La inmigración es imparable desde Libia: ¿quién puede sorprenderse?

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Este es el nivel de la discusión sobre inmigración en las páginas de The Sun, representativo de lo peor de la prensa tabloide en este asunto. El que un periódico conceda una página a una incitación al odio a los extranjeros tan evidente es inaudito, pero habitual en el Reino Unido. Pensemos que en España hay partidos que en campañas locales han basado su estrategia electoral en ese odio.

Desde una posición conservadora, pero no xenófoba, Fraser Nelson recuerda al Gobierno británico su responsabilidad sobre los acontecimientos de Libia y su influencia en los flujos de inmigración hacia Europa (a lo que hay que sumar el último naufragio de un barco con 700 inmigrantes). En el editorial de la revista The Spectator, vemos las palabras que pronunció Cameron en un acto multitudinario en Trípoli después del derrocamiento de Gadafi: los libios «no tendrían mejor amigo que el Reino Unido… Estaremos con vosotros en todo momento».

Tanto él como Sarkozy, también presente en ese acto, mintieron. Y desde el punto de vista de Londres, lo peor es que tenían un ejemplo muy reciente sobre lo que podía pasar:

«En muchos sentidos, Cameron cometió los mismos errores en Libia que Tony Blair en Irak. Envió fuerzas militares para ayudar a expulsar a un odiado dictador y lo hizo bajo la (elogiable) premisa de que Gran Bretaña es un país que cambia el mundo para mejor. Aplaudió las elecciones que se celebraron después, hizo una visita al país que creía haber ayudado a liberar, y luego miró hacia otro lado cuando se hundió en la anarquía. Como con la intervención de Blair en Irak, la osadía inicial escondía una deplorable falta de planificación para lo que sucedería después».

The Spectator, en un trasunto contemporáneo de Churchill, cree que no hay problema que no se pueda solucionar enviando las cañoneras para que los bárbaros aprendan a comportarse como británicos. Para el día después, la idea es enviar más soldados si fuera necesario, y en este punto la revista conservadora revela la misma ceguera que Blair y Cameron, porque la participación británica en la ocupación de Irak fue contraproducente e inútil en la zona de Basora. Y no puede alegar ignorancia, porque de eso se ha escrito ampliamente en la prensa británica (no en la parte en la que se dedicaba a agitar la bandera y alabar el heroísmo de las tropas). El problema de Libia no se solucionaba con más soldados.

Al final, como dijo Colin Powell a Bush, «si lo rompes, lo pagas». El Reino Unido y Francia no se limitaron a ayudar a un movimiento insurgente local que luchaba contra una dictadura, sino que impusieron una zona de exclusión aérea que era a todos los efectos una declaración de guerra. Y cuando esa guerra acabó con el objetivo deseado, los países occidentales tacharon Libia de la lista de temas pendientes y pasaron al siguiente.

No sin antes empezar a hacer cuentas con todos los negocios que se podían hacer en la nueva Libia. Tenían que darse prisa porque los franceses se habían adelantado. Y el ministro italiano de Exteriores ya había dicho que la petrolera Eni iba a ser «la número 1» en el futuro de Libia. Era una carrera en la que no se daban premios por el segundo puesto.

La ironía se torna en sarcasmo cuando tiempo después se supo que los británicos y norteamericanos entrenaron en la provincia de Bengasi a los mismos insurgentes islamistas que más tarde fueron decisivos en la destrucción del Estado libio o que viajaron a combatir en Siria.

Nadie derrama lágrimas por el derrocamiento de un dictador, pero si hubieran leído algo más que las noticias sobre la conducta extravagante de Gadafi, se habrían dado cuenta de que su régimen había alcanzado a lo largo de años un cierto equilibrio con las tribus y fuerzas regionales que tenían poco en común, y para las que no era de mucha utilidad una débil identidad nacional, excepto en las grandes ciudades. Lo hizo con la amenaza de la fuerza e incentivos económicos, pero no se puede negar que fue efectivo.

La guerra civil era algo más que una posibilidad tras el fin de Gadafi. Como escribí en agosto de 2011, en un país sin partidos ni movimientos políticos organizados, iba a ser difícil poner en práctica eso que llaman el reparto del poder.

Ahora no hay nada en Libia que pueda cumplir las funciones de un Estado, tampoco en relación a la vigilancia de sus costas. Toda la gente que huye de guerras o de la miseria en África y Oriente Medio tiene en ese país una cita ineludible. En primer lugar, los propios libios que deciden que su país es una causa perdida. Después, todos los demás.

Antes esa situación, la UE decidió abandonar toda responsabilidad sobre las personas que intentaban dar el salto. Clausuró Mare Nostrum para poner en marcha Tritón, cuyo único objetivo era proteger las costas italianas. No había operaciones de salvamento marítimo, porque no se quería salvar a los inmigrantes.

Hollande se ha apresurado a echar la culpa a las mafias, como hace en España el Gobierno de Rajoy. Parece mentira que gente que cree tanto en las virtudes del mercado aparente ignorar que esas mafias sólo se están aprovechando de un mercado propiciado por dos causas: una incontrolable (el deseo de miles de personas de buscar una nueva vida en Europa) y otra originada por los errores de los gobiernos occidentales.

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