No se está tan mal en Australia

En Australia hay muchas especies de animales que pueden ser letales para los seres humanos. Pero, como cantan en este vídeo, no tienen AR-15 y otras armas ni la NRA ni matanzas en colegios o centros comerciales.

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Washington sospecha que los saudíes secuestraron o asesinaron a Khashoggi

El senador republicano Bob Corker es una de las personas que han podido ver información de los servicios de inteligencia de EEUU sobre la desaparición del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul el 2 de octubre. No ha dado detalles, pero su veredicto permite llegar a la conclusión de que en Washington están realmente preocupados por lo que creen saber. Es decir, que es difícil que puedan mirar para otro lado, la alternativa más probable cuando se supo que Khashoggi no había abandonado el consulado.

Coker ha dicho que, por lo que ha visto, la versión que han dado las autoridades turcas es creíble y que habrá consecuencias significativas en relación a la venta de armas si se confirma que Khashoggi fue asesinado. Corker es presidente de la Comisión de Exteriores del Senado y no se presenta a la reelección en las elecciones de noviembre.

Eso no es lo que querían oír en la Casa Blanca, que mantuvo un silencio revelador durante los primeros días. Ha habido varias conversaciones telefónicas entre la Casa Blanca, incluido Trump, y el príncipe saudí Bin Salmán, sin cuya aprobación nunca se hubiera realizado una operación de estas características. Las explicaciones no han debido de ser muy convincentes, porque Trump parecía preocupado cuando los periodistas le preguntaron sobre este asunto el miércoles: «Es una mala situación. No podemos permitir que pasen estas cosas a los periodistas, a nadie. Nos enteraremos de quién lo hizo».

Una de las primeras cosas que reclamaron los senadores que se pusieron en contacto con el embajador saudí en EEUU fueron las imágenes de las cámaras de vídeo existentes dentro del consulado. Les dijeron que no existen, porque las cámaras sólo emiten imágenes en directo, pero no graban. Esa versión tan poco creíble sólo sirvió para aumentar sus sospechas.

Una decena de senadores de ambos partidos, entre los que está Corker han enviado una carta a Trump planteando que se impongan sanciones a las personas de Arabia Saudí responsables de la suerte de Khashoggi si ha sido torturado o asesinado. Se basan en la Ley Magnitsky, aprobada precisamente para casos como este.

Según The Washington Post, los servicios de inteligencia norteamericanos interceptaron comunicaciones de altos cargos saudíes que discutían un plan para capturar a Khashoggi. El periodista, exiliado en EEUU, se había presentado unos días antes en el consulado para recibir los documentos que certificaran el divorcio con su esposa saudí. Tenía pendiente volver allí para recibir los papeles que le faltaban.

Esas comunicaciones revelan que los saudíes querían secuestrar a Khashoggi para llevarlo por la fuerza a su país. No está claro si pretendían detenerlo e interrogarlo o si su idea era asesinarlo allí mismo.

Se sabe que dos aviones de una compañía privada de chárters que opera habitualmente para el Gobierno de Riad llegaron a Estambul el 2 de octubre. Uno de ellos, de madrugada y horas antes de que Khashoggi entrara en el consulado a la 1.14pm, como atestiguan imágenes de vídeo. El otro, mucho más tarde. Llevaban a 15 personas, de los que hay imágenes captadas en el aeropuerto y el hotel que utilizaron, cercano al consulado.

Unas dos horas después de la entrada de Khashoggi en el edificio, dos vehículos abandonaron el consulado y se dirigieron a la residencia del cónsul general saudí, situada a unos 500 metros, según revelan las cámaras de videovigilancia situadas en la calle.

Según medios turcos con fuentes en el Gobierno y los servicios de inteligencia, los empleados turcos de la residencia habían recibido la orden de abandonarla antes de la llegada de un coche y una furgoneta.

Los vehículos pasaron cuatro horas en la residencia diplomática. El segundo avión llegó a Estambul por la tarde, a las 5.15pm. Sólo pasó allí una hora y cuarto. Luego, volvió a despegar y abandonó Turquía. Voló a El Cairo y después a Riad. El primer avión partió por la noche, hizo una parada en otra localidad turca y luego aterrizó en Dubai, antes de regresar a la capital saudí.

El avión que pasó menos tiempo en Estambul es el sospechoso de haber trasladado al periodista, vivo o muerto.

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Un mensaje terrorífico de Bin Salmán a la oposición saudí

The Washington Post publicó el viernes un espacio en blanco en su sección de opinión bajo la firma de Jamal Khashoggi, colaborador habitual del periódico. El periodista saudí exiliado llevaba desaparecido desde su entrada en el consulado saudí de Estambul.

La investigación de la policía turca ha llegado a la conclusión de que Khashoggi fue asesinado por un grupo de personas que había llegado antes a Turquía para matarlo o secuestrarlo. Su cuerpo fue cortado en trozos y oculto en bolsas que fueron sacadas del país como parte de la valija diplomática.

El Gobierno saudí ha demostrado con este crimen hasta qué punto está dispuesto a eliminar cualquier voz crítica que cuestione al príncipe heredero Mohamed bin Salmán. Ni siquiera alguien refugiado en el extranjero y que perteneciera antes a la élite política, como era el caso de Khashoggi, podrá estar seguro.

Khashoggi entró en el consulado saudí para conseguir la documentación que le permitiera volver a casarse. Al abandonar su país, su esposa decidió divorciarse o fue obligada a hacerlo. El periodista pretendía contraer matrimonio con una mujer turca y necesitaba una copia de los papeles del divorcio. Su novia le esperaba frente al edificio. Nunca le vio salir.

La versión inicial saudí es que Khashoggi había dejado el consulado el mismo día en que entró. Es la misma explicación que dio MbS en una entrevista con Bloomberg: «Por lo que sé, entró y salió después de unos pocos minutos dentro o una hora. No estoy seguro. Estamos investigando a través del Ministerio de Exteriores para saber exactamente qué ocurrió».

Un periodista de Reuters fue invitado por el cónsul saudí para que comprobara que Khashoggi no estaba ya en el edificio.

La primera hipótesis es que el periodista había sido secuestrado y sacado del país en secreto. El desenlace fue mucho peor. Medios turcos y extranjeros citan fuentes anónimas que conocen la investigación y que revelaron sus conclusiones. Khashoggi fue probablemente torturado y después asesinado. Sus restos fueron cortados en pedazos para ser extraídos del país.

Las autoridades no tiene pruebas exactas de lo que ocurrió en el interior del consulado. Por las cámaras que rodean el edificio, saben que Khashoggi nunca llegó a abandonarlo. Las imágenes muestran a un coche negro que sale del consulado y en el que podrían haber trasladado su cadáver.

Según la agencia turca Anadolu, quince saudíes, entre los que había diplomáticos, habían llegado a Turquía en dos aviones. Se encontraban en el consulado cuando se produjeron los hechos y abandonaron el país tras el asesinato.

El asesinato de Khashoggi es un mensaje de Bin Salmán a todas aquellas personas cercanas a los círculos de poder saudíes y la familia real para advertirles lo que hará con aquellos que se atrevan a cuestionar su poder, incluso si se refugian en el extranjero. El periodista había sido durante muchos años una persona cercana al Gobierno para el que había servido como director de dos periódicos y asesor de un embajador saudí en Estados Unidos. También había sido destituido en dos ocasiones como responsable del periódico Al Watan, la última en 2010, por publicar artículos críticos con el poder o las autoridades religiosas.

Las medidas tomadas por Bin Salmán al llegar al poder como príncipe heredero y futuro rey lo convirtieron en un crítico al régimen. Sus opiniones no eran muy radicales ni cuestionaban a la familia real, pero hicieron que el Gobierno le prohibiera escribir en medios saudíes o en Twitter. El desencadenante fue una columna en la que advertía de que el Gobierno no debía mostrar un apoyo completo a Donald Trump tras su victoria electoral.

Finalmente, decidió abandonar el país y refugiarse en el extranjero. Su influencia aumentó al empezar a publicar artículos de opinión en The Washington Post, en el que era un colaborador habitual.

En septiembre de 2017, publicó en ese periódico un artículo para explicar las razones de su huida con el título: «Arabia Saudí nunca ha sido tan represiva. Ahora es insoportable».

Marc Lynch no está muy equivocado. La estrecha relación de MbS con Donald Trump y su yerno, Jared Kushner, ha sido utilizada por el príncipe saudí como un aval tanto en el plano interno como en la cruel campaña de bombardeos sobre Yemen y la ofensiva contra Qatar. Al mismo tiempo que MbS se presentó ante los medios de comunicación y los empresarios norteamericanos más importantes como propulsor de las reformas económicas que necesita su país, aumentó la represión contra cualquier persona que pudiera representar una amenaza para su ascenso futuro al trono.

«Si esto es cierto, que los saudíes atrajeron a una persona residente en EEUU a su consulado para asesinarlo, debería representar un cambio fundamental en nuestra relación con Arabia Saudí», ha escrito un senador demócrata, Chris Murphy, en un pronunciamiento poco habitual entre políticos norteamericanos.

Es poco probable que Trump dé ese paso cuando ha secundado todas las iniciativas de MbS, incluidas las más temerarias, y a veces contra el criterio del Pentágono y del Departamento de Estado. Ha llegado a alardear de que el rey saudí no seguiría mucho tiempo en el poder sin la ayuda de EEUU.

Khashoggi sabía que el apoyo de Trump concedía vía libre a MbS para cualquier medida represiva. No pensó que hasta el punto de que él mismo fuera la víctima de un asesinato cometido en una delegación diplomática en el extranjero.

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El Gobierno se embarca en una batalla mediática que no puede ganar

Septiembre fue un mes muy duro para el Gobierno de Pedro Sánchez. Más tarde o más temprano, siempre empieza a llover sobre el Gabinete y el partido en el poder, y a quien le toca sacar el paraguas es al portavoz del Gobierno. Lo que también ocurre con frecuencia es que esa persona siente la tentación de criticar a los que le critican desde los medios de comunicación. Isabel Celaá ha decidido comenzar octubre con una estrategia que rara vez funciona.

En una entrevista en la Cadena SER este lunes, Celaá tuvo la oportunidad de matizar unas declaraciones anteriores de la vicepresidenta Carmen Calvo sobre la posibilidad de «regular» el trabajo de los medios de comunicación. Si bien es cierto que lo definió como una «reflexión», también se despachó a gusto contra las preguntas que recibe en las ruedas de prensa e inevitablemente sacó a relucir las «fake news».

«Estamos en un momento en que el término supuesto o supuestamente ha desaparecido», se quejó Celaá. «Me encuentro cada semana con preguntas que son de entrada condenatorias, cual si fueran sentencias de tribunales. Esto arrolla obviamente la libertad de expresión y toda presunción de inocencia. No podemos consentirlo».

Los políticos son muy exigentes con las preguntas que reciben. No tanto con sus respuestas si no quieren hablar de un tema. «¿En qué beneficia a los españoles que el rey tenga inviolabilidad?», preguntó en una rueda de prensa este diario a la portavoz del Gobierno. Celaá optó por no responder. Cuando otro periodista se lo recordó después, se limitó a decir: «Porque es el jefe de Estado». Y no había nada más que hablar. Seis palabras. Siguiente pregunta.

El inicio de la tempestad

El Gobierno tuvo dos meses relativamente tranquilos en verano. El PP estaba centrado en la sucesión de Mariano Rajoy. Albert Rivera se limitaba a reclamar elecciones anticipadas, una exigencia que pierde impacto cuando se repite cada día.

El 10 de septiembre se desató el diluvio con la información de eldiario.es que desvelaba que la ministra de Sanidad, Carmen Montón, había cursado un máster plagado de irregularidades. Al día siguiente se supo que sus notas habían sido manipuladas en un caso similar al de Cristina Cifuentes. Montón no sobrevivió como ministra a ese día.

A partir de ahí, no dejó de llover: venta de armas a Arabia Saudí (originada por la decisión de la ministra de Defensa, Margarita Robles, de suspender la entrega acordada por el anterior Gobierno), la tesis de Pedro Sánchez (que el presidente podía haber difundido hace mucho tiempo), las grabaciones de una antigua comida del comisario Villarejo –hoy encarcelado– en la que aparecía la ministra de Justicia y las dos casas de Pedro Duque puestas a nombre de una sociedad patrimonial. Esas dos últimas semanas de septiembre se hicieron larguísimas para el Gobierno.

Carmen Calvo con la administradora de RTVE, Rosa María Mateo, en la toma de posesión de esta última.

 

La vicepresidenta Calvo intentó la vía de la huida hacia adelante en los últimos días del mes. Planteó la necesidad de establecer una regulación: «Europa lidera el rumbo. Algunos países en nuestro contexto europeo están empezando a tomar decisiones de regulación, de intervenir. Se lo están planteando Francia, Alemania, Reino Unido o Italia. Están abandonando el famoso pretexto de que la mejor ley para regular la libertad de expresión y el derecho a la información es la que no existe. Debemos tomar decisiones que nos protejan», comentó Calvo.

Lo que pasa en Francia y Alemania

Fue una explicación confusa e interesada. Calvo no tiene muy buena información sobre Europa. Esos gobiernos no se están planteando nuevas leyes. Algunos ya las han puesto en marcha. Alemania aprobó una ley en febrero cuyo objetivo es perseguir delitos de odio y la propagación de noticias falsas en las redes sociales. El Parlamento francés votó en julio a favor de una ley pensada para la información «potencialmente manipuladora» en periodo electoral.

En ambos casos, las leyes francesa y alemana –no diseñadas de forma específica para los medios de comunicación y sí por ejemplo para las noticias que se propagan por internet, sobre todo si el origen está en el exterior– recibieron fuertes críticas por el riesgo de atentar contra la libertad de expresiónLe Monde dijo que el mayor problema reside en que ahora la gente está más dispuesta a creerse informaciones falsas o manipuladas. Ese tipo de leyes siempre tiene un coste político.

«No hablamos de ‘fake news’, porque es un término inventado y popularizado por el presidente norteamericano Donald Trump, en especial con la intención de desacreditar la información publicada por periodistas», dijo Bruno Studer, el diputado del partido de Macron que elaboró el proyecto de ley luego aprobado.

Fuentes de Moncloa ponen la intervención de Calvo en el contexto del acto que se produjo, unas jornadas periodísticas cuyo título era ¿Quién paga la mentira? ¿Es de pago la verdad? «Eran sólo reflexiones y en ningún caso se está trabajando en nada que tenga que ver con limitar la libertad de expresión», dicen esas fuentes.

Las palabras de Carmen Calvo tuvieron consecuencias. La prensa conservadora las recibió con alborozo, es decir, indignación. El ABC y El Mundo les dedicaron sus portadas del día después. Aunque la explicación de la vicepresidenta no era muy clara, los titulares eran categóricos sobre sus intenciones: «Calvo quiere limitar la libertad de expresión de los medios», tituló ABC en portada. «El Gobierno, acorralado, amenaza ahora con amordazar a la prensa», destacó El Mundo como principal noticia del día.

«No deja de darnos caña todo el mundo día sí y día también», dicen las fuentes de Moncloa.

La prensa ha perdido un millón de ejemplares diarios de difusión en la última década, en torno al 60%. Los políticos continúan comportándose como si sus portadas tuvieran el mismo impacto que hace diez años.

Los errores propios

En los casos que más daño han hecho a Sánchez y sus ministros, la responsabilidad sobre su impacto también alcanza al Gobierno. No fueron los medios quienes obligaron a Montón a hacer ese máster, ni los que suspendieron la venta de armas a Arabia Saudí y luego decidieron rectificar.

No fueron los periodistas, sino el ministro Borrell y la ministra Celaá los que ofrecieron la teoría falsa de que las bombas vendidas por España no iban a causar muertes civiles en Yemen porque se trata de «armamento de precisión». Arabia Saudí utiliza precisamente bombas guiadas por láser en sus ataques a la infraestructura civil de ese país y a otros objetivos en los que han muerto un alto número de civiles.

El origen de las grabaciones de Villarejo es un medio digital desconocido con una url cuyo dominio sólo se ha podido comprar con mucho dinero. Hay muchas cosas siniestras en esa historia, pero lo cierto es que la ministra Delgado no ha querido dar explicaciones –tiene pendiente una comparecencia en el Congreso el 10 de octubre–, excepto para decir que se trata de un intento de «chantaje al Estado» y para presumir de todo lo que ha hecho en el Ministerio de Justicia. Llegó a comentar que Villarejo fue condecorado «en varias ocasiones» por anteriores ministerios de Interior. Prefirió no decir que uno de ellos fue el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba en cuya época se concedió la condecoración que se celebró en la comida ahora conocida.

En cualquier país europeo, los contactos en el pasado de una ministra con un personaje ahora encarcelado serían considerados como un asunto de interés público. No sólo la existencia de esos contactos, sino su contenido. Sobre todo, si el Ministerio da varias versiones diferentes en cuestión de horas al surgir la noticia.

La tesis de Pedro Sánchez es un tema del que se había hablado con rumores durante años, porque su acceso estaba limitado a un ejemplar guardado en la universidad. Pero no era un secreto, porque un redactor de El Mundo ya la había leído y escrito sobre ella en 2015. ABC denunció que era un plagio, una grave acusación que es muy dudoso que pueda sostenerse.

La pertinencia de sacar a la luz pública la propiedad de dos casas de Pedro Duque y su esposa venía por unas declaraciones anteriores de Sánchez sobre la utilización de sociedades para pagar menos impuestos. La rueda de prensa que dio Duque para explicarse fue un prodigio de improvisación y contradicciones, que dejó sin responder la pregunta de cómo es posible que la sociedad propietaria de los inmuebles no haya contado con ingresos en sus tres últimos ejercicios cuando el ministro dijo que abonaba una cantidad mensual en concepto de autoalquiler.

En la SER, la portavoz del Gobierno hizo su propio resumen de la cobertura de estas noticias: «El periodismo es el principal interesado en utilizar noticias contrastadas. Esto ha desaparecido. Hay una especie de investigación de la vida personal de cada uno de los miembros del Gabinete». Revisar las cuentas de la sociedad patrimonial de Duque es una forma de contrastar una noticia que Celaá parece desconocer.

El acoso y sus precedentes

Isabel Celaá fue consejera de Educación en el Gobierno vasco que presidía Patxi López. Labró una fama de política que llegaba preparada al Parlamento y que se defendía ante la oposición con solvencia. En ruedas de prensa, no pasó por muchos problemas, aunque hay que apuntar que no hay ningún sitio en España en que los periodistas sean tan agresivos como en la capital, lo que por otro lado ocurre en la mayoría de países.

Ahora se encuentra en una situación muy diferente como portavoz de un Gobierno sin mayoría parlamentaria al que la oposición quiere debilitar para que se vea obligado a convocar elecciones en una situación desfavorable. En la última rueda de prensa de septiembre llegó a decir, por el asunto de las grabaciones de Villarejo, que estamos ante «una campaña de acoso al Gobierno incomparable en democracia».

En términos comparativos, los ministros de los gobiernos de Zapatero podrían recordar la teoría de la conspiración del 11M que negaba la autoría yihadista en los atentados –alentada por el PP en función de las circunstancias–, la campaña del PP contra la negociación con ETA, que incluyó la acusación de Rajoy al entonces presidente de que había traicionado a los muertos, y la célebre referencia de «romper España» a cuenta del Estatut de Catalunya, que se repetía como si fuera la banda sonora de una película.

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Donald Trump y la furia del hombre blanco

En los primeros días tras saberse que una mujer había acusado al juez Brett Kavanaugh –elegido por Trump para un puesto vitalicio en el Tribunal Supremo– de un intento de violación ocurrido en los años 80, el presidente de EEUU se mostró inusualmente reservado. Incluso aceptó que Christine Blasey Ford presentara su testimonio ante la Comisión de Justicia del Senado que se ocupaba del proceso de confirmación del nombramiento del juez.

Más pronto que tarde, Trump iba a dejar de contenerse. Tuvo después que permitir que el FBI llevara a cabo una investigación sobre los hechos, sólo durante una semana. Lo hizo obligado por tres senadores republicanos sin cuyos votos Kavanaugh no iba a ser confirmado por el pleno del Senado.

No se ha cumplido una semana, pero ya es suficiente para Trump. En un mitin, procedió a burlarse de Blasey, que es justo lo que los senadores republicanos habían intentado no hacer, o al menos no hacer de forma evidente. Mezcló la dificultad de recordar detalles de hace décadas con algunas mentiras de cosecha propia para describir a esa mujer como alguien de quien no te puedes fiar:

«¿Cómo llegó a la casa? No lo recuerdo. ¿Cómo llegó allí? No lo recuerdo. ¿Dónde está ese lugar? No lo recuerdo. ¿Hace cuántos años ocurrió? No lo sé. No lo sé. No lo sé. No lo sé. ¿Dónde está la casa? En el piso de arriba, en el de abajo. ¿Dónde estaba? No lo sé, pero me tomé una cerveza, es lo único que recuerdo. Y la vida de un hombre ha quedado hecha pedazos. La vida de un hombre está destrozada».

La mayoría de los republicanos había intentado un complicado equilibrio entre la defensa de Kavanaugh y no menospreciar a Blasey. Todo eso empezaba a cansar a Trump. Primero, aconsejó, o quizá ordenó, al juez una actitud más beligerante para su segunda comparecencia ante la Comisión de Justicia. Kavanaugh cumplió con las instrucciones.

No era suficiente para Trump, y en el mitin dejó claro lo que había pensado desde el primer día. Él, un abstemio desde siempre, no sólo obvió los numerosos testimonios que indican que Kavanaugh era en su época de estudiante un tipo de conducta agresiva acostumbrado a emborracharse, sino que sugirió que quien había bebido era la mujer que le acusa.

Las mentiras y la manipulación de la realidad han sido una constante en numerosas declaraciones públicas de Trump. Son también un elemento nuclear de su estrategia política. Acusa a los medios de comunicación de mentir, incluso en temas en los que hay pruebas concluyentes de lo contrario, porque de esa manera inculca entre sus seguidores la idea de que todas las críticas que recibe forman parte de una campaña de sus enemigos políticos promovida por periodistas.

En el caso de una presunta violación, era cuestión de tiempo que pasara a culpar a la víctima y que convirtiera al agresor en víctima.

Con independencia del impacto que tenga esta polémica en futuros resultados electorales, todo es muy previsible en este caso. Una vez más, Trump dedica sus mensajes a los republicanos de raza blanca que están convencidos de que el sistema político les discrimina y favorece a las minorías contra toda evidencia existente. La inmigración, los programas de asistencia social a pobres y ahora los abusos que sufren las mujeres son simplemente el campo de batalla en el que los auténticos norteamericanos están siendo atacados de forma injusta.

Décadas, o siglos, de privilegios (privilegios también de clase) son desdeñados como imputaciones partidistas nada creíbles. Un hombre se comporta como un hombre –eso no impide reconocer algunos pequeños defectos a los que no se debe dar importancia– y es marginado por eso. O peor, su vida ha quedado «destrozada» porque alguien se atreve a denunciar abusos.

Y de ahí proviene esa furia incontenible contra esas presuntas élites progresistas que favorecen a mujeres, negros o latinos. Cuando hay pocos ejemplos de productos salidos de la élite tan evidentes como el juez Kavanaugh o el propio Trump, del que el NYT ha sacado nuevas pruebas que confirman lo que ya se sabía por libros y artículos, que su carrera empresarial no hubiera sido posible sin el patrimonio millonario de su padre (además de una ingeniería fiscal indistinguible del delito de fraude).

Quizá haya ido demasiado lejos. Los senadores republicanos, entre los que hay dos mujeres, de los que depende la confirmación de Kavanaugh han calificado esos comentarios de Trump como inaceptables e inauditos.

No hay que tomarlo como un indicio del sentido de su voto. No sería la primera vez en que los republicanos incómodos con las manifestaciones públicas de su presidente terminan cumpliendo sus deseos por miedo a la reacción de sus votantes.

21.00
El FBI tenía hasta el viernes para entregar su informe sobre la denuncia contra Kavanaugh. No necesitó tanto tiempo, porque el número de testigos a los que ha entrevistado ha sido inferior al esperado. Por ejemplo, no se ha reunido con Christine Blasey Ford ni con Kavanaugh por razones que se desconocen. Según el NYT, los agentes del FBI se pusieron en contacto con diez personas y finalmente entrevistaron a nueve. Tres de ellas estuvieron esa noche en la fiesta en la que se produjo el intento de violación denunciado. No recuerdan lo que ocurrió entonces, hace más de 30 años, o no vieron nada extraño en la conducta de Kavanaugh.

Fue la Casa Blanca la que estableció las condiciones de la investigación al ordenarla al FBI. El texto íntegro de la orden no ha sido hecho público.

Dos senadores republicanos que no habían decidido aún el sentido de su voto parecieron darse por satisfechos con el informe recibido, pero no confirmaron cuál será su decisión definitiva. La interpretación más extendida es que terminarán votando a favor de la confirmación de Kavanaugh para el Tribunal Supremo, lo que puede garantizar la victoria de los republicanos si los demás votan en bloque.

«No hay nada (en el informe) que no supiéramos ya», ha dicho el senador republicano Charles Grassley en la línea en que se han expresado varios de sus compañeros de partido. Los demócratas se sienten estafados. «He leído el informe del FBI. Todo esto es una estafa. Esta investigación mínima y condicionada se ha diseñado para encubrir (el caso), no para descubrir la verdad», ha sido el comentario del senador demócrata Jeff Merkley.

Los republicanos confían en que este sábado el pleno del Senado pueda realizar la votación definitiva.

Sobre esa furia, el programa de humor Saturday Night Live emitió un sketch especialmente certero. Matt Damon interpreta a un Kavanaugh convulsionado por la ira. Resulta divertido, pero no hay que olvidar que es una sátira basada en hechos muy reales.

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Entrevista a Antony Beevor

Demasiada arrogancia. Demasiado difícil. Demasiado lejos. La batalla por los puentes de Holanda en septiembre de 1944 con unidades de paracaidistas lanzadas a un centenar de kilómetros por detrás de las líneas enemigas hasta la localidad de Arnhem (mapa) fue el último gran fracaso de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Antony Beevor, que ya nos ofreció Stalingrado, el Día D, y las batallas de Berlín y de las Ardenas, nos muestra ahora la operación Market Garden, condenada al fracaso por la mala planificación, el exceso de ambición y el ego de Montgomery.

Beevor, nacido en Londres en 1946, habla en esta entrevista sobre La batalla por los puentes, publicada por Crítica, el cine bélico, del que no es un gran entusiasta por las libertades que se toma con los hechos reales, y el Valle de los Caídos. Como historiador, Beevor está a favor de retirar el cuerpo de Franco, pero cree que hay que conservar el lugar de forma que sirva para educar a otras generaciones sobre lo que es una dictadura.

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El testimonio de Christine Blasey Ford golpea la conciencia de EEUU

Los Estados Unidos de Trump ya han conseguido llevarse por delante la reputación de otra institución básica del sistema político norteamericano. El Tribunal Supremo –el último tribunal de apelación en los casos judiciales más importantes y el intérprete de la Constitución– se ha visto contaminado esta semana por el clima de división que sufre el país hasta niveles desconocidos hasta ahora.

No se trata de la primera vez que ocurre algo así. Los debates en el Senado sobre la confirmación de los jueces Robert Bork en los 80 y Clarence Thomas en los 90 ya provocaron escenas de crispación de alta intensidad. Se trata de un proceso muy politizado en el que el presidente elige a un candidato para el puesto vitalicio de miembro del Tribunal Supremo que luego debe ser ratificado por el Senado. En otras épocas, los senadores aceptaban el criterio del presidente al tratarse de un privilegio que le concede la Constitución. Ahora ya forma parte de la pelea política, donde no se concede nada al rival.

A causa de la muerte del juez Scalia, Barack Obama tuvo la oportunidad de nombrar a su sustituto en los últimos meses de su segundo mandato, pero los republicanos se valieron de su control del Senado para negarse a iniciar el proceso de ratificación. Fue una especie de boicot institucional, ante el que la Casa Blanca no pudo hacer nada, con el débil argumento de que era conveniente esperar a que los ciudadanos dieran su veredicto en las elecciones presidenciales de 2016.

Para entonces, llamar a EEUU un Estado disfuncional ya se había convertido en un lugar común.

Aun así, lo ocurrido esta semana ha superado las cotas anteriores de caos y drama. El elegido por Trump para cubrir la última vacante, Brett Kavanaugh, ya contaba con un perfil partidista muy claro. Fue uno de los consejeros del fiscal Kenneth Starr en el proceso de destitución de Bill Clinton, ese ‘impeachment’ que comenzó con la investigación de un posible delito de tráfico de influencias por una compra de tierras en Arkansas y que acabó con una acusación de perjurio por mentir sobre las relaciones sexuales del presidente con Monica Lewinski.

La primera comparecencia de Kavanaugh ante los senadores fue relativamente normal con las promesas habituales del candidato de continuar el trabajo del Tribunal Supremo y su compromiso de no pretender cambiar decisiones anteriores de muchos años atrás por razones partidistas. Todo el mundo estaba pensando en ese momento en la sentencia Roe vs. Wade que abrió el camino en EEUU a la legalización del aborto.

Aunque los republicanos cuentan con una mayoría ajustada en el Senado (51-49), lo más probable es que Kavanaugh hubiera sido confirmado. Eso iba a producir un giro a la derecha en el tribunal, porque sustituiría a Anthony Kennedy, un juez conservador elegido por Ronald Reagan, pero que se había sumado a los jueces progresistas en algunas sentencias importantes.

Entonces, Christine Blasey Ford decidió contar su historia. Cómo Kavanaugh y un amigo intentaron violarla en una fiesta a principios de los 80 cuando el ahora juez tenía 17 años y Blasey dos menos. Lo hizo además de forma creíble con un testimonio en el que admitía que no podía recordar todos los hechos y dejando claro el terrible impacto psicológico que le había ocasionado el ataque. Probablemente, lo único que le salvó es que sus agresores estaban completamente borrachos.

Hubo un veredicto generalizado, incluso entre republicanos y medios conservadores. El testimonio de Blasey era creíble, algo más que verosímil, precisamente porque no intentaba aparentar que lo recordaba absolutamente todo sobre hechos ocurridos hace décadas.

Los senadores republicanos fueron conscientes de que debían hacer algo imposible: respetar a Blasey y defender al mismo tiempo la inocencia de Kavanaugh. Eso pasaba por reabrir el proceso –las comparecencias ya habían concluido en la Comisión de Justicia del Senado– y convocar a Blasey para que prestara declaración en una sesión pública y también a Kavanaugh para que diera su versión.

La sesión tuvo un impacto dramático. Las palabras de Blasey, cuya voz se quebraba por momentos, tuvieron una fuerza que los republicanos no pudieron contrarrestar.

La credibilidad de Blasey salió reforzada. Uno de los presentadores principales de Fox News afirmó después que había sido un testimonio creíble y emotivo, y que políticamente había supuesto «un desastre para los republicanos».

Durante la emisión de la vista pública en C-Span, varias mujeres llamaron para contar historias de abusos sexuales como forma de apoyo a Blasey. Una mujer de 76 años entró en antena para relatar que había sido violada cuando era una niña. Nunca lo había contado a nadie.

El país entero se estaba viendo obligado a afrontar la realidad de las agresiones y abusos sexuales sufridas por mujeres a manos de hombres con poder suficiente para salir impunes. Lo que en muchas situaciones significa cualquier hombre.

Kavanaugh se lo jugaba todo en su intervención posterior. Probablemente alentado por la Casa Blanca, optó por una respuesta agresiva hasta el límite. A veces con la cara convulsionada por la ira, negó las acusaciones y denunció que habían intentado destruirle a él y a su familia. En definitiva, se presentó como una víctima.

Políticamente, sus palabras tenían una lectura bastante obvia. Kavanaugh atacó directamente a los que se habían opuesto a su elección, es decir, los demócratas, en términos tan duros que hacen dudar de que vaya a ejercer su cargo vitalicio con la independencia que se le supone a un juez del Tribunal Supremo.

Fue una defensa trumpiana de su reputación, la que le estaba exigiendo Trump. Dijo que la operación política contra él «estaba alimentada por la furia contra el presidente Trump y las elecciones de 2016, el miedo suscitado de forma injusta contra mi carrera judicial, y la venganza en nombre de los Clinton y con millones de dólares recaudados por grupos izquierdistas».

Un tertuliano de Fox News no habría estado más agresivo. Un portavoz de la Casa Blanca no habría sonado más partidista. Era como si Trump hablara por su boca. Todo lo que había dicho en la primera comparecencia pública sobre su deseo de formar parte de una institución no partidista se fue por el desagüe.

Consciente de lo que esperaba de ellos la Casa Blanca, varios senadores republicanos abandonaron cualquier idea de mesura y respeto por la denunciante para defender después a Kavanaugh en términos nada ambiguos. Pero uno de esos senadores tenía dudas. Uno que no se presenta a la reelección en noviembre.

Este viernes, dos mujeres, víctimas de abusos sexuales, reprocharon airadas al senador Jeff Blake cómo podía votar a favor de alguien como Kavanaugh. Otra escena captada por las cámaras de gran impacto dramático.

Flake votó después a favor de la elección del juez, que salió aprobada por 11 votos contra 10 en la Comisión de Justicia, paso previo antes de la votación en el pleno del Senado. Poco después lanzó la bomba. Reclamó una investigación del FBI durante una semana como condición para votar a favor en el pleno. Otra senadora republicana, cuyo voto a favor de Kavanaugh no estaba asegurado, le secundó. Un senador demócrata, que no se había comprometido a votar en contra, hizo lo mismo.

Blasey había pedido la intervención del FBI. Kavanaugh y la Casa Blanca la rechazaron. Al referirse a hechos de hace varias décadas, la posible responsabilidad penal está prescrita, pero el Departamento de Justicia siempre puede ordenar al FBI que investigue un caso por antiguo que sea.

En ese momento, la confirmación de Kavanaugh estaba casi muerta si no se aceptaban esas condiciones. Los republicanos se vieron obligados a solicitar formalmente la intervención del FBI y la Casa Blanca dio la orden pertinente unas horas más tarde. En un comunicado, Trump dijo que debería ser una investigación «de alcance limitado» y que tendría que completarse en menos de una semana.

El escaso periodo de tiempo limita el trabajo que puedan hacer los agentes. Sólo lo mínimo –tomar declaración a Blasey, Kavanaugh y las personas que los conocían en esa época– puede arrojar más sombras sobre la elección del juez si confirma que el testimonio de ella es creíble. Un informe del FBI que confirme ese extremo, aunque ya no haya responsabilidades penales, terminaría por acabar con las posibilidades de Kavanaugh de ser elegido.

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Hay muy poca dignidad en la política económica del Gobierno italiano

La caótica y preocupante situación creada en Italia por el nuevo Gobierno de la Liga y el M5S ha provocado la aparición de algunos compañeros de viaje previsibles, como la extrema derecha de Francia y Hungría, y otros más inesperados en el caso de España.

La izquierda se ha visto sorprendida este verano por un artículo de Manuel Monereo, Julio Anguita y Héctor Illueca, ¿Fascismo en Italia? Decreto Dignidad, que olvida la política xenófoba y racista fomentada por el ministro de Interior, Matteo Salvini, para elogiar de forma entusiasta un decreto ratificado por el Parlamento en agosto que revierte algunas de las reformas laborales aprobadas por un Gobierno anterior de Matteo Renzi.

Monopolizada la atención por Salvini, que le ha servido a la Liga para doblar su intención de voto en los sondeos más recientes con respecto a las últimas elecciones, este decreto es la primera medida significativa que surge del M5S, en concreto del Ministerio de Trabajo que dirige su líder, Luigi Di Maio. Sectores de ese partido no se explican cómo el joven di Maio se ha dejado dominar por el omnipresente Salvini, mientras que el primer ministro es tan irrelevante que pocos conocen su nombre fuera del país (Giuseppe Conte, por si es necesario mencionarlo).

«Partiendo de esta base, no puede negarse que el Decreto Dignidad constituye un punto de inflexión en las políticas sociales aplicadas en Italia desde la irrupción del neoliberalismo», dice el artículo. «Se dirá, con razón, que la norma no cuestiona el paradigma dominante del mercado de trabajo y que serían necesarias reformas mucho más profundas y ambiciosas. Así es. Pero ello no debería impedirnos valorar en su justa medida el Decreto Dignidad».

Monereo, Anguita e Illueca cuestionan desde el mismo titular que se relacione al Gobierno de Salvini-di Maio con el fascismo obviando que la nueva extrema derecha europea ha sido lo bastante hábil como para adoptar algunos elementos del discurso contra la austeridad. Lo hizo Marine Le Pen en Francia o Gert Wilders en Holanda en sus últimas campañas electorales, pero siempre desde la posición que dicta que son los auténticos franceses u holandeses los perjudicados por una política económica europea que prima la llegada de inmigrantes (lo que es falso) y pone en peligro el Estado de bienestar por el alto gasto social que suponen los extranjeros (también falso).

No hay ningún cambio de modelo económico en su mensaje, excepto en un vago rechazo de la globalización desde posiciones nacionalistas, sino un intento de mantener el actual haciendo que los pobres culpen de su precaria situación económica a los que son aún más pobres que ellos y que gozan de aún menos derechos. Y que los ricos tengan que pagar menos impuestos.

Ese ha sido el mensaje predominante del actual Gobierno italiano, que poco tiene que ver con el concepto de dignidad.

El decreto de Di Maio establece una reducción de la duración máxima de los contratos temporales en Italia desde 36 a 24 meses. El número máximo de renovaciones será de cuatro en vez de cinco. Después de los primeros 12 meses, sólo se podrán prorrogar alegando razones específicas.

En España el límite máximo es de tres años, ampliable uno más si eso se permite en el convenio colectivo). El Estatuto de los Trabajadores establece que si alguien ha trabajado 24 meses– en un periodo de 30 meses– con dos o más contratos temporales en esa empresa tendrá el derecho de reclamar convertirse en fijo.

En ambos países, la apuesta de las empresas por los contratos temporales está provocando graves problemas de precariedad. No es lo mismo en todos los países. Los datos de la OCDE revelan que la temporalidad es muchísimo más alta en España (26,7%) que en Italia (15,4%).

El artículo elogia las medidas contra la deslocalización con sanciones equivalentes a las subvenciones recibidas a las empresas que abandonen Italia, siendo aún mayores si trasladan sus instalaciones a un país fuera de la UE. Estas sanciones son fácilmente recurribles ante los tribunales a menos que las empresas se salten condiciones específicamente señaladas en los contratos firmados, que les permitieron por ejemplo exenciones fiscales. Las leyes raramente permiten los castigos a posteriori por razones sobrevenidas. El principio de seguridad jurídica existía antes que el neoliberalismo.

La realidad económica plantea limitaciones también. Donald Trump prometió castigos infinitos a las empresas que cerraran sus instalaciones en EEUU para trasladarlas a México. El caso más conocido fue el de la empresa Carrier. Le sirvió para ganar unos cuantos titulares y continuar engañando a sus votantes, pero los hechos demuestran que esos puestos de trabajos siguen condenados, que ciertas empresas no tienen futuro en sus condiciones actuales y que al final no hay tal desafío al orden económico desde la derecha.

Las grandes corporaciones recibieron después un gigantesco premio a través de la reducción de los impuestos, cuya principal consecuencia no ha sido un aumento de las contrataciones gracias al aumento de beneficios, sino mayores dividendos para los accionistas y mayores ingresos por la venta de acciones para sus ejecutivos. No hay defensa para ese nacionalismo económico desde la izquierda.

En cuanto a que si el Gobierno de Maio-Salvini va a plantar cara a la Comisión Europea de la forma en que Monereo-Anguita-Illueca desearían, da la impresión de que van a quedar algo decepcionados.

Salvini ha dicho en varias ocasiones que cada país de la UE debería tener derecho a establecer su propia política económica. Quiere aprobar un impuesto único (flat tax) a ciudadanos y empresas de entre el 15% y el 20%, lo que supondría una reducción fiscal para los más ricos no muy distinta a la de EEUU. Combinada con la idea de M5S de poner en marcha de un sistema de renta básica, provocaría un aumento astronómico de la deuda, que ya está en el 130% del PIB.

La propuesta de renta básica de M5S que se incluyó en el acuerdo del Gobierno de coalición está destinada a los que están bajo el umbral de pobreza durante un periodo máximo de dos años que estén buscando un empleo, un sector que recibe en Italia menos ayudas sociales que en otros países europeos, algo que se podría decir también de España.

Todo eso quedará más claro cuando el Gobierno presente a finales de septiembre su proyecto de presupuestos para 2019. Salvini ya se ocupó a principios de mes de enfriar el ambiente. Tranquilizó a los empresarios y a los mercados financieros con la idea de que ese aumento del gasto público y descenso de ingresos fiscales se harán de forma gradual a lo largo de los cinco años de legislatura. En la campaña, su partido dijo que eso se pagaría solo, con el crecimiento de la economía y el descenso de la evasión fiscal. Para entendernos, la curva de Laffer a la italiana.

«Intentaremos respetar todas las normas, todas las limitaciones y todos los compromisos realizados. Haremos que este país crezca y que los italianos vivan mejor sin irritar a los que nos vigilan desde arriba», dijo.

El ministro de Economía, Giovanni Tria, un profesor universitario que fue miembro del consejo de la OIT y que no pertenece a la Liga o el M5S, pretende que el presupuesto prevea un déficit inferior al 2%, en la línea de lo que podría aceptar la Comisión Europea. Salvini intenta que esté algo por encima del 2%, lo que no sería un cambio espectacular. Medios italianos han informado de que llegaría a aceptar un déficit entre el 1 y el 2% en la senda por la que iba el anterior Gobierno, pero eso aún no se sabe con seguridad. Es lo que se está negociando ahora, pero está claro que no hay tal desafío a la UE. Mucho menos un «punto de inflexión» en la economía italiana.

La UE exige que los déficit estén por debajo del 3% y el porcentaje de deuda sobre el PIB con el 60% como máximo. Lo segundo es imposible en el caso de Italia, como en el de otros países, y por tanto admite un amplio margen de negociación con la UE.

Algunos halcones de la Comisión preferirían un duelo al sol con el Gobierno italiano a cuenta de la previsión del déficit. Eso tampoco es probable, porque en Bruselas son conscientes de que daría a Salvini una bandera nacionalista con la que presentarse en las elecciones europeas de mayo con la aspiración de convertirse en el primer partido del país con una gran distancia sobre su socio de coalición.

Por último, conviene echar un vistazo a los planes fiscales de la Liga y su capacidad para convertirse en símbolo de dignidad para cierta izquierda. Al firmar el acuerdo con M5S, pasaron de un tipo único del 15% a dos, el 15% y el 20% en función de los ingresos, con exenciones a las rentas más bajas, como ocurre en España. En estos momentos, el tipo máximo del IRPF para las rentas superiores a 75.000 euros anuales es del 43% en Italia. Reducir ese tipo máximo al 20% permitiría a las rentas de trabajo más altas en Italia disfrutar del régimen fiscal más favorable entre las principales economías de la OCDE.

Restar importancia a la política xenófoba y racista del Gobierno italiano a cambio de un decreto de dudoso éxito que restringe algo la contratación temporal –por lo tanto, comprando la propaganda de esos partidos–, mientras ese mismo Gobierno aspira a dejar en un nivel ínfimo los impuestos a los ricos puede definirse de muchas maneras, casi todas con epítetos muy poco elegantes, pero desde luego tiene muy poco que ver con la izquierda.

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Humillado en Francia, Manuel Valls intenta resucitar en España

La política ofrece situaciones inesperadas. En un país como España, donde el 86% de la gente dice está a favor de acoger a los refugiados que huyen de las guerras y donde la inmigración no ha causado tensiones sociales graves, un político francés que labró su fama como tipo duro en su rechazo a esas ideas es recibido en algunos medios como un competidor serio a la alcaldía de Barcelona, cuya candidatura puede confirmar en los próximos días.

Bien como cartel electoral de Ciudadanos o de forma independiente apoyado por ese partido, Manuel Valls, nacido en Barcelona hace 56 años cuando su familia ya vivía en Francia, quiere cruzar los Pirineos y resucitar una carrera política que en su país había quedado muerta y enterrada.

En el plano personal, todo lo ocurrido en los últimos años a Valls ha tenido un aire de gran humillación. La descomposición de la presidencia de François Hollande se lo llevó por delante cuando era primer ministro, mientras que encumbró a Emmanuel Macron que, como ministro de Economía, era su subalterno. Hollande y Valls se hundieron hasta el fondo y vieron pasar perplejos en dirección contraria a la que era la nueva estrella de la política francesa.

Por alguna razón, Ciudadanos o la burguesía de Barcelona pretenden que Valls sea el Macron de la política local. Es probable que no le haga ninguna gracia si se lo comentan en la campaña.

En la derecha de la izquierda

Hubo un tiempo en que Valls parecía tener un camino bastante despejado hacia la presidencia francesa. Como miembro del ala más moderada del Partido Socialista, podía considerársele heredero político de Michel Rocard, y por tanto en desventaja para competir por el liderazgo del partido. Pero la victoria de Hollande en las elecciones presidenciales le colocó al frente del Ministerio de Interior en 2012. En Francia el discurso de ley y orden tiene muchos partidarios.

«Es lo más parecido a Tony Blair que tienen en Francia», dijo de él un político británico amigo suyo. The Economist le denominó «el Sarkozy socialista» por ser tan duro como sus predecesores conservadores. Eso quedó demostrado con un incidente que avergonzó a muchos dirigentes socialistas que se preguntaban qué hacía Valls en el Gobierno con su política de deportaciones y sus críticas a los gitanos por no integrarse en la sociedad francesa, es decir, por no cumplir la idea de Valls de lo que debe ser un francés.

Una chica gitana de 15 años fue sacada por la policía de un autobús escolar delante de sus compañeros para ser deportada a Kosovo junto a sus padres y hermanos. Su padre había mentido en su petición de asilo, pero Valls hizo que toda la familia –la madre y los hijos habían nacido en Italia– pagaran por ello. Muchos socialistas pensaron que eso no habría ocurrido si la familia no hubiera sido gitana.

Lo cierto es que en ese momento Valls era el miembro del Gobierno más popular en las encuestas gracias a que los votantes conservadoras le daban buena nota. Por eso, en 2014 Hollande, hundido en los sondeos, decidió nombrarle primer ministro para que se ocupara del trabajo sucio de imponer la mano dura con la inmigración y de ejecutar un giro económico que incluía bajar los impuestos.

Una pareja infeliz

La jugada no funcionó para ninguno de los dos. Las reformas económicas de orientación liberal no tuvieron el efecto positivo prometido ni contribuyeron a un descenso significativo del paro. El único, y dramático, respiro político vino con los atentados de 2015, que conmocionaron a Francia con el ataque a la sala Bataclan. Permitieron a Valls ocupar el centro del escenario político, la declaración del estado de emergencia y su ascenso en las encuestas hasta un 40% de apoyo. «Estamos en guerra. Nuestra respuesta será despiadada», dijo Valls.

La comunidad islámica francesa sintió que la habían colocado en el bando de los enemigos. Valls tenía la capacidad de defender el laicismo tradicional de Francia como si fuera un fundamentalista. Quiso prohibir el hiyab en las universidades. El ministro de Universidades dijo que no había ningún problema por su uso en los campus y por tanto ninguna necesidad de crearlo.

Cuando le preguntaron a Valls si el islam era compatible con los valores de la sociedad francesa, el primer ministro respondió: «Ciertas personas no quieren creerlo, una mayoría de ciudadanos franceses lo dudan, pero estoy convencido de que es posible». Sólo posible, pero aún no había encontrado pruebas de que fuera así.

El responsable de una organización contra la islamofobia respondió a Valls: «Estamos hartos de ser estigmatizados y de este discurso populista que es peor que el de la extrema derecha».

El impulso en los sondeos tras los atentados había sido un espejismo. Hollande y Valls volvieron a caer y muy rápido. Valls se fue hasta el 22%. El primer ministro prorrogó una y otra vez el estado de emergencia, concedió más poderes a la policía y endureció su discurso contra la inmigración, pero los franceses daban más importancia a la situación económica.

La amenaza exterior

Valls se convirtió en uno más de los políticos que dicen que es imperativo hacer frente a la extrema derecha, pero adoptando una parte de su retórica. Unos meses después de la crisis de los refugiados en el verano de 2015, insistió en Davos en que había una amenaza exterior: «Hoy, cuando hablamos en Europa, unos pocos segundos después eso se escucha en los teléfonos móviles en los campos de refugiados». Por tanto, había que impedir que tuvieran esperanzas, más de las pocas que les concedía Valls.

«Francia necesita a la izquierda», dijo al dimitir como primer ministro y presentar su candidatura a la presidencia. Pero la izquierda ya se había olvidado de él. Era el más conocido en las primarias socialistas y aun así fue derrotado por Benoît Hamon, que tampoco tenía mucho futuro en los comicios. Luego recomendó votar a Macron y se mostró convencido de que formaría parte del nuevo movimiento político.

El destino natural de Valls era aportar su experiencia a la campaña de Macron, pero hasta eso estaba ya fuera de sus posibilidades. El futuro presidente parecía interesado en contar con él, pero sus asesores le convencieron de que no tenía sentido reclutar a un político tan desprestigiado.

Valls se sintió algo engañado. Tampoco podía confundirse. Era uno de los símbolos de un grupo de políticos fracasados y derrotados por un neófito. La única ventaja que tenía Valls sobre los demás es que él había nacido en Barcelona, lo que le concedió la opción de un fichaje con vistas a jugar en una Liga extranjera.

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Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto

Cómo identificar una película de los hermanos Coen.

–Habla el responsable del maquillaje de Joker en ‘El caballero oscuro’.
–Hay que reconocer que Tom Cruise se gana el sueldo.
–Los personajes de Cary Grant en las películas de Hitchcock.
–Una historia oral de BoJack Horseman.
–En Honest Trailers comprueban lo mala que era la última de ‘Jurassic World’.
Nicolas Cage se ha cansado de que le tomemos el pelo.
–Las apariciones de Bill Murray.
–La tradición de los alebrijes en México.
–El estilo de Edgar Allan Poe.
–Los 750.000 búnkers de Albania.
–El origen de la expresión OK.
Resolver crímenes en Marte será complicado.
–Alguien decidió en 2008 hacer un videojuego con Jack El Destripador como protagonista. No fue una buena idea.

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