Una historia de jeques y hackers en Qatar y Arabia Saudí (con Trump de estrella invitada)

El poder económico, los recursos naturales y la tecnología no están sobrevalorados, pero en las relaciones internacionales hay un factor más que muchos piensan que ha quedado superado por los elementos anteriores: la geografía. Y no es cierto.

Considerado el país con mayor renta per cápita del mundo, sus reservas de gas y petróleo convierten a Qatar en un poder económico impresionante. Pero continúa siendo lo que era cuando su única actividad era la pesca: un país encerrado en el golfo Pérsico cuya única frontera terrestre es con Arabia Saudí, su gran enemigo de las últimas décadas.

Qatar importa el 90% de sus alimentos y al menos la mitad de ellos le llega por tierra desde su vecino saudí (aunque las autoridades qataríes dicen que no hay motivos para la alarma: afirman tener reservas de alimentos para doce meses). Sus conexiones aéreas con Dubai son fundamentales, porque esa ciudad de los Emiratos es el centro financiero del Golfo para el mundo de los negocios.

La ofensiva de Arabia Saudí y sus aliados contra Qatar tiene el carácter de una declaración de guerra, como mínimo desde el punto de vista económico. A diferencia de anteriores escaramuzas, la de ahora tiene aspecto de estar diseñada para llegar hasta el final. El objetivo de la monarquía saudí es someter a su vecino qatarí e impedir que tenga su propia política exterior y que cuestione la gran prioridad de Riad que no es otra que la de hacer frente a Irán hasta sus últimas consecuencias.

La última crisis tuvo un arranque que es poco plausible incluso para Oriente Medio. La agencia qatarí de prensa difundió el 23 de mayo la noticia de un discurso del jeque Tamim bin Hamad al-Thani, la máxima autoridad del país, en el que criticaba a Arabia Saudí por mostrarse tan favorable a Donald Trump y –esto es más importante– afirmaba que los países del Golfo debían mejorar sus relaciones con Irán, no aislarla. Esto último es una herejía política para los gobernantes saudíes, que han decidido desde la llegada al trono del rey Salmán elevar al máximo nivel su confrontación con Teherán.

Qatar alegó que la agencia había sido hackeada para propagar información falsa, pero sin pruebas irrefutables. Los acontecimientos posteriores parecen confirmar esa denuncia, pero hay otros hechos que hacen dudar sobre la veracidad de la noticia del discurso. Supuestamente, Al Thani pronunció esas palabras en una ceremonia militar de graduación. Después, se dijo que el jeque no había hecho ninguna intervención, pero el detalle más importante es que los monarcas del Golfo no suelen dar ese tipo de discursos. No suelen ser tan sinceros en actos institucionales de poco valor. Y mucho menos unos días después de la visita de Trump a Arabia Saudí en la que se reunió con los líderes del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), incluido el qatarí. No cuando Trump había dejado claro que estaba encantado con su relación con los saudíes, que le habían premiado con un inmenso contrato de compra de armas. No cuando Trump había reiterado su enemistad hacia Irán.

Las autoridades de Qatar están acostumbradas a jugar a varias bandas al mismo tiempo. Son aliados de Riad en el CCG e incluso aceptaron a regañadientes enviar algunas tropas a la guerra de Yemen, promovida por los saudíes. Al mismo tiempo, intentan contar con una relación menos hostil con Irán, a pesar de que también han financiado con inmensas cantidades de dinero a varios grupos insurgentes sirios que combaten contra el Gobierno sirio y su aliado iraní. No desmontas toda esa política de engaños y medias verdades con un discurso en público y luego lo difundes en tu agencia oficial de noticias.

La prensa saudí, junto a otros medios del extranjero financiados con dinero saudí, despreciaron el desmentido de Qatar sobre el discurso y lo dieron por cierto. Además, acusó el 25 de mayo al ministro qatarí de Exteriores de haberse reunido en secreto en Irak con el general iraní Qasem Suleimani, el gran responsable de todas las fuerzas militares iraníes que combaten en Irak y Siria. El objetivo de la cita, decían, era conspirar contra los intereses norteamericanos y saudíes en la zona (a pesar de que Irán y Qatar pelean en bandos diferentes en la guerra siria).

El 28 de mayo, los 200 miembros masculinos de la familia Al-Shaykh, descendientes de Muhamad Ibn Abd al-Wahab –el padre fundador de la corriente whahabí que es, por así decirlo, la religión oficial del país–, difundieron un comunicado para negar que la familia real qatarí sea descendiente de su antepasado. En un intento de negarles la única legitimidad religiosa que importa en Arabia Saudí, exigieron que Qatar quite el nombre de Al-Whahab de una de las principales mezquitas de la capital.

Demasiadas coincidencias. Cualquiera diría que alguien estaba preparando el camino.

Aún quedaba un hackeo más por anotar que de una forma u otra es parte de esta historia. Se trata del hackeo de la cuenta de email del embajador de los Emiratos en EEUU –conocido el 3 de junio– y su correspondencia con un think tank proisraelí financiado por Sheldon Adelson. Las comunicaciones versaban sobre Irán, en concreto sobre empresas que hacen negocios con los países del Golfo y que ahora pretenden entablarlos también con Irán. El think tank aportaba esos nombres para que saudíes y emiratíes se ocuparan de presionar a las compañías para quitarles esa idea de la cabeza. También se planteaban futuras reuniones para «detener y derrotar la agresión iraní». Israel y los Emiratos no tienen relaciones diplomáticas, pero sí cuentan con un enemigo común, Irán.

Para terminar de confundirlo todo, el hackeo parecía proceder de un grupo relacionado con los responsables de los DCLeaks. Los medios norteamericanos relacionan a este grupo con las autoridades rusas. Eso puede ser una pista o lo contrario, un intento de sembrar pistas falsas para confundir sobre el origen del hackeo.

A partir de ahí, se produjo el 5 de junio el inicio de la ofensiva saudí contra Qatar. Los medios de la zona anunciaron unas medidas que en la práctica se acercaban peligrosamente a la idea de un bloqueo naval a un país condicionado por su geografía. La acusación era por promover el terrorismo, apoyar a las milicias huzíes en Yemen e intentar subvertir la seguridad saudí por su supuesto apoyo a «grupos terroristas apoyados por Irán» en la provincia saudí de Qatif, habitada por chiíes, y en Bahréin.

Muy oportunamente, apareció en el Financial Times un artículo datado en Beirut, que informaba del pago por Qatar de mil millones de dólares para liberar de un secuestro a un grupo de miembros de la familia real qatarí que habían tenido la peregrina idea de montar un viaje de caza con halcones a Irak. Que se había pagado un rescate millonario era conocido. Que el acuerdo se había conseguido con la intervención iraní, también. Lo que el artículo contaba además es que también se pagó a grupos yihadistas sirios vinculados a Al Qaeda y que los iraníes se habían llevado unos 400 millones.

Yihadistas, Al Qaeda e Irán, todos ellos en la misma noticia, que cuenta con una base muy real–el pago de un rescate– en el mejor momento posible para los saudíes.

El último factor que apareció en escena es el más imprevisible, Donald Trump, evidentemente, y es posible que estuviera en la historia desde el inicio. Si hay que creer sus tuits, en realidad todo empezó gracias a él.

Trump nunca quiere que deduzcamos sus intenciones. Le gusta dejar las cosas claras. Con un tuit no vale.

Su visita había sido un éxito, el mérito era suyo, las pruebas contra Qatar eran sólidas y quizá estemos ante el «principio del fin del horror del terrorismo». Y todo ello con un solo viaje. Supera eso, Kissinger.

Ese fue el momento en que en el Pentágono empezaron a sudar, porque en Qatar hay una base aérea norteamericana con 10.000 uniformados que es un punto fundamental en el despliegue militar y logístico de EEUU en Irak, Siria y Afganistán. Es la base avanzada del Mando Central, con sede en Florida, y tiene bajo su responsabilidad Oriente Medio y Asia Central.

El portavoz del Pentágono se apresuró a elogiar en público la ayuda que presta Qatar, pero se quedó sin palabras cuando le preguntaron por los tuits de Trump: «No puedo ayudarle en eso». En definitiva, el presidente suscribe en público las acusaciones a Qatar de que es un centro promotor del terrorismo y el Pentágono agradece a Qatar su ayuda en la lucha contra el terrorismo.

A pesar de su vulnerabilidad económica, Qatar no puede simplemente rendirse o presentar vagas promesas de no interferir en los asuntos internos de otros países del Golfo, que es la forma en que se solucionaron anteriores crisis. Ya se dice que una de las principales condiciones que pone Riad es el cierre o completa neutralización de Al Jazeera. La cadena fue en los 90 la gran alternativa a los monopolios informativos gubernamentales de Oriente Medio. Ahora es sobre todo el brazo mediático del Gobierno de Qatar y sus coberturas están condicionadas por los intereses de la política exterior del país.

Es un recurso propagandístico al que Qatar no querrá renunciar. No le exigen sólo eso. También cortar todas las relaciones con los Hermanos Musulmanes y Hamás, ya que los saudíes han decidido que los primeros son su gran rival religioso en la región entre los suníes. En definitiva, renunciar a una política exterior propia y someterse a los designios de Riad.

El problema de Qatar es que estamos ante otro ejemplo de la decisión del rey saudí y de su hijo, Mohamed bin Salmán –ministro de Defensa y responsable de toda la política económica– de llevar la guerra contra Irán a todos los frentes. Ahí, Riad no tolera neutrales ni posiciones equidistantes, y cree tener todo el apoyo de Trump.

«Si los saudíes quieren tomar una iniciativa militar, nos han dicho que los norteamericanos no interferirán. Para ellos, es un asunto interno del Golfo», dice un empresario qataría citado por el FT. Si eso es así, los saudíes no podrían haber recibido mejor regalo a cambio de su promesa de comprar armamento de EEUU por valor de miles de millones de dólares. Para Trump, lo importante son los negocios.

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