La amenaza del plástico

El plástico, un producto que forma parte esencial de nuestras vidas, se ha convertido en una amenaza real para el medio ambiente y la salud de los seres humanos. Su carácter omnipresente en multitud de productos de consumo diario o en su envoltorio nos hacen pensar que desaparecen al tirarlos a la basura. Gran error. Los polímeros sintéticos pueden durar entre 500 y mil años.

8.300 millones de toneladas de plástico fabricadas desde su invención. 335 millones de toneladas sólo en 2016. Ocho millones de toneladas acaban en el mar cada año. Y desde allí vuelven hasta nosotros.

Los microplásticos son trozos de plástico de menos de cinco milímetros. Ya han entrado en la cadena alimenticia de los peces, y por lo tanto en la nuestra. Es la forma en que ese producto que depositamos en la basura vuelve a nuestro cuerpo.

Un reportaje de National Geographic recuerda que los plásticos tuvieron un origen natural hace miles de años en México cuando los olmecas hacían pelotas hechas de látex, obtenido de los árboles, para sus juegos. En su producción industrial contemporánea, el primer paso tiene lugar con la extracción de combustibles fósiles.

Un reportaje de Sky News revela a los británicos qué ocurre con los productos de plástico que separan y que depositan de forma separada para que sea reciclada. Lo cierto es que en los últimos años se han enviado a China para que se realice ese proceso. El Reino Unido no es el único país que ha exportado ese problema.

China ha importado el 45% de los productos de plástico destinados a su reciclaje desde 1992. Este año, ha decidido poner fin a esa importación masiva de basura porque no tiene capacidad industrial para realizar esa labor. Hasta ahora, EEUU enviaba 4.000 contenedores diarios llenos de plástico a China para su reciclaje. Es difícil saber qué pasará a partir de ahora.

Se ha llegado a encontrar una bolsa de plástico en la base de la Fosa de Las Marianas a unos 11.000 metros de profundidad.

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El autoritarismo de Trump y Erdogan agrava el riesgo de una crisis financiera internacional a causa de Turquía

Berat Albayrak tenía el viernes una cita especial. En mitad del hundimiento de la cotización de la lira turca, el ministro de Hacienda debía ofrecer en un discurso la respuesta del Gobierno a la grave situación económica del país. La estampa no podía ser más penosa. Albayrak –de 40 años y que resulta ser también yerno del presidente Erdogan– no paraba de sudar hasta el punto de que tuvo que utilizar un pañuelo de papel para secarse la cara. No daba exactamente la imagen de seguridad que se espera del principal responsable de la política económica del país en un momento de máxima incertidumbre.

Durante ese discurso, Donald Trump terminó de rematar al enfermo con el anuncio vía Twitter del aumento de los aranceles a las importaciones de acero y aluminio turcos.

Dos dirigentes de corte autoritario que intercambiaron elogios en el pasado han iniciado un duelo personal alimentado por su poderoso ego que puede tener importantes consecuencias económicas no sólo en Turquía. Trump y Erdogan están convencidos de que son dos líderes que la providencia ha regalado a sus naciones. Por tanto, creen que su reputación personal está por encima de cualquier consideración. Eso incluye la situación económica de ambos países, aunque ahí es Erdogan el que se encuentra en una posición más débil.

La lira turca perdió el 14% de su valor el viernes con respecto al dólar. El hundimiento a lo largo de este año ha alcanzado el 40%. Es la divisa convertible de economías importantes con peor trayectoria en estos momentos, con lo que los activos e inversiones denominados en esta moneda empiezan a parecer muy poco atractivos. Es la mayor crisis financiera que sufre su economía desde 2003.

Albayrak en pleno ataque de sudor en su discurso.

Las bolsas europeas y de EEUU demostraron el viernes que la crisis puede contaminarse más allá de las fronteras turcas. El BCE lleva tiempo estudiando cómo afectaría un agravamiento de la situación turca al BBVA, el francés BNP y el italiano Unicredit. Los bancos españoles son los que registran una mayor exposición a Turquía con 70.000 millones de euros.  

El crecimiento económico de Turquía en los últimos 15 años ha sido uno de los principales factores de legitimidad que han permitido a Erdogan controlar todo el poder y ganar todas las elecciones. Desde que se convirtió en primer ministro en 2003, el PIB casi se ha multiplicado por tres. Se crearon grandes corporaciones industriales y de servicios favorecidas desde el poder. En buena parte, el crecimiento se alimentó de inmensas inversiones en construcción e infraestructuras, financiadas con grandes cantidades de deuda.

Turquía fue un buen destino para la inversión extranjera. Con los tipos de interés en niveles mínimos en EEUU y Europa, Turquía y otras economías emergentes resultaban muy atractivos, pero eso no iba a durar eternamente.

El fin de las buenas noticias

La locomotora turca comenzó a dar síntomas de recalentamiento con el aumento sostenido de la inflación (ahora está en el 15,8%). Con muchas citas electorales por delante, incluida la reforma constitucional que convirtió al Estado en un sistema presidencialista, Erdogan no se podía permitir levantar el pie del acelerador. Presionó al banco central para que no subiera los tipos de interés para contener la inflación. En junio, el banco se rindió a la evidencia y los subió hasta el 18%.

El principal experto del BBVA en Turquía, un país donde el banco tiene importantes inversiones, se apresuró a felicitar al banco central: «Es un gran paso adelante en la estrategia contra la inflación. Ayudará a recuperar la credibilidad».

No sirvió de mucho. La inflación siguió creciendo y la moneda turca, cayendo.

En julio, Erdogan volvió a la carga. Poco después de tomar posesión como presidente, anunció en público que confiaba en que muy pronto bajarían los tipos de interés y que su nuevo ministro de Hacienda –es decir, su yerno– se ocuparía de ello. Mal asunto para los inversores internacionales que creen que no es bueno que un Gobierno decida por su cuenta cuáles deben ser los tipos para que se ajusten a sus intereses políticos.

Un sacerdote detenido

En el peor momento posible para la economía turca, el destino de un sacerdote norteamericano convirtió la incipiente rivalidad de Erdogan y Trump en un asunto personal. Andrew Brunson fue detenido en Turquía hace año y medio bajo la acusación de espionaje y de estar relacionado con los promotores del golpe de 2016.

Brunson es un misionero evangélico que vive en Turquía desde hace veinte años y que cuenta con una pequeña iglesia en Esmirna. También son evangélicos el vicepresidente, Mike Pence, y el secretario de Estado, Mike Pompeo, una coincidencia nada irrelevante.

Trump decidió adoptar la causa de Brunson, que niega las acusaciones, y exigió su puesta en libertad. Erdogan vio otra oportunidad de presionar a Washington por la presencia en EEUU del clérigo Fethullah Gülen al que acusa de ser el impulsor del golpe de Estado contra Erdogan. El problema para el presidente turco es que Trump es alguien para quien embarcarse en unas largas negociaciones diplomáticas es casi una pérdida de tiempo.

Las negociaciones se iniciaron y parecían encauzadas con la posibilidad de un intercambio de presos. Hay un financiero turco encarcelado en EEUU, condenado por mantener negocios con Irán violando el embargo impuesto por Washington. El posible acuerdo incluía que el preso cumpliera el resto de su condena en el país. Brunson pasó hace un mes de la prisión al arresto domiciliario, lo que indicaba que el asunto podía solucionarse.

Turquía quería algo más, en concreto que se levantara la millonaria multa que recibió un banco turco en ese caso. Parece que eso fue demasiado para Trump. Las negociaciones encallaron y el presidente de EEUU pasó al terreno de las amenazas y represalias que tanto le gusta. Hizo que se aprobaran sanciones contra dos ministros turcos y dobló el aumento de los aranceles al acero y aluminio, sobre el incremento ya adoptado hace unas semanas para todas esas importaciones.

Hay otros intereses políticos en los que EEUU y Turquía está enfrentados. El más importante tiene lugar en el norte de Siria, donde el apoyo estadounidense a las milicias kurdas sirias enfurece a Erdogan y le impide controlar esa zona. Pero todo ha cobrado un cariz más personal a causa del destino del sacerdote Brunson y las declaraciones agresivas de ambos presidentes. Ninguno quiere ceder porque ninguno está dispuesto a aparecer como el débil.

La situación económica turca no se resolverá si al final ambos países llegan a un acuerdo sobre Brunson. Aun así, a Ankara no le interesa que un tuit de Trump o más sanciones comerciales convenzan a los mercados financieros de que Turquía ha pasado a ser un lugar tóxico.

Erdogan reaccionó el viernes como si no hubiera nada de lo que preocuparse. «No lo olvidéis, si ellos tienen sus dólares, nosotros tenemos a nuestro pueblo y a nuestro Dios», dijo en un discurso mientras la lira se venía abajo.

El lunes, se sabrá qué opinan los inversores sobre la política monetaria de Dios.

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Pruebas sobre las torturas en las prisiones sirias

Un reportaje de Channel 4 ofrece documentos que demuestran que la inteligencia militar siria sabía que se estaban cometiendo torturas en las prisiones y que el número de personas muertas en los interrogatorios estaba creciendo. El jefe de la inteligencia siria había ordenado que se le enviara un informe por cada persona muerta en los interrogatorios, la información que se le extrajo y las causas de la muerte.

Los documentos han sido conseguidos por Commission for International Justice and Accountability, un organismo independiente fundado por un exinvestigador de crímenes de guerra y que está financiado por gobiernos occidentales, entre los que están Gran Bretaña y Canadá.

En las últimas semanas, el Gobierno sirio ha enviado certificados de defunción a las familias de centenares de presos que fallecieron en prisión sin notificar las causas de la muerte.

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29 niños muertos en el ataque a un autobús en Yemen: una acción militar legítima para los saudíes

Un ataque directo de la coalición dirigida por Arabia Saudí mató a 50 personas este jueves en el norte de Yemen, de las que al menos 29 niños son niños menores de 15 años, según el último dato ofrecido por el Comité Internacional de la Cruz Roja. Entre los heridos hay 30 niños.

Los aviones saudíes o emiratíes lanzaron un ataque con misiles a un autobús que trasladaba a decenas de niños que volvían de una excursión escolar. El conductor había parado en una calle comercial muy concurrida para comprar agua.

El bombardeo no es un hecho aislado ni responde a un accidente. Desde el primer día, los saudíes han destruido la infraestructura civil en su guerra contra las milicias hutíes, han atacado zonas residenciales y han destruido centros médicos, mezquitas y mercados.

En el último balance que ha hecho Yemen Peace Project, de los 140 ataques aéreos identificados en junio de este año, 83 fueron realizados sobre objetivos no militares.

Algunas de las imágenes posteriores al ataque son insoportables. Los habitantes de Dhalian recogían los restos, algunos totalmente destrozados por la explosión. Eso demuestra que el autobús no se vio alcanzado por la explosión en un edificio cercano, sino que sufrió el impacto directo de un misil. El vehículo donde viajaban los niños era el objetivo del ataque.

El Gobierno saudí, a través de un comunicado difundido por la agencia oficial saudí, lo calificó de «acción militar legítima» al estar dirigido contra los responsables de un ataque con misiles contra la ciudad saudí de Jizan el día anterior.

«¿Necesita el mundo más vidas de niños inocentes para detener esta cruel guerra contra los niños en Yemen?», se pregunta Geert Cappelaere, director de Unicef en Oriente Medio y el norte de África.

En junio de 2017, el Senado de EEUU aprobó la venta de munición guiada por láser a Arabia Saudí por valor de 510 millones de dólares. El Gobierno de Riad anunció que pondría en marcha un programa de entrenamiento para reducir los ataques accidentales contra civiles. En los doce meses posteriores, el número de civiles muertos en bombardeos aumentó un 7%, según datos de la ONU.

En el caso del autobús escolar, no se puede hablar de accidente. Era el objetivo elegido para la destrucción.

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Las represalias saudíes contra Canadá son también un mensaje para Europa

Canadá no se disculpará ante Arabia Saudí. Eso es al menos lo que ha dicho en una conferencia de prensa en la tarde del miércoles su primer ministro, Justin Trudeau. Le han preguntado si el Gobierno rectificará ante la virulenta reacción saudí por la petición canadiense para que se ponga en libertad a varias activistas de derechos humanos. «Continuaremos apoyando los valores canadienses y los valores universales. Es algo que esperan los canadienses». Canadá seguirá hablando sobre derechos humanos en público y en privado, dijo.

El Gobierno saudí se ha gastado millones de dólares en los últimos años para mejorar su imagen en EEUU a través de contratos con las principales empresas de relaciones públicas y lobbies. Es práctica habitual entre gobiernos, preferiblemente dictaduras, para los que las relaciones con Washington resultan fundamentales. Lo que siempre ha llamado la atención en el caso saudí han sido las dimensiones de esos contratos.

Este artículo de 2016 da algunas de las cifras conocidas entonces, que seguro han aumentado en el último año, cuando Riad intenta convencer a la comunidad internacional de inversores de que sus reformas económicas ofrecerán nuevas oportunidades de negocio. La continuación de la guerra de Yemen y el enfrentamiento con Qatar han hecho que el Gobierno extienda esos planes de propaganda a otros países.

El mayor problema para los saudíes en cuanto a su imagen no está en el extranjero, sino en el propio país, en políticas que son la negación de los valores que los gobiernos occidentales dicen defender y que son ignorados cuando se trata de hacer negocios con la monarquía petrolera.

Todo empezó con este tuit de Chrystia Freeland (hubo otro similar un día después en la cuenta del Ministerio), ministra canadiense de Exteriores, pidiendo la libertad de Samar Badawi, hermana de Raif Badawi, que está encarcelado desde 2012 por un supuesto delito de apostasía y ofensas al islam con una condena que incluía 1.000 latigazos. Se le aplicaron 50 latigazos en una primera sesión y se cree que no ha vuelto a sufrir ese castigo. En 2015, el Parlamento Europeo le concedió el Premio Sajarov.

La crueldad del castigo y la naturaleza del delito convierten a Badawi en un preso político cuya situación no ha alterado las relaciones saudíes con Europa y EEUU. Tampoco han sido un inconveniente las recientes detenciones de mujeres que llevaban tiempo reclamando los derechos que se les negaban, incluido el de conducir. Antes de que el Gobierno levantara este último veto en junio, los arrestos enviaban el mensaje de que el «reformismo» elogiado por algunos medios occidentales era compatible con la represión de los defensores de los derechos humanos.

La furia saudí por la no excesivamente agresiva reclamación de Freeland es coherente con la forma intimidatoria y belicista con la que el príncipe heredero Mohamed bin Salmán se maneja en los asuntos de política interior y exterior. MbS entiende todos los conflictos potenciales como un desafío personal en el que las amenazas y las represalias son la respuesta por defecto.

En este caso, decretó la expulsión en 24 horas del embajador de Canadá, y dio la orden de que el banco central saudí y los fondos públicos de pensiones vendan todos sus activos existentes en Canadá «sin importar el coste económico». Además, anuló las becas a los 12.000 jóvenes saudíes que estudian en ese país, lo que les obliga a buscar otro para continuar sus estudios, y ordenó sacar de allí a los saudíes que son atendidos en hospitales canadienses.

Riad considera el tuit de Freeland un ataque a «su soberanía», lo que es llamativo viniendo de un país que lleva tres años bombardeando Yemen, que financió a varios grupos insurgentes en la guerra siria, que mantuvo secuestrado durante varios días al primer ministro libanés para obligarle a expulsar a Hizbolá del Gobierno, y que ha aportado miles de millones de dólares al presidente egipcio Sisi para recompensarle por el golpe que acabó con el Gobierno de los Hermanos Musulmanes.

Bin Salmán tiene un singular concepto de la soberanía de los países árabes –le permite todo tipo de intervenciones políticas, económicas y militares–, pero no tolera que un tuit de una ministra cuestione la detención injusta de una activista. Y es muy posible que el hecho de que Freeland sea una mujer haya tenido alguna influencia.

En 2015, se produjo una situación similar cuando la ministra sueca de Exteriores, Margot Wallström, que había criticado el trato saudí a las mujeres y la condena a Badawi, denunció que Riad había vetado su participación en una conferencia sobre derechos de la mujer organizada por la Liga Árabe en El Cairo. Suecia tomó la decisión de cancelar un acuerdo de venta de armamento.

Riad respondió llamando a consultas a su embajador en Estocolmo y con la suspensión de visados a empresarios suecos.

El Gobierno socialdemócrata sueco encajó el golpe, pero no tardó en hacer lo posible por recuperar las relaciones con Riad. Wallström dijo dos meses después que las relaciones habían vuelto a la normalidad. Un año y medio más tarde, el primer ministro Stefan Löfven visitó Arabia Saudí para reunirse con el monarca y MbS, que entonces aún no era príncipe heredero. Aparentemente, los saudíes se dieron por satisfechos.

Ahora con MbS controlando todos los resortes del poder, la reconciliación con Canadá parece más complicada. Como con todo régimen autoritario, el nacionalismo es una fuente de legitimidad de la que MbS no quiere prescindir. Durante décadas, la tendencia integrista del wahabismo fue la mayor razón de existir de la monarquía saudí. Algunas de las reformas que MbS tiene en mente pueden alejarse de esas ideas religiosas con lo que sólo cree tener dos opciones: el incremento de la represión contra cualquier forma de contestación y la apelación al orgullo nacional para defenderse de las críticas internacionales. Al igual que en China, ese factor le será muy rentable entre los jóvenes y las fuerzas de seguridad.

Un editorial de The Washington Post ofrece una mezcla de determinación e ingenuidad (o quizá hipocresía) al apoyar al Gobierno canadiense en esta crisis, sobre todo con esta frase: «¿No se da cuenta (Bin Salmán) que su visión futurista (sobre la economía saudí) se ve socavada cuando arroja a los opositores a las mazmorras y se comporta como el déspota de un Estado policial?».

MbS es muy consciente de eso. Comportarse como un «déspota» es no ya un precio que está dispuesto a pagar, sino un factor necesario para aplicar sus políticas. No hay nada nuevo en la represión contra Badawi y la reciente detención de su hermana. Las represalias contra Canadá –un socio económico menor para el país– son también un mensaje a los gobiernos europeos para que no se les ocurra ir por el mismo camino. Hacer negocios con Riad obliga a mantener el silencio sobre las violaciones de los derechos humanos. Es algo que deben tener muy presente también los gobiernos que tienen entre sus principios la defensa de los derechos de las mujeres.

La cuenta oficial en Twitter del Ministerio español de Exteriores no ha hecho hasta ahora ningún comentario sobre el conflicto entre Arabia Saudí y Canadá.

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Jim Jefferies y los chistes de pedófilos

Jim Jefferies se burla de la costumbre de escandalizarse con tuits del pasado a cuenta del despido por Disney de James Gunn, el director de ‘Guardianes de la galaxia’, por unos (muy malos) chistes sobre pedófilos. Para cerrar el círculo, Jefferies también hace su propio chiste: «Yo mismo hice un chiste sobre pedófilos hace diez años. Mi novia se enfadó y le dije: querida, ese tuit lo escribí antes de que tú nacieras».

Un argumento de peso: los pedófilos no hacen bromas sobre su conducta en Twitter.

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El apoyo de EEUU a la dictadura egipcia y su origen en los años de Obama

Analizar la política exterior norteamericana de EEUU en los tiempos de Donald Trump resulta una tarea harto complicada. El presidente de EEUU cuestiona de forma agresiva algunos de los puntos fundamentales de lo que ha sido la estrategia del país desde 1945: la OTAN, la relación con Europa occidental y el libre comercio son algunos de los ejemplos más citados. Quizá haya que recordar que no es lo mismo la actitud de Trump –a la que escasamente se puede llamar estrategia– con la posición de partida de los republicanos, el Pentágono y el Congreso, en la que no ha habido grandes cambios.

Pero en Oriente Medio las diferencias con la Administración de Obama son escasas y en ningún caso estratégicas. En el plano simbólico, nunca irrelevante en esa zona, sí que ha habido algunos cambios. El más relevante ha sido el traslado a Jerusalén de la embajada de EEUU en Israel. En el caso de Irán, sí que hay una diferencia notoria, pero ahí el Gobierno de Obama fue una excepción, con la firma del acuerdo nuclear con Teherán, en una trayectoria de enfrentamiento entre ambos países que se remonta a varias décadas.

‘Into the Hands of Soldiers: Freedom and Chaos in Egypt and the Middle East’, libro del periodista del NYT David Kirkpatrick sobre Egipto, ayuda a entender esa continuidad y a dudar de la idea de que la presidencia de Obama inició una vía diferente para las relaciones de EEUU con Oriente Medio.

Sabemos que Obama recibió con aprensión la noticia del golpe de Estado que acabó con el Gobierno dirigido por los Hermanos Musulmanes y que hubiera deseado un desenlace diferente a esa crisis.

Puede que ambas cosas fueran ciertas, pero su Administración, incluido el Pentágono y el Departamento de Estado, jugó un papel importante a la hora de dar luz verde a los militares egipcios para que pusieran fin al que podríamos llamar el primer experimento democrático de la historia de Egipto.

En ese sentido, no es una historia muy distinta a la de décadas posteriores. Washington promueve o acepta un Gobierno dictatorial para asegurar la estabilidad de un país que resulta esencial para la defensa de sus intereses en la región. Es una apuesta segura a corto plazo, pero que siembra la semilla de algo que puede ser mucho peor en años o décadas posteriores.

El golpe de Egipto suele ser definido como uno más de los fracasos de la Primavera Árabe. A la hora de contemplar los acontecimientos de la última década, la mayoría de los análisis presta más atención a la irrupción de ISIS y a la guerra de Siria. Sin restar ningún valor a esos hechos, que han provocado una carnicería de dimensiones estremecedoras, lo que ocurrió en Egipto es una señal que perdurará durante mucho tiempo si convence a los islamistas (no los confundamos con los yihadistas y los salafistas en este debate) de que no cuentan con posibilidades reales de llegar al poder, y de conservarlo, a través de las urnas en un sistema democrático.

Sisi es recibido en el Congreso en su visita a España en abril de 2015. Foto: EFE

Si bien muchos consideran a la Administración de Obama un ejemplo de coherencia y madurez comparada con la política exterior de Trump, el símil pierde sentido si se examina la realidad en cuanto a la respuesta de EEUU a los turbulentos años posteriores al fin del régimen de Mubarak. Obama y algunos de sus asesores mostraron una cierta comprensión con los problemas de Mohamed Morsi al enfrentarse a un establishment en el Ejército, las fuerzas de seguridad y los tribunales que pretendía mantener la misma política de los años de Mubarak, pero otros cargos relevantes de la Administración pensaban que la única solución pasaba por una intervención militar.

El día después del golpe de julio de 2013, Obama aceptó esa posición –cuenta Kirpatrick en el libro–, por mucho que los comunicados continuaran pidiendo una solución política y el respeto a los derechos civiles básicos (con las típicas frases de estos comunicados que revelan una «profunda preocupación» (deeply concerned) y la solicitud a las partes implicadas de «contención» (restraint) en el uso de la fuerza.

Los militares sólo esperaban que todo volviera a la situación anterior a la elección de Morsi. Arabia Saudí y Emiratos Árabes, ya decididos a acabar para siempre con la influencia de los Hermanos Musulmanes en la región, contaban con interlocutores en Washington muy dispuestos a escuchar, cuenta Kirpatrick en su libro.

«Como otros en el Pentágono, Mattis, entonces general de marines al frente del Mando Central (y hoy secretario de Defensa), afirmaba a menudo que los Hermanos Musulmanes sólo eran una versión diferente de Al Qaeda, a pesar de que los Hermanos habían mantenido durante décadas su oposición a la violencia y su apoyo a las elecciones, mientras Al Qaeda calificaba a los Hermanos de ingenuos peleles manejados por Occidente. «Todos nadan en el mismo mar», dijo el general Mattis en un discurso posterior en el que analizaba ese periodo. Acusó al propio Morsi por su «liderazgo arrogante» de ser el responsable de su caída».

La misma posición mantenía el general Michael Flynn, entonces director de la DIA y luego consejero de Seguridad Nacional de Trump durante un corto periodo de tiempo.

El Departamento de Estado tampoco tenía ninguna intención de dar oportunidades al Gobierno electo de Morsi. John Kerry, siempre cercano a las monarquías autocráticas del Golfo Pérsico en su larga época de senador, mantuvo las mismas ideas como secretario de Estado, en especial tras su primera visita como tal a Egipto en marzo de 2013. «Es el idiota más estúpido que he conocido nunca», dijo a su jefe de gabinete tras la reunión con Morsi, escribe Kirpatrick. «Esto no va a funcionar. Estos tipos están locos».

Es obvio que Morsi y los Hermanos malinterpretaron sus victorias electorales en las elecciones presidenciales y legislativas. Nunca fueron conscientes de que la sociedad egipcia era más plural de lo que ellos creían, que sus enemigos en el Estado eran más poderosos de lo que aparentaban, y que el triunfo en las urnas no les concedía el derecho a un ejercicio arrogante del poder.

Kirkpatrick cuenta que Kerry salió mucho más aliviado de su primera reunión con el general Sisi, entonces ministro de Defensa y después el arquitecto del golpe contra Morsi.

Cuando el riesgo de un golpe ya era muy alto, Obama envió a su secretario de Defensa a El Cairo. Chuck Hagel llevaba instrucciones de insistir en una salida política a la crisis que respetara el resultado de las urnas. En un ejemplo de Gobierno disfuncional que ahora tanto se menciona al referirse a la Administración de Trump, Hagel trasladó a los militares un mensaje muy diferente, según las fuentes citadas por Kirkpatrick. Tras haber escuchado a saudíes, emiratíes e israelíes, Hagel dijo a Sisi lo que este quería escuchar: «Yo no vivo en El Cairo, usted sí. Usted tiene que proteger la seguridad, tiene que proteger a su país». Palabras confirmadas por Hagel en una conversación con David Kirkpatrick.

Kerry confirmó al autor del libro que en las discusiones en la Casa Blanca insistió en que el derrocamiento de Morsi no era un golpe. Sisi sólo había escuchado a su pueblo para salvar a Egipto, dijo. Y había prometido celebrar elecciones cuanto antes, un mensaje habitual tras todos los golpes.

El nuevo régimen decidió asegurarse de que Washington no sería un problema y lanzó una campaña de propaganda para denunciar que EEUU había organizado la rebelión que acabó con Mubarak y que había apoyado en secreto a los Hermanos Musulmanes. Sonaba absurdo, pero lo importantes es que se trataba de un mensaje de consumo interno que repitieron de forma obsesiva todos los medios de comunicación egipcios.

La matanza de Rabá en agosto de 2013, donde un millar de seguidores de los Hermanos fueron eliminados por la policía y el ejército, provocó la condena de Obama, pero no consecuencias reales en la ayuda militar que reciben los militares egipcios.

Meses después, EEUU anunció una «revisión» de esa ayuda que supuso la suspensión del envío de material militar ya pagado con la aportación financiera norteamericana. Los portavoces indicaron que en ningún caso eso implicaba abandonar la «intensa relación entre ambos gobiernos». En marzo de 2015 las restricciones fueron levantadas.

Kirkpatrick termina el artículo en el que extracta pasajes de su libro con la referencia a una conferencia que dio el general Mattis antes de ser elegido jefe del Pentágono: «La única manera de apoyar la madurez de Egipto para que sea un país con una sociedad civil con democracia es apoyar al presidente Al Sisi».

La madurez del régimen de Sisi es evidente. Ganó la reelección en marzo de 2018 con el 97% de los votos. El único rival tolerado fue un partidario del presidente al que se permitió llegar al 2,9%.

La Constitución egipcia vigente impone un límite de dos mandatos al presidente. Pocos creen que eso pueda impedirle un tercer mandato. La Administración de Trump lo apoyará de forma calurosa. Sisi es el hombre al que quiere para gobernar Egipto.

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Las apuestas políticas tienen consecuencias y Ciudadanos acaba de descubrirlo

Se atribuye a Harold Wilson, primer ministro británico, la frase tantas veces citada hasta el punto de convertirse en un lugar común con el que siempre se alega que aún hay tiempo cuando alguien no ha tenido valor para tomar una decisión: «Una semana es mucho tiempo en política» (como con las frases de Churchill lo más probable es que Wilson nunca dijera esas palabras). Lo cierto es que una semana pasa muy rápido si no se tiene la intención de hacer nada.

Una semana no, pero unos pocos meses lo han cambiado todo en España. En la encuesta del CIS hecha en los primeros diez días de abril de este año, hace menos de cuatro años, Ciudadanos tenía un 22,4% del voto en segunda posición -en empate técnico con el PSOE, 22%–, a sólo 1,6 puntos del PP. Un mes después, el sondeo de Metroscopia para El País (ya saben la frase, busca a alguien que te quiera tanto como Metroscopia a Ciudadanos) ponía al partido de Albert Rivera como el más apoyado por los encuestados con un 29,1%, con Podemos como segunda fuerza y el PSOE como cuarto partido con un 19%. El análisis con el que se certificaban estos números: el PP y el PSOE se convierten en actores secundarios y el bipartidismo era ya cosa del pasado.

El Mundo Today lo tenía más claro: «Ciudadanos ha ganado ya las próximas elecciones, según Metroscopia».

Más tarde, la realidad se llevó por delante a las encuestas, que es algo que ocurre con frecuencia y que no hay que tomarse como algo personal. Junio. Sentencia de la Gürtel. Moción de censura. Rivera pide elecciones. Rajoy vuelve a Santa Pola (¿o era la primera vez que aparecía por allí?). Rivera pide elecciones. Sánchez, presidente. Rivera pide elecciones.

En política hay muchas variables posibles, pero hay una evidente. No es lo mismo estar en el Gobierno que en la oposición. El político que antes tropezaba en la oposición o se escondía en el despacho pasa a ser un tribuno del pueblo cuando llega al poder. Habla con Macron y Merkel y se hace fotos con el presidente de EEUU (esto último no tiene ya el lustre de antes). Cada semana publica contenidos propios en el BOE, el periódico gratuito más influyente del país. Sus votantes, antes deprimidos y potenciales abstencionistas en los sondeos o peor, posibles desertores, vuelven a confiar en el partido como si todo hubiera cambiado. La vida vuelve a ser maravillosa para ellos. Adiós al Prozac y de vuelta a los gintonics.

Todo eso hasta que la realidad haga otra de sus apariciones espectaculares en el escenario.

El último sondeo del CIS  ha certificado el vuelco. El PSOE es ahora el que está casi en el 30%, una posición inalcanzable hace unos meses. Ciudadanos se queda en en el 20%, empatado con el PP. Podemos y sus aliados no llegan al 16%.

Evidentemente, los partidos perjudicados en la encuesta han recurrido al argumento de la perversa cocina del CIS, otro ejemplo más de la gran influencia de Twitter en la política española. Aparentemente, si el CIS no hubiera hecho eso que se llama cocina, y que se lleva a cabo en todos los sondeos, la ventaja del PSOE sería aún mayor y entraría en el terreno de la magia.

Hay que precisar que la encuesta, realizada en los primeros diez días de julio, se hizo cuando el PP estaba en pleno proceso de elegir a su nuevo líder, un momento en el que quizá los militantes estén motivados, pero sus votantes caminan entre la incertidumbre y el desconcierto. Sólo ya por eso conviene tomarla como una imagen fija e inmutable.

Los cambios espectaculares en los sondeos en términos porcentuales se deben a veces no al aumento del entusiasmo por un partido como a la depresión que sufren los votantes de otro.

Los números de intención de voto de los sondeos se llevan los grandes titulares, pero otros parámetros esconden pistas más reveladores. No cabe duda de que Ciudadanos es un partido que se mueve mucho, pero en el último año sólo lo ha hecho en una dirección. Los españoles perciben a Ciudadanos cada vez más a la derecha, según la encuesta. Lo colocan en la posición siete en la escala de cero a diez. No exactamente el centro, sea reformista o de otro tipo.

Como explica José Fernández-Albertos, los votantes del PSOE, en su versión extendida de este sondeo, sitúan al partido de Rivera en una posición muy alejada de ellos, firmemente anclado en la derecha. Ha aumentado de forma significativa el número de votantes socialistas que nunca votarían a C’s. El campo socialdemócrata como granero de votos se distancia para Rivera. El lugar donde pescarlos se estrecha y queda reducido a una zona donde está además el PP, que algo sabe de movilizar a conservadores y liberales en las urnas.

La crisis de Cataluña y la posición radical de Ciudadanos contra los independentistas catalanes, incluida la acusación al PP de ser demasiado blando, le han entregado a Rivera un caudal político en esa comunidad hasta el punto de dejar al PP en una posición irrelevante. Fuera de Cataluña, las expectativas son ahora más reducidas. Los votantes se preocupan mucho más por el paro y la corrupción –ahora menos que antes en este caso–, pero el monotema catalán, tal y como aparece en los medios de comunicación, ha monopolizado la atención de Ciudadanos y elevado su nivel de agresividad. Rivera no ha querido soltar el hueso catalán porque pensaba que aún quedaba médula dentro y ahora descubre que igual le hubiera venido bien una dieta más equilibrada.

Queda ya lejos el tiempo en que Ciudadanos pactaba con el PSOE en Andalucía y con el PP en Madrid demostrando una flexibilidad que enfurecía a los votantes de otros partidos, pero que enviaba un mensaje diferente a la opinión pública.

Los votantes empiezan a percibir que Ciudadanos y el PP se disputan el mismo espacio político en el asunto más dramático de la actualidad española. Esa sensación aumentará cuando Pablo Casado crea que la inmigración es un asunto amortizado, o al que conviene dejar en espera para más adelante, y se centre en Cataluña para disputar a Rivera el papel de gran estandarte de la unidad de España.

Frente a todos esos cuentos para no dormir sobre las etiquetas presuntamente obsoletas de la izquierda y la derecha y la idea de que los nuevos partidos podían trascender ese encasillamiento ideológico, se han formado dos bloques más o menos coherentes (PSOE+Podemos contra PP+Ciudadanos).

Es una versión del bipartidismo más inestable, porque no son dos, sino cuatro y las relaciones entre los más cercanos son sin duda complicadas. Da la impresión de que las próximas elecciones pueden dilucidarse con este pronóstico. El bloque que se acerque al 45% tendrá opciones de gobernar y el que se quede en el 40% lo tendrá imposible. Y los partidos llegarán a esos comicios con mucha menos flexibilidad que la que disfrutaron en 2015 y 2016.

La izquierda y la derecha, como en los viejos tiempos.

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1.692 civiles muertos en seis meses en Afganistán, un «país seguro» para los gobiernos europeos

Tres empleados extranjeros de una empresa francesa que opera en Afganistán fueron secuestrados este jueves cerca de Kabul. Sus cadáveres aparecieron después en un coche. Eran un malasio de 64 años, un indio de 39 y un macedonio de 37. La empresa, Sodexo, se ocupa de repartir comidas en centros oficiales.

Los secuestros de extranjeros, en especial si son occidentales, ocupan los titulares de los medios, pero no son habituales. Son mucho más frecuentes los que sufre la población afgana, así como otros ejemplos de extorsión. En Kabul en los últimos años son una rentable industria criminal que afecta sobre todo a empresarios y gente con dinero, pero también a personas de escasos medios.

Según datos de la misión de la ONU en Afganistán, en los primeros seis meses de este año 1.692 civiles afganos murieron en actos violentos relacionados con la guerra. Es la mayor cifra en ese periodo desde que la ONU empezó a contabilizar las bajas civiles en 2009.

Varios países europeos continúan deportando a afganos de vuelta a su país, aunque hayan pedido asilo político o teman por su vida en Afganistán. Alemania y Suecia están entre los gobiernos que han aumentado las expulsiones por considerar que ese país ya es seguro. El ministro alemán de Interior lo celebró con una broma a principios de julio: «En mi 69º cumpleaños, 69 personas, no fui yo quien lo decidí (el número), fueron enviados de vuelta a Afganistán».

Esta es la respuesta de Amnistía Internacional al plan del Gobierno noruego de deportar a Afganistán a Taibeh Abbasi, estudiante de 19 años, y a su familia.

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La última teoría de la conspiración de los seguidores de Trump es aún mejor que las anteriores

Una de las razones por las que se propagan con tanta facilidad las teorías de conspiración es porque a mucha gente no le gusta la realidad. No le gusta que determinado partido o líder gobierne el país después de ganar las elecciones. Tiene que haber algo que haya engañado a tanta gente para que hayan elegido a esa persona. Un engaño colectivo, propiciado a buen seguro por los medios de comunicación o por todos aquellos que controlan en secreto la política, en el que han caído muchos ingenuos. Sólo unos pocos saben de verdad lo que está sucediendo.

La última teoría de la conspiración que circula en EEUU entre muchos partidarios de Donald Trump es una versión distinta y muy interesante, pero no por ello menos enloquecida. La idea es que todo va bien porque hay un plan oculto para acabar con la corrupción estructural de EEUU y del mundo. El salvador es obviamente Trump.

Todo ese caos característico de la Casa Blanca que tanto espacio ocupa en los medios es sólo una pantalla para esconder una operación que más tarde o más temprano acabará con los malvados. Estos últimos son los sospechosos habituales de los últimos tiempos –Hillary Clinton, Barack Obama…–, pero todo se remonta a mucho tiempo atrás.

Se llama QAnon o también The Q o The Storm (la tormenta). Esto último por un aviso que Trump lanzó en 2017 a los periodistas en un par de frases. «Quizá sea la calma antes de la tormenta», dijo mientras le hacían fotos con los invitados de ese día en el Despacho Oval. ¿Qué tormenta?, le preguntaron. «Ya se enterarán», respondió. Era la época de sus amenazas a Corea del Norte, y algunos lo relacionaron con eso.

QAnon sabe muy bien a qué se refería. Trump está al tanto de todo y va dos pasos por delante de sus enemigos.

Pero antes de nada veamos una explicación de esta conspiración desvelada.

Kennedy supo de esta trama oculta. Su asesinato fue el arma definitiva con la que detenerle. Reagan tenía buenas intenciones –no conviene decepcionar a los votantes republicanos que lo recuerdan con adoración– pero no pudo hacer nada. A partir de ahí, llegaron los auténticos culpables y con cada uno de los siguientes presidentes el ‘Deep State’ se hizo más poderoso.

«Los buenos» pasaron al contraataque. La opción del golpe de Estado se descartó por demasiado traumática. Hasta que llegó Trump dispuesto a poner fin a esta trama con la ayuda de sus mejores asesores y la inmensa información disponible en la NSA. Las detenciones de los principales sospechosos son inminentes.

Todo comenzó en 4Chan, dónde si no, con el mensaje de un usuario anónimo en 2017 que firmaba como Q, en referencia a una acreditación de seguridad en el Departamento de Energía equivalente al mayor nivel de autorización en el Pentágono para acceder a documentos de alto secreto. Anunció detenciones que nunca se produjeron, pero eso no importó. El grupo de partidarios formado pasó a 8Chan y contribuyó a embellecer la teoría.

De ahí salieron otras ideas más jugosas como relacionar a los grandes sospechosos con una trama de pedofilia –esta acusación es casi un clásico en este tipo de conspiraciones, como se vio en el Pizzagate– o afirmar que la dinastía gobernante en Corea del Norte había sido colocada en el poder por la CIA hasta que Kim Jong-un aceptó negociar con Trump. Todo ese mejunje catastrofista es lo que alimenta el vídeo que aparece arriba y que describe un mundo que, sin los detalles más ridículos, encaja bastante bien con la imagen sombría que Trump siempre ha dibujado de la situación mundial antes de su llegada al poder.

En todo este universo que se va alimentando cada día porque no hay que ser miembro de ninguna organización concreta para extender el alcance de la conspiración, todo fue creciendo al principio fuera de la vista de los medios, pero no de los usuarios de YouTube interesados en estos asuntos. Nada mejor que YouTube para extender mensajes delirantes. Hay un público que los está esperando.

Hace unos meses, personalidades conocidas de la extrema derecha –siempre aparece Alex Jones en estas batallas– hablaron de The Q o The Storm en Twitter y Facebook con lo que los seguidores más fanáticos de Trump que no circulan por lugares como 4Chan lo tuvieron más fácil para ponerse al día.

El mitin que dio Trump esta semana en Florida fue la puesta de largo de la conspiración. Varios de los asistentes llevaban carteles o camisetas con referencias a The Q que no pasaron desapercibidas a las cámaras.

El único problema para que un adicto a los bulos y teorías de la conspiración como Trump adopte a The Q es que la historia va tan lejos que hasta cuenta que la investigación del Rusiagate que dirige el fiscal Mueller es otra pantalla con la que «los buenos» están dejando que se confíen «los malos». Como Trump no deja pasar una oportunidad para pedir que esa investigación se cancele, es poco probable que ahora suscriba esa loca idea en público.

Pero sus votantes no tienen por qué preocuparse por esos detalles. Sólo necesitan saber que todo va según lo previsto, que hay un plan maestro para acabar con esa élite corrupta que pretende derrocar a Trump.

Su presidente continúa enviándoles mensajes sobre las mentiras que publican la industria de las ‘fake news’, es decir, los medios de comunicación. «Lo que estáis viendo y lo que estáis leyendo no es lo que está sucediendo», dijo a finales de julio en lo que fue definido como un homenaje involuntario a ‘1984’ de George Orwell.

Sus seguidores no necesitan saber nada más.
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