Rajoy explica al pequeño ‘padawan’ lo dura que es la realidad

Pablo Casado le echó valor al invitar a Mariano Rajoy a dar la primera intervención en la convención del Partido Popular que se celebra esta semana. En primer lugar, la invitación pasó de inimaginable a posible cuando el juez García Castellón decidió exonerar al expresidente de responsabilidades en la investigación judicial de la Operación Kitchen (la decisión está pendiente de recurso en la Audiencia Nacional). Al saberse hasta qué punto estaba metido el Ministerio del Interior de su Gobierno en presuntas prácticas corruptas para beneficiar al PP, la actual dirección de Casado se desmarcó de Rajoy a una velocidad de vértigo. Después, el gran favor que llegó del magistrado, además de un alivio, abrió la posibilidad de invitarlo y dar esa imagen de gran unidad en el partido que es la prioridad en las convenciones del PP.

Los congresos del partido son una molestia que hay que aplazar todo lo que se pueda. Las convenciones se montan a mayor gloria del líder y Casado necesita la cita de esta semana.

La parte que entrañaba un cierto riesgo ahora con Rajoy es que se trataba de hablar de política económica. Nunca se sabe por dónde va a salir el gallego. Es conocido que la forma en que Rajoy contempla la política y hasta la vida –lo importante es no complicarse la existencia y huir de «los líos»– choca con el espíritu hiperactivo y obsesivo de Casado y su idea de que él tiene soluciones para todo y además son muy fáciles de llevar a cabo. Así que el abuelo tenía la ocasión de dar algunas lecciones al nieto. Chaval, no creas que todo esto consiste en llegar y besar el santo, aunque sea Santiago. Sigue leyendo

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El PP se pone nervioso si le hablan del franquismo, pero con la URSS no tiene tantos problemas

En el Congreso de los Diputados se habla mucho de historia, habitualmente para esgrimirla como un garrote para atizar al adversario en la cabeza. No suele ser un debate muy sutil y no siempre se cita a los historiadores. Con vistas a avergonzar al rival, hasta se le puede hacer responsable de hechos terribles ocurridos hace décadas en países muy lejanos. Culpable por asociación es un tipo de imputación recurrente, y claro está que el acusador es el que decide hasta dónde llega la asociación, que termina siendo un concepto tan maleable como la plastilina. Lo que prima luego es el ‘whataboutism’, responder con un ‘y qué hay de esto otro’ para seguir enredando la madeja. Al final, es habitual que todo acabe con Vox reivindicando algún elemento del franquismo.

La Comisión Constitucional del Congreso celebró el jueves un debate sobre dos proposiciones no de ley (PNL) que tenían que ver con la memoria histórica. El Partido Popular quería que todos los grupos condenaran «la apología del comunismo». Si ustedes leían periódicos a finales de los ochenta, sabrán que el comunismo como ideología de gobierno desapareció en Europa con el fin de la Unión Soviética. Existen todavía partidos comunistas, pero ni van a alcanzar el poder y si están en un Gobierno, como el caso de España, no es para aplicar una política similar a la Europa del Este de entonces. En ese caso, nos habríamos enterado.

Sin embargo, para el PP estamos ante un problema acuciante. «En España tenemos un grave problema de apología del comunismo», dijo Edurne Uriarte. Después de escuchar esto, habrá quien piense que Lenin es el personaje favorito de los españoles o que el PCE ganará en solitario las próximas elecciones e impondrá su programa político. Aparecerán los soviets, como dijo Esperanza Aguirre que pasaría si Manuela Carmena ganaba las elecciones de Madrid. Lo único que llegó fue Madrid Central y la Operación Chamartín. Sigue leyendo

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La Britney Spears de Chamberí defenderá el español hasta la última gota de tu sangre

Britney Spears tiene nuevo disco para la escena musical madrileña. El viernes era el gran día de estreno de la Oficina del Español, ese organismo misterioso que hubo que poner en marcha con premura para que Toni Cantó pudiera tener un empleo con un salario de 75.000 euros anuales, ya que se había quedado sin puesto en la candidatura de las elecciones madrileñas. Se lanzó en plan aquí te pillo, aquí te mato, y era necesario darle algo de contenido. Algo de lo que sea, no fuera que la gente pensara que se trata exactamente de un chiringuito, que es como lo llamó Cantó en un exceso de sinceridad. Britney no tiene miedo a las críticas y decidió presentarlo ella misma. Y que rabien los que no la quieren. Oops! I did it again.

Por Britney Spears, hay que leer Isabel Díaz Ayuso. Esta semana, dio una charla en una universidad privada madrileña (precio anual de los estudios de Comunicación Audiovisual: 7.800 euros). Muchos estudiantes de derechas se agolparon en la entrada para recibirla como a una estrella del pop adolescente. Acostumbrada a ser vitoreada en bares y restaurantes, es difícil impresionarla. El espectáculo le llegó muy dentro: «Estoy un poco emocionada porque ha sido una entrada como Britney Spears, se ha liado una aquí en la puerta…», dijo después. Y si ella es Britney, Pablo Casado no pasa de ser un Justin Timberlake venido a menos.

No es buena época para compararse con Britney. Algunos insinuarán que Miguel Ángel Rodríguez es el tutor legal de Díaz Ayuso, en este caso sin disputas de por medio en los tribunales. Eso es lo que piensa a veces Teodoro García Egea. Sigue leyendo

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El camarada García Egea salta a las trincheras con la bandera roja en la mano

¿Quién representa a los trabajadores? ¿Quién defiende sus derechos? Esta pregunta que ha absorbido a la izquierda desde la segunda parte del siglo XIX ya tiene una respuesta clara para el Partido Popular: lo que digan las minúsculas organizaciones marxistas-leninistas que califican al PSOE y a Unidas Podemos de lacayos del capitalismo. No es una idea que haya salido de los locos debates tuiteros, sino del Congreso de los Diputados, nada menos. Se escuchó en la intervención del secretario general del PP en la sesión de control del miércoles. Teodoro García Egea llegó al hemiciclo con lo que pensó que era una carta ganadora para atacar a Yolanda Díaz.

García Egea lo traía escrito: «¿Dónde ha quedado la lucha de los trabajadores? No lo digo yo. Se lo dijo ayer un trabajador cabreado. Los trabajadores estamos peor que con el Partido Popular. No lo digo yo. Se lo dijo ayer un compañero de partido. ¿No le da vergüenza reírse en la cara de los trabajadores? No lo digo yo. Se lo dijo un trabajador cabreado con su gestión».

El «trabajador cabreado» formaba parte de un escrache de Frente Obrero en Valencia contra Díaz, que también ha hecho actos similares contra Pablo Iglesias, Irene Montero o Mónica Oltra. En sus carteles, ha denominado a la vicepresidenta «ministra del paro y de la explotación». El Frente Obrero se autodefine como «el único movimiento político que representa a los trabajadores en nuestro país», exige el derrocamiento de la monarquía, la depuración de las fuerzas de seguridad y la salida de la UE por ser «un bloque imperialista». También se opone al «feminismo posmoderno» y la ley de derechos trans. En su cuenta de Twitter, retuiteó la noticia del escrache publicada por ABC y OK Diario.

A García Egea se le notaba muy satisfecho con sus nuevos ‘compañeros de viaje’. La derecha de Murcia aliada con los comunistas de la línea dura. Ya lo hemos visto todo y lo que nos queda por ver. Sigue leyendo

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Chiquilicuatres, niñatos, novatos y otras especies exóticas en la dirección del PP

Puedes pensar lo que quieras sobre Esperanza Aguirre, pero la señora da espectáculo. Ella no necesita argumentarios ni mensajes de la dirección nacional de su partido. Cuando quiere hacerse notar, coge la granada de mano, suelta la anilla y la lanza al escenario. Hubo un tiempo en que ponía cara de inocente mientras los demás se palpaban el cuerpo a ver si conservaban todas sus extremidades. Como en la viñeta de Manel Fontdevila de 2009, ella seguía impoluta en mitad de un mar de barro. Más tarde, la suerte se le acabó cuando sus dos colaboradores más cercanos –Ignacio González y Francisco Granados– terminaron en prisión. A partir de entonces, cada vez que abre la boca, en la sede de Génova tienen que aumentar la dosis habitual de antidepresivos. Ya no se dedica a la política, sino a la demolición con explosivos.

Alentada casi con total seguridad por Isabel Díaz Ayuso y Miguel Ángel Rodríguez, o al menos con su visto bueno, Aguirre dio una entrevista a El Mundo para anunciar que la presidenta madrileña debe presidir también el Partido Popular en Madrid, que es precisamente lo que Génova quiere impedir. Dado que Aguirre es como es, no podía limitarse a elogiar a Díaz Ayuso, sino que el personaje que ha creado después de tantos años le reclamaba despreciar a los que no opinan igual en su partido, porque entre todos no hacen un solo cerebro.

Al alcalde José Luis Martínez-Almeida, al que Génova promociona como un posible candidato frente a Ayuso, lo trató de tonto útil: «Lo que él dice es que los de Génova le están empujando». Es decir, que lo están utilizando para que la presidenta de Madrid no concentre todo el poder. Tal y como lo describe Aguirre, no parece que tenga muchas luces, teniendo en cuenta que Génova no es la única que le mangonea. «En el sector de Almeida hay algunos niñatos encabezados por un chico de cuyo nombre no quiero acordarme», dijo Aguirre, quizá refiriéndose a Ángel Carromero. Si Almeida se deja influir por un asesor como Carromero, lo mejor es que se apriete más fuerte el cinturón de seguridad o que se tire del coche. En términos políticos, claro. Sigue leyendo

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‘The Falling Man’: por qué algunas fotos duelen más que otras

Richard Drew es el autor de una de las fotografías más conocidas del 11S, una que muchos periódicos en EEUU se negaron a publicar. Es la imagen de la caída de un hombre al vacío después de lanzarse desde una de las dos torres del World Trade Center. No se sabe quién fue ni por qué se tiró. Quizá pensó que su final estaba cerca, quizá estaba en una planta que estaba siendo devorada por las llamas. Su identidad anónima le daba un cierto carácter simbólico. Representaba de alguna manera las 2.606 personas que fallecieron ese día en Nueva York. Provocaba un escalofrío en los lectores: algo así podría haberles pasado a ellos.

El fotógrafo tenía una amplísima experiencia. Había estado a pocos metros de Bobby Kennedy cuando fue asesinado en 1968. Tan cerca que su sangre le salpicó en la chaqueta. Sus fotos se publicaron en todos los medios. En un libro editado por la agencia AP, Drew explica la diferente percepción de ambas imágenes.

«Un editor que rechazó mi foto dijo: ‘Los americanos no quieren ver fotos de muerte o de gente muriendo mientras toman los cereales del desayuno’. No estoy de acuerdo. Creo que no tienen problemas con eso mientras las víctimas no sean americanas.

Durante la guerra de Vietnam, mi amigo y colega Nik Ut tomó la fotografía de la chica herida por un bombardeo con napalm. La imagen se convirtió de inmediato en un símbolo y ganó el premio Pulitzer. Pero nadie en EEUU estaba preocupado por que le fueran a bombardear con napalm. La foto evocaba simpatía, no empatía.

En la foto del World Trade Center, la cuestión es la identificación personal. Pensábamos que conocíamos a Bobby Kennedy, pero no nos identificábamos con él. No éramos los hijos ricos de una dinastía política ni candidatos presidenciales. Éramos sólo gente corriente que teníamos que ir a trabajar, a menudo en edificios altos de oficinas».

La foto del hombre cayendo apareció al día siguiente en la página 7 de The New York Times.

Tom Junod escribió un largo artículo sobre esa imagen y lo que creía que había detrás de ella: ‘The Falling Man’. En una entrevista reciente, explica cómo enfocó el reportaje.

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La nostalgia de Aznar por las guerras de George Bush

No hay guerra a la que José María Aznar no se quiera apuntar. Por guerra, entiende cualquier intervención militar que sirva para reforzar la hegemonía de Estados Unidos en el planeta con independencia del precio que deban pagar los habitantes de esa zona del mundo. Todo lo demás, incluida la diplomacia, es accesorio. Su mundo quedó congelado el 11 de septiembre de 2001. Desde que la opinión pública de EEUU comenzara a evolucionar contra la presencia permanente en Irak y Afganistán y después los gobiernos de Trump y Biden soltaran amarras en el segundo país, Aznar se ha quedado bastante solo en una esquina mientras añora los tiempos en que George Bush le informaba puntualmente de la marcha de la invasión de Irak.

Con ocasión del 20º aniversario de los atentados del 11S, Aznar ha dado una amplia entrevista a ABC para dar rienda suelta a su decepción y amargura por lo que ha ocurrido en los últimos años, y en especial por la retirada norteamericana de Afganistán y la victoria de los talibanes. Su amada OTAN ha perdido relevancia por el repliegue de EEUU, que con distintos presidentes ha ido abandonando las guerras interminables («endless wars») que se iniciaron en 2001. Tres presidentes muy distintos –Obama, Trump y Biden– han tomado decisiones que desagradan a Aznar.

«Los líderes débiles no suelen tener visiones estratégicas y cuando se pierde la visión estratégica se cae en las políticas débiles. Al final, la debilidad es provocativa. Esa guerra (de Afganistán) se ganó y, de pronto, al cabo de un tiempo, quien gana la guerra decide rendirse y hacerlo de la manera más humillante posible», dice en la entrevista. En su opinión, los «líderes débiles» son los que creen que las guerras deben tener un comienzo y un final.

Para el expresidente, esta decadencia hay que analizarla en términos casi antropológicos. Los ciudadanos occidentales se han convertido en unos blandos, porque ya no quieren imponer su visión al mundo a golpe de campañas militares. En su último libro, citó a Francis Fukuyama para referirse a las «personas poshistóricas», las que «no están dispuestas a hacer sacrificios» y «carecen de coraje». Cómo echa de menos la Guerra Fría.

Está tan convencido de que el liderazgo de EEUU es incuestionable y que a los europeos se les debe reservar el papel de socios sumisos de Washington que desdeña los esfuerzos de Europa por tener su propia política de defensa: «¿Van a crear un ejército europeo? No me haga usted reír, o mejor digo llorar». Sostiene que no se puede tomar en serio en este asunto a los países europeos mientras no aumenten su gasto militar.

Aznar siente también nostalgia de su amistad con George Bush. En la entrevista, recuerda sus comunicaciones con el entonces presidente de EEUU. Siempre dispuesto a menospreciar a los líderes europeos que no pensaban como él, recuerda que respondió a la invitación de Bush en septiembre de 2001 para que visitara Washington diciéndole que lo haría más adelante, después de que se produjera «una carrera» entre los gobernantes ansiosos por mostrar su apoyo a los norteamericanos. «Yo no iba a formar parte del espectáculo de las solidaridades que a la hora de las decisiones se desvanecen», dice.

Cuando se sumó a las decisiones de Bush, lo hizo hasta el final. En sus memorias, escribió que «la Cumbre de las Azores marcó el punto más alto de la relevancia internacional de España». En realidad, está pensando en la suya.

Aznar podría haber hecho alguna mención en la entrevista al atentado del 11M en 2004 para destacar que ningún país está libre del terrorismo yihadista. Evidentemente, el autor de la frase que decía que «los que idearon el 11M no están ni en desiertos remotos ni en montañas lejanas» no iba a llegar tan lejos, porque nunca ha abandonado la teoría de la conspiración que el PP y sus aliados periodísticos defendieron durante años.

Hablando de estrategias de desinformación, el informe de la Comisión Chilcot sobre la participación británica en la invasión y ocupación de Irak recuperó las actas escritas sobre la reunión que mantuvieron Aznar y Tony Blair en Madrid el 27 y 28 de febrero de 2003, tres semanas antes del comienzo de la guerra. Preocupados por la repercusión en sus países, acordaron poner en marcha una estrategia de comunicación con la que demostrar que «estaban haciendo todo lo posible para evitar la guerra». Se trataba de envolver los hechos con un manto de propaganda. Blair necesitaba intentar negociar una segunda resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que le permitiera argumentar que se había esforzado en impedir la guerra. Era una cuestión de guardar las apariencias, porque Bush ya había tomado la decisión de invadir y Aznar le apoyaba por completo.

Cree saber con total seguridad que la retirada de Afganistán no era inevitable. Afirma que «con 2.000 hombres y apoyo aéreo suficiente, los talibanes no se habrían adueñado de Afganistán». Quizá no de inmediato, pero prefiere ignorar que EEUU contaba al comienzo de la Administración de Biden sólo con 2.500 militares en ese país por las negociaciones de Qatar. Con el acuerdo de Doha firmado en febrero de 2020, EEUU se comprometía a iniciar la retirada de sus soldados, que eran entonces unos 13.000. Biden no podía quedarse a medias y debía elegir entre retirar a todos sus soldados o proceder a otra escalada, y él ya se había opuesto a una medida similar en 2009 cuando era el vicepresidente de Obama. Consideraba entonces y ahora que EEUU había cumplido sus objetivos y no podía mantener de forma eterna la presencia militar en Afganistán.

«Lo que interesa es contar la historia y no malear los hechos», dice. Con esta entrevista, confirma que sólo le interesan los hechos que se ajustan a sus opiniones, aunque haya que retorcerlos al máximo.

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Talibanes alojados en el lujo de la mansión de Dostum

La mayoría de los talibanes que entraron en Kabul nunca había visto la capital de Afganistán. En los últimos veinte años, la ciudad ha pasado de tener un millón de habitantes a superar los cinco millones. Ese contraste cobra un carácter especial para los 150 que están residiendo estos días en la mansión del mariscal Abdul Rashid Dostum, el caudillo de la etnia uzbeka que fue vicepresidente durante un tiempo y desde siempre uno de los históricos señores de la guerra que nunca dejaron de controlar la política de su país desde sus baluartes regionales. Un equipo del NYT ha tenido una visita guiada en el interior de una residencia que es posible que Dostum utilizara en contadas ocasiones.

Por cierto, son los mismos talibanes que cada día salen a patrullar las calles de Kabul y protagonizan estas imágenes (foto de Reuters) cuando se encuentran ante una manifestación.

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Denunciar la homofobia no es tan importante como defender el honor de Madrid

Cada vez que se produce una agresión homófoba, el PP de Madrid echa la culpa de la conmoción social a quienes la denuncian y la achacan a un clima político que niega los derechos LGTBI. Después del asesinato del joven Samuel en A Coruña, Isabel Díaz Ayuso criticó «la inversión de la carga de la prueba» de la que supuestamente eran responsables los que lo calificaron de crimen homófobo. En la locura de pretender marcar distancias con la izquierda, casi parecía que estaba defendiendo a los detenidos por el asesinato. Ahora, tras la denuncia de una paliza sufrida por un joven gay en Madrid conocida a finales de la semana pasada, el alcalde ha encontrado otra vía de escape para que su electorado sepa qué es importante en este caso. «La izquierda quiere ensuciar el nombre de Madrid con fines políticos», dijo José Luis Martínez-Almeida el miércoles. Una vez más, la guerra santa en defensa de Madrid es más importante que cualquier otro asunto, aunque se tratara de una cobarde agresión en la calle, como se creía en ese momento.

No fue una salida a la carrera para librarse de las preguntas de los periodistas. Formaba parte de una estrategia definida, como se vio horas más tarde con la reacción del portavoz del Gobierno madrileño. Enrique Ossorio acusó a Unidas Podemos y Más Madrid de ser responsables del «discurso de odio, de enfrentamiento de los españoles» desde su llegada a las instituciones. Así que los que denuncian los delitos de odio contra los LGTBI son responsables de que se peguen palizas a esas personas. Como si el odio fuera una costumbre genérica que arraiga en la sociedad y no una agresión directa a personas muy concretas por el hecho de ser distintas a la mayoría.

A estas alturas, parece imposible que algunos políticos entiendan que los delitos de odio se cometen contra personas especialmente vulnerables por el hecho de serlo, habitualmente las que pertenecen a minorías. Si insultas a un político del PSOE, PP o Podemos, quizá seas responsable de un delito de injurias, pero no de un delito de odio. Lo mismo para policías, jueces, periodistas y cualquier otra profesión. Ni siquiera hay que haber estudiado Derecho para saberlo. Sigue leyendo

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Por qué los talibanes han formado un Gobierno controlado exclusivamente por su núcleo duro

Los talibanes ganaron la guerra y el Gobierno que han anunciado ese martes responde estrictamente a esa realidad. No se han cumplido las promesas de que se iba a intentar formar un Gobierno «inclusivo». Por tal se entendía a un Gabinete que incluyera figuras no talibanes y representantes de los otros grupos étnicos de Afganistán. Treinta de los 33 ministros son pastunes.

Ninguno de sus integrantes es mujer. No es una sorpresa, pero confirma que las mujeres pasan a ser ciudadanas de segunda clase. Los fundamentalistas pastunes no aceptan que ellas tengan otro papel que el tradicional que se asigna a una mujer en el medio rural del que proceden la mayoría de los nuevos dirigentes del país.

El hecho de que se haya permitido, al menos en Kabul, que las jóvenes sigan asistiendo a la universidad –pero en aulas en las que una cortina separa a hombres de mujeres– es un cambio significativo con respecto a lo que ocurrió en el Gobierno talibán de los noventa. Eso no quiere decir que se vaya a respetar su derecho a ocupar puestos relevantes en la sociedad.

Los antes insurgentes y ahora gobernantes saben muy bien que una de las razones por las que aguantaron durante veinte años es que mantuvieron su unidad, una característica poco habitual entre los grupos que han gobernado el país desde principios de los ochenta. Esa fue la razón de que mantuvieran en secreto durante dos años la muerte por causas naturales del mulá Omar en 2013, su líder indiscutible en su primera etapa de Gobierno. Las distintas facciones que formaban la cúpula talibán lograron finalmente alcanzar el consenso necesario para elegir a su sustituto, Akhtar Mansour, que murió tres años después en un ataque aéreo norteamericano.

El siguiente nombramiento del líder supremo del movimiento fue el de Hibatullah Akundzada, uno de los primeros fundadores de los talibanes en 1994. Siempre estuvo dedicado a funciones religiosas, no militares. Akundzada es ahora emir de Afganistán, la máxima autoridad religiosa y política del país, por encima del Gobierno.

El alto número de ministros (33) revela la intención de complacer a todos los sectores y clanes que estaban representados en la dirección talibán, incluidos a aquellos que dirigían la guerra sobre el terreno. Sobre todos ellos destaca el nuevo ministro de Interior, Sirajuddin Haqqani, el jefe del clan de los Haqqani, del que los servicios de inteligencia occidentales siempre han destacado sus relaciones directas con Al Qaeda y el ISI (los servicios de inteligencia de Pakistán).

El FBI aún busca a Haqqani por su relación con un atentado que mató a un ciudadano norteamericano. Ofrece por él una recompensa de cinco millones de dólares. Muchos afganos –además del anterior Gobierno– acusan a Haqqani de haber sido el responsable de las campañas de atentados suicidas contra la población civil en Kabul a lo largo de la guerra.

La cartera de Interior permitirá a Haqqani controlar a los gobernadores provinciales.

El otro personaje importante del Gabinete es el ministro de Defensa, Mohamad Yaqub. Es el hijo mayor del mulá Omar. Tanto Yaqub como Haqqani dirigían las operaciones militares en la guerra y sólo respondían ante Hibatullah Akundzada. Yaqub es bastante joven y supera por poco los 30 años, lo que en su momento impidió que fuera elegido como sucesor de su padre.

Como jefe del Gobierno, ha sido elegido Hassan Akhund. Su proximidad desde los orígenes del movimiento al mulá Omar es una de las razones de su presencia permanente en la cúpula del grupo desde 2001. Antes había sido vicegobernador de Kandahar y ministro de Exteriores. En el Gabinete, su segundo será Abdul Ghani Baradar, del que los medios occidentales dijeron hace unas semanas que sería quien lo encabezara.

Pasó ocho años en una prisión paquistaní hasta que la Administración de Donald Trump pidió a Islamabad que lo pusiera en libertad para que pudiera participar en las negociaciones de Qatar. Es posible que los talibanes pensaran que, para no perjudicar las relaciones con su vecino, era más conveniente colocar a Akhund al frente del Gobierno. Akhund está en la lista de dirigentes talibanes objeto de sanciones por la ONU.

A pesar de la terrible situación económica del país, que sólo ha sobrevivido hasta ahora por la ayuda internacional, se ha elegido ministro de Economía a una persona sin conocimientos de la materia. Din Mohammad Hanif se ocupará de la cartera, aunque sólo cuenta con estudios religiosos. Formaba parte del equipo negociador talibán en Qatar con EEUU. Aunque es de origen tayiko, ha estado con los talibanes desde su fundación. Se alistó en sus filas cuando era un joven estudiante de un centro religioso.

Es sin duda un Gobierno formado por el núcleo duro de los talibanes sin concesiones a Occidente. La duda ahora es si eso será un obstáculo para la posible reanudación de la ayuda, aunque sólo sea por razones interesadas de cara al peligro de que un hundimiento económico aun mayor provoque un éxodo masivo fuera del país. La Administración de Biden ha dicho que no cortará la ayuda estrictamente humanitaria. Nunca ha dicho que vaya a entregar los 9.000 millones de dólares de las reservas afganas que están bloqueados en la Reserva Federal de EEUU ni de los créditos del Banco Mundial que no continuarán sin el permiso expreso de Washington.

Los talibanes han invitado a la ceremonia de toma de posesión del Gobierno a representantes de China, Rusia, Pakistán, Turquía, Irán y Qatar. Países como Turquía e Irán no estarán nada contentos sobre la ausencia de figuras destacadas de las comunidades uzbeka y tayika en el Gabinete. En cualquier caso, esa es la apuesta de los nuevos gobernantes afganos para evitar el aislamiento que sufrieron entre 1996 y 2001.

Foto: Hibatullah Akundzada, líder supremo de Afganistán y de los talibanes.

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