Cuando EEUU interfirió en las elecciones de Rusia

La Biblioteca Presidencial Bill Clinton ha hecho públicas las transcripciones ya desclasificadas de las conversaciones que Clinton mantuvo con el presidente ruso Boris Yeltsin desde 1993 a 1999. Las relaciones entre ambos eran muy buenas con lo que no debe extrañar el apoyo entusiasta que Clinton mostraba a Yeltsin en todo momento y el intento mutuo de que los asuntos en los que sus países tenían intereses contrapuestos (ampliación de la OTAN y Kosovo) no enturbiaran la relación.

Es sabido también que en las últimas elecciones que afrontó Yeltsin, y que podía perder porque su nivel de popularidad era ínfimo, Clinton estuvo dispuesto a ayudar en lo que fuera necesario. Cómo lo hizo y qué impacto tuvo esa colaboración era un asunto que admitía muchas interpretaciones. Las comunicaciones dejan claro que Clinton no sólo deseaba la victoria de su inmenso amigo ruso, sino que tomó decisiones que desequilibraban la contienda electoral en favor de Yeltsin.

Todo presidente en el poder cuenta con múltiples recursos para obtener la reelección, pero para eso necesita dinero. En el estado de práctica bancarrota en que se encontraba Rusia a causa de la política de Yeltsin eso suponía un auténtico problema.

La guerra de Chechenia, la primera, había supuesto duras críticas a Moscú procedentes de Washington, en especial desde el Congreso de EEUU. En una conversación, Yeltsin promete un salida negociada, algo que agrada a Clinton, y al final pone el precio. De forma directa y sin rodeos:

Yeltsin: «Pretendo asumir riesgos y viajar a Chechenia. Intentaré reunir a las tres partes en las negociaciones. Cuando digo las tres partes, la troika, me refiero al Gobierno checheno, sus mandos militares, ya que no está Dudayev y no hay sucesor, y el Gobierno federal, es decir, la comisión estatal de Chernomirdin. Espero que sigan negociando cuando yo me vaya. Hassan (el rey de Marruecos) podría ser de gran ayuda».

Clinton: «Es una decisión muy valiente. Todos te verán como a alguien que intenta traer la paz y limitar la acción militar. Eso está bien. Y si hay algo más que pueda hacer, dímelo. Estoy listo».

Yeltsin: «Bien, gracias por tu ayuda con Hassan II, y si hay algo más que puedes hacer te lo haré saber. Y hay otra pregunta, Bill. Quiero que quede claro. Bill, para mi campaña electoral necesito urgentemente un préstamo a Rusia de 2.500 millones de dólares».

No se puede decir que Yeltsin se cortara mucho en la petición de fondos. Había otras fuentes de dinero que podían ser útiles, y también en ellas Clinton debía echar una mano. Una vez más, cantidades de dinero que serían decisivas en el resultado electoral, como se vio en otra conversación:

Yeltsin: «Una cosa que quiero preguntarte tiene que ver con el préstamo del FMI por 9.000 millones de dólares. Me reuniré aquí con Camdessus (entonces director del FMI) y me gustaría pedirte que usaras tu influencia para quizá añadir un poco más, de 9.000 a 13.000 millones de dólares, para ocuparnos de los problemas sociales en esta situación preelectoral que es muy importante y ayudar a la gente».

Clinton: «Apoyaré que haya un nuevo acuerdo. Veré qué se puede hacer. Nos pondremos a trabajar en ello».

Por esa época, el Gobierno ruso tenía auténticos problemas para pagar salarios de funcionarios y pensiones. Tanto es así que había un retraso de meses en los pagos. Eso no suele motivar mucho a los votantes para que voten a favor del Gobierno. Los fondos de esos créditos servirían para abonar esos pagos pendientes en los meses anteriores a las elecciones. Sin ese dinero procedente del exterior, la oposición a Yeltsin lo habría tenido más fácil en las urnas.

También había otras formas de ayudar que no pasaban directamente por Moscú:

Clinton: «¿Cuál es la actitud más extendida entre los líderes regionales? ¿Podemos hacer algo con el paquete de ayudas para apoyar a las regiones?».

Yeltsin: «Eso estaría bien. Esos líderes regionales que estaban apoyando a la oposición están ahora cambiando y nos apoyan a nosotros. Pero aun así, ese tipo de apoyo regional nos sería muy útil».

Clinton: «Haré que mi gente se ponga en contacto con la tuya sobre ese asunto».

La principal fuerza de oposición a Yeltsin era el Partido Comunista. No es que tuviera muchos seguidores en EEUU, pero a Yeltsin le preocupaba que en los medios norteamericanos apareciera reflejado no como un partido que quisiera volver a los tiempos de la URSS, sino como una formación cuya prioridad era mejorar el nivel de vida de la gente:

Yeltsin: «Hablemos de la campaña electoral. Hay una campaña en la prensa de EEUU sugiriendo que la gente no debería tener miedo a los comunistas, que son gente buena, honorable y amable. La gente no debe creerse eso. Más de la mitad de ellos son fanáticos. Quieren destruirlo todo. Habría una guerra civil. Abolirían las fronteras entre las repúblicas de la antigua Unión Soviética. Quieren recuperar Crimea. Presentan reivindicaciones sobre Alaska. Hay dos caminos en el desarrollo de Rusia. No necesito el poder, pero cuando presentí la amenaza del comunismo decidí que tenía que presentarme. Lo impediremos».

Yeltsin con Putin en el día en que presentó su dimisión el 31 de diciembre de 1999. Foto: Kremlin.ru

Entre las conversaciones, hay una que ahora cobra un valor especial. Antes de anunciarlo en público, Yeltsin comunicó al presidente de EEUU quién le sucedería al frente del país. Se refería a su primer ministro, alguien llamado Vladímir Putin y muy poco conocido en Occidente:

Yeltsin: «En los próximos días, tendrás una reunión con Putin. Brevemente, me gustaría hablarte sobre él para que veas qué tipo de persona es. Me llevó mucho tiempo saber quién podría ser el próximo presidente de Rusia en el año 2000. Desgraciadamente, no pude encontrar antes una persona que tuviera ya un cargo. Finalmente lo conocí, a Putin, y analicé su biografía, sus intereses, sus relaciones (con otras personas) y otras cosas. Descubrí que es una persona sólida que controla los asuntos de su competencia. Al mismo tiempo, es alguien directo y fuerte, muy sociable. Y puede tener buenas relaciones con la gente con la que debe tratar. Estoy seguro de que descubrirás que es un socio altamente cualificado».

Evidentemente, Yeltsin no contó a Clinton que Putin se había ocupado de garantizar a Yeltsin y su entorno familiar que no tenían nada que temer sobre las posibles repercusiones judiciales del bombardeo del Parlamento ruso unos años atrás, por no hablar de los negocios de la familia.

El apoyo norteamericano a Yeltsin en las elecciones no es un tema desconocido. Antes de los comicios presidenciales de 1996, el apoyo a Yeltsin estaba por debajo del que marcaban la encuestas para Stalin. No es extraño. El hundimiento de la economía rusa, a causa del legado que había dejado la URSS y su influencia en el sistema sanitario, y la terapia del shock administrada por Yegor Gaidar, habían hecho que la esperanza de vida de los hombres rusos hubiera caído seis años (tres en el caso de las mujeres), una cifra insólita excepto en tiempo de guerra.

Años después, se supo con seguridad que un grupo de consultores expertos en campañas se trasladaron a Moscú para trabajar en secreto en favor de la reelección de Yeltsin. «El secreto era fundamental», explicó a la revista Time uno de los asesores de Yeltsin encargado de buscar ayuda en el exterior. «Todos sabían que si los comunistas se enteraban antes de las elecciones, atacarían a Yeltsin por ser una marioneta de los americanos. Necesitábamos como fuera a ese equipo, pero contar con ellos suponía un gran riesgo».

Su primer contacto en EEUU fue un abogado de San Francisco con contactos con el Partido Republicano en California. Luego se unió al equipo un consultor que había trabajado para Clinton en sus campañas de Arkansas. Todo se hizo con las bendiciones de Washington, pero de forma que no dejaran rastros embarazosos. Dick Morris, asesor entonces de Clinton en la Casa Blanca, se ocupó de hacer de intermediario con la Administración para lo que fuera necesario.

En una cumbre de abril con Clinton, Yeltsin envió varios mensajes agresivos en la defensa de los intereses de Rusia y el presidente de EEUU decidió no entrar al trapo. Formaba parte de la estrategia electoral para que los rusos volvieran a ver a su presidente como un decidido defensor de sus intereses. La Casa Blanca comprendió que debía seguir el manual si quería que Yeltsin continuara en el poder.

Antes de eso, Yeltsin tenía un apoyo del 6% en los sondeos con varios candidatos por delante de él.

El viceprimer ministro Oleg Soskovets comunicó a los asesores estadounidenses que tenían una misión específica, además de asesorarles sobre técnicas electorales: «Una de sus funciones es decirnos un mes antes de las elecciones si debemos cancelarlas en el caso de que estén seguros de que vamos a perder».

Los consultores norteamericanos pronto se dedicaron a trabajar bajo el control directo de la hija de Yeltsin, la auténtica jefa de su campaña. Impusieron la idea del voto del miedo a los comunistas como principal eje de la campaña, lo que fue efectivo, aunque los asesores rusos del presidente no estaban al principio convencidos del todo.

En la primera vuelta de las elecciones, Yeltsin superó al candidato comunista Gennady Ziuganov por una escasa diferencia, 35% a 32%. El primer obstáculo había sido superado. Se intensificó el mensaje que advertía del caos y la violencia si ganaban los comunistas, Ziuganov no moderó su mensaje para atraer a los votantes de otros candidatos ya eliminados y los medios de comunicación no hablaron de la ya maltrecha salud de Yeltsin.

Yeltsin ganó la presidencia por 13 puntos de ventaja sobre Ziuganov. Clinton respiró aliviado.

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La política exterior, según Netanyahu

Netanyahu ha ofrecido un breve resumen de su mentalidad y principios de política exterior en el acto en el que se ha puesto el nombre de Shimon Peres a la central nuclear de Dimona (nombre oficial: centro de investigación nuclear). Dimona es el lugar donde Israel desarrolló y culminó su programa de armas nucleares.

«Shimon (Peres) aspiraba a la paz, pero sabía que la auténtica paz sólo se consigue si nuestras manos empuñan con decisión armamento defensivo. En Oriente Medio y en muchas partes del mundo, hay una verdad simple: no hay lugar para los débiles. Los débiles quedan hechos pedazos y son masacrados y borrados de la historia, mientras los fuertes, para bien o para mal, sobreviven. Los fuertes son respetados. Las alianzas se hacen con los fuertes, y al final la paz se hace con los fuertes».

El elogio del fuerte en las relaciones internacionales tiene por un lado un significado bastante obvio. Nadie quiere ser un ratón en un mundo de leones. La apelación a los fuertes es también un recurso retórico habitual en dictaduras y regímenes autoritarios. Los fuertes son los que imponen su voluntad a los débiles, los que les obligan a aceptar condiciones humillantes para que haya paz, los que se niegan a aceptar acuerdos anteriores si piensan que les perjudican, los que proceden a rearmarse y no toleran que otros también lo hagan.

Es una forma adecuada de definir la política exterior de Israel.

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Los dibujos de la tortura en Siria

Najah Albukai fue detenido y torturado por la policía siria. Luego dibujó todo por lo que había pasado.

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Los caballeros de la Orden de QAnon

Hay que ver a estos adeptos a la teoría de la conspiración de QAnon, de la que escribí hace unas semanas. Más que adeptos, estos tres hombres y una mujer son auténticos promotores desde sus webs personales, y uno tiene hasta 140.000 seguidores en YouTube, que es el medio más influyente para estos asuntos.

La parte más divertida es cuando discrepan entre ellos, porque en ese mundo hay grados en la locura. Por ejemplo, cuando uno dice que Q es en realidad John Kennedy Jr., que resulta que está muerto desde 1999. Hay otro que no lo ve claro y la respuesta es gloriosa: «Pero tienes que entender la numerología para saberlo».

No se puede ir por la vida sin saber de numerología.

El vídeo es del programa de Jim Jefferies, de ahí las risas de fondo del público que está viendo en directo las imágenes.

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El reality de Trump tropieza con un teléfono

Todo tiene que ser un espectáculo en la Casa Blanca de Trump, en especial si se trata de celebrar un éxito. Para presumir del acuerdo con México sobre la revisión del NAFTA (acuerdo de libre comercio) ante los periodistas, el presidente de EEUU quiso hablar el lunes por teléfono ante las cámaras con el mexicano Peña Nieto.

Estas cosas no se suelen hacer porque cualquier problema técnico puede dar lugar a una situación embarazosa. Aún más si pones la llamada en el altavoz y no sabes seguro quién aparecerá al otro lado y en qué momento se producirá la conexión. Pero en este caso, como se ve tras la aparición de un ayudante que solventa el problema, más parece que lo que ocurría es que Trump estaba dando al botón equivocado.

Por lo demás, este tipo de situaciones son lo habitual en los realities.

Qué menos que aprovechar la escena para hacer más chistes sobre Trump.

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Nunca hubo una guerra que desagradara a John McCain

John McCain era un halcón. El senador de Arizona, fallecido a los 81 años, apoyó de forma agresiva todas las desastrosas guerras promovidas por EEUU desde 2001. Incluso se mostró dispuesto a promover una intervención militar en Irán, una alternativa aún más demencial en términos del coste que tendría en vidas. Fue un claro exponente del excepcionalismo americano, y siempre desde la vertiente más belicista.

Los principales medios de comunicación norteamericanos le homenajearon a las pocas horas de su muerte utilizando palabras como honor, dignidad y patriotismo. Sin duda, fue una figura muy por encima de lo habitual en la política de su país. Pero no muchos medios de comunicación pensaron en las víctimas de la idea de McCain sobre el papel de EEUU en el mundo o les dedicaron un espacio muy reducido.

Aun siendo el senador republicano con más experiencia en política exterior, también hizo la promesa de que la invasión de Irak iba a ser «una victoria arrolladora en un muy corto espacio de tiempo». Es cierto que muy pronto, en 2004, fue consciente de que esa previsión había sido una pura fantasía y de que las cosas no habían salido como se esperaba. De todo eso, dedicaba las mayores acusaciones a la incompetencia de Donald Rumsfeld al frente del Pentágono.

Su respuesta fue siempre reclamar un aumento del número de tropas de combate en una especie de reflejo de la política que había fracasado en Vietnam. En la campaña de 2008, se opuso a una retirada o reducción del número de efectivos –lo consideraba una rendición–, cuando el Gobierno iraquí ya exigía un calendario para iniciar ese proceso.

En abril de 2007, se había presentado en Bagdad para anunciar que la situación estaba mejorando. Si la opinión pública no era consciente de eso es porque los periodistas no estaban haciendo bien su trabajo (otra excusa que recuerda a Vietnam). Dio un paseo de una hora por un mercado de la ciudad junto a otros senadores, protegidos por una escolta compuesta por un centenar de soldados y cinco helicópteros, tres Black Hawk y dos Apache. McCain llevaba puesto un chaleco antibalas. Una muestra de normalidad y pacificación.

McCain era un raro ejemplo de político que terminaba reconociendo sus errores, a veces demasiado tarde. Sobre la invasión de Irak, dijo después que «no podía juzgarse más que como un error, uno muy grave, y tengo que aceptar mi parte de culpa en eso».

Un detalle que hay que reconocer. Un detalle que resulta insignificante comparado con centenares de miles de vidas perdidas a causa de una aventura imperial que se justificó con mentiras y la complicidad activa de políticos como McCain.

Su compromiso contra la tortura

John McCain era también un hombre valiente. Los obituarios de los medios norteamericanos destacan lógicamente los sufrimientos que padeció en la guerra de Vietnam, pero quizá sean más relevantes algunas de las decisiones que tomó en su carrera política. En la guerra, muchos realizan actos valientes sin ser muy conscientes de las consecuencias o simplemente porque ejecutan las órdenes recibidas. La guerra es un lugar en el que pensar demasiado puede llevarte más rápido a la tumba.

Los políticos son muy conscientes de las decisiones que pueden hacer que les abandonen sus votantes. Piensan mucho en ellas y el resultado es que pocas veces se atreven a recorrer ese camino.

Pocos ejemplos más claros de lo contrario hay que en la oposición de McCain a la tortura. George Bush incluyó en 2002 el waterboarding y otras formas de tortura entre las técnicas de interrogatorio permitidas a la CIA. El origen de esa orden estuvo en el estudio de un programa de los años cincuenta llamado SERE (Survival, Evasion, Resistance and Escape), un curso de entrenamiento para pilotos que pudieran caer en manos del enemigo y que debían ser preparados ante la posibilidad de sufrir un duro interrogatorio. Lo más probable es que los carceleros fueran soviéticos o de algún país aliado de la URSS, por lo que se hacía pasar a los pilotos por las técnicas que se suponía que utilizaba el adversario: privación del sueño durante días, obligar al preso a mantener posiciones físicamente insoportables, exposición a calor o frío extremos de forma sucesiva, y la técnica del waterboarding.

El waterboarding había sido ya utilizado por la Inquisición española con el nombre de tormento de toca.

McCain se opuso sin ambages a esas prácticas inhumanas, ilegales según las Convenciones de Ginebra, pero adoptadas por EEUU con el argumento de que los sospechosos de pertenecer a Al Qaeda no eran combatientes de un Estado reconocido y porque además no se trataba de tortura en sentido estricto. El senador de Arizona fue el único político republicano relevante que no cayó en esa trampa y mantuvo una posición de principios con la que políticamente sólo podía salir perdiendo entre sus partidarios.

«Están amenazando con debilitar las Convenciones de Ginebra. No puedo dejarles que hagan eso. Lucharé contra ellos hasta el final, incluso aunque me cueste todo», dijo en una ocasión.

Cuando se presentó a las primarias republicanas para las elecciones de 2008, mantuvo su oposición a pesar de que la mayoría de los votantes de su partido apoyaban esas técnicas salvajes de interrogatorio. Y no eran sólo los republicanos. The New York Times no empezó a llamar tortura a esas técnicas hasta 2014.

No era una cuestión terminológica. Denominar tortura al waterboarding implicaba llamar torturadores a los norteamericanos que la llevaron a cabo, un paso inevitable que los políticos republicanos y muchos medios no estaban dispuestos a dar. Todos ellos, menos McCain.

«Deberían saber lo que es. No es un procedimiento complicado. Es tortura», dijo en esa campaña. «Todo lo que puedo decir es que se utilizó en la Inquisición española. Se utilizó en el régimen genocida de Pol Pot en Camboya y, según algunas informaciones, hoy se utiliza contra monjes budistas».

También fue valiente cuando, junto al senador demócrata John Kerry, contribuyó a poner fin con una comisión del Senado a la polémica sobre los prisioneros de guerra norteamericanos supuestamente abandonados por su Gobierno en Vietnam. Era poco más que una teoría de la conspiración a la que se ataron desesperados los familiares de los militares desaparecidos. Otros políticos republicanos prefirieron alimentar durante años una posibilidad no sostenida con pruebas sólidas para no contrariar a los familiares y ser criticados por ello.

McCain en Vietnam

En octubre de 1967, McCain pilotaba uno de los aviones que participaron en el bombardeo de una central eléctrica situada en el centro de Hanoi. Su avión fue dañado de forma irreparable por un misil antiaéreo. Le dio tiempo a eyectarse pero en la explosión que catapultó su asiento se rompió los dos brazos y una rodilla. Cayó sobre un lago y salió a la superficie a duras penas.

Fue trasladado a tierra donde soldados y civiles le maltrataron con saña. Un soldado le rompió el hombro con la culata del fusil. Otro le clavó la bayoneta en el vientre. Por cruel que fuera, no era una reacción sorprendente. ¿Qué podía sentir esa gente ante un hombre enviado para matarles desde otro país a miles de kilómetros de distancia?

McCain, atendido en un hospital de Hanoi en 1967.

Durante varios años, los aviones norteamericanos arrasaron la infraestructura militar y civil de varias ciudades de Vietnam del Norte, en especial su capital, en lo que se llamó la operación Rolling Thunder.

En diciembre de 1967, el Pentágono informó de que había utilizado hasta entonces 864.000 toneladas de bombas en esos bombardeos. A efectos comparativos, hay que recordar que se usaron 653.000 toneladas de bombas en toda la guerra de Corea y 503.000 toneladas en el frente del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial.

Las víctimas se contaron por decenas de miles. Una estimación de la CIA de finales de 1967 calculaba 27.900 bajas entre los militares y 48.000 entre los civiles (muertos y heridos). Para toda la operación Rolling Thunder, cálculos oficiales indicaron que 30.000 civiles vietnamitas murieron en esos ataques.

Todo ello para nada. El objetivo de esa campaña era forzar a los norvietnamitas a aceptar que no podían ganar la guerra y resignarse a presentarse derrotados en unas negociaciones. Nunca se rindieron.

McCain fue encerrado en la prisión que los presos norteamericanos llamaban de forma irónica Hanoi Hilton. No recibió tratamiento médico al llegar. Sus fracturas soldaron solas dejándole incapacitado en los brazos (desde entonces, nunca pudo subirlos por encima de la cabeza). Probablemente, habría muerto si no hubiera sido por la ayuda de dos compañeros de celda. Se salvó, pero al precio de una agonía terrible.

Después fue torturado en los interrogatorios y mantenido en confinamiento solitario durante dos años. Los guardas se cebaron con él cuando supieron que su padre era el almirante que mandaba la flota del Pacífico (y porque McCain no cedía y les dedicaba toda clase de insultos). Luego le enviaron a un hospital porque podía servir como recurso político.

McCain se negó a grabar un mensaje de corte propagandista con el que reconocer el daño causado. Aguantó todo lo que pudo hasta que tuvo que ceder. Nadie podría reprochárselo estando en esas condiciones. Él sí lo hizo. Pasó cinco años y medio como prisionero de guerra en Vietnam. Le ofrecieron la libertad antes, pero se negó a aceptarla si no salían antes presos que llevaban más tiempo que él allí.

Adorado por los periodistas

McCain gozaba de una imagen excelente entre los periodistas, ya antes de que se convirtiera en el político republicano que con más credibilidad despreciaba a Donald Trump (no le votó en 2016). Su sentido del humor abrasivo y su genio irascible eran dos de las razones por las que caía tan bien. Y porque en una época en la que los políticos huyen de los medios, él estaba dispuesto a hablar con los reporteros con frecuencia, no tanto desde que Trump fue elegido.

En la campaña de 2008, cuando más se jugaba, no cambió de costumbre ni se mordió la lengua. El exsenador Phil Gramm, que era uno de sus consejeros económicos, comentó en público que la recesión era más un estado de ánimo que una realidad económica, con lo que los estadounidenses venían a ser unos quejicas.

Le preguntaron a McCain si Gramm tendría un puesto en una Administración presidida por él tras esa polémica. Cualquier otro político se hubiera limitado a marcar distancias con su asesor o restar importancia a las declaraciones. Lo que sea antes de dar más carnaza a los medios.

«Creo que el senador Gramm sería un probable candidato al puesto de embajador en Bielorrusia, aunque no estoy seguro de que los ciudadanos de Minsk le darían la bienvenida», respondió.

McCain en la Casa Blanca de Obama. Foto: Flickr White House.

Los periodistas le devolvieron esos favores contribuyendo a dar brillo a su fama de político de carácter independiente y no sometido a las miserias de la disciplina de partido («maverick», le llamaban una y otra vez). Es cierto que muchas veces hizo lo posible por llegar a acuerdos de consenso con senadores demócratas, pero a la hora de la verdad no era tan «maverick» como aparentaba. Siempre votaba con los suyos, lo que no era sorprendente en un conservador duro. Votó cerca del 90% de las iniciativas que la Administración de su odiado Trump llevó al Congreso.

Ya enfermo de cáncer, se permitió acaparar todos los titulares cuando dio el voto decisivo para tumbar el proyecto de ley de Trump con el que eliminar el Obamacare (la reforma sanitaria). Quizá fue una venganza personal más que una opción política. A fin de cuentas, él había votado contra el Obamacare cuando fue aprobado en el mandato del anterior presidente.

Derrotado en la cita decisiva

En el momento más importante de su carrera política como candidato republicano en las elecciones presidenciales de 2008, McCain sufrió la derrota más clara y humillante (el escritor David Foster Wallace escribió un largo reportaje sobre su campaña, en general muy favorecedor).

Es posible que ningún otro republicano hubiera podido derrotar a Barack Obama justo cuando se desencadenó la crisis financiera propiciada por el absentismo de la Administración de Bush en la regulación financiera. Aun así, su campaña fue un desastre cuyo ejemplo más citado fue la elección de Sarah Palin como candidata a la vicepresidencia, una política que parecía sacada de un reality televisivo y que demostró con creces su falta de aptitudes y conocimientos.

Más propio de esa campaña errática fue su decisión de suspenderla por unos días para viajar de improviso a Washington y ocuparse de resolver la crisis financiera. A la hora de la verdad, en una reunión de Bush con varios senadores, McCain no tuvo nada que decir.

Fue una de las pocas veces en su carrera en la que McCain se quedó mudo.

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Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto

Cómo no hay que subestimar al público en ‘No Country for Old Men’, de los hermanos Coen.

–Diez hitos de bandas sonoras en el cine.
25 secuelas que son mejores o tan buenas como el original.
–Los creadores de tráilers explican cómo te manipulan.
Anthony Hopkins fue el rey Lear en el teatro en los 80. Ahora vuelve en el mismo papel.
–‘Black Panther’ contra el racismo.
–Kathleen Turner no se corta nada en esta entrevista.
–Los movimientos de Robin Williams.
–Las raíces musicales de Aretha Franklin.
–Los anuncios que ha rodado David Lynch.
–Un robo de obras de arte por valor de 500 millones en Boston.
–La geóloga que no cree que un meteorito acabó con los dinosaurios.
Los monstruos como arma de propaganda en el arte medieval.
–Los personajes de la peli de Lego en el vídeo de seguridad de Turkish Airlines.

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Borrell decide comprar la propaganda israelí

Aviones israelíes lanzaron un ataque contra decenas de objetivos en Gaza en la noche del 8 de agosto. Uno de sus misiles destruyó una casa y mató a una mujer de 23 años, Inas Abu Khamash, embarazada de nueve meses, y a su hija de 18 meses. Hubo un tercer palestino muerto esa noche, identificado como un combatiente de Hamás de 30 años, y hubo también 18 heridos.

El bombardeo destruyó por completo el edificio que era la sede de la Fundación por la Cultura y la Ciencia Said al-Mashal, un centro dedicado a albergar actuaciones musicales y teatrales.

Portavoces militares israelíes sostuvieron que todos los objetivos estaban relacionados con la infraestructura militar del grupo islamista Hamás. Afirmaron que eran una respuesta al lanzamiento de 180 cohetes y proyectiles de mortero desde Gaza a territorio israelí, que produjeron siete heridos. Según la versión israelí, 30 de esos cohetes fueron interceptados por el sistema de defensa antiaérea Iron Dome y la mayoría cayó en zonas no habitadas.

Antes de ese ataque con cohetes, el 6 de agosto un tanque disparó contra un puesto militar de Hamás en el norte de Gaza y mató a dos de sus miembros. Israel alegó que se habían producido disparos desde ese puesto. Hamás respondió que estaban realizando unas maniobras y no realizando ningún ataque.

Este repunte de la violencia se produce cuando Egipto y el enviado especial de la ONU han promovido una negociación indirecta entre Israel y Hamás. El Gobierno israelí exige un cese de los ataques desde Gaza, que por lo demás han sido muy pocos desde la última invasión israelí de 2014. Hamás exige el levantamiento del bloqueo de Gaza que impide la llegada de material imprescindible para la vida económica de la zona.

Por ejemplo, ese bloqueo impide que se lleve a cabo el proyecto financiado por la UE de instalar una planta de energía solar que dé electricidad al sistema de suministro de agua. Se trata de un proyecto de infraestructura civil sin ninguna relación con la violencia. Israel lo hace imposible, porque su objetivo es castigar a toda la población de Gaza.

El Ministerio español de Exteriores tardó dos días en hacer pública su reacción con un comunicado de 145 palabras y cuatro párrafos con un texto que podría haber sido redactado sin problemas por la embajada israelí.

«El Gobierno condena el lanzamiento de cohetes contra Israel y hace un llamamiento firme a las facciones palestinas de Gaza para que cesen definitivamente estos actos hostiles contra la población israelí», dice el texto en su segundo párrafo.

¿Qué tiene que decir el ministro Josep Borrell sobre el bombardeo israelí del 8 de agosto que mató a Inas Abu Khamash y a su hija? ¿Hay alguna condena o crítica a esa actuación o a la destrucción de centros civiles como la Fundación Said al-Mashal?: «España reconoce el legítimo derecho de Israel a defenderse y pide a Israel contención en la respuesta a esos ataques, evitando causar más víctimas entre la población civil».

Contención. El Gobierno español no parece tener un criterio propio sobre la responsabilidad de las muertes de civiles palestinos. Lo deja a criterio del Gobierno israelí para que decida la respuesta conveniente. En un caso, condena y en el otro pide, sin ánimo de ofender.

Los acontecimientos de los últimos días no se pueden disociar de la represión sobre las concentraciones de la Marcha del Retorno que llevan veinte viernes llevándose a cabo en la zona divisoria de Israel y Gaza. 160 manifestantes palestinos han muerto por disparos de francotiradores militares. 160 víctimas, entre los que hay periodistas y personal sanitario, que no merecen un espacio propio en el comunicado de Exteriores. La mejor forma de no tener que criticar a Israel en ese punto es no mencionarlo. Las 160 víctimas son irrelevantes en la situación actual de Gaza a ojos del ministro Borrell.

Tres palestinos murieron tiroteados y más de 300 resultaron heridos el último día de protestas, el viernes 11, el mismo día del comunicado de Exteriores. Entre los fallecidos, el sanitario Abdullah al-Qutati, que recibió un tiro en la cabeza disparado por un francotirador. Setenta de los heridos de ese día sufrieron heridas de bala.

La posición de Borrell es una forma de suscribir la interpretación israelí sobre la violencia en Gaza. Adjudica toda la responsabilidad a Hamás y exculpa al Gobierno de Netanyahu, más allá de hacerle una petición. Recuerda que la posición de España es la de apoyar una solución de dos estados y prefiere obviar que Netanyahu ha hecho todo lo posible en los últimos años por convertir esa salida en una quimera imposible.

Tampoco tiene nada que decir sobre el aumento de la segregación dentro del territorio israelí con la aprobación de una ley fundamental que convierte a los palestinos y drusos en ciudadanos de segunda clase en el Estado judío, lo que ha originado manifestaciones de repulsa a las que han asistido decenas de miles de personas.

El Gobierno español no tiene ningún comentario que hacer sobre el castigo colectivo que sufre la población de Gaza, la prohibición de importar productos esenciales para la infraestructura civil y los ataques a los pescadores que intentan faenar en las aguas de la costa que ahora están prohibidas para ellos.

Un Gobierno que ignora de forma tan consciente la obligación de defender ciertos principios humanitarios y de criticar duramente a los que los vulneran, sean israelíes o palestinos, es un interlocutor prescindible en este conflicto sin ninguna legitimidad moral para difundir condenas. Sólo está en condiciones de emitir comunicados de 145 palabras que dejan en evidencia a sus autores.

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La amenaza del plástico

El plástico, un producto que forma parte esencial de nuestras vidas, se ha convertido en una amenaza real para el medio ambiente y la salud de los seres humanos. Su carácter omnipresente en multitud de productos de consumo diario o en su envoltorio nos hacen pensar que desaparecen al tirarlos a la basura. Gran error. Los polímeros sintéticos pueden durar entre 500 y mil años.

8.300 millones de toneladas de plástico fabricadas desde su invención. 335 millones de toneladas sólo en 2016. Ocho millones de toneladas acaban en el mar cada año. Y desde allí vuelven hasta nosotros.

Los microplásticos son trozos de plástico de menos de cinco milímetros. Ya han entrado en la cadena alimenticia de los peces, y por lo tanto en la nuestra. Es la forma en que ese producto que depositamos en la basura vuelve a nuestro cuerpo.

Un reportaje de National Geographic recuerda que los plásticos tuvieron un origen natural hace miles de años en México cuando los olmecas hacían pelotas hechas de látex, obtenido de los árboles, para sus juegos. En su producción industrial contemporánea, el primer paso tiene lugar con la extracción de combustibles fósiles.

Un reportaje de Sky News revela a los británicos qué ocurre con los productos de plástico que separan y que depositan de forma separada para que sea reciclada. Lo cierto es que en los últimos años se han enviado a China para que se realice ese proceso. El Reino Unido no es el único país que ha exportado ese problema.

China ha importado el 45% de los productos de plástico destinados a su reciclaje desde 1992. Este año, ha decidido poner fin a esa importación masiva de basura porque no tiene capacidad industrial para realizar esa labor. Hasta ahora, EEUU enviaba 4.000 contenedores diarios llenos de plástico a China para su reciclaje. Es difícil saber qué pasará a partir de ahora.

Se ha llegado a encontrar una bolsa de plástico en la base de la Fosa de Las Marianas a unos 11.000 metros de profundidad.

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El autoritarismo de Trump y Erdogan agrava el riesgo de una crisis financiera internacional a causa de Turquía

Berat Albayrak tenía el viernes una cita especial. En mitad del hundimiento de la cotización de la lira turca, el ministro de Hacienda debía ofrecer en un discurso la respuesta del Gobierno a la grave situación económica del país. La estampa no podía ser más penosa. Albayrak –de 40 años y que resulta ser también yerno del presidente Erdogan– no paraba de sudar hasta el punto de que tuvo que utilizar un pañuelo de papel para secarse la cara. No daba exactamente la imagen de seguridad que se espera del principal responsable de la política económica del país en un momento de máxima incertidumbre.

Durante ese discurso, Donald Trump terminó de rematar al enfermo con el anuncio vía Twitter del aumento de los aranceles a las importaciones de acero y aluminio turcos.

Dos dirigentes de corte autoritario que intercambiaron elogios en el pasado han iniciado un duelo personal alimentado por su poderoso ego que puede tener importantes consecuencias económicas no sólo en Turquía. Trump y Erdogan están convencidos de que son dos líderes que la providencia ha regalado a sus naciones. Por tanto, creen que su reputación personal está por encima de cualquier consideración. Eso incluye la situación económica de ambos países, aunque ahí es Erdogan el que se encuentra en una posición más débil.

La lira turca perdió el 14% de su valor el viernes con respecto al dólar. El hundimiento a lo largo de este año ha alcanzado el 40%. Es la divisa convertible de economías importantes con peor trayectoria en estos momentos, con lo que los activos e inversiones denominados en esta moneda empiezan a parecer muy poco atractivos. Es la mayor crisis financiera que sufre su economía desde 2003.

Albayrak en pleno ataque de sudor en su discurso.

Las bolsas europeas y de EEUU demostraron el viernes que la crisis puede contaminarse más allá de las fronteras turcas. El BCE lleva tiempo estudiando cómo afectaría un agravamiento de la situación turca al BBVA, el francés BNP y el italiano Unicredit. Los bancos españoles son los que registran una mayor exposición a Turquía con 70.000 millones de euros.  

El crecimiento económico de Turquía en los últimos 15 años ha sido uno de los principales factores de legitimidad que han permitido a Erdogan controlar todo el poder y ganar todas las elecciones. Desde que se convirtió en primer ministro en 2003, el PIB casi se ha multiplicado por tres. Se crearon grandes corporaciones industriales y de servicios favorecidas desde el poder. En buena parte, el crecimiento se alimentó de inmensas inversiones en construcción e infraestructuras, financiadas con grandes cantidades de deuda.

Turquía fue un buen destino para la inversión extranjera. Con los tipos de interés en niveles mínimos en EEUU y Europa, Turquía y otras economías emergentes resultaban muy atractivos, pero eso no iba a durar eternamente.

El fin de las buenas noticias

La locomotora turca comenzó a dar síntomas de recalentamiento con el aumento sostenido de la inflación (ahora está en el 15,8%). Con muchas citas electorales por delante, incluida la reforma constitucional que convirtió al Estado en un sistema presidencialista, Erdogan no se podía permitir levantar el pie del acelerador. Presionó al banco central para que no subiera los tipos de interés para contener la inflación. En junio, el banco se rindió a la evidencia y los subió hasta el 18%.

El principal experto del BBVA en Turquía, un país donde el banco tiene importantes inversiones, se apresuró a felicitar al banco central: «Es un gran paso adelante en la estrategia contra la inflación. Ayudará a recuperar la credibilidad».

No sirvió de mucho. La inflación siguió creciendo y la moneda turca, cayendo.

En julio, Erdogan volvió a la carga. Poco después de tomar posesión como presidente, anunció en público que confiaba en que muy pronto bajarían los tipos de interés y que su nuevo ministro de Hacienda –es decir, su yerno– se ocuparía de ello. Mal asunto para los inversores internacionales que creen que no es bueno que un Gobierno decida por su cuenta cuáles deben ser los tipos para que se ajusten a sus intereses políticos.

Un sacerdote detenido

En el peor momento posible para la economía turca, el destino de un sacerdote norteamericano convirtió la incipiente rivalidad de Erdogan y Trump en un asunto personal. Andrew Brunson fue detenido en Turquía hace año y medio bajo la acusación de espionaje y de estar relacionado con los promotores del golpe de 2016.

Brunson es un misionero evangélico que vive en Turquía desde hace veinte años y que cuenta con una pequeña iglesia en Esmirna. También son evangélicos el vicepresidente, Mike Pence, y el secretario de Estado, Mike Pompeo, una coincidencia nada irrelevante.

Trump decidió adoptar la causa de Brunson, que niega las acusaciones, y exigió su puesta en libertad. Erdogan vio otra oportunidad de presionar a Washington por la presencia en EEUU del clérigo Fethullah Gülen al que acusa de ser el impulsor del golpe de Estado contra Erdogan. El problema para el presidente turco es que Trump es alguien para quien embarcarse en unas largas negociaciones diplomáticas es casi una pérdida de tiempo.

Las negociaciones se iniciaron y parecían encauzadas con la posibilidad de un intercambio de presos. Hay un financiero turco encarcelado en EEUU, condenado por mantener negocios con Irán violando el embargo impuesto por Washington. El posible acuerdo incluía que el preso cumpliera el resto de su condena en el país. Brunson pasó hace un mes de la prisión al arresto domiciliario, lo que indicaba que el asunto podía solucionarse.

Turquía quería algo más, en concreto que se levantara la millonaria multa que recibió un banco turco en ese caso. Parece que eso fue demasiado para Trump. Las negociaciones encallaron y el presidente de EEUU pasó al terreno de las amenazas y represalias que tanto le gusta. Hizo que se aprobaran sanciones contra dos ministros turcos y dobló el aumento de los aranceles al acero y aluminio, sobre el incremento ya adoptado hace unas semanas para todas esas importaciones.

Hay otros intereses políticos en los que EEUU y Turquía está enfrentados. El más importante tiene lugar en el norte de Siria, donde el apoyo estadounidense a las milicias kurdas sirias enfurece a Erdogan y le impide controlar esa zona. Pero todo ha cobrado un cariz más personal a causa del destino del sacerdote Brunson y las declaraciones agresivas de ambos presidentes. Ninguno quiere ceder porque ninguno está dispuesto a aparecer como el débil.

La situación económica turca no se resolverá si al final ambos países llegan a un acuerdo sobre Brunson. Aun así, a Ankara no le interesa que un tuit de Trump o más sanciones comerciales convenzan a los mercados financieros de que Turquía ha pasado a ser un lugar tóxico.

Erdogan reaccionó el viernes como si no hubiera nada de lo que preocuparse. «No lo olvidéis, si ellos tienen sus dólares, nosotros tenemos a nuestro pueblo y a nuestro Dios», dijo en un discurso mientras la lira se venía abajo.

El lunes, se sabrá qué opinan los inversores sobre la política monetaria de Dios.

Publicado en eldiario.es

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