Un aliado inesperado de Podemos en el Financial Times

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Para encontrar una crítica brutal y despiadada del programa económico de Podemos, las páginas del Financial Times no son mal sitio para empezar. Algo que describa sus propuestas como irrealizables, o algo peor, contraproducentes, una especie de billete sólo de ida hacia la catástrofe.

Bueno, no necesariamente.

El columnista habitual del FT Wolfgang Münchau tiene malas noticias para las grandes firmas del establishment económico. La exigencia de Podemos de una reestructuración de la deuda, con o sin auditoría ciudadana o de otro tipo, es vista por Münchau como algo completamente razonable. En un artículo titulado «Radical left is right about Europe’s debt», plantea de entrada que el consenso existente fuera de la UE sobre un aumento de la inversión pública para salir del estancamiento económico o impedir la vuelta a la recesión sólo es defendido en Europa por fuerzas a las que los grandes medios de comunicación consideran radicales: Podemos, Die Linke o Syriza.

Se podría decir que los socialdemócratas también reclaman esa salida. Sólo si están en la oposición. Pero la realpolitik europea y el poder de Alemania hacen que cuando estén en el poder, recuerda Münchau, se vean obligados a aceptar la ortodoxia del régimen de la austeridad.

El columnista del FT elogia lo que ha leído del programa de Podemos, a través de una entrevista a Nacho Álvarez. Coincide en que la deuda, tanto pública como privada, supone una carga insostenible y que es necesario un proceso que combine «renegociación de tipos de interés, periodos de gracia, reestructuración de la deuda y quita».

Hay que apuntar que en el debate de la eurozona de estos años sólo se ha hecho hincapié en la deuda pública, mirando para otro lado en relación a la deuda de empresas y particulares, que ha adquirido en varios países europeos dimensiones gigantescas. El punto de vista oficial de la crisis ha consistido en destacar que los únicos culpables son los gobiernos manirrotos (preferiblemente del sur de Europa) y que por tanto todo se solucionará con la necesaria cura de austeridad vigilada por el BCE y Berlín con la participación, a veces no muy convencida, del FMI.

«Al decidir que la crisis era fundamentalmente fiscal, los políticos podían ignorar el hecho de que la causa última de los problemas eran los préstamos irresponsables intereuropeos (de bancos de un país a bancos de otro país), y que por tanto los que concedían los créditos eran tan responsables como sus clientes», escribía Martin Wolf también en el FT el año pasado. «Si se hubiera aceptado la culpabilidad de ambos lados (acreedores y deudores), los argumentos morales en favor de las quitas habrían sido más evidentes».

Frente a los que sostienen que las posiciones de Podemos sobre la deuda son una especie de receta venezolana o el camino hacia un corralito argentino, Münchau cree que se trata de ideas bastante equilibradas si de lo que de se trata es de argumentar que ante una deuda de tal calibre es necesaria una reestructuración si se pretende impulsar la economía.

No sé si muchos partidarios de Podemos creen que la alternativa debe ser decidir de forma unilateral no pagar la parte de la deuda que alguien decida que es ilegítima. En las últimas semanas, varios dirigentes del partido han hablado de otra cosa, de reestructuración, un concepto en absoluto revolucionario en la economía, y supongo que habrá más declaraciones en ese sentido según vaya concretándose su programa.

«No tiene sentido en una moneda única entrar en un periodo de estancamiento permanente y no reestructurar la deuda. Como no se ha hecho nada para evitar lo primero, hay una probabilidad del 100% de que ocurra lo segundo», escribe Münchau. Considera que es una «tragedia» que los partidos del establishment tanto de centroderecha como de centroizquierda se limiten a resignarse a la situación actual esperando que se solucione por sí sola, lo que bien puede llevarnos a una tercera recesión.

Grecia es un caso extremo para cualquier análisis relacionado con la crisis económica de la eurozona. No tanto en relación a las repercusiones políticas. Después de dos años en los que la mayoría de los sondeos daban un empate técnico entre Nueva Democracia y Syriza, el equilibrio se ha roto después de las elecciones europeas. La ventaja del partido de Tsipras es ahora clara.

Estos son los datos de dos encuestas publicadas en los últimos días. En la primera: Syriza 23,9%, Nueva Democracia 19,6%. Potami 7,5%. KKE 5%. Amanecer Dorado 4,9%. Pasok 4%. En la segunda. Syriza 38,5%, Nueva Democracia 27%. Potami 8,5%. KKE 6,5%. Amanecer Dorado 6%. Pasok 5%.

[Potami es un partido nuevo, fundado en marzo de este año por un conocido periodista de televisión, que obtuvo un 6,6% en las europeas y dos escaños. Sus eurodiputados se han incluido como independientes en el grupo parlamentario socialdemócrata.]

Por eso, el Gobierno griego está aterrorizado ante la idea de que unas elecciones anticipadas a mediados de 2015 (si no hay mayoría suficiente en el Parlamento para elegir al presidente) den la victoria a Syriza. Y el sistema electoral griego da una prima de 50 escaños al primer partido en las urnas. De ahí que en las últimas negociaciones con la troika, el Gobierno de Samaras haya mantenido una posición contraria a aumentar los recortes para solventar un agujero de 3.000 millones que las instituciones europeas dicen que existe y que Atenas niega.

No es que el primer ministro Samaras crea que es necesario cambiar de política. Es sólo que sabe que nuevos recortes destruirán a su partido en las urnas. Merkel puede decir lo que quiera, pero ella no tiene que buscar votos en Atenas y Salónica.

No es difícil trazar una línea entre las opiniones de Münchau y los sondeos de Grecia y España, así como la situación política de países como Francia e Italia. Pintar como extremistas alternativas que cada día tienen más apoyo en la opinión pública y que no son absurdamente heterodoxas sólo contribuye a que la gente pierda la confianza en los partidos que han dominado la política europea desde la Segunda Guerra Mundial. Lo que supone en la práctica perder la confianza en un sistema político que gente como Münchau quiere mantener y que sabe que no va a aguantar durante mucho tiempo en algunos países si el establishment económico continúa negando la realidad.

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