Putin y los hombres implacables que dominan Rusia

No ha pasado mucho tiempo desde su llegada al poder cuando Vladímir Putin decide dejar claras las nuevas reglas del juego a los empresarios multimillonarios que dominan la economía de Rusia desde los tiempos de Boris Yeltsin. Los conocidos como oligarcas. La detención de Vladímir Gusinski, dueño de algunos de los medios de comunicación más influyentes, ha hecho saltar las alarmas en junio de 2000. Saben que habían adquirido sus imperios gracias a las normas impuestas por el Kremlin de Yeltsin en lo que había sido un saqueo generalizado de las grandes empresas públicas que controlaban las materias primas, incluido el petróleo. Son conscientes de que en Rusia el poder siempre controla a los tribunales.

Putin les reúne en una de las grandes salas del Kremlin. Su discurso es retransmitido por televisión para que toda la población sepa que los tiempos han cambiado. Les reclama apoyo al programa económico del Gobierno y les garantiza que las privatizaciones del pasado no serán anuladas, pero les avisa de que no deben “politizar” los problemas legales que puedan tener. Cuando se apagan las cámaras, es más preciso. Deben mantenerse alejados de la política.

La reunión se repite poco después con la intención de mantener un diálogo con ellos en un escenario menos formal. Putin elige un lugar que lo dice todo de sus intenciones: la dacha de Stalin en Kuntsevo cerca de Moscú, que se ha conservado tal y como quedó tras su muerte en 1953. Hasta los teléfonos son los mismos.

“Los oligarcas habían sido invitados al lugar en el que Stalin había ordenado que miles de personas fueran conducidas a su muerte en lo que se conoció después como la Gran Purga”, escribe Catherine Belton en su libro ‘Los hombres de Putin’, que ahora publica en España la editorial Península. El mensaje, obviamente, fue recibido alto y claro.

El libro de Belton, que fue corresponsal del Financial Times en Moscú entre 2007 y 2013, cuenta la historia de la creación y evolución del sistema político ruso en torno a la figura de Putin. No fue un proceso inmediato a pesar de esa escena de la dacha. El Putin de ahora no es el mismo que fue aupado al poder en 1999 para proteger los intereses de la familia de Yeltsin. Sí hay elementos que se repiten desde entonces. Y para entenderlos hay que ir unos años atrás cuando Putin regresó a Rusia desde su puesto de teniente coronel del KGB en Dresde, Alemania Oriental, y se convirtió en el hombre para las situaciones difíciles del alcalde de San Petersburgo, Anatoli Sobchak.

San Petersburgo, aun más que Moscú, fue uno de los lugares en que confluyeron tras el fin de la URSS todas las fuerzas que pretendían hacerse con el control. Políticos, empresarios, banqueros, organizaciones criminales y, por encima de todos ellos, las fuerzas de seguridad compitieron y conspiraron para apoderarse de las mayores fuentes de ingresos económicos. Los hombres del KGB llevaban ventaja. Habían estado durante años a cargo de una estructura económica diseñada para obtener divisas y secretos tecnológicos del extranjero. Con Yeltsin, vieron que el poder se les escurría de entre las manos. Con Putin, lo recuperarían.

El futuro presidente fue su hombre en la segunda ciudad del país. “Putin fue colocado allí. Tenía una función que cumplir. El KGB dijo a Sobchak: ”Este es nuestro hombre. Se ocupará de ti’“, dijo Franz Sedelmayer, un experto alemán en seguridad citado por Belton y que trabajó más tarde para Putin. Por ocuparse, se refería a protegerle.

Es en esa época cuando Putin conoce a los hombres –la mayoría con un pasado en el KGB a los que se les llama los ‘siloviki’–, que le acompañarán en casi toda su carrera política. Todos tienen ahora una edad similar, en torno a 70 años (Putin tiene 69). Quizá piensen que no les quedan muchas más oportunidades de dictar el destino de Rusia para las próximas generaciones.

El más importante es Nikolái Pátrushev, director del FSB –el organismo que sucedió al KGB– hasta 2008 y desde entonces secretario del Consejo de Seguridad. “Él quiere la Unión Soviética, sólo que con capitalismo. Ve el capitalismo como un arma con la que restaurar el poder imperial de Rusia”, dice una persona cercana a la que cita la periodista. Es una descripción que describe a la mayoría de la élite política que rodea a Putin.

Esos hombres sufrieron un duro golpe con el ascenso de los oligarcas en los años de Yeltsin. Por eso, la elección de Putin como el sucesor les permitió llevar a cabo su venganza. El modelo capitalista no se tocó. Además, les permitía ganar mucho dinero. Pero se trataba de un capitalismo en que las empresas esenciales estaban controladas desde el Kremlin. Por algo Putin había dicho en público que el marxismo leninismo era “un dañino cuento de hadas”. Eso no le impedía considerar el fin de la URSS como una catástrofe –“la mayor tragedia del siglo XX”– en la medida en que había hundido el poder de Rusia en el mundo y convertido a su Estado en un mendigo.

Catherine Belton cuenta con numerosas fuentes en personas que estuvieron cerca del núcleo del poder en algún momento de estos veinte años. Uno de los más importantes es Sergei Pugachev, el banquero y asesor de la familia de Yeltsin que sugirió que Putin era el hombre adecuado para el relevo, lo que significaba proteger sus intereses económicos e impedir que fueran perseguidos por los tribunales. Se ha lamentado mucho de su iniciativa desde entonces.

Durante los primeros años de Putin, fue uno de sus consejeros más cercanos e incluso su banquero personal. Se ocupaba de financiar sus necesidades para alejarlo de la influencia de otros millonarios en forma de sobornos. Llegó un momento en que los ‘siloviki’ comenzaron a desconfiar de él y se refugió en Francia, donde vive hoy.

“Esta gente son mutantes”, cuenta Pugachev a Belton sobre los ‘siloviki’. “Son una mezcla del homo sovieticus con los capitalistas salvajes de los últimos 20 años. Han robado muchísimo para llenarse los bolsillos. Todas sus familias viven en Londres. Pero cuando dicen que tienen que aplastar a alguien en nombre del patriotismo, hablan en serio. Sólo se tendrían que ocupar antes de sacar a sus familias de Londres”. Es precisamente lo que ha ocurrido en el último mes tras la invasión de Ucrania.

La detención y encarcelamiento en 2003 de Mijaíl Jodorkovski, el magnate del petróleo que llegó a ser el hombre más rico de Rusia, fue el momento decisivo en que el sistema terminó de fijar los límites que se han mantenido inmutables desde ese momento. Jodorkovski cometió el error de utilizar parte de su fortuna para promover la discusión de ideas y apoyar a algunas ONG o ‘think tanks’ e incluso financiar a partidos de oposición. Llegó a aportar dinero a los comunistas sin serlo, porque creía que un Gobierno necesita una oposición fuerte en una sociedad democrática. Putin le dijo personalmente que dejara de hacerlo y Jodorkovski se negó. Conclusión: pasó diez años en prisión. Hoy vive exiliado en Londres.

Hay dos cosas que quedan muy claras con la lectura del libro de Belton. La primera es que los hombres de Putin son implacables para conservar su poder y conseguir que Rusia vuelva a ser una superpotencia, también cuando interpretan qué es lo que quiere el líder y obran en consecuencia. No se detendrán ante nada.

Pero su poder proviene única y exclusivamente de su cercanía a Putin. ‘Siloviki’ se puede traducir como “los hombres fuertes”, pero no son tan fuertes como para formar una alternativa al liderazgo del presidente. Llegaron al poder con él y morirán con él.

La segunda tiene que ver con la forma en que se ha ejercido siempre el poder en Rusia en los tiempos difíciles. Vladímir Yakunin es otro exKGB que conoce a Putin desde los tiempos de San Petersburgo y que dirigió durante diez años los ferrocarriles rusos. Hoy está retirado de la política y dedicado a sus fundaciones de ideas ultraconservadoras cuyo objetivo es la defensa de la Iglesia ortodoxa y la crítica al feminismo y los derechos LGTBI en Europa occidental.

Yakunin, de 73 años, explicó a la periodista británica en términos muy gráficos qué posibilidades existen de influir en la conducta de la élite rusa desde el extranjero. Fue después de las sanciones impuestas por Occidente en 2014 por la anexión de Crimea. “Ya conoce a los rusos. Podemos ser perezosos. Podemos estar borrachos. Podemos hacernos daño hasta sangrar. Pero tan pronto como haya una amenaza externa, y esto está escrito en nuestro código genético da igual que seamos viejos o jóvenes, nosotros contraatacamos. Las sanciones hicieron más por unir a la sociedad rusa que cualquier campaña de información del Kremlin. ¿Por qué deberíamos no hacer nada cuando nos escupen en la cara? Imponer sanciones fue como una declaración de guerra”.

Los hombres de Putin están en guerra desde mucho tiempo antes de que las tropas rusas invadieran Ucrania. Está en su naturaleza.

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