Los secretos sobre la guerra de Ucrania que EEUU no quería que supieras

No hay guerras sin espías. La capacidad de los servicios de inteligencia o de la inteligencia militar de desvelar la estrategia de guerra del enemigo, sus capacidades armamentísticas y los movimientos de tropas en el campo de batalla han sido cruciales en innumerables guerras a lo largo de la historia. En su libro ‘Inteligencia militar’, John Keegan cita un informe conservado en papiro en Tebas que dice: «Hemos encontrado el rastro de treinta y dos hombres y tres burros». Informaba a las autoridades de la posible presencia de nubios en una zona fronteriza que podían ser una amenaza para el Valle del Nilo. Fue hace cuatro mil años.

Incluso existe una referencia en la Biblia a una misión secreta enviada por Moisés para examinar la tierra de Canaán. Necesitaba información concreta: «Mirad cómo es la tierra y si la gente es fuerte o débil, pocos o muchos. ¿Tienen sus ciudades muros que las rodeen?».

El mayor éxito consiste en interceptar las comunicaciones del enemigo sin que este se entere de que está siendo escuchado. Aun más, si el otro cree que nadie puede leer sus mensajes al tener un sistema con el que cifrarlos y hacerlos ininteligibles. Cuando eso ocurre, el resultado es una mina de oro que no deja de ofrecer rendimientos. Por eso, fue crucial para la victoria norteamericana en la batalla de Midway en la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo que disfrutaron los británicos al descubrir los secretos de la máquina alemana Enigma.

Ese es el privilegio con que contaba EEUU hasta que se ha conocido la filtración de un centenar de documentos secretos relacionados con la guerra de Ucrania.

La invasión rusa de Ucrania ofreció desde el primer momento el coste de una información de inteligencia incorrecta sobre el objetivo. El FSB tenía como una de sus principales misiones vigilar la situación política de Ucrania. La agencia de espionaje informó al Gobierno de Putin de que la mayor parte de la población ucraniana recibiría con los brazos abiertos a las tropas rusas. Pronto se vio hasta qué punto estaba equivocada. Lo mismo que les ocurrió a los norteamericanos en Irak.

Moscú debe de ser consciente de que Estados Unidos cuenta con inmensas capacidades de espiar a aliados y enemigos por medios electrónicos sin necesidad de que un espía atraviese una frontera y empiece a operar de forma encubierta. Obviamente, sus servicios de contraespionaje tienen como misión impedirlo, aún más si el presidente del país es un antiguo espía al que no conviene decepcionar.

La filtración conocida en las dos últimas semanas revela que EEUU ha tenido acceso a planes militares rusos, a veces incluso en tiempo real, a través de la interceptación de sus comunicaciones. «La comunidad de inteligencia de EEUU ha penetrado en los militares rusos tan profundamente que puede avisar a Ucrania con antelación de los ataques y puede valorar con fiabilidad la fortalezas y debilidades de las fuerzas rusas», según The Washington Post, que ha podido revisar decenas de esos documentos.

Washington supo que el FSB está muy molesto con la cúpula militar por la escasa información que facilita de la marcha de la guerra a otros organismos de seguridad rusos. Eso incluye el número propio de bajas. Que Putin se reunió con el ministro de Defensa y el dueño de Wagner para que resolvieran sus diferencias. Que las unidades de élite del Ejército han sufrido tal pérdida de efectivos en los combates que tardarán años en recuperarse. Que los espías rusos creen haber llegado a acuerdos de colaboración muy fructíferos con los Emiratos Árabes, un aliado tradicional de EEUU en Oriente Medio. Que Egipto, otro aliado, estaba dispuesto a vender munición a Moscú.

Los documentos han ofrecido una prueba documental sobre el número de tropas de países de la OTAN que operan en territorio ucraniano. En concreto, 97, según un informe del 28 de febrero, de Reino Unido –que contaba con el número mayor, 50–, EEUU, Letonia y Francia. Es exagerado considerarlo un salto cualitativo que pudiera provocar una respuesta de los rusos. Muchos de ellos son miembros de las Fuerzas Especiales que protegen a los altos cargos políticos y militares que visitan el país. El dato no admite comparación con la inmensa ayuda militar que los gobiernos occidentales han entregado a Ucrania.

La filtración también permite saber que EEUU está espiando a los ucranianos a los que ha entregado una ingente cantidad de ayuda militar para la guerra. La razón reside en un hecho sorprendente mencionado por varios medios que tuvieron acceso a la filtración: «El material refuerza la idea que fuentes de inteligencia ya habían reconocido. EEUU tiene un conocimiento más claro de las operaciones militares rusas que de los planes ucranianos», llegó a contar The New York Times.

Lo más dañino para la relación entre Washington y Kiev es que se confirma lo que hasta ahora había aparecido en algunos artículos citando a fuentes anónimas que lo explicaban con cautela y sin ganas de provocar un titular espectacular. La inteligencia de EEUU duda de que la ofensiva ucraniana de primavera vaya a tener éxito, según un documento marcado como «alto secreto» y que está fechado en febrero. La fortaleza de las defensas rusas, preparadas desde hace tiempo, «unida a las deficiencias ucranianas en el entrenamiento (de las tropas) y el suministro de municiones probablemente harán difícil el avance y aumentarán las bajas durante la ofensiva».

La valoración contrasta claramente con los comentarios públicos de los altos cargos norteamericanos, que se muestran confiados en que la ayuda militar entregada sirva a Kiev para expulsar a los rusos de su territorio, incluida la península de Crimea. El documento, por el contrario, sólo cree que la ofensiva permitirá «ganancias territoriales modestas».

Si esa ofensiva que aún no se ha producido tiene pocas posibilidades de éxito, es más probable que la guerra continúe a lo largo de este año y se prolongue hasta 2024, una perspectiva muy deprimente que en teoría podría cuestionar la política favorable a Ucrania en algunos países europeos.

Hay otro dato que plantea dudas sobre el futuro militar que le aguarda a Ucrania. La red de defensa antiaérea del país se encuentra al límite de su capacidad por la carencia de misiles. A finales de febrero, se calculaba que los misiles que suponen el 89% de esas defensas contra aviones podrían acabarse a principios de mayo al ritmo que se estaban consumiendo en esa fecha. Sin esa protección, la Fuerza Aérea rusa podría ser un factor decisivo en la guerra, lo que no ha sido hasta ahora.

Según una estimación del Pentágono, Rusia cuenta con 485 aviones en el escenario ucraniano frente a 85 ucranianos. «El Ejército ruso ha sido destrozado. La Fuerza Aérea rusa, no», dijo en febrero el general Mark Milley, jefe de las Fuerzas Armadas en EEUU.

Esos documentos parten de informaciones conseguidas por agencias como la CIA o la NSA, por lo que no hay que tomarlos como hechos irrefutables. Los espías también se equivocan, como se ha demostrado a lo largo de la historia. El mayor fracaso consiste en ser incapaz de mantener la confidencialidad de su transmisión en la cadena de mando.

EEUU se mantiene en el peor de los mundos. Un sistema que clasifica como secreto o confidencial un número exagerado de documentos y que al mismo tiempo se ve obligado a permitir que centenares de miles de personas necesiten contar con acceso a todo o parte de ese material.

Hace doce años, Chelsea Manning era un cabo destinado en una unidad de inteligencia militar en Irak. En su ordenador, podía leer y guardar copias de los telegramas diplomáticos enviados por las embajadas desde años atrás. Su trabajo le obligaba a saber lo que estaba ocurriendo a menos de cien kilómetros de Bagdad, pero resulta que también podía acceder al contenido de lo que las embajadas en París o Ankara enviaban a Washington.

La situación se ha repetido ahora, aunque el perfil de la persona presunta responsable de la filtración sea muy diferente. Jack Teixeira era un joven militar de 21 años de bajo nivel en la Guardia Nacional Aérea de Massachusetts. Como se ocupaba de tareas de mantenimiento de los servidores de su departamento de inteligencia, tenía acceso a toda la red de comunicaciones de la inteligencia militar y de las diecisiete agencias de inteligencia de EEUU.

La suya no fue una operación de espionaje digna de una película. Bajó los documentos que le interesaban, los imprimió, plegó los papeles, los fotografió en casa y subió las capturas al foro de un grupo de ‘gamers’ que también se interesaban en asuntos relacionados con armas y guerras. For the lulz. Para impresionar a los amiguetes.

La CIA y la NSA están muy interesadas en reclutar a jóvenes para sus departamentos tecnológicos. Aún no tienen bien controlada la cultura de internet. Quizá ocurra que hay rincones de internet a los que ni siquiera el Gobierno de EEUU pueda acceder, simplemente porque son demasiados. «Después de las filtraciones de Snowden en 2013, se suponía que esto no tenía que volver a suceder», ha dicho a este diario Glenn Gerstell, consejero general de la NSA entre 2015 y 2020.

Está claro que la maquinaria militar y de inteligencia de EEUU genera más secretos de los que puede gestionar.

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Un espectáculo a la altura de una estrella de los ‘realities’

Trump en el interior del tribunal junto a sus abogados y vigilado por dos policías. Foto: Pool/CNN

La gran estrella del reality show ‘The Apprentice’ ha tenido su momento de protagonismo estelar en los tribunales de la ciudad de Nueva York. Su salida desde la Trump Tower en un convoy de varios vehículos negros encabezados por un coche policial ha sido retransmitida en directo por las cadenas de noticias con las cámaras de un helicóptero. La falta de intriga no desanimó a las televisiones. Obviamente, el recorrido estaba controlado por la policía, que cortó el tráfico en las calles necesarias para que la comitiva llegara sin inconvenientes.

Donald Trump dijo una vez que podría disparar a la gente en la calle en Nueva York y que no le pasaría nada. «Podría ponerme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a alguien y no perdería a ningún votante, ¿cierto? Es casi increíble». Lo dijo en un mitin en Iowa en enero de 2016 diez meses antes de las elecciones que le dieron la presidencia. La audiencia celebró la ocurrencia con risas.

Con independencia de que la policía de Nueva York habría hecho algo al respecto si eso hubiera ocurrido, no le faltaba razón. En esos momentos, ya parecía inmune a las consecuencias políticas que cualquier otro candidato republicano habría sufrido en caso de proferir declaraciones como las suyas. Todo le resbalaba como se vio también meses más tarde –con el «grab them by the pussy»– cuando se filtró un audio de una conversación con un presentador de televisión.

Al final, ha sido el pago de un soborno de 130.000 dólares a una actriz porno el que le ha llevado ante un juez este martes. Esta vez, no ha sonado tan presuntuoso. «No me puedo creer que esto esté pasando en América», escribió en su red social antes de abandonar el despacho.

En el interior de los tribunales, se ha seguido el procedimiento habitual en estos casos. Ha sido formalmente detenido, se le han leído los derechos y le han tomado las huellas dactilares. No le han sacado una foto para la ficha policial, porque suponían que terminaría siendo filtrada. El juez le ha leído la lista de cargos preparada por el fiscal del distrito de Nueva York. Se ha declarado «no culpable».

Algunos han definido este 4 de abril como el inicio real de la campaña de las elecciones de 2024. Evidentemente, Trump utilizará en su favor todo lo que tenga que ver con este juicio. Se presentará como la víctima de una intolerable persecución política y confiará en que los votantes republicanos vuelvan a estar con él, lo que parece probable en estos momentos.

Recaudará el dinero correspondiente a su nueva condición de presunto delincuente. Desde que se conoció la noticia de que iba ser procesado, su campaña ha recaudado ocho millones de dólares, según uno de sus asesores. En términos económicos, los 34 cargos a los que se enfrenta son una buena inversión.

El estilo de sus acérrimos partidarios puede ser comparado con la reacción de la congresista republicana Marjorie Taylor Greene, del sector más reaccionario del partido. «Trump se une a una lista de las personas más increíbles de la historia que han sido detenidas. Nelson Mandela fue detenido, cumplió su pena en prisión. ¡Jesús! Jesús fue detenido y asesinado». Green es más bien del sector delirante de los republicanos.

A corto plazo, no cabe duda de que Trump sale ganando. Una encuesta de la semana pasada le da un apoyo del 52% de votantes republicanos para las primarias. Hace dos semanas, un sondeo de la misma empresa le concedía ocho puntos menos.

La idea de que un juez y un jurado pueden poner fin a la carrera política del expresidente suena de entrada bastante plausible. Sería un error creerlo. No es la primera vez que lo parece y al final no ocurre. Hace tiempo que el sistema político sucumbió a su estilo por ser la prolongación natural de un estado de histeria permanente en que viven los republicanos desde los años noventa.

Trump se alimenta del espectáculo como un vampiro. Cuanta más controversia y furia genere, más fuerzas cree tener. El concepto de publicidad negativa no existe para él.


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Netanyahu destituye a su ministro de Defensa por oponerse a la reforma de la Justicia

Manifestación contra Netanyahu en Tel Aviv el 25 de marzo. Las pancartas dicen: «No perdonaremos, no olvidaremos».

Binyamín Netanyahu ha llevado al extremo la división política en Israel con su proyecto para recortar los poderes de los tribunales y de la Fiscalía General sobre las leyes que pueda aprobar el Parlamento. Ahora ha dado un paso más y ha provocado el mismo efecto en su propio partido y el Gobierno. Esta tarde, ha destituido al ministro de Defensa, Yoav Galant, por haberse atrevido a reclamar en público que se suspendan las reformas judiciales para que sean negociadas con la oposición.

Galant había hecho esa petición en un discurso el sábado por la noche, haciendo hincapié en que la polarización existente en la sociedad había penetrado en las Fuerzas Armadas. «Esto supone un peligro claro, inmediato y tangible en la seguridad del Estado», dijo.

Centenares de reservistas se han negado a ocupar sus puestos o amenazado con hacerlo a causa de la política del Gobierno. Algunos de ellos son pilotos que cuentan con puestos esenciales en la Fuerza Aérea. No están dispuestos a servir para un Gobierno del que consideran que ha dejado de ser democrático.

Este fin de semana fue el decimosegundo consecutivo en que se celebraron manifestaciones por todo el país para oponerse a las reformas de Netanyahu, con las que además el primer ministro pretende impedir el juicio en el que se le acusa de delitos de corrupción. Los medios israelíes calcularon que unas 300.000 personas se concentraron en todo el país, lo que viene a ser más del 3% de la población total. Como si en España se manifestaran 1.200.000 personas.

Galant es un exgeneral que dirigió el Comando Sur del Ejército. En calidad de tal, dirigió la invasión de Gaza en 2008 y 2009 a la que en Israel se llamó Operación Plomo Fundido. Murieron 1.400 palestinos en los bombardeos. Se unió al Likud en 2018, del que ahora es diputado, y había sido ministro en varios gobiernos de coalición.

Está previsto que el martes se vote uno de los proyectos de ley preparados por Netanyahu que permitirá al Gobierno controlar los nombramientos de magistrados del Tribunal Supremo, incluido su presidente.

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Seymour Hersh tiene una teoría sobre el sabotaje de los gasoductos rusos, pero hay varias cosas que no tienen sentido

Fuga en el Nord Stream 1 tras la explosión. Guardia Costera de Suecia

A finales de 2022, The Washington Post y The New York Times publicaron sendos artículos con un margen de unos pocos días sobre el sabotaje de los gasoductos Nord Stream 1 y 2 con un contenido similar. La noticia era que no había noticia. Las investigaciones del ataque del 26 de septiembre no habían arrojado ninguna prueba sobre su autoría. El Post apuntaba que, aunque los gobiernos occidentales se habían apresurado a acusar a Rusia, ahora algunos dudaban de que fuera así, sin tener ninguna teoría propia sobre el origen de las explosiones.

Lo único que sabían seguro era que no se podía tratar de un accidente. Algunos admitían que quizá sería imposible que las investigaciones arrojaran un resultado claro.

Un mes antes del ataque, Rusia había interrumpido el suministro de gas a través de Nord Stream 1 (el 2 aún no estaba plenamente operativo) demostrando que sus clientes dependían absolutamente de las órdenes que partieran de Moscú. Estaba claro que países como Alemania debían empezar a moverse para encontrar fuentes alternativas.

La conclusión general tras esta decisión rusa, aun más con la explosión posterior, sí era obvia: el suministro de energía no estaba garantizado y los gobiernos europeos debían darse prisa para tener preparadas sus opciones de cara a los próximos meses.

Seymour Hersh ya tiene una respuesta al enigma. En un artículo publicado en su blog personal en Substack, afirma que los gasoductos fueron destruidos en una operación militar norteamericana con la colaboración estrecha de Noruega. Buceadores especializados de la Armada colocaron los explosivos para que fueran activados por control remoto. Eso ocurrió tres meses después.

Los planes fueron discutidos en los nueve meses anteriores por un comité con representantes del Pentágono, la CIA y el Departamento de Estado, dirigidos por Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional en la Casa Blanca: «El tema que se trató no era si había que realizar la misión, sino cómo hacerla sin dejar pistas sobre su responsable», dice el artículo.

La identidad del autor de la información ha sido la que le ha dado relevancia al artículo en las redes sociales. Hersh, de 85 años, es una leyenda del periodismo norteamericano desde finales de los años sesenta por sus artículos de la matanza de My Lai en la guerra de Vietnam por los que recibió el Premio Pulitzer. Cubrió el Watergate para The New York Times con el que publicó varias exclusivas sobre las guerras secretas de EEUU en el sureste de Asia. En 2004, también publicó en The New Yorker artículos muy importantes sobre las torturas en la prisión de Abú Ghraib en Irak.

Todo empezó a torcerse unos diez años después con otros dos artículos suyos. Escribió en 2015 que la eliminación de Osama bin Laden fue una operación conjunta de EEUU con el Ejército y los servicios de inteligencia paquistaníes (hablé del reportaje en este artículo). Basándose en fuentes anónimas, habitualmente las únicas disponibles en estas cuestiones, afirmaba que el líder de Al Qaeda había sido un prisionero del ISI (los servicios de inteligencia de Pakistán) en Abbottabad desde varios años antes.

Los generales que dirigían a los militares y espías aceptaron colaborar en lo que a todos los efectos suponía una doble humillación para sus fuerzas. Quedaba de manifiesto que Bin Laden había estado escondido durante años en una casa situada a escasa distancia de una gran academia militar. Además, la operación de los SEAL norteamericanos suponía una violación de la soberanía paquistaní y reducía el prestigio interior de dos fuerzas que se precian de ser las dos únicas instituciones que funcionan en el país, a diferencia de los ineptos gobiernos civiles.

Las razones que Hersh empleaba para apuntalar la información de sus fuentes anónimas eran imposibles de creer para cualquiera que conociera cómo funcionan el Ejército y el ISI en Pakistán. No necesitaban el permiso norteamericano para operar en Afganistán. Llevaban haciéndolo desde los años ochenta.

Otro artículo sobre los ataques con armas químicas en la guerra de Siria había sido recibido con el mismo escepticismo un par de años antes. The New Yorker no había querido publicarlo a pesar de su larga colaboración con el periodista, que lo sacó en London Review of Books. Sostenía que el gas sarín podía haber sido obtenido por los insurgentes sirios.

El artículo sobre el sabotaje de los gasoductos cuenta con debilidades similares. Establece una teoría alternativa a la publicada por la mayoría de los medios con una información entre discutible e increíble para justificar las revelaciones más explosivas.

Sostiene que la operación para destruir los gasoductos comenzó muchos meses antes de la invasión rusa de Ucrania con el objetivo de cortar para siempre la dependencia europea del gas ruso. La prioridad de sus autores era ocultar el rastro de la autoría por las consecuencias que acarrearía en las relaciones con Europa y Rusia. El hecho de que varios departamentos del Gobierno, con la presencia nada menos que del principal consejero de política exterior del presidente, significaba que si encontraban la manera de que el ataque fuera viable y secreto sólo necesitarían ya el visto bueno de Joe Biden.

Hersh utiliza una frase de Biden pronunciada en público el 7 de febrero, tres semanas antes de la invasión, para reforzar la idea de que EEUU haría lo que fuera necesario para acabar con el gasoducto: «Si Rusia invade (…), no habrá más Nord Stream 2. Acabaremos con él». Pero Nord Stream 2 no estaba funcionando en ese momento. Quien sí lo hacía era Nord Stream 1 a pleno rendimiento. Por mucho que a EEUU no le gustara, el gasoducto 1 era esencial para Rusia y para Alemania. Y era obvio que en caso de invasión ese suministro de gas sería una de las principales víctimas del conflicto.

A partir de la invasión, Moscú comenzó a utilizar ese gasoducto como herramienta para presionar a Alemania. El Gobierno alemán ya había decidido buscar fuentes de suministro alternativo, como lo prueban múltiples declaraciones públicas.

El descenso de la exportación de gas ruso a Europa comenzó antes de la voladura de Nord Stream. Obviamente, luego la caída se acentuó. En los últimos meses, las exportaciones se hundieron hasta el nivel más bajo de los últimos cuarenta años. A Europa le hubiera venido mejor que ese descenso fuera más gradual con vistas a lo que podría ocurrir este invierno. Al final, Alemania y otros países consiguieron llenar sus depósitos recurriendo a otras vías y se vieron favorecidos por las temperaturas, que hasta ahora no han sido más frías de lo normal.

Noruega fue el aliado esencial en la operación, según Hersh. El artículo comete un error ridículo. Cuenta que el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, es un halcón antirruso y que «era un radical sobre todo lo relacionado con Putin y Rusia que había cooperado con la comunidad de inteligencia norteamericana desde la guerra de Vietnam». Stoltenberg nació en 1959, con lo que sólo era un adolescente cuando acabó esa guerra.

Sobre los dragaminas y aviones utilizados supuestamente por Noruega, hay serias dudas de que estuvieran en esa zona, al menos según los datos públicos disponibles, según este hilo.

Otro argumento defendido por Hersh es que Noruega obraba por interés económico. Podría así vender más de su gas en Europa. Las cifras no confirman esa sospecha. El país nórdico superó en 2022 a Rusia como el principal exportador de gas a Europa gracias a las sanciones a Moscú y a la interrupción del suministro de gas ruso en varias ocasiones y por razones no justificadas, lo que confirmaba que había dejado de ser un exportador fiable.

La producción de gas noruego aumentó por tanto en 2022, aunque está cerca del máximo que puede alcanzar. Las previsiones son que se mantenga en 2023 en torno a los mismos niveles que el año pasado con 122.000 millones de metros cúbicos. Aumentarla dependería de la capacidad de encontrar nuevos campos gasísticos.

Hay otra razón que desmiente la idea de que a los noruegos les interesara intervenir en esta operación. Podría haber provocado una represalia rusa, de responsabilidad también difícilmente adjudicable, contra el gasoducto que conecta Noruega con Alemania. Eso les provocaría pérdidas económicas ingentes. El riesgo sería gigantesco y todo a cambio de acelerar algo inevitable: la reducción al mínimo de las exportaciones de gas ruso a Europa. Los noruegos sólo tenían que esperar sin necesidad de intervenir en una operación militar de la que no tenía el control.

La destrucción no completa de Nord Stream –una de las dos conducciones del número 2 no se vio afectada por las explosiones– continúa siendo un misterio. Todos los países de la zona cuentan con tecnología suficiente como para haber realizado el sabotaje. La dificultad de encontrar pruebas claras en el fondo del mar –ni el explosivo ni la técnica han podido señalar al sospechoso– permite a los implicados señalar a sus enemigos sin contar con pruebas sólidas.

Un artículo basado en una fuente anónima en un texto que contiene contradicciones y afirmaciones algo más que discutibles no permite llegar a una conclusión clara sobre el enigma y demuestra que Hersh abandonó ya hace años el estilo y solvencia que le convirtieron en uno de los mejores periodistas norteamericanos de su época.

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Lev Gudkov: «Los rusos muestran poca compasión por los ucranianos»

Un mural con el rostro de Putin en un edificio de cinco plantas en la localidad rusa de Kashira, en la región de Moscú. Foto: Yuri Kochetkov/EFE

Lev Gudkov lleva décadas estudiando la sociedad rusa desde los tiempos de la Unión Soviética. Como director de Levada, el único instituto independiente de encuestas del país, es uno de los observadores más imparciales de la realidad política. Ahora mismo, es muy pesimista sobre la posibilidad de que haya una contestación en la sociedad contra la guerra de Ucrania, bien porque una parte de la población apoya los objetivos del Gobierno o porque otros se limitan a aceptar el relato oficial que encuentran en los medios de comunicación. Lo explica en una entrevista con Der Spiegel. Aquí pueden leerse algunas de sus respuestas:

«La propaganda del Estado aún consigue forjar un amplio consenso. Muy recientemente, la mayoría de los encuestados, un 53%, creía que la operación militar en Ucrania ha sido un éxito. En general, son gente que ve la televisión estatal y tiene poco acceso a internet, son los rusos de más edad. Pero hay otro sector de la sociedad, más pequeño, un tercio de los encuestados, que dice que la operación no ha tenido éxito».

Sobre las opiniones de estos últimos:

«Dicen que la operación está llevando mucho tiempo, que no se han hecho progresos. La gente se preocupa casi exclusivamente por la derrota militar de su propio país, el caos en el Ejército, la incompetencia de la cúpula militar. Durante años, les dijeron que el Ejército ruso era el más fuerte y que tenía armamento milagroso, pero ese mito se ha evaporado».

Sobre el nulo impacto de la destrucción causada en Ucrania por la guerra en las opiniones de los ciudadanos rusos.

«Los ataques contra Ucrania y las masacres no juegan ningún papel. Los rusos muestran poca compasión por los ucranianos. Casi ninguno habla de que están matando a gente en Ucrania».

No es una sorpresa, para Gudkov:

«La guerra ha expuesto mecanismos en la sociedad que existen desde los tiempos soviéticos. Por pura costumbre, la gente se identifica con el Estado y adopta su retórica sobre la lucha de la patria contra el fascismo y el nazismo, igual que hicieron en los tiempos soviéticos, para justificar la situación. Ha estado presente en la mente de la gente desde hace bastante tiempo, y la propaganda ha activado esos mecanismos. Se cierran ante cualquier compasión y empatía por lo que está sucediendo en Ucrania. Esos sentimientos sólo se aplica a los muertos y heridos propios, son ‘nuestros hombres'».

Un lanzador múltiple de cohetes Grad del Ejército ruso en la región ucraniana de Donetsk.

Sobre si esperaba un apoyo tan claro a la guerra desde el principio:

«No, esta pasividad y sometimiento es decepcionante. Realizamos una encuesta exprés telefónica el 27 de febrero, justo después del comienzo de la guerra. En ese momento, yo aún pensaba que la reacción sería muy crítica contra la guerra. Pero estaba equivocado. El 68% apoyaba la guerra. Yo estaba totalmente en contra de publicar esa encuesta. Nuestros jefes quedaron horrorizados al principio, porque habíamos gastado dinero en ella, del que no tenemos mucho. Pero publicar esos datos en una situación como esa sólo hubiera añadido gasolina al fuego. Publicamos la encuesta más tarde, en marzo, después de que institutos del Gobiernos difundieran sus datos».

Le preguntan si la sociedad rusa es consciente del alto número de bajas en las tropas rusas:

«Realmente no. Estamos experimentando una censura total. Facebook y Twitter están bloqueados. El porcentaje de los que saben cómo saltarse ese bloqueo a través de VPN ha subido de un 6%-8% a un 23%, pero aún es pequeño. La mayoría son jóvenes o habitantes con estudios de las mayores ciudades. (…) Para una clara mayoría, especialmente los rusos de más edad, las únicas fuentes de información creíbles son los canales de la televisión estatal».

Los más jóvenes, especialmente si viven en grandes ciudades, siempre han sido los más críticos con el Gobierno de Putin, y ahora también con la guerra. Después del decreto de movilización de 300.000 personas, centenares de miles de ellos decidieron abandonar el país para escapar del reclutamiento. Esa es una forma de protesta que debilita a la economía, pero no directamente al Gobierno. Gudkov no ve en estos momentos mucho margen para protestas en la calle contra Putin:

«La disposición para participar en las protestas ha caído de forma clara en los últimos meses. La gente tiene miedo de la policía y de la represión. El número de presos políticos se cuenta por centenares. Pero el mayor miedo es al aislamiento si vas contra la mayoría. He hecho esta pregunta en nuestras encuestas durante año: ‘¿Estás dispuesto a luchar (en una guerra) si es necesario?’. Y siempre más del 50% responde: ‘Tenga razón mi país o no, estoy dispuesto’. Desde luego, muchos de ellos no quieren combatir, pero se comportan de una forma conformista hacia el Estado. Hemos visto que aquellos que han podido han huido del país».

La movilización militar sí supuso un fuerte golpe al conformismo en que vive la sociedad rusa, dice Gudkov:

«Cuando se anunció la movilización, fue un shock. La gente lo vio como un anuncio de una derrota. En agosto, el 48% estaba a favor de continuar la guerra, mientras que un 44% apoyaba las negociaciones de paz. Después de la movilización de octubre, cambió: un 57% estaba a favor de las conversaciones de paz, mientras que sólo el 36% quería continuar la guerra».

Gudkov comenta que en las encuestas de noviembre el apoyo a las negociaciones de paz se redujo cuando se anunció que la primera fase de la movilización había terminado, lo que hizo que bajara la preocupación social. Pero la incertidumbre sobre el futuro y el impacto social de la guerra siguen estando ahí. Dice que una mayoría opina que Putin mentía cuando hablaba de una «movilización parcial». Un 63% cree que la movilización continuará. Sobre las expectativas o falta de ellas de los encuestados:

«Las previsiones sobre el futuro se han reducido a unas pocas semanas. Más de la mitad de los encuestados dicen: ‘No sé lo que ocurrirá dentro de un mes’. No es posible planificar o ahorrar el dinero que la mayoría no tiene. La gente cree que la guerra durará durante mucho tiempo».

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Una guerra larga es lo único que Putin puede prometer a los rusos

A mediados de octubre de 2022, la cúpula militar rusa decidió que ya había tenido suficiente con las frecuentes críticas publicadas en canales de Telegram por periodistas y bloggers ultranacionalistas contra la incompetencia mostrada por el Ejército en la guerra de Ucrania. Exigió a la Fiscalía que tomara medidas contra siete de ellos por violar la ley que castiga la difusión de “información falsa” sobre las Fuerzas Armadas. Entre ellos estaban Semen Pegov, con 1,3 millones de seguidores en Telegram, e Igor Girkin, un exagente de los servicios de inteligencia con 600.000.

Ninguno fue procesado, a pesar de que críticas menos directas ya habían sido perseguidas con multas o penas de prisión cuando procedían de personas que se oponían a la invasión. El aviso sirvió para que rebajaran las críticas durante un tiempo, que no duró mucho. Cuando el Ejército ruso se vio obligado a retirarse de la ciudad ucraniana de Jersón, volvieron los ataques. No era su ideología la que los protegía, sino el mismo Kremlin.

Si había alguna duda, Vladímir Putin la despejó en un discurso en el Ministerio de Defensa el 21 de diciembre. A los militares reunidos ante él, les dijo que deberían aceptar esas críticas: “Obviamente, la reacción de las personas que detectan problemas, y los problemas son inevitables en una operación de tales dimensiones, puede estar también cargada de emociones. No hay duda de que es necesario escuchar a aquellos que no están ocultando los problemas existentes, sino que intentan contribuir a su solución”.

Sus palabras se interpretaron como un respaldo a las voces influyentes de los halcones que defienden al Gobierno desde la televisión y plataformas digitales, reclaman el uso de todos los medios necesarios para destruir la resistencia ucraniana y lamentan la incapacidad del Ejército para cumplir los objetivos del Kremlin. Con una salvedad. Nunca critican personalmente a Putin.

Todo empieza y acaba con Putin en la política de Rusia desde que se inició la guerra en febrero de 2022. La decisión de invadir Ucrania fue suya, como lo había sido la de ocupar Crimea en 2014, en este último caso contra el consejo del alto mando militar. Todos los fracasos de los militares en el campo de batalla no le han hecho moverse un centímetro de su estrategia, a pesar de que se basaba en una confianza excesiva en la capacidad de su Ejército y en subestimar la fortaleza de la defensa ucraniana y de la ayuda que podía recibir de Europa y EEUU.

Ya no puede vender optimismo, por lo que sólo puede prometer una guerra larga. La situación actual no es muy alentadora para Moscú. En un discurso de diciembre dirigido a los agentes de los servicios de seguridad e inteligencia, Putin no ocultó que el control ruso de las zonas ucranianas ocupadas no está garantizado: “Afrontáis tareas difíciles ahora. La situación en las repúblicas del Donetsk y Lugansk, y en las regiones de Jersón y Zaporiyia, es extremadamente complicada”.

Después de la retirada de Jersón, que había sido anexionada a Rusia por decisión de la Duma, cualquier triunfalismo está fuera de la realidad.

Los miembros de las élites políticas y económicas en contacto con el Kremlin que aceptan hablar de forma anónima con medios extranjeros admiten que es muy difícil saber cuáles serán las decisiones que tome Putin en el futuro. Catherine Belton, periodista de The Washington Post y autora del libro ‘Los hombres de Putin’, habló recientemente con algunos de ellos. “¿Cómo puede decirnos (Putin) que todo va según los planes cuando ya estamos en el décimo mes de guerra y se nos dijo que sólo se iban a necesitar unos pocos días?”, se pregunta una fuente del Gobierno.

El presidente cuenta con un círculo muy reducido de asesores de auténtica confianza. Todos los que están fuera no saben exactamente qué puede pasar.

Serguéi Markov, profesor de Ciencia Política que fue diputado de Rusia Unida y asesor de Putin, dijo a Belton que el Gobierno, es decir, Putin, aún no ha tomado la decisión más importante sobre cómo afrontar la guerra: “Hay dos posibles caminos para el futuro. Uno es que el Ejército continúe luchando mientras el resto de la sociedad tiene una vida normal, como ha ocurrido este año. El segundo camino es el de Rusia en la Segunda Guerra Mundial, cuando todo estaba orientado hacia el frente y la victoria”.

El Gobierno decretó en septiembre una movilización parcial con la que se reclutó a 300.000 nuevos soldados. Según la versión oficial, la mitad de ellos aún están siendo entrenados en Rusia. Es muy posible que no sea la última.

Los halcones como Markov quieren que Putin se decida por una movilización militar total que esté a la altura de la retórica que utiliza el presidente en sus discursos. Los hay más influyentes que ese profesor. Los dos más conocidos son el líder checheno Ramzán Kadírov, y el jefe de la empresa Wagner, Yevgueni Prigozhin. Kadírov era antes un personaje marginal en Moscú. Le bastaba con tener el apoyo de Putin para dirigir Chechenia como si fuera su finca particular. Al prestar atención a la guerra y dedicar fuertes críticas a la cúpula militar, la audiencia de su canal de Telegram ha pasado de 60.000 personas a tres millones.

Prigozhin ha convertido a los mercenarios de Wagner en una fuerza significativa en el frente ucraniano. Según una estimación de la Casa Blanca, la compañía cuenta con 50.000 combatientes en Ucrania, de los que 40.000 son antiguos presos. Wagner ha reclutado a miles de ellos en las cárceles con la promesa de que obtendrán indultos o reducciones de pena. Ninguna ley rusa permitía a una empresa privada hacer tal oferta, pero el Kremlin se ocupó de que fuera posible.

Los ha enviado a Bakhmut, donde se han producido los combates más duros de las últimas semanas sin que ninguno de los dos bandos haya podido imponerse. La ciudad no tiene un inmenso valor estratégico, pero Prigozhin ha decidido que sacrificará el número de soldados que sea necesario para conceder a Putin una victoria.

El empresario mantiene un duelo constante con el ministro de Defensa, Serguéi Shoigu, y el jefe del Ejército, Valeri Gerasimov, a los que acusa de no haber facilitado el armamento y material que sus fuerzas requieren. Mercenarios de Wagner han grabado vídeos llamando “pedazo de mierda” al general Gerasimov por faltarles proyectiles de artillería en Bakhmut. Prigozhin no les ha desautorizado ni castigado.

Putin podría haber puesto fin a esas críticas en cualquier momento, pero no ha querido hacerlo. Le conviene que los partidarios del Gobierno compitan entre ellos para cumplir sus deseos.

En este ambiente político, ha surgido un protagonista inesperado, el expresidente Dmitri Medvédev, que fue presidente de 2008 a 2012 cuando la limitación constitucional de mandatos impedía a Putin ser reelegido. Medvédev –el primer director de campaña de su mentor en 1999– era un tecnócrata empeñado en la modernización de la economía rusa y su apertura a Occidente que se ha convertido en un ultranacionalista de nuevo cuño.

Ahora en sus ansias por ser el más halcón de los halcones, promueve la destrucción completa de Ucrania y un enfrentamiento total contra EEUU y la UE. A finales de diciembre, publicó en Twitter una serie de predicciones para 2023 que contenía pronósticos tan delirantes como la ruptura de la UE, la desaparición del euro, una guerra entre Francia y Alemania, y una guerra civil en EEUU que hará que California y Texas pasen a ser estados independientes.

Está claro que fuera del partido de la guerra no hay posibilidades de prosperar en el sistema político ruso.

A pesar de esas diferencias, los comentarios sobre luchas de poder en el Kremlin y la futura sucesión de Putin no pasan de ser especulaciones. Todo podría ser distinto si las encuestas mostraran un claro rechazo a su política y eso no ha ocurrido. Las apelaciones de los medios de comunicación progubernamentales a la unidad de la nación en torno a su presidente y a la misión histórica de Rusia han sido efectivas entre una mayoría de la población.

El 81% de los rusos apoya a Putin, según una encuesta de finales de noviembre del centro independiente Levada, frente a un 17% que lo rechaza. El dato se ha mantenido invariable desde el inicio de la guerra. Un 58% sigue con mucho o bastante interés las noticias de la guerra, ocho puntos menos que dos meses antes. El porcentaje es catorce puntos más elevado en las personas mayores de 50 años y muy inferior entre los jóvenes de 18 a 24 años.

Es difícil conocer la precisión de las encuestas en Rusia, condicionadas por unos medios de comunicación que repiten el mismo mensaje belicista y la persecución legal de las ideas pacifistas. Lo que resulta obvio es que la mayoría de los encuestados no cree que haya una alternativa viable a Putin ni dentro ni fuera del sistema. No la ha habido en los últimos veinte años.

Otros datos son más preocupantes para el Gobierno. Apoyo al Kremlin y al Ejército no es sinónimo de optimismo. Un 84% está muy o bastante preocupado por los acontecimientos de Ucrania. Ese dato era incluso mayor en septiembre y octubre cuando se produjo la movilización parcial ordenada por Putin, que se había resistido hasta entonces, consciente de su impacto negativo en la opinión pública.

De cara al futuro, son más los que aspiran a que haya negociaciones de paz. Un 53% está muy o bastante a favor de esa prioridad. Los que prefieren continuar con las operaciones militares son un 41%. Es una forma indirecta de dar a conocer que, por mucho que apoyen a Putin, preferirían que la guerra acabara cuanto antes.

Las encuestas internas del Kremlin arrojan un resultado similar. Entre julio y noviembre, los números dieron la vuelta. Un 55% apuesta por conversaciones de paz y un 25% por continuar la guerra.

Buena parte de ese temor procede de la incertidumbre sobre el futuro. La economía rusa no ha sufrido el impacto de las sanciones que esperaban en EEUU y Europa por tratarse de un país que es uno de los grandes exportadores de materias primas del planeta. Las grandes empresas han evitado los despidos masivos, nunca bien vistos por el Kremlin, pero han recurrido a una práctica habitual, la reducción de los salarios.

El índice oficial de desempleo es sólo del 3,7% y la inflación está en el 12,6%. La gente prefiere trabajar en lo que sea, ya que el subsidio de paro es muy bajo. 12.792 rublos al mes, el equivalente a 165 euros, no dan para vivir.

Pero las sanciones tienen un efecto acumulativo en una economía que hasta ahora estaba totalmente conectada a Occidente. Todos temen que 2023 será peor que el año pasado. De ahí la drástica reducción en la compra de automóviles –su producción se redujo en casi un 80% en septiembre con respecto al año anterior– y bienes de consumo, ya sólo con marcas locales. Es mejor controlar los gastos de cara a lo que se viene encima.

El asalto inicial frustrado a Kiev, la retirada de las tropas rusas en la provincia de Járkov en el norte ante una ofensiva ucraniana y el abandono de la ciudad de Jersón en el sur han sido los episodios de la guerra que simbolizan el fracaso de la estrategia rusa.

El ataque del 1 de enero a un edificio en Makiivka, en la región de Donetsk, en el que murieron decenas o quizá centenares de soldados rusos, muchos de ellos reclutas que acababan de ser incorporados, ha vuelto a demostrar que el Ejército comete errores incomprensibles, como el de reunir a un alto número de tropas en un lugar en el que se había situado un depósito de municiones en el sótano, y todo ello dentro del alcance de la artillería ucraniana.

Al Ejército le ha correspondido comunicar todas esas malas noticias. Una de las prioridades del sistema político es proteger a Putin de cualquier merma de su reputación. Él puede continuar diciendo que la victoria es posible si se continúa luchando, por más que sus promesas anteriores nunca se hayan cumplido. Su imagen de gran defensor de Rusia podría no sobrevivir a una derrota.

“Están luchando, ya saben que no temo usar estas comparaciones y que no son palabras vanas, como los héroes de la Guerra de 1812, la Primera Guerra Mundial y la Gran Guerra Patriótica” (por la Segunda Guerra Mundial), dijo hace unas semanas a una audiencia de generales. Guerras que duraron mucho más que diez meses.

Putin no contempla otro horizonte que la continuación de la guerra al precio que sea.

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Siete libros que no hay que perderse

Stalin, Roosevelt y Churchill en la Conferencia de Teherán en 1943.

No digo que sean los mejores libros que he leído en 2022, pero son casi imprescindibles para los amantes de la historia.

‘Personalidad y poder’. Ian Kershaw. Editorial Crítica.

¿Son los grandes hombres los que hacen la historia o es la historia la que da las oportunidades para que algunos políticos dominen una época? Kershaw intenta responder a la pregunta ceñida a la historia europea en el siglo XX a través de los retratos de Lenin, Mussolini, Hitler, Stalin, Churchill, De Gaulle, Adenauer, Franco, Tito, Thatcher, Gorbachov y Kohl. El veredicto del historiador es el previsible. Fuera del contexto histórico en el que surgieron, «no habrían dejado en la historia ninguna huella».

Pero hay elementos que Kershaw no obvia. Sin la destrucción del orden económico, la complicidad de la derecha alemana y el ansia de revancha tras la derrota de 1918, Hitler no habría llegado al poder. Pero una vez que fue nombrado canciller, fueron sus ideas y su violencia las que rehicieron a Alemania y la llevaron a una guerra que causó decenas de millones de muertos en todo el mundo. Lo mismo en el caso de Stalin. Cuando se hizo con las riendas del poder, impuso su voluntad y eliminó a cualquiera que pudiera cuestionar su política e incluso a muchos que no tenían ninguna intención de hacerlo.

Franco está un poco encajado con dificultad en esta selección. Al estar centrada en Europa, deja fuera a Roosevelt, lo que es una ausencia difícil de entender para contar el siglo XX y una de sus figuras esenciales.

‘Las puertas de Europa. Pasado y presente de Ucrania’. Serhii Plokhy. Ediciones Península.

Rusia y Ucrania se encuentran unidas por un pasado real y al mismo tiempo rodeado y contaminado por el mito: el Rus de Kiev. Los siglos posteriores marcaron caminos diferentes para las dos naciones que se volvieron a unir con los imperios zarista y soviético. El historiador ucraniano separa la realidad de la ficción nacionalista en un libro que en su conjunto es una refutación del artículo que Putin publicó en la web del Kremlin en el verano de 2021 y de sus discursos de 2022 con los que ha pretendido justificar la invasión y negar a Ucrania su condición de país soberano con una historia propia. Nunca hay que dejar que los políticos se apropien de la historia.

El libro se puede complementar con la lectura de ‘Una historia breve de Rusia’, de Mark Galeotti.

Escena de la serie ‘Downton Abbey’.

‘Nunca delante de los criados’. Frank Victor Dawes. Editorial Periférica.

Para todos los que hayan visto la serie ‘Downton Abbey’ y su visión paternalista sobre las relaciones entre amos y criados en Gran Bretaña, se trata de un libro clave. Dawes, un periodista hijo de una criada que había empezado a servir con 13 años, tuvo una gran idea en 1973. Publicó un anuncio que pedía testimonios de cualquier persona que hubiera tenido ese trabajo. Consiguió un tesoro documental que le permitió escribir un libro repleto de historias personales del servicio doméstico durante casi un siglo.

«La Biblia se utilizaba para convencer a la servidumbre de que era voluntad de Dios que ellos permanecieran en lo más bajo de la sociedad, así como para que reconocieran la superioridad de aquellos a quienes servían», escribe. Esa división de clases se transmitía a las propias relaciones entre criados en función de su cometido.

‘El Ministerio de la Verdad’. Dorian Lynskey. Capitán Swing.

Lynskey escribe una biografía de la novela ‘1984’ de la que ya hablé en este artículo. El libro de más influencia política en el siglo XX tuvo un éxito de ventas casi inmediato, lo que hizo que fuera engullido por la Guerra Fría y la propaganda. Aunque describe una dictadura tan perfecta e imbatible que es casi imposible de que se produzca, la novela de George Orwell no ha perdido vigencia desde entonces. Orwell era una persona bastante depresiva y tenía una opinión atroz de lo que habían sido los años 30, pero hasta los últimos días de su vida insistió en que esa visión terrible del futuro no tenía por qué cumplirse: «La moraleja que podemos sacar de esta peligrosa pesadilla es simple. No deje que ocurra. Depende de usted». Es decir, de todos nosotros.

Retrato de un funcionario de la Compañía de las Indias Orientales. William Fullerton, cirujano de formación, llegó a ser alcalde de Calcuta en 1757.

‘La anarquía’. William Dalrymple. Editorial Desperta Ferro.

Mucho antes de la llegada de las multinacionales del siglo XX, la Compañía de las Indias Orientales inició el expolio británico de India al servicio no exactamente de los intereses de un Estado, sino del bolsillo de sus accionistas. «Un imperio dentro de un imperio», la llamó con precisión uno de sus directores. La decadencia del imperio mogol le abrió las puertas a unas oportunidades extraordinarias de negocio y de sometimiento de millones de personas. Su Ejército era mayor que los de la mayoría de los países del mundo. No fue hasta mediados del siglo XIX cuando el Gobierno británico asumió el control de la explotación colonial. La situación no cambió mucho para sus habitantes.

Dalrymple es un excelente historiador que ya había escrito uno de los mejores libros sobre las guerras afganas del siglo XIX y con ‘La anarquía’ vuelve a ofrecer una obra esencial basada en buena parte en fuentes locales, y no sólo en los registros oficiales de la potencia colonial.

‘Poder y tronos. Una nueva historia de la Edad Media’. Dan Jones. Ático de los libros.

Contar mil años de historia en un libro, por largo que sea, es un empeño titánico. Aun más si se pretende cambiar esa visión habitual de la Edad Media como un periodo sombrío y nefasto marcado por el hambre, la falta de tecnología y la opresión. En el mundo anglosajón, es habitual que se le denomine ‘Dark Ages’, y con eso queda dicho todo.

De una forma especialmente asequible para los que no son amantes de los libros de historia, Jones ofrece un relato coherente de todos esos siglos en los que se construyeron las naciones europeas. El legado de Roma que nunca llegó a perderse, la influencia de las invasiones bárbaras, probablemente causadas por un cambio climático, y de la llegada de los musulmanes a Europa, el poder de la Iglesia y, sobre todo, de los monasterios, las órdenes de caballería, el Cid, las Cruzadas, Genghis Khan, la peste negra, los vikingos, Lutero, la imprenta, Carlos V… el reparto de la Edad Media es sencillamente espectacular.

Muhammad Ali en 1966. Archivo Nacional de Holanda.

‘Vida de Ali’. Jonathan Eig. Capitán Swing.

Muhammad Ali, «el más grande». Un ídolo de masas, uno de los grandes personajes de la segunda mitad del siglo XX en EEUU. David Remnick ya escribió una gran biografía del boxeador en 1999. La de Eig muestra un detallado análisis de sus grandes combates, pero además coloca a Clay/Ali en el centro de la convulsa lucha política y social del país en los años 60 y 70. No es una hagiografía y no oculta su decadencia física y mental cuando cayó en la locura de prolongar su carrera negándose a proteger su cuerpo y salud.

Eig hace un recuento aproximado del número de golpes en la cabeza que recibió Ali en su larga carrera y la cifra es asombrosa. Cita al que fue su médico durante muchos años, que se refería a su costumbre en los entrenamientos de permitir que sus sparrings le golpearan en la cabeza. Su forma de hablar arrastrando las palabras en esos años indicaban para él un «síntoma inequívoco de daño cerebral». Consiguió todo lo que quería, a pesar de que fue condenado por negarse a combatir en Vietnam y desposeído de su título y de haber peleado con púgiles como Liston y Foreman de los que todos decían que lo iban a matar, pero pagó un precio muy alto.

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El Pato Donald contra los nazis

En todas las guerras, la propaganda juega un papel esencial. Incluso cuando su objetivo es denunciar al enemigo, la prioridad es siempre levantar el ánimo a los tuyos, soldados o civiles. Ningún medio es prescindible. Tampoco los dibujos animados, en especial si intervienen los personajes más populares. Es el caso del Pato Donald en la Segunda Guerra Mundial.

La obra más conocida es ‘Der Fuehrer’s face’, que ganó un Oscar al mejor corto de animación en 1943. La trama es realmente original al basarse en un futuro alternativo. Donald vive en un lugar dominado por los nazis. Trabaja en una fábrica de municiones donde debe ajustar las cabezas de los proyectiles preocupándose de hacer el saludo nazi cada vez que aparece una foto de Hitler. Una pesadilla en la cadena de montaje que recuerda a Chaplin en ‘Tiempos modernos’, de 1936. Al final, todo resulta ser una pesadilla y Donald descubre aliviado que sigue viviendo en EEUU.

La imagen de Donald haciendo el saludo nazi, por más que sea en un sueño, preocupaba a Disney, que retiró el corto no mucho tiempo después de su estreno. Sólo tuvo una circulación masiva después con una recopilación de obras del pasado difundida en 2004.

La representación de las figuras de Hitler y Mussolini podía ser paródica, pero era bastante realista. No así la de Tojo y los soldados japoneses con rasgos deformados. La propaganda norteamericana describía a los nazis como una encarnación del mal. En el caso de los japoneses, abundaban los estereotipos racistas, que también eran habituales en las viñetas de los periódicos.

Donald apareció en otros cortos como soldado norteamericano. El más incisivo fue el único en que apareció en una misión de combate, ‘Commando Duck’, de 1944. El pato más famoso de Disney se lanza en paracaídas sobre una isla del Pacífico para destruir una base japonesa, lo que consigue aunque no de la forma que esperaba.

En 1942, Looney Tunes difundió ‘The Ducktators’, también con la intención de ridiculizar a los nazis y fomentar la compra de bonos de guerra entre la gente. Ambientada en una granja, un huevo negro produce un pato con un gran parecido a Hitler por el bigote y el corte de pelo. Lo primero que hace es levantar el brazo y hacer el saludo nazi. También aparecen Mussolini y el japonés Tojo.

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Elon Musk y la purga del periodismo que encantó a los ultras

Elon Musk decidió ofrecer en noviembre a sus seguidores una muestra de su psique en forma de foto de los objetos depositados en su mesilla de noche. Desde luego, no había ningún libro. Eso habría sido insoportablemente ‘woke’. Aparte de cuatro latas vacías de refresco, dos objetos destacaban: una réplica de una antigua pistola de la época de la Guerra de Independencia en una caja que contiene la imagen del cuadro ‘Washington Crossing the Delaware’, y una pistola de aspecto mucho más moderno que no pasa de ser otra copia (sin gatillo) de un arma que aparece en el videojuego ‘Deus Ex: Human Revolution’.

Tanto da si esos objetos están siempre en su mesilla o si fueron colocados para la foto. El dueño de Twitter y Tesla intentaba enviar un mensaje claro a sus adeptos: no soy como los estirados y distantes grandes propietarios de las corporaciones, sino alguien preparado para defenderme contra aquellos que me importunan o atacan y además de presumir de ello en público. Lo haría en un videojuego y también en la vida real.

Puede que eso tenga que ver con la masculinidad frágil o que Musk sea un poco exhibicionista. Esto último no ha sido muy habitual entre los multimillonarios de las nuevas tecnologías, entre los que ha predominado el rol del ‘nerd’ reservado propio de gente como Bill Gates o Steve Jobs. Musk, de 51 años, que nació en Suráfrica y se fue a estudiar a Canadá con 17 años, quiere hacer creer que él crea sus propias reglas y consigue que los demás se tengan que aguantar.

No cabe duda de que cuenta con una gran confianza en su propio ego. No es extraño en alguien que era el hombre más rico del mundo hasta hace poco tiempo. Elon Musk hace alarde de profesar ideas libertarias, tal y como las entiende una parte de la derecha norteamericana. Eso incluye una defensa extrema –»absolutista», la llamó él– de la libertad de expresión.

En su calidad de monarca absolutista de Twitter, decidió ordenar una amnistía para aquellos –cuántos exactamente, no se sabe– cuyas cuentas habían sido suspendidas por los anteriores responsables de la empresa. Fue recibida con euforia por ultraderechistas al beneficiar a los que habían sido expulsados de la red social por comentarios racistas, homófobos o tránsfobos. Por así decirlo, se abrieron las puertas de las cárceles y salieron todos los delincuentes.

Entre los premiados, estaba un neonazi, que había promovido una campaña contra una mujer judía que fue acosada después con centenares de mensajes amenazantes.

Lo mismo hizo con la cuenta de Donald Trump, cuyos tuits vuelven a estar visibles, pero el expresidente de EEUU ha descartado regresar a Twitter. Quizá cambie de opinión cuando se acerquen las primarias republicanas.

Esta semana, hemos descubierto dónde están los límites de la libertad de expresión para Elon Musk. Los que marque su criterio personal, que pasa por aceptar pocas críticas o burlas. Canceló las cuentas de nueve periodistas norteamericanos, casi todos de medios de comunicación muy conocidos, como The New York Times, The Washington Post y CNN. Periodistas que precisamente han escrito artículos sobre él. Es la clase de medidas que toman los dictadores, no los que creen fervientemente en la Primera Enmienda de la Constitución de EEUU.

Musk les acusaba de haber puesto en circulación información personal sobre él que podía poner en peligro a su familia. Los periodistas sólo habían dado información sobre las cuentas que rastrean los viajes de su jet privado, datos que no son secretos y que son accesibles de forma pública. Además, procedió a eliminar los enlaces a la red social Mastodon, haciéndolos pasar por malware peligroso, para dificultar que la gente se pase a una de las alternativas existentes a Twitter.

Elon Musk en una entrega de premios en Berlín en 2020.

Para confirmar su carácter errático y siendo consciente de las críticas recibidas, convocó una consulta entre sus seguidores en Twitter para saber qué debía decidir con esos periodistas. Antes había escrito que se trataba de una expulsión temporal durante una semana. Con los resultados en la mano, el viernes levantó la suspensión a las cuentas.

No pudo resistir la tentación de comentar toda la polémica de forma sarcástica: «Es alentador comprobar este nuevo amor por la libertad de expresión en la prensa». Como si los grandes medios de comunicación, cuya influencia es indudable, fueran los principales obstáculos para la auténtica libertad de expresión de los ciudadanos. Ha escrito que The New York Times se dedica a lavar el cerebro de la gente con ideología de extrema izquierda.

Musk es un digno representante de un estado de opinión de la derecha norteamericana, por el que los medios están vendidos al Partido Demócrata y a los progresistas en general, mientras niegan los derechos a los que no piensan como ellos. Él dice que antes siempre votaba a candidatos demócratas –de hecho, apoyó a Obama–, pero que ahora prefiere un «Gobierno centrista» y recomendaba votar a republicanos en las elecciones legislativas de noviembre de este año. De entre todos los adjetivos que se pueden adjudicar a los republicanos, el de centrista no es uno de ellos.

Son frecuente sus tuits, a veces algo crípticos, con posiciones que son claramente extremistas o conspiratorias. En un tuit de cinco palabras, pidió el procesamiento de Anthony Fauci, responsable durante décadas del departamento de enfermedades infecciosas y una de las voces más autorizadas en la lucha científica contra la Covid en EEUU, y por tanto más despreciadas por los ultraderechistas. Más de un millón de personas dieron ‘like’ a su mensaje.

Las críticas a Fauci y a cualquier otro responsable de la respuesta de los gobiernos al coronavirus son legítimas siempre que se hagan con argumentos científicos. Intentar meterlos en la cárcel sólo puede ser propio de un fanático. Con su tuit, el dueño de Twitter dio cobertura a los que creen que Fauci y otros científicos son los culpables de la pandemia mundial y de sus terribles consecuencias.

En el plano de las bromas típicas de Twitter, o algo más, tuiteó «Seguid al conejo» con el emoji del conejo, lo que podría ser un guiño a Qanon, la conspiración más demente en EEUU, o a la película ‘Matrix’. Los seguidores de Qanon quedaron entusiasmados.

En lo que no hay ninguna duda es que Musk está tan obsesionado con la llamada cultura ‘woke’ como la derecha norteamericana hasta el punto de que cree que se trata de la última trinchera en que se dilucidará el futuro de la civilización occidental. No hay nada más importante que «derrotar al virus mental woke», escribió en Twitter, dónde si no.

Matt Binder, precisamente uno de los periodistas que fue censurado por Musk, escribió en noviembre que el dueño de Twitter vive dentro de «una burbuja derechista» que sostiene desde hace tiempo que la red social es una de las promotoras de esa cultura woke y favorable a los derechos de mujeres y minorías. Por eso, la compró por la módica cantidad de 44.000 millones de dólares. Es innegable que está dispuesto a pagar un alto precio con su apuesta. Ha vendido este año acciones de Tesla por valor de 23.000 millones de dólares, fundamentalmente para financiar su compra de Twitter.

El problema a corto plazo no es si seguirá metiendo dinero en Twitter, excepto para los accionistas de Tesla, sino si continuará implicado en una cruzada ideológica personal en la que el acoso a las personas de ideas progresistas es admisible. Convertir a Twitter en un entorno incluso más hostil de lo que ya es tiene poco que ver con la libertad de expresión. Caer en la madriguera del conejo para ser perseguido por personajes monstruosos o delirantes, como ocurre en ‘Alicia en el País de las Maravillas’, puede no ser lo que la gente aspira a encontrar en una red social.

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Viktor Bout, el traficante de armas que alimentó las guerras de África

Viktor Bout en 2010 detenido en Tailandia.

«Si le contara todo lo que sé, me pondrían un agujero rojo aquí mismo», dijo Viktor Bout señalando su frente a un periodista de The New York Times en 2003. Tenía entonces 36 años y ya era un personaje muy conocido por su participación en el envío de armas a las guerras civiles de África. Tres años antes, su nombre había aparecido en un informe de un organismo de Naciones Unidas que lo señalaba como responsable del suministro masivo de armamento en las guerras de Liberia, Sierra Leona, Angola y Congo.

Viktor Anatoliyevich Bout ha pasado doce años en una prisión norteamericana y ha regresado a su país por el intercambio pactado por EEUU y Rusia a través de la mediación realizada por el Gobierno de los Emiratos Árabes. A cambio de su libertad, los rusos han excarcelado a Brittney Griner, jugadora de baloncesto condenada a nueve años por posesión de una pequeña cantidad de cannabis para consumo personal.

A su pesar, Bout se convirtió en el traficante de armas más notorio del mundo, un hecho que nunca es bueno en su negocio. En los años 90, la Administración de Bill Clinton estaba intentando poner fin a varias guerras en el continente africano y el nombre de Bout aparecía de forma prominente en varias de ellas. Ante las dificultades legales para procesarlo, se decidió poner en circulación su nombre con la intención de dificultar sus transacciones. De ahí que el informe de la ONU fuera tan detallado e incluyera información que sólo suele estar a disposición de los servicios de inteligencia.

El interés de Rusia en conseguir la liberación de Bout sirve para confirmar las sospechas de que había trabajado durante años para el GRU, la inteligencia militar rusa, además de para sí mismo. El intercambio de prisioneros es el sistema habitual con el que los servicios de espionaje recuperan a aquellos que han formado parte de sus filas como agentes o confidentes. No dejarlos tirados en el extranjero es una forma de favorecer nuevos reclutamientos.

En uno de los principales programas de la televisión pública rusa, el presentador, Vladímir Soloviov, celebró su liberación. Destacó que Moscú llevaba quince años intentando sacarlo de EEUU. «Nunca reconoció ser culpable. Fue injustamente condenado, pero nunca traicionó a su patria», dijo Soloviov.

Viktor Bout en el avión que le trasladó a Rusia desde los Emiratos.

Nacido en la república soviética de Tayikistán en una familia rusa en 1967, Bout estudió en el Instituto Militar de Lenguas Extranjeras en Moscú. Su primera lengua de aprendizaje fue el portugués, una elección singular habiendo tantos idiomas disponibles de países más importantes. Quizá la decisión fue una imposición de sus jefes. Terminados sus estudios, se alistó para trabajar como traductor de las unidades de la Fuerza Aérea rusa en Mozambique, antigua colonia portuguesa.

Más allá de esa conexión, lo cierto es que lo que le impulsó después fue más el negocio que la ideología. En Angola, surtió de armas al Gobierno angoleño, apoyado por la URSS y luego por Rusia, y también a Unita, el grupo insurgente que recibía fondos y armamento de EEUU y Suráfrica. Todo aquel que pagara en dinero o diamantes podía acceder a sus servicios.

Bout fue un producto del fin de la Unión Soviética y del caos que se cernió sobre las fuerzas armadas del país después de la ruptura. En especial, se aprovechó de las cantidades inmensas de armamento que quedaron en Ucrania. Douglas Farah, coautor del libro ‘Merchant of Death’ dedicado a Bout, explicó en una entrevista que hubo tres factores que hicieron posible sus primeros negocios: «Aviones abandonados en las pistas de aterrizaje desde Moscú a Kiev que ya no podían volar por falta de dinero para conseguir combustible y mantenimiento, inmensos depósitos de armamento que eran vigilados por guardias que recibían poco o ningún salario, y la creciente demanda de esas armas por los estados clientes tradicionales de los soviéticos y los nuevos grupos armados desde África a Filipinas».

Un caso típico de oferta y demanda. Queda la duda de cómo pudo obtener los fondos para comenzar su negocio y sobornar a los que tenían la función de vigilar ese armamento o pagar el coste de poner en marcha su primera flotilla aérea. Además, Bout no comenzó vendiendo simplemente fusiles de asalto y munición. Sin el permiso del GRU u otro organismo de Estado, es difícil creer que hubiera podido exportar helicópteros, sistemas antiaéreos o minas antitanque en grandes cantidades.

Una cosa es que el colapso de la URSS creara una situación anárquica de la que se beneficiaron algunos emprendedores con buenos contactos, y otra muy diferente vaciar los arsenales de una base militar sin los permisos necesarios. Militares y espías habían sostenido a unos cuantos gobiernos en el exterior implicados en guerras o amenazados por movimientos insurgentes y no querían dejarlos abandonados a su suerte, en especial si había también beneficios económicos que recibir. Una operación como la de Bout no podía pasar desapercibida.

A finales de los noventa, la Casa Blanca contaba ya con fotos vía satélite obtenidas por la CIA que confirmaban su presencia en África. Las imágenes mostraban pistas de aterrizaje en lugares recónditos del continente con aviones Antonov y Ilyushin descargando contenedores con armas en favor de miembros de milicias locales. En una de esas fotos, aparecía Bout dirigiendo la operación.

«Bout era brillante. Si se hubiera dedicado al comercio de material legal, habría sido considerado uno de los grandes empresarios del mundo», dijo al NYT Gayle Smith, ex alto cargo del Gobierno de Clinton. «Es un personaje fascinante pero destructivo. Estábamos intentando llevar la paz y Bout estaba llevando la guerra».

Bout con un sobre amarillo en el intercambio de prisioneros que tuvo lugar en la pista de aterrizaje de un aeropuerto de Emiratos.

Nunca fue el único traficante de armas que abastecía de armamento a las guerras africanas. Ni siquiera el único ruso. Pero era uno de los pocos que podía ocuparse de todas las fases del comercio. La compra de armas, su traslado al país en cuestión y la logística de la entrega en un punto concreto.

A comienzos del año 2000, su nombre apareció en varios artículos en la prensa internacional que detallaban su historial en África en la década anterior. Se escribió que era amigo personal de dictadores como Mobutu Sese Seko (él lo confirmó más tarde). Que hablaba seis idiomas. Que había comenzado exportando gladiolos a África. Sus aviones de carga transportaban todo lo que se podía meter en ellos, y algunos eran inmensos Antonov. La carga era legal en algunos casos. Pero los auténticos beneficios estaban en otros productos.

La guerra de Liberia fue una gran oportunidad de negocio. Su presidente, Charles Taylor, necesitaba armas en 2002 para acabar con los grupos armados que querían derrocarlo y para financiar al grupo armado que llevó la destrucción a Sierra Leona. Un empresario keniano que se dedicaba al negocio de los diamantes le puso en contacto con Bout, según reveló años después a investigadores de la ONU. El ruso sabía cómo burlar el embargo de armas dictado por la ONU a través de certificados falsos de destino. Funcionarios corruptos de países de todo el mundo, algunos muy alejados de África, se los facilitaban a cambio de miles de dólares. Él ganaba millones gracias a esos documentos.

Un viceministro británico lo llamó en el Parlamento «mercader de la muerte». El apodo saltó a la mayoría de los titulares sobre él. Siempre se ha dicho que la película ‘El señor de la guerra’, protagonizada por Nicolas Cage, está vagamente inspirada en su historia.

En una entrevista con Der Spiegel cuando ya estaba detenido en Tailandia antes de su extradición a EEUU, Bout admitió a qué se dedicaba. Sostenía que no hacía nada diferente a la actividad de muchos gobiernos. «Yo he transportado armas. He transportado armas para el Gobierno de Angola. A mediados de los noventa, volé con armas, sólo las transportaba, nunca las vendía, para el Gobierno afgano de Ahmed Sha Masud y Burhanudin Rabani. También transporté tropas francesas para la Operación Turquesa» (el envío de soldados franceses a Ruanda).

Le preguntaron por sus envíos de armas en favor de Jean-Pierre Bemba, señor de la guerra en Congo. «Bemba no ha hecho nada malo. Es amigo mío. No es un asesino. Pero también tuvo un problema con los norteamericanos, que de repente le abandonaron».

Bemba, vicepresidente de Congo entre 2003 y 2006, fue detenido en Bruselas en 2008. El Tribunal Penal Internacional le condenó en 2016 a 18 años de prisión por crímenes de guerra.

El hecho de que confesara haber sido amigo de Mobutu, Masud o Bemba demostraba que prefería hacer negocios cara a cara con sus mejores clientes. Fue la razón del error que cometió en 2008 cuando se trasladó a Tailandia para vender armas, incluidos misiles antiaéreos, a las FARC colombianas a través de la intermediación de un antiguo miembro del espionaje surafricano.

Tailandia es un país cuyos militares y servicios de inteligencia siempre han tenido buenas relaciones con EEUU. Por otro lado, también era un país en el que Bout creía que podía entrar y salir con facilidad por sus laxos controles de inmigración y con muchos turistas occidentales entre los que podía pasar desapercibido, además de la posibilidad clara de sobornar a funcionarios locales.

Su interlocutor estaba trabajando para la DEA norteamericana. Se dice que le tendieron un lazo con un comentario según el cual esas armas podrían llegar a utilizarse contra tropas de EEUU. «Luchamos contra el mismo enemigo», respondió. Fue detenido y extraditado años después a EEUU.

La demostración más evidente de que Bout no despreciaba a ningún cliente es que sus aviones se utilizaron para el transporte de personal norteamericano en Irak. Eso ocurrió incluso después de que el Gobierno de George Bush prohibiera a cualquier organismo del país que firmara contratos con Bout. El veto no impidió que esos aviones trasladaran a personal del Departamento de Estado o de empresas privadas contratadas por el Pentágono, al menos hasta finales de 2005, según Douglas Farrah.

En una de las pocas entrevistas que dio antes de ser detenido, Bout intentó justificar sus actividades de una forma poco convincente. «El problema es el sistema. Las armas no son tan diferentes a los medicamentos. En realidad, los medicamentos pueden ser más peligrosos que las armas».

La conclusión que se puede sacar de estas frases es que los traficantes de armas no deberían conceder entrevistas.


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