la producción está descentralizada. Si nos basamos en esa definición, comprobamos que se ha extendido por todo el mundo.

Pero se está produciendo un nuevo fenómeno. El capitalismo ha creado mercados que antes no existían, conectados a través de las redes sociales. Son mercados que nos permiten mercantilizar nuestro tiempo de ocio. Ha convertido en capital nuestras casas, nuestros coches. También ha afectado a la política y ha creado políticos emprendedores. Por eso creo que el capitalismo está en su clímax y no en crisis».

Foto: OCDE Forum 2018, CC.

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Impeachment – Día 1

Comienzan las audiencias en la Cámara de Representantes del proceso de destitución (impeachment) de Donald Trump. Hoy miércoles prestan declaración Bill Taylor, el actual embajador norteamericano en Kiev, y George Kent, alto cargo del Departamento de Estado para temas de Eurasia y Europa. Taylor declaró en la Cámara a puerta cerrada que se sabía que Trump había retirado la ayuda militar a Ucrania hasta que su Gobierno iniciara una investigación sobre Jose Biden y los negocios de su hijo en ese país. Kent declaró que Trump quería que el presidente ucraniano Zelensky anunciara personalmente esas investigaciones.

Esta es la señal en directo de la sesión facilitada por The Washington Post.

16.16
La sesión comienza con un discurso del demócrata Adam Schiff, presidente del Comité y una de las bestias negras particulares de Trump. Está haciendo un relato de los hechos con el que acusa al presidente de haber intentado utilizar al Gobierno ucraniano para hacer descarrilar la campaña de Joe Biden en las primarias demócratas. El exalcalde de Nueva York y abogado de Trump, Rudolph Giuliani, dirigió una política exterior «informal» con la que presionar a los ucranianos en dos frentes, dice: implicar a políticos ucranianos en una supuesta conspiración para impedir la victoria de Trump en 2016 y encontrar material comprometedor sobre Biden y su hijo de cara a las elecciones de 2020.

Después, llega el turno de Devin Nunes, el congresista republicano más importante del Comité. Afirma que la presunta implicación de Trump en una operación rusa para interferir en las elecciones de 2016 fue desestimada por el fiscal especial y quedó en nada. Pocos días después, apareció la investigación sobre los contactos de Trump con el presidente ucraniano, a la que ha llamado «una cuidadosamente orquestada operación política y mediática».

16.50
Kent es diplomático de carrera desde 1992. Habla ucraniano, ruso y tailandés. Ante este Comité ya declaró a puerta cerrada que Giuliani estaba montando una operación de desinformación contra Biden y la entonces embajadora de EEUU en Kiev Marie Yovanovitch, que luego fue destituida por órdenes de Trump. Ahora en su primera intervención reitera esa acusación. Kent agradece al Congreso haber desbloqueado la ayuda a Ucrania con votos de republicanos y demócratas y que había sido paralizada por Trump en su presión sobre Zelensky. Para reforzar su credibilidad, Kent dice que planteó a Joe Biden cuando era vicepresidente que la presencia de su hijo, Hunter Biden, en el consejo de administración de la empresa ucraniana Burisma podía suponer al menos «la apariencia de un conflicto de intereses».

17.15
Taylor no es diplomático de carrera. Ha servido en puestos relacionados con la política exterior en las administraciones de varios presidentes republicanos desde los tiempos de Reagan. Ahora declara en su primera intervención que trae preparada que la retirada de la ayuda de 400 millones de dólares a Ucrania suponía un golpe para los propios intereses de la política exterior de EEUU en la zona y además ayudaba al Gobierno ruso en su guerra contra Ucrania.

Por su experiencia, fue reclutado para ocupar la embajada en Kiev por el actual secretario de Estado para sustituir a Yovanovitch. Pronto descubrió que había dos canales de intervención en la política ucraniana. Uno, el oficial y normal a través de la embajada y el Departamento de Estado. El segundo estaba formado sobre todo por Giuliani y otros políticos de la Administración deseosos de complacer los deseos de Trump. Así explica lo que pensó cuando Trump decidió congelar la ayuda a Ucrania: «Otras personas y yo nos quedamos perplejos. Los ucranianos estaban luchando contra los rusos y contaban no sólo con el entrenamiento y el armamento, sino con la confirmación del apoyo de EEUU. En ese instante, comprendí que uno de los pilares de nuestro total apoyo a Ucrania estaba siendo amenazado».

Sobre la muy conocida llamada telefónica de Trump a Zelensky del 25 de julio, Taylor afirma que le fue ocultado su contenido. No pudo acceder a la transcripción (en realidad, no una transcripción literal, sino un amplio resumen) de esa llamada, a pesar de su nombramiento para la embajada. Es la llamada en que Trump insistió en que Zelensky investigara a la empresa en la que había participado el hijo de Biden y se quejó del cese del fiscal general decidida por el presidente ucraniano poco después de ganar las elecciones.

17.25
Taylor se refiere a otro testigo importante que declarará la próxima semana: «Durante esa llamada telefónica, el embajador Sondland (en la UE) me dijo que el presidente Trump le había dicho que quería que el presidente Zelensky declarara en público que Ucrania investigaría a (la empresa) Burisma y la supuesta interferencia ucraniana en las elecciones de EEUU en 2016».

Esa llamada de teléfono de Trump a Sondland será examinada en detalle por los congresistas. Tiene material que puede ser utilizado en beneficio de ambas partes. Según Sondland, Trump no le pidió un ‘quid pro quo’ directo, pero sí que Zelensky anunciara en público que se iba a investigar a la empresa Burisma. Esa exigencia es un asunto delicado, porque la única razón por la que Trump estaba interesado en Burisma es porque en su consejo estaba el hijo de Biden.

Por eso, Trump estaba llamando a Sondland (no es habitual que un presidente llame directamente a un embajador a menos que haya en ese país un conflicto que implique directamente a EEUU o en el que haya tropas de EEUU). El presidente quería saber cómo iban las investigaciones en Ucrania y qué iba a hacer al respecto Zelensky.

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El fútbol español colabora con el Gobierno saudí que tortura a Loujain al Hathloul

Es muy posible que cuando cuatro de los mejores clubes españoles de fútbol celebren la Supercopa en Arabia Saudí en enero aún esté en prisión Loujain al Hathloul, detenida el 15 de mayo de 2018 por defender los derechos de la mujer, en especial el simple derecho de conducir un automóvil. No fue la única. Varias mujeres fueron arrestadas y encarceladas por el mismo motivo. Días después, los medios de comunicación gubernamentales publicaron artículos en los que les acusaban de «traidoras» por formar una célula que suponía una amenaza para la seguridad del Estado por su «contacto con entidades del extranjero con el objetivo de socavar la estabilidad y el tejido social del país», como denunció Amnistía Internacional.

El Gobierno saudí no tiene inconveniente en llegar a acuerdos con otras «entidades del extranjero», como en este caso la Real Federación Española de Fútbol. En su campaña de imagen, el deporte es un factor fundamental, porque sólo requiere de mucho dinero. Lo hacen ya los Emiratos y Qatar de distintas formas, pero el secretismo propio del régimen saudí planteaba algunas dificultades. Al final, el dinero abre todas las puertas, en especial las de aquellos dispuestos a venderse a cambio de una bolsa.

La que reciba el fútbol español por celebrar la Supercopa en Arabia Saudí no será pequeña. 120 millones de euros por tres años. Por la cita de enero de 2020, los cuatro clubes (Real Madrid, Atlético de Madrid, Barcelona y Valencia) se repartirán veinte millones. La Federación, que se lleva la mitad del botín, alardea de que las mujeres tendrán acceso libre al estadio. Siempre que no estén en la cárcel.

El príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, está obsesionado con demostrar que su país está preparado para una completa modernización. Eso no incluye aceptar que las mujeres defiendan en público sus derechos y cuestionen una monarquía que considera que ellas son ciudadanas de segunda clase. Ni siquiera cuando el régimen está dispuesto a permitir ciertos cambios, como el fin de la anacrónica prohibición de conducir, puede tolerar que haya mujeres que se hayan movilizado para protestar por ese motivo. Eso es lo que provocó la detención de Loujain al Hathloul y otras mujeres cuando ya estaba decidido el levantamiento del veto. Los cambios tienen que ser concedidos desde arriba. No pueden tolerar que se reclamen desde la sociedad.

El pasado verano, se supo que el Gobierno había ofrecido la liberación a Al Hathloul si negaba en una declaración haber sido torturada. Ella se negó rompiendo en pedazos el papel en que habían escrito el texto que debía leer, según su familia. «Ha estado detenida en confinamiento solitario, ha sido golpeada, ha sufrido el ‘waterboarding’, descargas eléctricas y acoso sexual, ha sido amenazada con la violación y asesinato», escribió su hermana Alia, que contó en enero lo que ella había relatado a sus padres en una visita. Es una descripción que coincide con otras realizadas por otros presos políticos.

La represión es un elemento fundamental de la respuesta del Estado a cualquier brote de disidencia. Hace unos días, las fuerzas de seguridad difundieron un vídeo para recordar que «todas las formas de extremismo y perversión son inaceptables». Entre ellas, incluye el feminismo, el ateísmo y la homosexualidad.

«El feminismo, el ateísmo y la homosexualidad no son actos criminales», ha dicho Amnistía Internacional. «Este anuncio es extremadamente peligroso y tiene graves implicaciones para los derechos a la libertad de expresión y a la vida, la libertad y la seguridad en el país. Cuestiona la apariencia de progreso bajo Mohamed bin Salmán y revela el auténtico rostro intolerante del reino que criminaliza las identidades de la gente, así como las ideas progresistas y reformistas» (hace unas horas, y tras la repercusión de la noticia fuera del país, otro organismo estatal, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, excluyó el feminismo de esta lista).

Las mujeres saudíes podrán asistir a la Supercopa española, pero si intentan defender sus derechos, acabarán en un calabozo. Eso no impedirá que el fútbol español se lleve una cuantiosa recompensa por blanquear la imagen de sus carceleros.

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